Miércoles 17 de agosto + XX Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 20, 1-16
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos les respondieron: "Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña”.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”.
El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos les respondieron: "Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña”.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”.
El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 20, 1-16:
El mundo está dividido, eso creo que no es una novedad, lo vemos por todos lados y sería algo eterno de enumerar. Por eso no nos debería asustar o sorprender que Jesús haya dicho: «…les digo que he venido a traer la división» … Sin embargo, deberíamos entender bien esa afirmación. Ayer, mientras caminaba por la calle, de noche y con mucho frío, vi a una pequeña, de unos nueve o diez años, revolviendo la bolsa de basura en la vereda de un colegio. Me pareció ver a su madre a unos metros como esperándola… Seguí caminando unos metros y en ese trayecto mi corazón se dividió, porque una parte me pedía que frene para ver qué pasaba y la otra, me decía que no era necesario, porque en realidad no me habían pedido nada. En ese instante ganó Jesús y me volví sobre mis pasos, volví y me le acerqué para preguntarle que estaba haciendo. La pequeña no supo bien que responder, por eso acudí a la madre que me terminó confesando que estaba buscando entre la basura algún lápiz, o algún elemento que le sirviera para la escuela. No lo podía creer… me quede helado como estaba el clima, y me salió ofrecerle algo de mi ayuda. No buscaba comida, sino algo que le sirva para estudiar. La pequeña se llama Katherine, y logró dividirme el corazón, de la misma manera que está dividido el mundo, de la misma manera que Jesús vino a dividir nuestro corazón, para que elijamos siempre el amor, la compasión y la misericordia. Cuando elegimos a Jesús, cuando elegimos hacer lo que Él haría en nuestro lugar, no somos nosotros los que amamos, sino que es Él en nosotros. Pero Él divide, divide para que no elijamos nuestra paz, sino la Paz que da el hacer lo que Él nos enseña.
Entre hoy y mañana escucharemos dos parábolas del Reino, por eso quería que repasemos brevemente la finalidad de las parábolas que Jesús nos cuenta; por un lado, habla en parábolas para hacernos comprensible el mensaje de lo espiritual que no lo podemos asimilar fácilmente porque no lo conocemos, y con ejemplos sencillos el Señor busca que su mensaje pueda hacerse accesible a nuestro corazón.
Y por otro lado el Señor también trata de provocar nuestra curiosidad; quiere que preguntemos, que busquemos comprender. No nos da las cosas totalmente «masticadas» para poder entenderlas, sino que también quiere que hagamos el camino nosotros mismos.
Y finalmente, el Señor también busca provocar la elevación de nuestro corazón a lo eterno; nos muestra la Verdad, pero al mismo tiempo nos oculta algo de la Verdad para que nosotros nos animemos a preguntar. No son cosas tan sencillas de entender, por eso es que se necesita de la ayuda.
Tomando en cuenta todo esto que acabo de decir; te propongo desde Algo del Evangelio de hoy, un camino diferente: dejarnos a todos algunas preguntas para que nos animemos también a hacer un camino con la Palabra; no pretender que nos expliquen todo, porque Jesús tampoco lo hizo. No pretender que un sacerdote lo diga todo, no pretender que en este audio yo pueda decir todo; sino también preguntarnos todos para que cada uno pueda comprender qué es lo que Dios nos dice concretamente. Dejo algunas preguntas:
¿Qué reacción o sentimiento nos produce escuchar que este propietario –que sabemos que es Dios– es capaz de pagar lo mismo a todos, habiendo trabajando todos diferente cantidad de horas? ¿Qué reacción o sentimiento nos produce?
El mundo está dividido, eso creo que no es una novedad, lo vemos por todos lados y sería algo eterno de enumerar. Por eso no nos debería asustar o sorprender que Jesús haya dicho: «…les digo que he venido a traer la división» … Sin embargo, deberíamos entender bien esa afirmación. Ayer, mientras caminaba por la calle, de noche y con mucho frío, vi a una pequeña, de unos nueve o diez años, revolviendo la bolsa de basura en la vereda de un colegio. Me pareció ver a su madre a unos metros como esperándola… Seguí caminando unos metros y en ese trayecto mi corazón se dividió, porque una parte me pedía que frene para ver qué pasaba y la otra, me decía que no era necesario, porque en realidad no me habían pedido nada. En ese instante ganó Jesús y me volví sobre mis pasos, volví y me le acerqué para preguntarle que estaba haciendo. La pequeña no supo bien que responder, por eso acudí a la madre que me terminó confesando que estaba buscando entre la basura algún lápiz, o algún elemento que le sirviera para la escuela. No lo podía creer… me quede helado como estaba el clima, y me salió ofrecerle algo de mi ayuda. No buscaba comida, sino algo que le sirva para estudiar. La pequeña se llama Katherine, y logró dividirme el corazón, de la misma manera que está dividido el mundo, de la misma manera que Jesús vino a dividir nuestro corazón, para que elijamos siempre el amor, la compasión y la misericordia. Cuando elegimos a Jesús, cuando elegimos hacer lo que Él haría en nuestro lugar, no somos nosotros los que amamos, sino que es Él en nosotros. Pero Él divide, divide para que no elijamos nuestra paz, sino la Paz que da el hacer lo que Él nos enseña.
Entre hoy y mañana escucharemos dos parábolas del Reino, por eso quería que repasemos brevemente la finalidad de las parábolas que Jesús nos cuenta; por un lado, habla en parábolas para hacernos comprensible el mensaje de lo espiritual que no lo podemos asimilar fácilmente porque no lo conocemos, y con ejemplos sencillos el Señor busca que su mensaje pueda hacerse accesible a nuestro corazón.
Y por otro lado el Señor también trata de provocar nuestra curiosidad; quiere que preguntemos, que busquemos comprender. No nos da las cosas totalmente «masticadas» para poder entenderlas, sino que también quiere que hagamos el camino nosotros mismos.
Y finalmente, el Señor también busca provocar la elevación de nuestro corazón a lo eterno; nos muestra la Verdad, pero al mismo tiempo nos oculta algo de la Verdad para que nosotros nos animemos a preguntar. No son cosas tan sencillas de entender, por eso es que se necesita de la ayuda.
Tomando en cuenta todo esto que acabo de decir; te propongo desde Algo del Evangelio de hoy, un camino diferente: dejarnos a todos algunas preguntas para que nos animemos también a hacer un camino con la Palabra; no pretender que nos expliquen todo, porque Jesús tampoco lo hizo. No pretender que un sacerdote lo diga todo, no pretender que en este audio yo pueda decir todo; sino también preguntarnos todos para que cada uno pueda comprender qué es lo que Dios nos dice concretamente. Dejo algunas preguntas:
¿Qué reacción o sentimiento nos produce escuchar que este propietario –que sabemos que es Dios– es capaz de pagar lo mismo a todos, habiendo trabajando todos diferente cantidad de horas? ¿Qué reacción o sentimiento nos produce?
¿Pensamos que la justicia de Dios debe ser como la justicia humana? ¿O también es tan «justa» como crees la justicia humana; o es más «justa» la justicia de Dios? Si al final de la vida Dios nos promete el cielo para todos los que trabajemos por Él, ¿qué importa haber sido invitado al principio, a la mitad o al final de tu vida? En realidad, lo importante es aceptar su invitación ¿no? Y una última pregunta: ¿No nos enojamos a veces porque Dios sea tan bueno? ¿No tiene el derecho de ser bueno, de hacer con su amor lo que Él quiera? Por eso solo puede comprender y aceptar esta forma de amar de Dios, aquel que es pobre de corazón –como decíamos ayer– y de pensamiento, y se despoja de su propia estructura mental para aceptar que el modo de ser, pensar y obrar de Dios, es mucho mejor que el nuestro. Preguntémonos hoy todas estas cosas y quedémonos con algunas palabras de Dios para que podamos vivirlas en este día.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Jueves 18 de agosto + XX Jueves durante el año † Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 1-14
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas." Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren".
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes".
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».
Palabra del Señor.
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas." Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren".
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes".
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 22, 1-14:
Si el amor de Jesús no nos divide el corazón, es porque todavía no lo conocemos, no lo escuchamos, no lo estamos siguiendo. Si todavía no sufrimos algún rechazo a causa de ser sus discípulos, es porque todavía no lo somos. No quiere decir que debemos buscar la confrontación por la confrontación misma, como queriendo pelear, pero elegirlo a Él inevitablemente nos produce una lucha en el corazón, una lucha por elegir siempre el amor, que no es fácil. Elegirlo a Él también nos trae divisiones en nuestras propias familias, no porque busquemos la división, sino porque no nos entienden, porque algunos no lo conocen. Son miles de casos de familias divididas por el hecho de seguir a Jesús, pero al mismo tiempo, millones de familias «salvadas» por un miembro que lo sigue verdaderamente. Es así, el amor de uno, puede salvar la vida de muchos, como fue la misma vida de Jesús.
De Algo del Evangelio de hoy, primero recordemos algo más sobre las parábolas; hay dos clases de personas que reciben las parábolas y con ellas dos formas distintas de recibirlas.
Están los que quieren entender, los que buscan o intentan escuchar, escudriñar, ir más allá y por eso preguntan. Por eso debemos que preguntarle a Dios cuando habla, no hay que dar nada por entendido. Preguntarse mientras escuchamos, o después de haber escuchado: ¿Qué dice la Palabra? ¿Qué está diciendo? ¿A qué se refiere lo que acabo de escuchar? Esa es la manera de escuchar con el corazón, de «meter» el corazón en lo que uno escucha.
Y después están los que oyen, pero no escuchan, los que oyen sin atender, los que están escuchando pensando en otra cosa, escuchamos mientras hacemos otra cosa y no terminamos de prestar atención, oímos como si estuviéramos escuchando a alguien sin importancia. Los que oyen y no escuchan son los ricos de corazón y mente; los que se creen que no necesitan nada, saben casi todo, saben de todo, de todos los demás, de todos los temas, conocen todas las reglas, son los «iluminados en la fe», pueden conocer mucho de teología o saber muy bien el catecismo, pero no saben de Cristo, no lo saborearon verdaderamente.
Para ese tipo de personas, Jesús termina siendo una regla, una norma, una moral, una doctrina, y la palabra de Dios termina siendo solo eso: un requisito por cumplir. Son los que tienen la mente cerrada pero la boca bien abierta, hablan mucho y escuchan poco. Por eso, ojalá podamos escuchar la parábola de hoy con otra actitud.
Ayer escuchábamos que la parábola estaba dirigida a los discípulos; hoy está dirigida a los fariseos de ese tiempo, a los fariseos de hoy, a los cristianos que tenemos el corazón duro como los de los fariseos.
Y hoy nos dice el Señor que el Reino de los Cielos es como una gran invitación; una invitación con amor, una invitación a participar de un gran casamiento, de unas bodas: de las bodas del Hijo de Dios con la humanidad. Para eso envió Dios Padre a su Hijo, para establecer una alianza de amor con toda la humanidad. Acordémonos que Jesús no vino a condenar; sino a salvar, vino a invitar, no a obligar, porque nadie va a Jesús si no es a través del Padre y si no es atraído por el Padre, sino se siente invitado, enamorado por su amor.
Por eso Dios Padre, utiliza servidores para invitarnos, a vos y a mí, a todos y a tantos, a semejante fiesta, la fiesta del Reino de Dios que empieza acá en la tierra y terminará un día en el Cielo, disfrutando durante toda la eternidad.
«Todo está a punto» –dice el texto de hoy–, Jesús ya vino, ya está entre nosotros, y el banquete empieza en tu vida –en la mía– cuando conocemos a Jesús, cuando lo amamos, cuando empezamos a descubrirlo en la familia, en el trabajo, ahora mientras estamos preparándonos para salir de nuestra casa, en el estudio, en la oración, en los pobres –no nos olvidemos de los pobres–, en la Misa que es la momento por excelencia donde celebramos el banquete. La invitación es a disfrutar, a amar como Él ama y por eso es una gran fiesta.
Si el amor de Jesús no nos divide el corazón, es porque todavía no lo conocemos, no lo escuchamos, no lo estamos siguiendo. Si todavía no sufrimos algún rechazo a causa de ser sus discípulos, es porque todavía no lo somos. No quiere decir que debemos buscar la confrontación por la confrontación misma, como queriendo pelear, pero elegirlo a Él inevitablemente nos produce una lucha en el corazón, una lucha por elegir siempre el amor, que no es fácil. Elegirlo a Él también nos trae divisiones en nuestras propias familias, no porque busquemos la división, sino porque no nos entienden, porque algunos no lo conocen. Son miles de casos de familias divididas por el hecho de seguir a Jesús, pero al mismo tiempo, millones de familias «salvadas» por un miembro que lo sigue verdaderamente. Es así, el amor de uno, puede salvar la vida de muchos, como fue la misma vida de Jesús.
De Algo del Evangelio de hoy, primero recordemos algo más sobre las parábolas; hay dos clases de personas que reciben las parábolas y con ellas dos formas distintas de recibirlas.
Están los que quieren entender, los que buscan o intentan escuchar, escudriñar, ir más allá y por eso preguntan. Por eso debemos que preguntarle a Dios cuando habla, no hay que dar nada por entendido. Preguntarse mientras escuchamos, o después de haber escuchado: ¿Qué dice la Palabra? ¿Qué está diciendo? ¿A qué se refiere lo que acabo de escuchar? Esa es la manera de escuchar con el corazón, de «meter» el corazón en lo que uno escucha.
Y después están los que oyen, pero no escuchan, los que oyen sin atender, los que están escuchando pensando en otra cosa, escuchamos mientras hacemos otra cosa y no terminamos de prestar atención, oímos como si estuviéramos escuchando a alguien sin importancia. Los que oyen y no escuchan son los ricos de corazón y mente; los que se creen que no necesitan nada, saben casi todo, saben de todo, de todos los demás, de todos los temas, conocen todas las reglas, son los «iluminados en la fe», pueden conocer mucho de teología o saber muy bien el catecismo, pero no saben de Cristo, no lo saborearon verdaderamente.
Para ese tipo de personas, Jesús termina siendo una regla, una norma, una moral, una doctrina, y la palabra de Dios termina siendo solo eso: un requisito por cumplir. Son los que tienen la mente cerrada pero la boca bien abierta, hablan mucho y escuchan poco. Por eso, ojalá podamos escuchar la parábola de hoy con otra actitud.
Ayer escuchábamos que la parábola estaba dirigida a los discípulos; hoy está dirigida a los fariseos de ese tiempo, a los fariseos de hoy, a los cristianos que tenemos el corazón duro como los de los fariseos.
Y hoy nos dice el Señor que el Reino de los Cielos es como una gran invitación; una invitación con amor, una invitación a participar de un gran casamiento, de unas bodas: de las bodas del Hijo de Dios con la humanidad. Para eso envió Dios Padre a su Hijo, para establecer una alianza de amor con toda la humanidad. Acordémonos que Jesús no vino a condenar; sino a salvar, vino a invitar, no a obligar, porque nadie va a Jesús si no es a través del Padre y si no es atraído por el Padre, sino se siente invitado, enamorado por su amor.
Por eso Dios Padre, utiliza servidores para invitarnos, a vos y a mí, a todos y a tantos, a semejante fiesta, la fiesta del Reino de Dios que empieza acá en la tierra y terminará un día en el Cielo, disfrutando durante toda la eternidad.
«Todo está a punto» –dice el texto de hoy–, Jesús ya vino, ya está entre nosotros, y el banquete empieza en tu vida –en la mía– cuando conocemos a Jesús, cuando lo amamos, cuando empezamos a descubrirlo en la familia, en el trabajo, ahora mientras estamos preparándonos para salir de nuestra casa, en el estudio, en la oración, en los pobres –no nos olvidemos de los pobres–, en la Misa que es la momento por excelencia donde celebramos el banquete. La invitación es a disfrutar, a amar como Él ama y por eso es una gran fiesta.
Y Él nos invita; pero muchos no quieren escuchar ni aceptar esa invitación, y entonces se lo pierden; es más lo que se pierden, que el mal que hacen. ¡No nos podemos perder esta invitación!
Nos podemos pasar la vida sin amar, sin participar de estas bodas de Dios con los hombres, por pasarnos el día pensando en nuestras cosas, solo en nosotros mismos; y dejar pasar mil oportunidades de invitaciones que el Señor nos hace para estar junto con Él.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Nos podemos pasar la vida sin amar, sin participar de estas bodas de Dios con los hombres, por pasarnos el día pensando en nuestras cosas, solo en nosotros mismos; y dejar pasar mil oportunidades de invitaciones que el Señor nos hace para estar junto con Él.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Viernes 19 de agosto + XX Viernes durante el año + Memoria de san Juan Eudes † Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Palabra del Señor.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 22, 34-40:
Jesús desea que el «fuego de su amor ya esté ardiendo en la tierra», así decía la Palabra del domingo, sin embargo, no puede arder en la tierra si antes no arde en nuestros corazones. Esa es la clave, corazones ardientes y enamorados del amor de Dios, cristianos que hablemos menos y amemos más. Es inútil y desgastante hablar mucho, reunirse un sin fin de veces en reuniones organizativas, escribir muchos libros para que alguien los lea y no hacer nada. Muchas veces en la Iglesia perdemos mucho tiempo, mientras los demás nos esperan ahí, a la vuelta de la esquina, mientras los más pobres nos necesitan, mientras la tarea es inmensa, siempre mayor de lo que podamos hacer, pero no importa, debemos seguir adelante. El fuego de Jesús trae la división a nuestro corazón para que elijamos siempre el amor y la entrega, y no la charlatanería y la pérdida de tiempo.
Hay una cara del Evangelio que muchas veces no se ve, por diferentes motivos, pero no se ve. ¡Es una lástima!, pero creo que es así. Lleva años en la vida dar pasos en el «ver», en un ver que, en realidad es una imagen de la vida, no solo referido a la acción del ver, sino que se refiere a una «lectura», una interpretación que se hace de la vida, de lo que pasa, de lo que nos dice Jesús. Pero… ¿Por qué no se ve bien? Muchas veces no se ve porque es «más fácil» no ver en profundidad las cosas, ver en serio implica un esfuerzo y eso tiene una consecuencia, cambiar. Otras veces no se ve porque no se «tiene capacidad» para ver, somos «cortos» de vista, miopes, somos ignorantes del ver y por eso el hombre anda por la vida «viendo» lo que se le antoja y no lo importante, y además lo más común, es que lo que se le antoja pocas veces es lo más esencial de la vida. También están los que «no quieren» ver, y como se dice «no hay peor ciego que el que no quiere ver», el que mira para otro lado para evadirse de la realidad, para «hacer la suya», para justificar sus ambigüedades, para tener algo que avale sus mentiras, su doblez de corazón, su hipocresía. Creo que es un tema lindo esto del «ver», algún día lo retomaremos en nuestros audios.
¿Qué parte del Evangelio, del anuncio de Jesús a veces no se ve? Creo que un tema olvidado, y que también tiene que ver con el Evangelio del domingo, es el rechazo, las pruebas que tuvo que pasar Jesús y por eso, también nosotros. A Jesús lo pusieron a prueba muchísimas veces. En realidad, podríamos decir que su vida fue una gran «prueba». Dios se sometió a la prueba de este mundo que «no ve bien», de un mundo ciego de amor, ciego de verdad, ciego de belleza y lo que es peor, convencido además de que «ve bien».
El fariseo de Algo del Evangelio de hoy pone a prueba a Jesús. Como lo hace el mundo con Dios y con la Iglesia. Un amigo que desde hace poco que se convenció de lo lindo que es seguir a Jesús, en realidad recibió la gracia de la conversión, me dijo algo así: «Amigo, desde que estoy siguiendo a Jesús, me estoy dando cuenta quienes son mis verdaderos amigos, me estoy quedando con menos amigos» Es así, le dije, basta que uno empiece a decir lo que piensa, que rápidamente los que se autodenominan «abiertos» y «liberales» empiezan a «crucificarte» con sus comentarios y actitudes por no pensar cómo piensan ellos. Mi amigo me contestó: «Prefiero estar con Jesús» ¡Ese es mi amigo le dije! ¡Qué alegría encontrar conversos que viven la fe a veces, más convencidos que los que estamos desde hace tiempo en el camino! Debemos saber que, depende en el ambiente que nos movamos, si realmente nos jugamos por Jesús y la Iglesia, su Esposa, vamos a vivir el rechazo, la burla y la indiferencia, de los que se jactan de no creer o de creer a su manera o incluso muchas veces de los miembros de la misma Iglesia, como les pasó a muchos santos, que no fueron comprendidos por superiores, sacerdotes, obispos y Papas.
No podemos dejar de «ver» estos momentos de la vida de Jesús.
Jesús desea que el «fuego de su amor ya esté ardiendo en la tierra», así decía la Palabra del domingo, sin embargo, no puede arder en la tierra si antes no arde en nuestros corazones. Esa es la clave, corazones ardientes y enamorados del amor de Dios, cristianos que hablemos menos y amemos más. Es inútil y desgastante hablar mucho, reunirse un sin fin de veces en reuniones organizativas, escribir muchos libros para que alguien los lea y no hacer nada. Muchas veces en la Iglesia perdemos mucho tiempo, mientras los demás nos esperan ahí, a la vuelta de la esquina, mientras los más pobres nos necesitan, mientras la tarea es inmensa, siempre mayor de lo que podamos hacer, pero no importa, debemos seguir adelante. El fuego de Jesús trae la división a nuestro corazón para que elijamos siempre el amor y la entrega, y no la charlatanería y la pérdida de tiempo.
Hay una cara del Evangelio que muchas veces no se ve, por diferentes motivos, pero no se ve. ¡Es una lástima!, pero creo que es así. Lleva años en la vida dar pasos en el «ver», en un ver que, en realidad es una imagen de la vida, no solo referido a la acción del ver, sino que se refiere a una «lectura», una interpretación que se hace de la vida, de lo que pasa, de lo que nos dice Jesús. Pero… ¿Por qué no se ve bien? Muchas veces no se ve porque es «más fácil» no ver en profundidad las cosas, ver en serio implica un esfuerzo y eso tiene una consecuencia, cambiar. Otras veces no se ve porque no se «tiene capacidad» para ver, somos «cortos» de vista, miopes, somos ignorantes del ver y por eso el hombre anda por la vida «viendo» lo que se le antoja y no lo importante, y además lo más común, es que lo que se le antoja pocas veces es lo más esencial de la vida. También están los que «no quieren» ver, y como se dice «no hay peor ciego que el que no quiere ver», el que mira para otro lado para evadirse de la realidad, para «hacer la suya», para justificar sus ambigüedades, para tener algo que avale sus mentiras, su doblez de corazón, su hipocresía. Creo que es un tema lindo esto del «ver», algún día lo retomaremos en nuestros audios.
¿Qué parte del Evangelio, del anuncio de Jesús a veces no se ve? Creo que un tema olvidado, y que también tiene que ver con el Evangelio del domingo, es el rechazo, las pruebas que tuvo que pasar Jesús y por eso, también nosotros. A Jesús lo pusieron a prueba muchísimas veces. En realidad, podríamos decir que su vida fue una gran «prueba». Dios se sometió a la prueba de este mundo que «no ve bien», de un mundo ciego de amor, ciego de verdad, ciego de belleza y lo que es peor, convencido además de que «ve bien».
El fariseo de Algo del Evangelio de hoy pone a prueba a Jesús. Como lo hace el mundo con Dios y con la Iglesia. Un amigo que desde hace poco que se convenció de lo lindo que es seguir a Jesús, en realidad recibió la gracia de la conversión, me dijo algo así: «Amigo, desde que estoy siguiendo a Jesús, me estoy dando cuenta quienes son mis verdaderos amigos, me estoy quedando con menos amigos» Es así, le dije, basta que uno empiece a decir lo que piensa, que rápidamente los que se autodenominan «abiertos» y «liberales» empiezan a «crucificarte» con sus comentarios y actitudes por no pensar cómo piensan ellos. Mi amigo me contestó: «Prefiero estar con Jesús» ¡Ese es mi amigo le dije! ¡Qué alegría encontrar conversos que viven la fe a veces, más convencidos que los que estamos desde hace tiempo en el camino! Debemos saber que, depende en el ambiente que nos movamos, si realmente nos jugamos por Jesús y la Iglesia, su Esposa, vamos a vivir el rechazo, la burla y la indiferencia, de los que se jactan de no creer o de creer a su manera o incluso muchas veces de los miembros de la misma Iglesia, como les pasó a muchos santos, que no fueron comprendidos por superiores, sacerdotes, obispos y Papas.
No podemos dejar de «ver» estos momentos de la vida de Jesús.
Si los ocultamos o no los queremos ver, o preferimos ponerles edulcorante a las escenas del Evangelio vamos a la larga a sufrir más, porque armaremos un evangelio a nuestro modo y cuando llegue la cruz «saldremos corriendo» pensando que nos engañaron. Jesús no engañó a nadie, ni a sus discípulos, ni a nosotros. En realidad los evangelistas no engañaron a nadie, dejaron por escrito todo lo necesario para que conozcamos al verdadero Jesús. Ahora, depende de nosotros «ver» toda la realidad y también alegrarnos porque, en definitiva, Jesús ganó siempre, ayer, hoy y siempre ganará. Él siempre «ganó» las discusiones a todos los que le discutieron, no por la fuerza y su lógica en los argumentos, sino por la fuerza del amor que terminó triunfando en la cruz, en la prueba. Jesús, no perdió nunca porque aprendió a «perder», a contestar y a callar, a vivir y a morir, a frenar o seguir de largo. En realidad, Él nunca discutió, sino que mostró la verdad y calló: «Quien quiera entender, que entienda». No discutamos con un mundo o una persona que no quiere dialogar, solo mostremos la verdad que reluce por sí misma cuando la vivimos, pero necesita tiempo, mucho tiempo. Tengamos paciencia, no nos enojemos. No te enojes con los que te «ponen a prueba», es parte de la vida, es parte de vivir en la verdad. Cuanto más cerca de la verdad estemos, más nos confrontarán y nos «buscarán» para hacernos «pisar el palito». Acordémonos que el único Evangelio que leerán algunos es nuestra propia vida, coherente, sencilla y verdadera. No nos olvidemos que muchos no desean creer en Dios, pero si pueden creer en el amor, y Dios es amor, por eso amar al hombre también es, de algún modo, amar a Dios y amando a Dios amamos más a los hombres.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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P. Rodrigo Aguilar
Sábado 20 de agosto + XX Sábado durante el año + Memoria de san Bernardo Abad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
Palabra del Señor.
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
Palabra del Señor.
Comentario a san Mateo 23, 1-12:
No es fácil ser constantes en la vida. A veces se nos cae en los brazos. A veces no tenemos fuerzas para levantarlos. A veces nos entusiasmamos y después, de golpe, viene un ventarrón y se lleva todo aquello que habíamos anidado en el corazón, con una fuerza que nos supera. Pero siempre tenemos la posibilidad de volver a mirar al cielo, simbólicamente, de volver a elevar nuestro corazón a nuestro buen Dios que siempre nos está escuchando, que siempre nos está mirando y sabe lo que nos pasa. Él es el único que sabe el porqué de nuestros cansancios, el porqué de nuestras dudas, el porqué de nuestros miedos y tenemos que poner la mirada en Él, una vez más, nuestro corazón donde siempre estará la fuerza necesaria para volver a empezar, para volver a decir esto me hacía bien. Tengo que volver a hacerlo, esto es mi salvación, esto es el camino: «Vos sos la verdad y vos sos la vida», «Vos sos el que me da la fuerza para seguir cada día».
Y aunque todo el mundo nos señale y todo el mundo se nos burle, e incluso piensen que invocar a Dios y buscarlo es de «infantiles» y de personas que no piensan. Los que tenemos fe tenemos que volver a decir una vez más que este es el «camino». Que pase lo que pase, siempre será el camino. Y que pase lo que pase, en él encontramos la paz. Y este camino tiene un final feliz. El final que la Palabra de Dios siempre nos enseña. El final que todos necesitamos volver a recordar en el corazón para decir: ¡Sí, es por acá!, puedo levantarme otra vez y puedo volver a empezar, puedo volver a pedir perdón, puedo volver a rezar, a mirarlo cara a cara y a decirle que acá estoy. ¡Si es verdad!, con mis debilidades, con mis cansancios, con mis dudas, con mis vaivenes, pero acá estoy.
Hoy es uno de esos días, especialmente para los que estamos con alguna responsabilidad dentro de la Iglesia, porque Algo del Evangelio de hoy es: un llamado de atención para los que transmitimos y enseñamos la fe, pero también para los que la reciben.
La «soberbia» del alma se mete en cualquier corazón, no conoce fronteras y tenemos que aprender a percibirla tanto en nuestro corazón, para expulsarla como en el de los otros, para evitar que nos haga mal. Porque a veces la soberbia de otros a nosotros, también nos ciega y nos hace tomar malas decisiones. ¿Es posible que a veces la soberbia tenga tanta fuerza y a veces vivamos como si fuéramos los únicos en este mundo? ¿Es posible que siendo tan poca cosa, nos la creamos tanto? O dirás: bueno, no es para tanto, no somos tan soberbios todos. Es bueno que cada uno se deje interpelar por las palabras de Jesús. La soberbia, en realidad, toma mil colores y tonos distintos según la responsabilidad, según la personalidad y la experiencia de vida de cada uno. Y justamente el peor mal de la soberbia es que a veces no se ve, es imperceptible. Sólo una luz de afuera puede ayudarnos a iluminar nuestro corazón y a hacernos dar cuenta, lo centrado en nosotros mismos, que estamos y cuánto nos enferma. Eso no solo puede ser soberbio el engreído que se lleva todo por delante, el altanero, sino también puede ser soberbio el apocado y silencioso, el que parece humilde desde afuera. La soberbia no es una cuestión externa principalmente, sino del corazón. Dije que la soberbia toma mil colores.
Ahora, en el Evangelio de hoy, las palabras de Jesús son lapidarias, especialmente con los que tenían una función en el pueblo de Israel. Y sin miedo tenemos que trasladarlas al pueblo de la Iglesia de Dios, especialmente a los ministros, a los que deben servir a otros, a los que entregaron su vida para servir a los demás. Cuando la soberbia ataca a los ministros de la Iglesia, obispos, sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, ataca la cabeza, y si la cabeza es «soberbia», el cuerpo también se va enfermando de este virus, que a veces es imperceptible. También pasa en cualquier grupo humano, en cualquier comunidad, hasta en una empresa.
No es fácil ser constantes en la vida. A veces se nos cae en los brazos. A veces no tenemos fuerzas para levantarlos. A veces nos entusiasmamos y después, de golpe, viene un ventarrón y se lleva todo aquello que habíamos anidado en el corazón, con una fuerza que nos supera. Pero siempre tenemos la posibilidad de volver a mirar al cielo, simbólicamente, de volver a elevar nuestro corazón a nuestro buen Dios que siempre nos está escuchando, que siempre nos está mirando y sabe lo que nos pasa. Él es el único que sabe el porqué de nuestros cansancios, el porqué de nuestras dudas, el porqué de nuestros miedos y tenemos que poner la mirada en Él, una vez más, nuestro corazón donde siempre estará la fuerza necesaria para volver a empezar, para volver a decir esto me hacía bien. Tengo que volver a hacerlo, esto es mi salvación, esto es el camino: «Vos sos la verdad y vos sos la vida», «Vos sos el que me da la fuerza para seguir cada día».
Y aunque todo el mundo nos señale y todo el mundo se nos burle, e incluso piensen que invocar a Dios y buscarlo es de «infantiles» y de personas que no piensan. Los que tenemos fe tenemos que volver a decir una vez más que este es el «camino». Que pase lo que pase, siempre será el camino. Y que pase lo que pase, en él encontramos la paz. Y este camino tiene un final feliz. El final que la Palabra de Dios siempre nos enseña. El final que todos necesitamos volver a recordar en el corazón para decir: ¡Sí, es por acá!, puedo levantarme otra vez y puedo volver a empezar, puedo volver a pedir perdón, puedo volver a rezar, a mirarlo cara a cara y a decirle que acá estoy. ¡Si es verdad!, con mis debilidades, con mis cansancios, con mis dudas, con mis vaivenes, pero acá estoy.
Hoy es uno de esos días, especialmente para los que estamos con alguna responsabilidad dentro de la Iglesia, porque Algo del Evangelio de hoy es: un llamado de atención para los que transmitimos y enseñamos la fe, pero también para los que la reciben.
La «soberbia» del alma se mete en cualquier corazón, no conoce fronteras y tenemos que aprender a percibirla tanto en nuestro corazón, para expulsarla como en el de los otros, para evitar que nos haga mal. Porque a veces la soberbia de otros a nosotros, también nos ciega y nos hace tomar malas decisiones. ¿Es posible que a veces la soberbia tenga tanta fuerza y a veces vivamos como si fuéramos los únicos en este mundo? ¿Es posible que siendo tan poca cosa, nos la creamos tanto? O dirás: bueno, no es para tanto, no somos tan soberbios todos. Es bueno que cada uno se deje interpelar por las palabras de Jesús. La soberbia, en realidad, toma mil colores y tonos distintos según la responsabilidad, según la personalidad y la experiencia de vida de cada uno. Y justamente el peor mal de la soberbia es que a veces no se ve, es imperceptible. Sólo una luz de afuera puede ayudarnos a iluminar nuestro corazón y a hacernos dar cuenta, lo centrado en nosotros mismos, que estamos y cuánto nos enferma. Eso no solo puede ser soberbio el engreído que se lleva todo por delante, el altanero, sino también puede ser soberbio el apocado y silencioso, el que parece humilde desde afuera. La soberbia no es una cuestión externa principalmente, sino del corazón. Dije que la soberbia toma mil colores.
Ahora, en el Evangelio de hoy, las palabras de Jesús son lapidarias, especialmente con los que tenían una función en el pueblo de Israel. Y sin miedo tenemos que trasladarlas al pueblo de la Iglesia de Dios, especialmente a los ministros, a los que deben servir a otros, a los que entregaron su vida para servir a los demás. Cuando la soberbia ataca a los ministros de la Iglesia, obispos, sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, ataca la cabeza, y si la cabeza es «soberbia», el cuerpo también se va enfermando de este virus, que a veces es imperceptible. También pasa en cualquier grupo humano, en cualquier comunidad, hasta en una empresa.