Lunes 1 de agosto + XVIII Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 13-21
Al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
«Tráiganmelos aquí», les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Palabra del Señor.
Al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
«Tráiganmelos aquí», les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 14, 13-21:
La avaricia, algo de lo que nos tenemos que cuidar, según lo que Jesús decía en el Evangelio de ayer, es considerada el segundo de los pecados capitales, pecados que son cabeza de otros y por eso se le llama capitales. Significa «avidez mental», o bien, ansia de dinero, en el que están representados todos los bienes exteriores, por lo tanto, se la puede definir como el ansia inmoderada o desordenada de poseer bienes exteriores. Por eso es bueno preguntarse, retomando el hilo de la palabra de ayer… ¿Por qué los hombres deseamos con tantas ansias tener bienes materiales? ¿No es verdad que es más importante el ser que el poseer? ¿No deberíamos preocuparnos más por otros valores como la honradez, la generosidad, la laboriosidad, la fe, la esperanza y la caridad, por ejemplo? ¿No deberíamos intentar ser cada día mejores hombres, mejores hijos de Dios? Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, incluso dentro de nuestro corazón, es mucho más el esfuerzo que ponemos en poseer y alcanzar logros exteriores, que el que ponemos para alcanzar bienes espirituales. A veces preferimos aumentar nuestro poseer que nuestro ser interior. Ni hablar de la mentalidad de este mundo y la cultura en la que vivimos. La sencilla razón es porque somos insensatos, como le decía Dios al hombre de la parábola de ayer, y creemos que los bienes exteriores nos son necesarios para alcanzar la felicidad, y entonces, creemos que, por tener más, nos aumentará la felicidad, y esto se torna insaciable, la experiencia de cada uno de nosotros y la del mundo, nos enseña que esto es verdad, nos guste más o menos. Seguiremos con este tema estos días.
Hay una frase que habrás escuchado muchas veces y que se repite y repite por ahí, que quiero que también nos acompañe esta semana para las reflexiones de la palabra de Dios. Te habrás dado cuenta, que intento todos los días, como me sale y como puedo, acompañar los comentarios de Algo del Evangelio con algo más, siguiendo con el Evangelio del domingo, con introducciones, con otras enseñanzas, con anécdotas, con aportes que nos ayudan a conocer más nuestra fe, porque no se puede «amar lo que no se conoce». A esta frase me refería, la habrás escuchado. Hay que conocer para amar, pero también hay que amar para conocer. Se necesitan mutuamente. La Palabra diaria, no solo nos debería ayudar a rezar, sino que además nos ayuda a «formar» nuestro pensamiento y corazón. Se conoce con todo lo que somos, no me refiero solo a «estudiar», sino que conocemos con todos nuestros sentidos, con todas nuestras facultades interiores, con todo lo que sentimos. Jesús enseñaba de miles de maneras. Jamás dio «clases» en aulas, ni usó «libros», sino que su aula fue el andar y su libro era Él mismo y la naturaleza. Vamos a intentar en estos días, desde la palabra, conocer más nuestra fe, no me refiero a conocer el catecismo, sino a saber más ¿qué es la fe? Usamos tanto la palabra fe y para tantas cosas, que muchas veces no se termina de saber bien que es, o bien para algunos la fe es una cosa y para otros, otra. Bueno, que mejor que Jesús y las actitudes de los demás frente a él para saber qué quiere decir «tener» fe. ¿Estamos seguros de que tenemos fe?
Jesús, en el pasaje de hoy hace lo inimaginable. Multiplica comida, multiplica panes y pescados para miles. Y esto que para nosotros es ya casi una costumbre de escuchar, es una locura, algo que ninguno de nosotros ha podido ver en su vida y ni siquiera podemos imaginarlo. Solo los presentes ese día y solo los que tuvieron el privilegio de conocer algunos santos que Dios les concedió ese don, pueden saber lo que significó eso. ¿Por qué Jesús pudiendo hacer eso siempre no lo hizo tanto como a veces querríamos? ¿Por qué Jesús no sigue haciéndolo hoy, por qué no calma el hambre de tantos miles que lo necesitan? Bueno, creo que estas preguntas de hoy, nos pueden ayudar a conocer algo más sobre la fe que nos transmite el Evangelio y la Iglesia. ¿A qué me refiero?
La avaricia, algo de lo que nos tenemos que cuidar, según lo que Jesús decía en el Evangelio de ayer, es considerada el segundo de los pecados capitales, pecados que son cabeza de otros y por eso se le llama capitales. Significa «avidez mental», o bien, ansia de dinero, en el que están representados todos los bienes exteriores, por lo tanto, se la puede definir como el ansia inmoderada o desordenada de poseer bienes exteriores. Por eso es bueno preguntarse, retomando el hilo de la palabra de ayer… ¿Por qué los hombres deseamos con tantas ansias tener bienes materiales? ¿No es verdad que es más importante el ser que el poseer? ¿No deberíamos preocuparnos más por otros valores como la honradez, la generosidad, la laboriosidad, la fe, la esperanza y la caridad, por ejemplo? ¿No deberíamos intentar ser cada día mejores hombres, mejores hijos de Dios? Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, incluso dentro de nuestro corazón, es mucho más el esfuerzo que ponemos en poseer y alcanzar logros exteriores, que el que ponemos para alcanzar bienes espirituales. A veces preferimos aumentar nuestro poseer que nuestro ser interior. Ni hablar de la mentalidad de este mundo y la cultura en la que vivimos. La sencilla razón es porque somos insensatos, como le decía Dios al hombre de la parábola de ayer, y creemos que los bienes exteriores nos son necesarios para alcanzar la felicidad, y entonces, creemos que, por tener más, nos aumentará la felicidad, y esto se torna insaciable, la experiencia de cada uno de nosotros y la del mundo, nos enseña que esto es verdad, nos guste más o menos. Seguiremos con este tema estos días.
Hay una frase que habrás escuchado muchas veces y que se repite y repite por ahí, que quiero que también nos acompañe esta semana para las reflexiones de la palabra de Dios. Te habrás dado cuenta, que intento todos los días, como me sale y como puedo, acompañar los comentarios de Algo del Evangelio con algo más, siguiendo con el Evangelio del domingo, con introducciones, con otras enseñanzas, con anécdotas, con aportes que nos ayudan a conocer más nuestra fe, porque no se puede «amar lo que no se conoce». A esta frase me refería, la habrás escuchado. Hay que conocer para amar, pero también hay que amar para conocer. Se necesitan mutuamente. La Palabra diaria, no solo nos debería ayudar a rezar, sino que además nos ayuda a «formar» nuestro pensamiento y corazón. Se conoce con todo lo que somos, no me refiero solo a «estudiar», sino que conocemos con todos nuestros sentidos, con todas nuestras facultades interiores, con todo lo que sentimos. Jesús enseñaba de miles de maneras. Jamás dio «clases» en aulas, ni usó «libros», sino que su aula fue el andar y su libro era Él mismo y la naturaleza. Vamos a intentar en estos días, desde la palabra, conocer más nuestra fe, no me refiero a conocer el catecismo, sino a saber más ¿qué es la fe? Usamos tanto la palabra fe y para tantas cosas, que muchas veces no se termina de saber bien que es, o bien para algunos la fe es una cosa y para otros, otra. Bueno, que mejor que Jesús y las actitudes de los demás frente a él para saber qué quiere decir «tener» fe. ¿Estamos seguros de que tenemos fe?
Jesús, en el pasaje de hoy hace lo inimaginable. Multiplica comida, multiplica panes y pescados para miles. Y esto que para nosotros es ya casi una costumbre de escuchar, es una locura, algo que ninguno de nosotros ha podido ver en su vida y ni siquiera podemos imaginarlo. Solo los presentes ese día y solo los que tuvieron el privilegio de conocer algunos santos que Dios les concedió ese don, pueden saber lo que significó eso. ¿Por qué Jesús pudiendo hacer eso siempre no lo hizo tanto como a veces querríamos? ¿Por qué Jesús no sigue haciéndolo hoy, por qué no calma el hambre de tantos miles que lo necesitan? Bueno, creo que estas preguntas de hoy, nos pueden ayudar a conocer algo más sobre la fe que nos transmite el Evangelio y la Iglesia. ¿A qué me refiero?
A que Jesús no vino únicamente a eso, Jesús no fue un superhombre, un mago, una superestrella, un político prometedor de felicidad mundana y pasajera. Jesús no vino a calmar solitariamente el hambre del mundo, sino que vino a ayudarnos a que nos demos cuenta que el hambre del mundo es culpa del egoísmo y la avaricia de nuestro corazón, y que somos nosotros «los que tenemos que darles de comer». «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos», les dijo Jesús. El milagro de la fe no es esperar a que venga alguien a hacer lo que vos pensás que hay que hacer. El milagro de la fe es darte cuenta que podemos hacerlo nosotros, que podemos hacer muchas cosas por los demás. Que podemos alimentar al que tiene hambre, que cuando se da algo, cuando nos damos nosotros mismos, misteriosamente todo se multiplica. Tener fe no es esperar el «milagro» de arriba que no nos involucra, sino que es involucrarnos con Jesús en la falta de amor que hay en este mundo. Ese es el Jesús del Evangelio. El que salva, pero que quiere que «salves» con Él, que salvemos con Él. Ayudemos hoy a Jesús a que se multiplique en otros. Hay mil maneras, pensemos, ¿qué podemos hacer hoy con Jesús y por los demás? Mañana será otro día.
Que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Martes 2 de agosto + XVIII Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 22-36
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo De Dios».
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
Palabra del Señor.
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo De Dios».
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 14, 22-36:
Hoy podemos preguntarnos si es malo el deseo y posesión de bienes exteriores. Eso de lo que hablábamos ayer. Y puede hacernos caer en la avaricia. Debemos decir que el deseo en sí mismo no es malo, no es pecado, porque fue el mismo Creador quien puso a nuestro servicio todo lo creado. El pecado está en no moderar esos deseos, porque la bondad de las cosas está en el justo medio y por eso el exceso o el defecto puede originar un mal. El dinero y lo que podemos alcanzar con él debe estar en función de un fin bueno y necesario y no al revés. Por eso debemos buscar el dinero en la medida que nos sirva para la propia vida y para abrirnos al amor de los demás y sus necesidades. Un síntoma de nuestra avaricia puede ser el egoísmo; si estamos siendo o no generosos, si los bienes que tenemos nos están ayudando a estar más disponibles a los demás, a nuestros seres queridos y a los pobres. O todo lo contrario, si me están haciendo más esclavo y dependiente.
¿Sabés quiénes son los grandes en este mundo ante los ojos de Dios, los ricos ante los ojos de Dios? Acordáte del Evangelio del domingo, no los que hacen grandes galpones para guardar sus bienes, no los que tienen más de una casa y no la usan, no los que lograron más de una empresa, no los que lograron tener muchos títulos, no los que se desvelan por «tener y tener». Tampoco los que teniendo poco, viven añorando algo más.
Tampoco los que envidian al que tiene. El rico ante los ojos de Dios, «el generoso», teniendo mucho o poco, no importa. El que tiene para dar. Y el que da porque tiene. ¿Y cómo llegamos a ser generosos? Es generoso, el que no se cansa de conocer y conocer a Jesús y a los demás. El que conoce, ama. No se puede amar a quien no se conoce. Y el que ama va conociendo más a Jesús y a los demás. Escuchar cada día la Palabra de Dios nos ayuda a transitar este camino, el camino de la apertura del corazón, de la generosidad, a fuerza de conocimiento y amor. El que realmente va conociendo a Jesús. El que va conociendo qué es tener fe, va desbordando de generosidad. No puede vivir otra cosa en su vida que no sea la generosidad, porque realmente conoce que todo es don y que jamás quedará desamparado en el mar de este mundo.
Algo del Evangelio de hoy es una escena para introducirnos en la fe.
La fe tiene mucho de zambullirse. La fe tiene mucho de Pedro, de intrepidez. Pedro es intrépido, desafía a Jesús, desafía la propia fe: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». No tiene fe verdadera el que se queda quieto en la barca gritando de miedo, esperando a Jesús o un fantasma, sino que también hay que salir, hay que animarse, hay que tirarse al agua, hay que tirarse a la pileta, siempre tiene agua.
Hay que animarse a caminar sobre el terreno inseguro de este mundo. El que quiera encontrar en el camino de la fe seguridades humanas, tiene que dedicarse a otra cosa, tiene que dedicarse a las matemáticas. Pedro nos enseña con esto y también nos hace reír, también. Pedro es atrevido, se anima y nos anima. Pero al mismo tiempo es inmaduro como nosotros. Duda, duda, teniendo todo, duda al dejar de mirar a Jesús. Duda por olvidarse. «¿Hombre de poca fe, por qué dudaste?», ¿vos y yo, por qué dudamos?¿Mujer de poca fe, madre de poca fe, por qué dudas? ¿Varón y padre de poca fe, hija de poca fe, por qué dudas? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué dudamos? Porque somos débiles somos como Pedro. Hay que contar con la duda. Es parte de la vida y de la fe. La fe, certeza y duda al mismo tiempo. La fe es caminar por las aguas de este mundo yendo hacia Jesús y eso no es fácil.
¿Quién te dijo que creer en serio, tener fe en serio, es fácil? Es fácil la fe armada a nuestra medida. Es fácil la fe fabricada en casa. Pero para creer que Jesús está con nosotros siempre y que a pesar de todo, de que nos hundimos, de que sufrimos, de que muchas veces está oscuro y no es fácil, se necesita mucha fe. Por eso hoy, si estamos en una situación parecida, gritemos juntos, gritemos juntos con Pedro: «¡Señor, salvame.
Hoy podemos preguntarnos si es malo el deseo y posesión de bienes exteriores. Eso de lo que hablábamos ayer. Y puede hacernos caer en la avaricia. Debemos decir que el deseo en sí mismo no es malo, no es pecado, porque fue el mismo Creador quien puso a nuestro servicio todo lo creado. El pecado está en no moderar esos deseos, porque la bondad de las cosas está en el justo medio y por eso el exceso o el defecto puede originar un mal. El dinero y lo que podemos alcanzar con él debe estar en función de un fin bueno y necesario y no al revés. Por eso debemos buscar el dinero en la medida que nos sirva para la propia vida y para abrirnos al amor de los demás y sus necesidades. Un síntoma de nuestra avaricia puede ser el egoísmo; si estamos siendo o no generosos, si los bienes que tenemos nos están ayudando a estar más disponibles a los demás, a nuestros seres queridos y a los pobres. O todo lo contrario, si me están haciendo más esclavo y dependiente.
¿Sabés quiénes son los grandes en este mundo ante los ojos de Dios, los ricos ante los ojos de Dios? Acordáte del Evangelio del domingo, no los que hacen grandes galpones para guardar sus bienes, no los que tienen más de una casa y no la usan, no los que lograron más de una empresa, no los que lograron tener muchos títulos, no los que se desvelan por «tener y tener». Tampoco los que teniendo poco, viven añorando algo más.
Tampoco los que envidian al que tiene. El rico ante los ojos de Dios, «el generoso», teniendo mucho o poco, no importa. El que tiene para dar. Y el que da porque tiene. ¿Y cómo llegamos a ser generosos? Es generoso, el que no se cansa de conocer y conocer a Jesús y a los demás. El que conoce, ama. No se puede amar a quien no se conoce. Y el que ama va conociendo más a Jesús y a los demás. Escuchar cada día la Palabra de Dios nos ayuda a transitar este camino, el camino de la apertura del corazón, de la generosidad, a fuerza de conocimiento y amor. El que realmente va conociendo a Jesús. El que va conociendo qué es tener fe, va desbordando de generosidad. No puede vivir otra cosa en su vida que no sea la generosidad, porque realmente conoce que todo es don y que jamás quedará desamparado en el mar de este mundo.
Algo del Evangelio de hoy es una escena para introducirnos en la fe.
La fe tiene mucho de zambullirse. La fe tiene mucho de Pedro, de intrepidez. Pedro es intrépido, desafía a Jesús, desafía la propia fe: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». No tiene fe verdadera el que se queda quieto en la barca gritando de miedo, esperando a Jesús o un fantasma, sino que también hay que salir, hay que animarse, hay que tirarse al agua, hay que tirarse a la pileta, siempre tiene agua.
Hay que animarse a caminar sobre el terreno inseguro de este mundo. El que quiera encontrar en el camino de la fe seguridades humanas, tiene que dedicarse a otra cosa, tiene que dedicarse a las matemáticas. Pedro nos enseña con esto y también nos hace reír, también. Pedro es atrevido, se anima y nos anima. Pero al mismo tiempo es inmaduro como nosotros. Duda, duda, teniendo todo, duda al dejar de mirar a Jesús. Duda por olvidarse. «¿Hombre de poca fe, por qué dudaste?», ¿vos y yo, por qué dudamos?¿Mujer de poca fe, madre de poca fe, por qué dudas? ¿Varón y padre de poca fe, hija de poca fe, por qué dudas? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué dudamos? Porque somos débiles somos como Pedro. Hay que contar con la duda. Es parte de la vida y de la fe. La fe, certeza y duda al mismo tiempo. La fe es caminar por las aguas de este mundo yendo hacia Jesús y eso no es fácil.
¿Quién te dijo que creer en serio, tener fe en serio, es fácil? Es fácil la fe armada a nuestra medida. Es fácil la fe fabricada en casa. Pero para creer que Jesús está con nosotros siempre y que a pesar de todo, de que nos hundimos, de que sufrimos, de que muchas veces está oscuro y no es fácil, se necesita mucha fe. Por eso hoy, si estamos en una situación parecida, gritemos juntos, gritemos juntos con Pedro: «¡Señor, salvame.
Señor, salvame, porque creí que podía solo y me estoy hundiendo!».
Salvame porque mi soberbia y ceguera me llevaron a estar como estoy. Aprendamos a gritar por amor y con fe a Jesús, que siempre está con nosotros, especialmente en los momentos de tormentas.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Salvame porque mi soberbia y ceguera me llevaron a estar como estoy. Aprendamos a gritar por amor y con fe a Jesús, que siempre está con nosotros, especialmente en los momentos de tormentas.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Miércoles 3 de agosto + XVIII Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Palabra del Señor.
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 15, 21-28:
Continuemos con el tema que se desprendía del evangelio del domingo, la avaricia. Se dice que la avaricia puede darse principalmente de dos modos: en cuanto que se opone a la justicia y en la medida que se opone a la generosidad. Sin extendernos mucho intentaremos ahondar en esto. Se opone a la justicia en la medida que se usurpa o se retiene un bien ajeno. Por ejemplo, podría ser no pagar las deudas a su debido tiempo, no prestar los servicios prometidos perjudicando a los beneficiarios con los cuales me comprometí. Son cosas que no prestamos mucha atención, pero que a veces demuestran grandes injusticias entre nosotros. Y en cuanto a la generosidad o el desprendimiento, tiene que ver cuando el amor desordenado al dinero, hace que lo prefiramos a la caridad, marginando a Dios y el amor al prójimo. Por ejemplo, descuidar el cuidado de algún enfermo, de los ancianos o de aquellos que merecen nuestro amor, porque el apego o los deseos de tener más y más, hacen que olvidemos y dejemos de lado lo más esencial.
Se puede caer en la avaricia de dos modos. Uno inmediato, que sucede cuando buscamos adquirir o retener bienes más de lo debido, en perjuicio de otros, malgastando o no gastando lo necesario. El segundo modo es, por decir de alguna manera, más interior, espiritual, entonces ahí el avaro peca contra sí mismo, porque están desordenados sus afectos, y las cosas materiales le roban el corazón, se menosprecia bienes mayores como el amor a Dios y a los demás, por cosas materiales y pasajeras.
Pero tenemos que seguir conociendo qué es la fe, no solo en qué creemos, sino qué significa tener fe. El «saber» lo que creemos no nos asegura el creer bien, por decirlo así. Muchos cristianos «conocen» bien su fe, saben el catecismo, lo enseñan, lo trasmiten, lo defienden incluso con uñas y dientes, pero en el fondo y en la superficie, no creen como se cree en el Evangelio. Parece raro lo que te digo, pero pensalo bien, creo que es así. Quiero explicarme bien, no solo hay que creer, sino «hay que creer bien», creer como Jesús quiere que creamos. Nos olvidamos muchas veces de que la fe es don, dado desde arriba y, por lo tanto, nos ayuda a dar la respuesta adecuada a Jesús, no la que se nos antoja. Sé que es complicado hablar de esto en el mundo del «individualismo exacerbado». Podemos ser unos grandes «caprichosos de la fe». Con todo esto, no me refiero únicamente a que hay que vivir la fe, eso es obvio, o sea, de que debemos tener una moral acorde a lo que creemos, sino de que hay que «pensar y sentir» como creyentes, como hombres y mujeres de fe, y eso lleva tiempo, eso es gracia, eso es trabajo arduo de Jesús con nosotros y de nosotros con Él. Se puede ser muy bueno, ser muy buena persona, no hacer nada malo y hacer muchas cosas buenas, pero no tener mente y corazón creyente. En la Iglesia, tanto laicos como sacerdotes, abundan los que dicen «tener fe», pero cuando piensan y se expresan parecen paganos, y pasa lo contrario a veces, muchas personas que parecen no ser de fe, son las que piensan y sienten como Jesús quiere. Parece raro lo que te digo, ya lo sé, pero no lo es. Pasa desde los comienzos, le pasó a Jesús. Los que lo esperaban con ansias no lo reconocieron, los que estaban con Él no lo comprendían y los que menos los esperaban creyeron en Él, lo comprendieron y le obedecieron.
Eso vemos en Algo del Evangelio de hoy ¡Qué grande es la fe de tanta gente que parece lejos, pero está cerca! a mí a veces me maravilla muchísimo, y al mismo tiempo, que poca la fe de tanta gente que parece estar cerca. Qué grande es la fe de la gente que no sabe mucho de la fe (a los ojos de otros sabiondos) pero que en realidad sabe lo más importante, sabe lo mejor. ¡Que Jesús lo puede todo! Qué grande es la fe de tantas madres que lloran con dolor por sus hijos, por sus familias; qué grande es la fe de esta mujer del Evangelio de hoy que nos enseña a todos.
Continuemos con el tema que se desprendía del evangelio del domingo, la avaricia. Se dice que la avaricia puede darse principalmente de dos modos: en cuanto que se opone a la justicia y en la medida que se opone a la generosidad. Sin extendernos mucho intentaremos ahondar en esto. Se opone a la justicia en la medida que se usurpa o se retiene un bien ajeno. Por ejemplo, podría ser no pagar las deudas a su debido tiempo, no prestar los servicios prometidos perjudicando a los beneficiarios con los cuales me comprometí. Son cosas que no prestamos mucha atención, pero que a veces demuestran grandes injusticias entre nosotros. Y en cuanto a la generosidad o el desprendimiento, tiene que ver cuando el amor desordenado al dinero, hace que lo prefiramos a la caridad, marginando a Dios y el amor al prójimo. Por ejemplo, descuidar el cuidado de algún enfermo, de los ancianos o de aquellos que merecen nuestro amor, porque el apego o los deseos de tener más y más, hacen que olvidemos y dejemos de lado lo más esencial.
Se puede caer en la avaricia de dos modos. Uno inmediato, que sucede cuando buscamos adquirir o retener bienes más de lo debido, en perjuicio de otros, malgastando o no gastando lo necesario. El segundo modo es, por decir de alguna manera, más interior, espiritual, entonces ahí el avaro peca contra sí mismo, porque están desordenados sus afectos, y las cosas materiales le roban el corazón, se menosprecia bienes mayores como el amor a Dios y a los demás, por cosas materiales y pasajeras.
Pero tenemos que seguir conociendo qué es la fe, no solo en qué creemos, sino qué significa tener fe. El «saber» lo que creemos no nos asegura el creer bien, por decirlo así. Muchos cristianos «conocen» bien su fe, saben el catecismo, lo enseñan, lo trasmiten, lo defienden incluso con uñas y dientes, pero en el fondo y en la superficie, no creen como se cree en el Evangelio. Parece raro lo que te digo, pero pensalo bien, creo que es así. Quiero explicarme bien, no solo hay que creer, sino «hay que creer bien», creer como Jesús quiere que creamos. Nos olvidamos muchas veces de que la fe es don, dado desde arriba y, por lo tanto, nos ayuda a dar la respuesta adecuada a Jesús, no la que se nos antoja. Sé que es complicado hablar de esto en el mundo del «individualismo exacerbado». Podemos ser unos grandes «caprichosos de la fe». Con todo esto, no me refiero únicamente a que hay que vivir la fe, eso es obvio, o sea, de que debemos tener una moral acorde a lo que creemos, sino de que hay que «pensar y sentir» como creyentes, como hombres y mujeres de fe, y eso lleva tiempo, eso es gracia, eso es trabajo arduo de Jesús con nosotros y de nosotros con Él. Se puede ser muy bueno, ser muy buena persona, no hacer nada malo y hacer muchas cosas buenas, pero no tener mente y corazón creyente. En la Iglesia, tanto laicos como sacerdotes, abundan los que dicen «tener fe», pero cuando piensan y se expresan parecen paganos, y pasa lo contrario a veces, muchas personas que parecen no ser de fe, son las que piensan y sienten como Jesús quiere. Parece raro lo que te digo, ya lo sé, pero no lo es. Pasa desde los comienzos, le pasó a Jesús. Los que lo esperaban con ansias no lo reconocieron, los que estaban con Él no lo comprendían y los que menos los esperaban creyeron en Él, lo comprendieron y le obedecieron.
Eso vemos en Algo del Evangelio de hoy ¡Qué grande es la fe de tanta gente que parece lejos, pero está cerca! a mí a veces me maravilla muchísimo, y al mismo tiempo, que poca la fe de tanta gente que parece estar cerca. Qué grande es la fe de la gente que no sabe mucho de la fe (a los ojos de otros sabiondos) pero que en realidad sabe lo más importante, sabe lo mejor. ¡Que Jesús lo puede todo! Qué grande es la fe de tantas madres que lloran con dolor por sus hijos, por sus familias; qué grande es la fe de esta mujer del Evangelio de hoy que nos enseña a todos.
Nos enseña a gritar desde el fondo del alma a los que decimos tener fe y en realidad muchas veces, no la tenemos tanto o la tenemos demasiado en la cabeza y poco en el corazón. Y también te enseña a vos que decís no estar tan cerca, pero cuando te acercás a Jesús te acercás en serio. Cuánta gente se acerca poco pero cuando se acerca, se acerca en serio, se acerca con fe. Lo importante es acercarse en serio, acercarse bien a Jesús. Tengamos cuidado si creemos que «estamos cerca» de Él. Aprendamos a admirarnos de la gente que parece lejos, pero tiene mucha fe, tiene la fe bien pura. Y también vos, abrí los ojos que por ahí aparentemente no estás tan cerca y date cuenta de que Jesús quiere que le pidas las cosas a gritos, aunque a muchos les moleste; pedí las cosas a gritos sabiendo que Él te escucha. Todos tenemos que pedir lo que necesitamos, eso es tener fe. Tenemos que abrir el corazón al Señor, para mostrarle que tenemos fe, ¡qué lindo que es creer que Jesús lo puede todo!
Qué tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Qué tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Jueves 4 de agosto + Memoria de san Juan María Vianney + XVIII Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-23
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo». Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Palabra del Señor.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo». Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 16, 13-23:
Todo pecado o vicio, tiene, por decirlo de una manera, «hijas e hijos», pecados derivados. En el caso de la avaricia, se dice que son: la dureza de corazón, la inquietud, la violencia, la mentira, el perjurio, el fraude y la traición. Caemos en la avaricia cuando retenemos riquezas o cuando las adquirimos. Del retener riquezas, procede en primera medida, la dureza de corazón, porque se cierra a la compasión hacia los otros, en especial hacia los más necesitados. A los avaros se les endurece el corazón más y más, en la medida que retienen y no son generosos. Un avaro no se conmueve antes las necesidades ajenas, piensa que no le corresponde, se queda frío, inconmovible, se desentiende.
Del adquirir muchas riquezas se sigue el afán de poseer más y más, y el corazón nunca está satisfecho, por eso busca por todos los medios, no importa si son buenos o malos, aumentar lo que tiene, nunca se sacia. Como dice el Eclesiastés: «el que ama el dinero, no se ve lleno de él». Por eso el avaro vive inquieto, inseguro, siempre tiene miedo. Esta inquietud, esta ansiedad por tener y tener puede llevar al avaro a la violencia y al engaño, con tal de conseguir lo que desea. Por otro lado, la mentira es la consecuencia lógica de aquel que desea conseguir por cualquier medio, lo que desea. Se mienten los esposos, los hijos a los padres, los empleados a sus jefes, los jefes a sus empleados, se miente en los negocios, los abogados a sus clientes, los clientes a sus abogados. Incluso la mentira puede llegar a estar afirmada por un perjurio, que es cuando se engaña jurando. Cuando esto va creciendo en el corazón, se puede llegar al fraude, que es cuando el engaño va acompañado de la acción. Por último, la traición se da cuando eso se dirige hacia una persona, como en el caso de Judas con Jesús, que fue capaz de entregarlo por unas monedas. Todo esto no es para mirar únicamente lo negativo, sino para que comprendamos porqué para Jesús el remedio a todos estos males es la generosidad y la conciencia de que cada día puede ser el último, y que no vale la pena acumular por acumular, como nos enseñaba la parábola del domingo.
En Algo del Evangelio de hoy, como Pedro, somos capaces de confesar la fe en Jesús y ayudar a que otros la descubran, y al mismo tiempo, o al instante, transformarnos en obstáculos para que otros crean en Él, porque nuestros pensamientos no siempre son los de Dios. Por más que creamos que Jesús es el Hijo de Dios, no siempre pensamos y sentimos como Él. Podemos ser obstáculos, podemos dejarnos llevar por nuestros pensamientos o el de los demás. Creer así nomás, diciéndolo sin despreciar, creen muchos… ahora…creer bien, como Jesús quiere, creen los que reciben el don de lo alto, del Padre, y son pocos. Los cristianos también vivimos a veces esta dualidad y luchamos día a día para no ser obstáculos de Jesús, para él y para los demás. No debe haber tristeza más grande para cualquiera de nosotros, por lo menos para mí, que alejar a alguien de Jesús por nuestro mal ejemplo, que alguien por vos y por mí se aleje del amor de Dios. Es un peso muy grande el que llevamos, y al mismo tiempo, es algo que no siempre depende de nosotros y por eso no debemos creer que todo depende de nosotros. Por más buenos y santos que seamos, muchas personas nos rechazarán, nos criticarán y no creerán, porque siempre encontrarán un porqué o una excusa para no creer. De la misma manera que le pasó a Jesús. No podemos pretender que lo que hacemos agrade y conforme a todos, no pretendamos nunca eso. Porque creer es un don que regala el Padre, no es algo que fabricamos ni imponemos nosotros. Nosotros, y también vos, solo somos un medio, un puente, pero que muchas veces puede romperse o simplemente los demás no lo quieren usar. Hay que conocer nuestra fe para amarla, hay que conocer que significa tener fe, hay que amar nuestra fe para conocerla mejor. No nos olvidemos que se cree por gracia de Dios y se responde por decisión propia.
Todo pecado o vicio, tiene, por decirlo de una manera, «hijas e hijos», pecados derivados. En el caso de la avaricia, se dice que son: la dureza de corazón, la inquietud, la violencia, la mentira, el perjurio, el fraude y la traición. Caemos en la avaricia cuando retenemos riquezas o cuando las adquirimos. Del retener riquezas, procede en primera medida, la dureza de corazón, porque se cierra a la compasión hacia los otros, en especial hacia los más necesitados. A los avaros se les endurece el corazón más y más, en la medida que retienen y no son generosos. Un avaro no se conmueve antes las necesidades ajenas, piensa que no le corresponde, se queda frío, inconmovible, se desentiende.
Del adquirir muchas riquezas se sigue el afán de poseer más y más, y el corazón nunca está satisfecho, por eso busca por todos los medios, no importa si son buenos o malos, aumentar lo que tiene, nunca se sacia. Como dice el Eclesiastés: «el que ama el dinero, no se ve lleno de él». Por eso el avaro vive inquieto, inseguro, siempre tiene miedo. Esta inquietud, esta ansiedad por tener y tener puede llevar al avaro a la violencia y al engaño, con tal de conseguir lo que desea. Por otro lado, la mentira es la consecuencia lógica de aquel que desea conseguir por cualquier medio, lo que desea. Se mienten los esposos, los hijos a los padres, los empleados a sus jefes, los jefes a sus empleados, se miente en los negocios, los abogados a sus clientes, los clientes a sus abogados. Incluso la mentira puede llegar a estar afirmada por un perjurio, que es cuando se engaña jurando. Cuando esto va creciendo en el corazón, se puede llegar al fraude, que es cuando el engaño va acompañado de la acción. Por último, la traición se da cuando eso se dirige hacia una persona, como en el caso de Judas con Jesús, que fue capaz de entregarlo por unas monedas. Todo esto no es para mirar únicamente lo negativo, sino para que comprendamos porqué para Jesús el remedio a todos estos males es la generosidad y la conciencia de que cada día puede ser el último, y que no vale la pena acumular por acumular, como nos enseñaba la parábola del domingo.
En Algo del Evangelio de hoy, como Pedro, somos capaces de confesar la fe en Jesús y ayudar a que otros la descubran, y al mismo tiempo, o al instante, transformarnos en obstáculos para que otros crean en Él, porque nuestros pensamientos no siempre son los de Dios. Por más que creamos que Jesús es el Hijo de Dios, no siempre pensamos y sentimos como Él. Podemos ser obstáculos, podemos dejarnos llevar por nuestros pensamientos o el de los demás. Creer así nomás, diciéndolo sin despreciar, creen muchos… ahora…creer bien, como Jesús quiere, creen los que reciben el don de lo alto, del Padre, y son pocos. Los cristianos también vivimos a veces esta dualidad y luchamos día a día para no ser obstáculos de Jesús, para él y para los demás. No debe haber tristeza más grande para cualquiera de nosotros, por lo menos para mí, que alejar a alguien de Jesús por nuestro mal ejemplo, que alguien por vos y por mí se aleje del amor de Dios. Es un peso muy grande el que llevamos, y al mismo tiempo, es algo que no siempre depende de nosotros y por eso no debemos creer que todo depende de nosotros. Por más buenos y santos que seamos, muchas personas nos rechazarán, nos criticarán y no creerán, porque siempre encontrarán un porqué o una excusa para no creer. De la misma manera que le pasó a Jesús. No podemos pretender que lo que hacemos agrade y conforme a todos, no pretendamos nunca eso. Porque creer es un don que regala el Padre, no es algo que fabricamos ni imponemos nosotros. Nosotros, y también vos, solo somos un medio, un puente, pero que muchas veces puede romperse o simplemente los demás no lo quieren usar. Hay que conocer nuestra fe para amarla, hay que conocer que significa tener fe, hay que amar nuestra fe para conocerla mejor. No nos olvidemos que se cree por gracia de Dios y se responde por decisión propia.