Algo del Evangelio
13.8K subscribers
3.81K photos
55 videos
3 files
3.4K links
El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Download Telegram
Lunes 28 de abril + II Lunes de pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 1-8

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él.»
Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?»
Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Ustedes tienen que renacer de lo alto."
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.»

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 3, 1-8:

Se puede nacer de nuevo habiendo ya nacido. Se puede volver a nacer. Se puede volver a empezar después de haber terminado. Podemos levantarnos otra vez habiéndonos caído. Se puede pedir perdón habiéndolo negado. Se puede volver a creer habiendo desconfiado tantas veces. Podemos salir de la cama aun queriendo quedarnos para siempre a descansar. Se puede volver a abrazar si cerraste los brazos. Se puede alcanzar la paciencia habiéndola perdido. Se puede pasar del odio al amor y quedarse ahí para siempre. Se puede volver a la gracia después de haber pecado.
Así podríamos seguir un día entero, diciendo frases parecidas. Pero no quiero decirte frases lindas y nada más. Quiero que comprendamos que esto es verdad, es real. Y seguro que, si te lo ponés a pensar, en tu vida seguro que te pasó tantas veces. No quiero que escuchemos lindos “slogans” de que se puede y se puede, aunque sean verdad. Si no, quiero que empecemos este lunes con ganas de “nacer de nuevo”, de “resucitar”, porque en definitiva es lo mismo. Resucita el que nace de nuevo, se nace de nuevo resucitando. Dios quiera que el día de la Divina Misericordia de ayer, nos haya llenado de alegría el corazón, como a los discípulos, con ese soplido de Jesús que los llenó del Espíritu Santo para que ellos también lleven paz a los demás.
Jesús nos «asegura que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» El que no empieza este lunes con deseos de “volver a empezar” en serio. Con ganas de levantarse y amar a los que Dios ponga en nuestro camino, no podrá ver el Reino de Dios en lo concreto de este día. ¿Quién es capaz de reconocer en lo sencillo de cada día el Reinado de un Dios que está vivo y nos sigue amando a cada instante? El que oye la voz del Espíritu, que es como el viento, no se ve y no se sabe muchas veces de dónde viene y a dónde va.
Algo del evangelio de hoy nos anima a ponernos en el lugar de Nicodemo. Este fariseo que, por temor a la represalia o a la burla, fue a ver a Jesús de noche para que nadie sepa que creía en él. ¿Cuántas veces andamos así por la vida, por nuestra familia, por nuestros trabajos, universidades, grupos, como si fuera de noche, ocultándonos del amor de Jesús? De que otros sepan que amamos a Jesús. Queriéndonos encontrar con Jesús sin que nadie lo sepa ¿Cuántas veces hemos ocultado nuestro amor a Jesús por respetos humanos, por vergüenza, por temor? Qué lindo que es cuando “nacemos de nuevo” y ya no nos da miedo que de nuestros labios salga la palabra: Jesús. Qué lindo que es escuchar cristianos que por haber “nacido de lo alto” ya no le temen al ridículo. Como esa chica que me contó una vez que después de su conversión, gracias a un retiro, decidió pasar una Navidad distinta al darse cuenta que las navidades en su familia eran vacías. ¿Qué hizo? Frenó la cena de Navidad para decirles a sus familiares que el sentido de esa noche era otro, no solo comer y recibir regalos. Les habló de Jesús, sin miedo, con lágrimas en los ojos. ¿Sabés qué pasó? Todos terminaron llorando y viviendo una Navidad distinta, más profunda. Eso pasa cuando alguien se anima a salir de la oscuridad y mostrar que ama a Jesús, que Jesús le cambió la vida. Eso tenemos que hacer nosotros hoy. No importa. Como podamos, donde estemos, por las redes, por un mensaje, con una llamada, como sea. Tenemos que gritarle al mundo que Jesús nos cambió la vida.
Se puede volver a nacer, se puede resucitar, se puede recibir la gracia que viene de lo alto. Hay que pedirla. Por cincuenta días seguiremos en el tiempo pascual. Tiempo para disfrutar y pedir la gracia de volver a nacer. Pensá y rezá, seguro que tenés “algún muerto” en tu corazón para resucitar. Todos tenemos algún muerto guardado por ahí. Seguro que tenés un motivo para volver a empezar, para volver a nacer.
Quería recordarte que, si querés recibir los audios directamente en tu celular, podés bajarte la aplicación de Telegram y buscar nuestro canal @algodelevangelio o bien buscarnos por los distintos medios, por las redes, en nuestra App Algo del Evangelio en Play Store, o en nuestra web www.algodelevangelio.org, por YouTube, por Face. Ayudanos, acompañanos a distribuir la Palabra de Dios a más corazones. Ayudanos a que más corazones se sientan amados por Jesús y puedan resucitar en esta Pascua, una vez más. Como nos pasó a nosotros, a vos y a mí.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Martes 29 de abril + II Martes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 7b-15

Jesús dijo a Nicodemo: «Ustedes tienen que renacer de lo alto.»
«El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.»
«¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: «¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.»

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 3, 7b-15:

«¡Felices los que creen sin haber visto!», me parece que puede transformarse en la frase de esta semana que nos acompañe, en este tiempo en el que parece que vemos cada vez menos. Sin embargo, Jesús está mostrándonos su llaga, su costado, diciéndonos: «Esta es la prueba de mi amor. Yo te amo porque estas marcas, este dolor lo sufrí por vos». Hace unos días, o no sé, alguien alguna vez me preguntó: «¿Cómo es esto de que la fe es un don?, ¿cómo es posible que alguien tenga fe y otros no?, ¿cómo puede ser que Dios les dé la fe a algunos y a otros no?». Bueno, es todo un tema que supera lo que podemos decir en un audio. Solo me animo a decirte que es bueno preguntarse, cuestionarse. Es bueno cuestionarse con espíritu abierto para poder encontrar respuestas que afirmen lo que creemos, que ayuden a creer mejor. La fe no es para tontos, como decimos a veces. No, no es para tontos, creer es de inteligentes. Es, a veces, medio despectivo aquellos que creen que los que tienen fe son medios tontos o no quieren pensar, al contrario. Por eso, como Tomás, también a veces dudar nos ayuda a afirmar nuestra fe. La duda de Tomás se convirtió en un «Señor mío y Dios mío».
Jesús utiliza todas nuestras debilidades para confirmarnos en la fe, para que creamos más. Sin embargo, retomando un poco lo de recién, en realidad es más lógico poder llegar a argumentar la fe que argumentar el sin sentido, el ateísmo. Pero bueno, ese es otro tema. Por ahora es bueno quedarse con lo esencial. No creeríamos en Cristo si no hubiéramos recibido una gracia que viene de lo alto, de arriba, si no hubiéramos sido atraídos por el Padre. Así lo dice Jesús: «Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae». Eso quiere decir que el impulso interior para acercarnos a Jesús viene como don, ahora… la respuesta a ese impulso depende de nuestra libertad, de nuestra elección, que de alguna manera nunca es definitiva, nunca podemos decir «ya está», ya creo en forma plena y completa, ya alcancé la meta, ya terminé. Siempre hay que volver a empezar, volver a creer, confiar, decir que sí una vez más, abandonarse más, aceptar más, ser cada día más feliz de la mano de Jesús que nos lleva así al cielo con alegría.
Por eso en Algo del Evangelio de hoy, de alguna manera, nos ayuda a considerar este misterio increíble, aunque es creíble, aunque parezca contradictorio, el misterio de tener fe. Felices los que creen que es posible renacer de lo alto, nacer de nuevo, volver a empezar. Felices los que creen en estas palabras de Jesús, las palabras que Nicodemo no pudo entender en su momento y que nosotros hoy volvemos a escuchar. Felices los que creen y confían, porque la confianza da felicidad, la confianza en Jesús, la confianza en su Palabra nos pone en una órbita diferente, por decir así, porque nos ayuda a despojarnos un poco de toda pretensión de tenerlo todo bajo nuestro dominio, todo controlado, las personas y las cosas, las situaciones, el futuro, el pasado. No. Feliz el que es sencillo, el que no es rebuscado y cree con convicción sin esperar comprobaciones «científicas» a todo lo que pasa –aunque la ciencia hace mucho bien, pero ese es otro tema–, a todo lo que ve, o sea, buscar todo el día comprobación de todo lo que ve. Feliz el que ve más allá de lo que ve. Pero en eso que ve, descubre cosas buenas, cosas lindas, cosas verdaderas y no se queda en lo superficial, en lo mundano, en lo feo que se ve de afuera.
Jesús dijo a Nicodemo: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». ¿No será que vos y yo también, que nosotros también? ¿No será que nosotros necesitamos volver a nacer de tantas cosas que han muerto en nuestra vida? Volvé a nacer, mirá a tu corazón, date cuenta que tenés mucho todavía para vivir, para dar, tenés mucho que resucitar también. La Pascua es volver a nacer. Siempre se puede volver a nacer en lo espiritual. Nunca pienses que estás muerto. No te quedes ahí tirado, no pienses que el pecado te derrotó. Jamás. Jamás con Jesús el pecado nos derrotará, aunque tengas muchos años, aunque estés enfermo y tu cuerpo no pueda más.
Lo importante es que no muera tu interior, tus ganas de creer y vivir, de ser feliz, de darte cuenta de que tenés a alguien para amar al lado tuyo.
Una vez, visitando a una señora enferma, postrada le pregunté cómo se sentía, me dijo: «Padre, me duele mucho el cuerpo, pero lo peor, lo que más me duele, es el alma». Tenía motivos para quejarse y sentirse mal, pero en su dolor supo percibir que el peor dolor de todos es el del alma, el de estar muertos en vida. Nosotros hoy podemos elegir la vida o la muerte, elegir el amor o el egoísmo. Nosotros podemos renacer de lo alto. Podemos creer más, tener más vida y ser felices junto a Jesús. Háblale, escúchalo, abrile tu corazón.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 30 de abril + II Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-21

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 3, 16-21:

Te gustaría reflexionar hoy por qué se puede vivir mucho más feliz creyendo que no creyendo. ¿Querés darte cuenta de por qué puede vivir feliz aquel que vive creyendo –no que cree, sino que vive creyendo–, que cada día hace un esfuerzo por decirle que sí a la invitación de Dios? Así dice la Palabra de Dios: «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna». Sí, porque Dios no envío a su Hijo para juzgar al mundo, para juzgarte a vos o a mí, para señalarnos, sino para que creamos, para que nos salvemos por medio de él, para que aceptemos su amor misericordioso. No es que se cree y nada más. El que cree vive creyendo. Digamos que es como ir caminando, se camina avanzando, es como algo continuo, algo dinámico que crece de a poco. Por eso, es feliz el que cree sin ver, porque camina confiado, camina sabiendo que va de la mano, camina sabiendo que poco a poco irá descubriendo lo que Dios le propone. No es la omnipotencia del creerse que uno sabe todo, que uno puede todo, que uno controla todo. Por eso el que va creyendo va viviendo de una manera distinta, como alguien que tiene vida en el espíritu, dada por el Espíritu. El que cree renace, de alguna manera, siempre, porque algo más grande lo sostiene y lo anima a seguir. Por eso es feliz el que cree sin ver.
Ayer Jesús nos decía: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». Nosotros podemos ser reengendrados, podemos vivir una especie de renacimiento espiritual sea en la situación en la que estemos. Es el Espíritu Santo el que nos ayuda a creer, el Espíritu que recibimos en el bautismo, en la confirmación, que recibimos cada vez que volvemos a decirle que sí al Señor. «¿Creer en qué?», nos podemos preguntar. ¿Creer en quién? Creer en Jesús, creer en que él es el enviado del Padre, el Hijo único que vino al mundo para que tengamos luz y no andemos en las tinieblas. ¿Qué prueba más grande de amor de que Dios pueda venir a estar con nosotros, que ser Dios y venir a estar con el hombre por puro amor, sin preguntar, sin esperar nada a cambio?
La fe es un don, el don es Jesús y lo que nos queda a nosotros es aceptar esto. Eso nos enseña Algo del Evangelio de hoy. La fe no es un conjunto de normas, una grilla de cosas por cumplir, una doctrina que aprender o repetir o para defender a los gritos –como si fuese nuestra verdad–, un sentimiento que sentir. La fe es un don y ese don es el mismo Hijo de Dios, el Hijo único del Padre que se hizo hombre para que sientas, aceptes con tu cabecita y te des cuenta que Dios ama al hombre en serio, que Dios se tomó en serio esta decisión, muy enserio. Y, en definitiva, creer es aceptar que esto es posible y que además cambia la vida del que lo acepta, y entrando así en una vida nueva, puede entrar en una vida nueva.
Todos nosotros, los que escuchamos la Palabra de Dios día a día, seguramente somos bautizados, confirmados o por ahí no, por ahí incluso no hemos recibido el bautismo. Dios quiera que estés escuchando incluso sin tener algún sacramento. Incluso también la mayoría de nosotros recibimos a Jesús en la comunión. Ahora, eso no quiere decir que todos experimentamos esto de volver a nacer, este nacer en el Espíritu Santo. Muchas veces tenemos al Espíritu olvidado y por eso el Espíritu Santo no puede hacer tantas cosas en nosotros. Está como queriendo trabajar desde adentro y nosotros estamos en otra.
Hay que volver a maravillarse una vez más de que Dios nos haya amado primero e incondicionalmente y nos haya enviado a su Hijo para enseñarnos a vivir como hijos amados por él, para perdonarnos los pecados y ayudarnos a dejar el pecado que nos sigue atormentando muchas veces, nos sigue de alguna manera persiguiendo, desde adentro y desde afuera. Y es el Espíritu enviado por Jesús el que nos santifica y vivifica.
Hoy intentemos hablarle a Jesús como lo que es, nuestro Salvador, nuestro hermano mayor, el que vino a darnos vida y no a condenarnos, aquel que nos vino a dar luz para poder ver bien.
Todo lo que pidamos en su Nombre al Padre, él nos lo concederá. Pidamos creer en esto, pidamos creer en él, pidamos renacer una vez más. Pidamos seguir creyendo, para que la vida no se haga tan pesada, para que la muerte no apague el sentido de la vida, para que el sufrimiento no sea la última palabra, para que el amor sea el motor de cada cosa que hacemos, para que Jesús sea el centro de nuestro corazón, para que podamos animar al triste, consolar al afligido, para seguir amando, aunque a veces nos cansemos.
No nos cansemos de seguir evangelizando por medio de las redes, especialmente en estos momentos. No nos cansemos de hacer un clic para enviarle a otro la Palabra de Dios que tanto bien hace a aquel que la escucha con insistencia y con amor. Jesús, que nos pase de todo, pero que no nos cansemos, que no nos cansemos de creer y de amarte.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar