Miércoles 13 de julio + XV Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 25-27
Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Palabra del Señor.
Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Palabra del Señor.
Comentario Mateo 11, 25-27:
Creo que son muchísimas las veces que te he dicho esto, que te he comentado que el Evangelio también se comprende con la misma vida, que a veces las situaciones de cada día, lo que nos toca vivir y contemplar a lo largo de nuestro día; nos ayuda a comprender la Palabra.
Muchas veces lo que leemos en la Palabra nos ayuda a comprender la propia vida. Es así tenemos que andar atentos; la Palabra de Dios no sólo está escrita en la Biblia, sino que está escrita en los corazones de personas, está escrita en la creación, está escrita en lo que nos pasa...
Y por eso hoy te invito a que digas conmigo: «Te alabo Padre del cielo, Señor del cielo y de la tierra; porque has revelado estas cosas a los pequeños y se las has ocultado a los sabios y prudentes».
¡Sí, es verdad!, hay que estar atentos y descubrir cómo a veces los pequeños del mundo, los que a veces no son tenidos en cuenta, los que a veces nadie da nada por ellos; son los que más nos muestran la presencia de Dios en la vida, en cambio; aquellos que creen que se las saben todas no importa su condición social, su raza, pero aquellos que se creen «sabios y prudentes» son en donde menos se manifiesta Dios.
Y en la medida que nosotros nos hacemos pequeños; Dios se hace grande en nosotros, y cuando nos hacemos grandes, nos creemos los grandes; Dios no se deja mostrar.
Y me pasó algo estos días que me confirma esto y me lleno de alegría: se acercó a mí una adolescente de la parroquia que por diversas circunstancias había tenido que dejar su preparación a la Confirmación, y estaba triste porque en realidad en sus 15 años salió a trabajar, sí salió a trabajar para ayudar a su abuela, no tiene ni madre ni padre, y vive con su abuela pero ella deseaba ayudarla por supuesto, y deseaba también al mismo tiempo recibir la confirmación; tuvo que dejar su preparación y se acercó a mí para pedirme ayuda...
Yo le dije: ¿Te querés confirmar?
¡Sí! -me dijo-,
¿Y porqué te querés confirmar?:
Padre, -me dijo- ¡Yo deseo con todo mi corazón conocer más a Jesús!
Ella solamente estaba bautizada, me sorprendió; solamente bautizada y mirá con la claridad y con la sencillez que me decía algo que cualquiera de nosotros lo desearía tener en su corazón: «Quiero conocer a Jesús padre, quiero más... Yo a veces voy a la Confirmación a prepararme pero siento que es poco, yo quiero leer más la Palabra; padre, ¡yo no entiendo cómo no se dan cuenta que la Palabra tiene una fuerza que transforma los corazones!».
Yo me quedaba mirandola y no podía creer lo que estaba escuchando; le dije:
¿De dónde sacás eso?, ¿Cómo tenés eso tan lindo en el corazón?:
- «No sé padre, yo quiero más, y yo no quiero que la Confirmación sea para mí algo más..., quiero que se transforme en lo más importante de mi vida, y por eso me bajé una aplicación y trato de leer la Biblia todos los días»-
¿Les digo la verdad?: ¡no salía de mi asombro!, y en ese momento le dije: lo que me estás diciendo me alegra el corazón, me estás haciendo emocionar; y ella al mismo tiempo lloraba y a mí se me caía una lagrima.
¡Que increíble!, que una chica sencilla de un barrio perdido acá en el Gran Buenos Aires, un lugar donde nadie le da importancia, incluso ni socialmente es tenido en cuenta; esta chica «pequeña», pequeña para el mundo, solamente con el Bautismo tenía una claridad para desear la gracia de Dios mucho más grande que la que yo imaginaba y que la que uno puede tener.
¡Qué necios que somos a veces en la Iglesia! Y nosotros muchas veces ponemos trabas, impedimos, ¿no?; y sin embargo Dios se manifiesta, Jesús se revela a quien Él quiere y aunque nosotros pongamos trabas e impidamos que mucha gente se acerque a Dios; Jesús gracias, gracias a Dios, aunque parezca mentira Él se las ingenia para acercar cada día más personas a su corazón y al Padre...
«Te alabo Padre, te alabo Padre, Señor del cielo y la tierra, porque revelaste estas cosas a pequeños, a los perdidos del mundo, a los que nadie tiene en cuenta... Y me las has revelado a mí»
Creo que son muchísimas las veces que te he dicho esto, que te he comentado que el Evangelio también se comprende con la misma vida, que a veces las situaciones de cada día, lo que nos toca vivir y contemplar a lo largo de nuestro día; nos ayuda a comprender la Palabra.
Muchas veces lo que leemos en la Palabra nos ayuda a comprender la propia vida. Es así tenemos que andar atentos; la Palabra de Dios no sólo está escrita en la Biblia, sino que está escrita en los corazones de personas, está escrita en la creación, está escrita en lo que nos pasa...
Y por eso hoy te invito a que digas conmigo: «Te alabo Padre del cielo, Señor del cielo y de la tierra; porque has revelado estas cosas a los pequeños y se las has ocultado a los sabios y prudentes».
¡Sí, es verdad!, hay que estar atentos y descubrir cómo a veces los pequeños del mundo, los que a veces no son tenidos en cuenta, los que a veces nadie da nada por ellos; son los que más nos muestran la presencia de Dios en la vida, en cambio; aquellos que creen que se las saben todas no importa su condición social, su raza, pero aquellos que se creen «sabios y prudentes» son en donde menos se manifiesta Dios.
Y en la medida que nosotros nos hacemos pequeños; Dios se hace grande en nosotros, y cuando nos hacemos grandes, nos creemos los grandes; Dios no se deja mostrar.
Y me pasó algo estos días que me confirma esto y me lleno de alegría: se acercó a mí una adolescente de la parroquia que por diversas circunstancias había tenido que dejar su preparación a la Confirmación, y estaba triste porque en realidad en sus 15 años salió a trabajar, sí salió a trabajar para ayudar a su abuela, no tiene ni madre ni padre, y vive con su abuela pero ella deseaba ayudarla por supuesto, y deseaba también al mismo tiempo recibir la confirmación; tuvo que dejar su preparación y se acercó a mí para pedirme ayuda...
Yo le dije: ¿Te querés confirmar?
¡Sí! -me dijo-,
¿Y porqué te querés confirmar?:
Padre, -me dijo- ¡Yo deseo con todo mi corazón conocer más a Jesús!
Ella solamente estaba bautizada, me sorprendió; solamente bautizada y mirá con la claridad y con la sencillez que me decía algo que cualquiera de nosotros lo desearía tener en su corazón: «Quiero conocer a Jesús padre, quiero más... Yo a veces voy a la Confirmación a prepararme pero siento que es poco, yo quiero leer más la Palabra; padre, ¡yo no entiendo cómo no se dan cuenta que la Palabra tiene una fuerza que transforma los corazones!».
Yo me quedaba mirandola y no podía creer lo que estaba escuchando; le dije:
¿De dónde sacás eso?, ¿Cómo tenés eso tan lindo en el corazón?:
- «No sé padre, yo quiero más, y yo no quiero que la Confirmación sea para mí algo más..., quiero que se transforme en lo más importante de mi vida, y por eso me bajé una aplicación y trato de leer la Biblia todos los días»-
¿Les digo la verdad?: ¡no salía de mi asombro!, y en ese momento le dije: lo que me estás diciendo me alegra el corazón, me estás haciendo emocionar; y ella al mismo tiempo lloraba y a mí se me caía una lagrima.
¡Que increíble!, que una chica sencilla de un barrio perdido acá en el Gran Buenos Aires, un lugar donde nadie le da importancia, incluso ni socialmente es tenido en cuenta; esta chica «pequeña», pequeña para el mundo, solamente con el Bautismo tenía una claridad para desear la gracia de Dios mucho más grande que la que yo imaginaba y que la que uno puede tener.
¡Qué necios que somos a veces en la Iglesia! Y nosotros muchas veces ponemos trabas, impedimos, ¿no?; y sin embargo Dios se manifiesta, Jesús se revela a quien Él quiere y aunque nosotros pongamos trabas e impidamos que mucha gente se acerque a Dios; Jesús gracias, gracias a Dios, aunque parezca mentira Él se las ingenia para acercar cada día más personas a su corazón y al Padre...
«Te alabo Padre, te alabo Padre, Señor del cielo y la tierra, porque revelaste estas cosas a pequeños, a los perdidos del mundo, a los que nadie tiene en cuenta... Y me las has revelado a mí»
Y nos la revela a nosotros si estamos atentos, estate atento a los pequeños, a aquellos que nadie tiene en cuenta,
estate atento a los sencillos, a los pobres de corazón y a los pobres materialmente; porque ellos tienen mucha sabiduría en el corazón para enseñarnos.
Ojalá que aprendamos del Evangelio vivido, del Evangelio en la vida diaria, del Evangelio que vemos a cada paso; y ojalá nunca seamos «sabios y prudentes» que pongamos trabas a los demás para acercarse a Dios, que no seamos la «aduana» de la Iglesia; sino que seamos al contrario, canal vivo, instrumento vivo de la gracia de Dios que no para de manifestarse en el mundo, especialmente a los más pequeños.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre tu corazon y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
estate atento a los sencillos, a los pobres de corazón y a los pobres materialmente; porque ellos tienen mucha sabiduría en el corazón para enseñarnos.
Ojalá que aprendamos del Evangelio vivido, del Evangelio en la vida diaria, del Evangelio que vemos a cada paso; y ojalá nunca seamos «sabios y prudentes» que pongamos trabas a los demás para acercarse a Dios, que no seamos la «aduana» de la Iglesia; sino que seamos al contrario, canal vivo, instrumento vivo de la gracia de Dios que no para de manifestarse en el mundo, especialmente a los más pequeños.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre tu corazon y permanezca para siempre.
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P. Rodrigo Aguilar
Jueves 14 de julio + XV Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 28-30
Jesús tomó la palabra y dijo:
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Palabra del Señor.
Jesús tomó la palabra y dijo:
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 11, 28-30:
El samaritano se hizo «próximo» al hombre asaltado y golpeado, se hizo «prójimo» del hombre medio muerto. Todo lo demás es de algún modo accesorio, nuestra fe, nuestra vida y por lo que nos juzguen, será en definitiva eso, nuestra capacidad de hacernos próximos a los que sufren. ¿Alguien puede decir que no tiene frente a sus narices un corazón al que socorrer? ¿Alguien de nosotros puede decir que no tiene la capacidad para ser un buen samaritano?
Te propongo detenernos en tres momentos de Algo del Evangelio de hoy, tan cortito, pero tan lindo; no importa que sea corto, acordémonos que «una palabra del Señor bastará para sanarnos», la Palabra de Dios es viva y eficaz, siempre que la escuchamos con amor y apertura. Con sólo escuchar una palabra que el Señor nos quiera decir, Él puede tocar nuestro corazón y ayudarnos a caminar en este día, incluso durante toda la vida, porque su palabra nos traviesa el alma y jamás queda sin dar fruto cuando la deseamos, cuando buscamos su salvación.
Primero Jesús dice que vayamos a Él: "Vengan a mí». Nos invita a ir hacia Él, nos invita a darnos cuenta que de alguna manera todos tenemos aflicciones y agobios; por eso el punto de partida para ir a Jesús, es sentirse necesitado, sentirse con alguna aflicción o un agobio, es aceptar nuestra debilidad. Esto no quiere decir que tenemos que «buscar» sufrir, obviamente, lo sufrimientos están ahí, buscados o no, pero al mismo tiempo, debemos darnos cuenta que todos tenemos de alguna manera, algún sufrimiento que nos molesta en el alma. Esto que parece obvio, no lo es, porque hay en nuestro corazón una parte, un «ventrículo», para utilizar una imagen, que se resiste a la debilidad, hay algo en nosotros que no quiere reconocer la fragilidad, y lo que es peor, la tapa o la niega. A esto se le suma la cultura en la que vivimos, una cultura superficial que se goza por decir que «todo está bien», que vivimos solo para disfrutar, que la felicidad se alcanza por una búsqueda incansable de satisfacciones inmediatas y por supuesto, negando todo sufrimiento. Por estos días parece que es posible tapar todo, desean que anestesiemos los problemas, que no nos demos cuenta; y nosotros somos parte de esto, también nos «subimos» al tren del «pare de sufrir», al tren de evitar todo sacrificio y esfuerzo. Sin embargo… ¿Qué hombre puede decir que en algún momento de su vida evitará toda aflicción, todo agobio? ¿Qué cultura a lo largo del tiempo logró suprimir el sufrimiento humano? Es verdad que progresamos muchísimo en palear los dolores físicos de modos innumerables, en disminuir los sufrimientos que nos aquejan, pero ninguna cultura, ningún progreso científico logrará eliminarlos totalmente, porque en definitiva el mayor sufrimiento del corazón y que incluso nos hace doler el cuerpo, es la falta de amor, es amarnos mal entre nosotros, es herirnos por no amarnos.
Por ahí vos estás sufriendo en algún sentido, tal vez la pérdida de alguien, estás sufriendo tus propias debilidades, tus propios pecados, o el agobio de tu trabajo, de tu estudio, o te cuestan muchísimo las cosas, no encontrás salida a lo que buscás, no podés experimentar el amor de Dios, sufrís la falta de amor de tus hijos, de tu esposo o esposa, por ahí sufrís un error viejo que te marcó para siempre, las injusticias de los que te rodean, y así podemos enumerar infinidad de sufrimientos.
Bueno, vayamos a Jesús; Jesús nos dice: «Vengan a mí que yo los aliviaré», y ese ir a Jesús es buscarlo en su Palabra, en esto que estamos haciendo de escuchar su Palabra; es buscarlo también en la Eucaristía obviamente; buscarlo en la oración, en alguien que me escuche y que sea instrumento de Dios, es buscarlo entregándose en algún servicio, es ofrecer cada actividad del día, es perdonar al que nos ofendió, es entregarse a una causa noble, es dejar de quejarnos y ponernos a trabajar, es mirar para adelante y no revolver el pasado, es vivir el presente con lo que tiene, es confiar el futuro a su providencia.
El samaritano se hizo «próximo» al hombre asaltado y golpeado, se hizo «prójimo» del hombre medio muerto. Todo lo demás es de algún modo accesorio, nuestra fe, nuestra vida y por lo que nos juzguen, será en definitiva eso, nuestra capacidad de hacernos próximos a los que sufren. ¿Alguien puede decir que no tiene frente a sus narices un corazón al que socorrer? ¿Alguien de nosotros puede decir que no tiene la capacidad para ser un buen samaritano?
Te propongo detenernos en tres momentos de Algo del Evangelio de hoy, tan cortito, pero tan lindo; no importa que sea corto, acordémonos que «una palabra del Señor bastará para sanarnos», la Palabra de Dios es viva y eficaz, siempre que la escuchamos con amor y apertura. Con sólo escuchar una palabra que el Señor nos quiera decir, Él puede tocar nuestro corazón y ayudarnos a caminar en este día, incluso durante toda la vida, porque su palabra nos traviesa el alma y jamás queda sin dar fruto cuando la deseamos, cuando buscamos su salvación.
Primero Jesús dice que vayamos a Él: "Vengan a mí». Nos invita a ir hacia Él, nos invita a darnos cuenta que de alguna manera todos tenemos aflicciones y agobios; por eso el punto de partida para ir a Jesús, es sentirse necesitado, sentirse con alguna aflicción o un agobio, es aceptar nuestra debilidad. Esto no quiere decir que tenemos que «buscar» sufrir, obviamente, lo sufrimientos están ahí, buscados o no, pero al mismo tiempo, debemos darnos cuenta que todos tenemos de alguna manera, algún sufrimiento que nos molesta en el alma. Esto que parece obvio, no lo es, porque hay en nuestro corazón una parte, un «ventrículo», para utilizar una imagen, que se resiste a la debilidad, hay algo en nosotros que no quiere reconocer la fragilidad, y lo que es peor, la tapa o la niega. A esto se le suma la cultura en la que vivimos, una cultura superficial que se goza por decir que «todo está bien», que vivimos solo para disfrutar, que la felicidad se alcanza por una búsqueda incansable de satisfacciones inmediatas y por supuesto, negando todo sufrimiento. Por estos días parece que es posible tapar todo, desean que anestesiemos los problemas, que no nos demos cuenta; y nosotros somos parte de esto, también nos «subimos» al tren del «pare de sufrir», al tren de evitar todo sacrificio y esfuerzo. Sin embargo… ¿Qué hombre puede decir que en algún momento de su vida evitará toda aflicción, todo agobio? ¿Qué cultura a lo largo del tiempo logró suprimir el sufrimiento humano? Es verdad que progresamos muchísimo en palear los dolores físicos de modos innumerables, en disminuir los sufrimientos que nos aquejan, pero ninguna cultura, ningún progreso científico logrará eliminarlos totalmente, porque en definitiva el mayor sufrimiento del corazón y que incluso nos hace doler el cuerpo, es la falta de amor, es amarnos mal entre nosotros, es herirnos por no amarnos.
Por ahí vos estás sufriendo en algún sentido, tal vez la pérdida de alguien, estás sufriendo tus propias debilidades, tus propios pecados, o el agobio de tu trabajo, de tu estudio, o te cuestan muchísimo las cosas, no encontrás salida a lo que buscás, no podés experimentar el amor de Dios, sufrís la falta de amor de tus hijos, de tu esposo o esposa, por ahí sufrís un error viejo que te marcó para siempre, las injusticias de los que te rodean, y así podemos enumerar infinidad de sufrimientos.
Bueno, vayamos a Jesús; Jesús nos dice: «Vengan a mí que yo los aliviaré», y ese ir a Jesús es buscarlo en su Palabra, en esto que estamos haciendo de escuchar su Palabra; es buscarlo también en la Eucaristía obviamente; buscarlo en la oración, en alguien que me escuche y que sea instrumento de Dios, es buscarlo entregándose en algún servicio, es ofrecer cada actividad del día, es perdonar al que nos ofendió, es entregarse a una causa noble, es dejar de quejarnos y ponernos a trabajar, es mirar para adelante y no revolver el pasado, es vivir el presente con lo que tiene, es confiar el futuro a su providencia.
Ir a Jesús, ir a Jesús; eso es lo que nos tiene que quedar hoy en el corazón.
El segundo tema que podemos reflexionar, es que el Señor nos invita a «aprender» de Él: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón», paciente y humilde de corazón; esa es la gran virtud que el Señor nos invita a imitar en su vida. Aprender de su humildad, aprender de la humildad que nos impide creernos que podemos dominar todo y podemos controlarlo todo, eso nos alivia; aprender de su paciencia que nos ayuda a no enojarnos continuamente contra la realidad, entonces eso nos alivia y no nos aflige. La paciencia y la humildad son las virtudes que nos ayudan a encontrar alivio. Busquemos el alivio de Jesús; pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo, yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga de arriba únicamente; tengo que ser paciente y humilde de corazón.
Porque — y ahí viene el tercer tema— «su yugo es suave y su carga liviana». Jesús nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario; nos propone una carga «distinta», no la carga que me invento yo por mis propias exigencias, esa carga que me pesa porque yo soy el que armo mi vida; sino la carga que me pone Él, que en definitiva es la carga de la paciencia y de la humildad. Ser paciente y humilde es un yugo, es algo que tenemos que cargar sobre nosotros y hacer un esfuerzo para alcanzarla, pero al mismo tiempo, es lo que nos da alivio. Nos da la paz. Sólo el paciente y humilde tiene paz. Es la sabiduría de saber que todo está en sus manos.
Bueno... Ojalá que este día podamos sentirnos aliviados de nuestros agobios y sufrimientos, buscando descanso en Él, buscándolo solo Él.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
El segundo tema que podemos reflexionar, es que el Señor nos invita a «aprender» de Él: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón», paciente y humilde de corazón; esa es la gran virtud que el Señor nos invita a imitar en su vida. Aprender de su humildad, aprender de la humildad que nos impide creernos que podemos dominar todo y podemos controlarlo todo, eso nos alivia; aprender de su paciencia que nos ayuda a no enojarnos continuamente contra la realidad, entonces eso nos alivia y no nos aflige. La paciencia y la humildad son las virtudes que nos ayudan a encontrar alivio. Busquemos el alivio de Jesús; pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo, yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga de arriba únicamente; tengo que ser paciente y humilde de corazón.
Porque — y ahí viene el tercer tema— «su yugo es suave y su carga liviana». Jesús nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario; nos propone una carga «distinta», no la carga que me invento yo por mis propias exigencias, esa carga que me pesa porque yo soy el que armo mi vida; sino la carga que me pone Él, que en definitiva es la carga de la paciencia y de la humildad. Ser paciente y humilde es un yugo, es algo que tenemos que cargar sobre nosotros y hacer un esfuerzo para alcanzarla, pero al mismo tiempo, es lo que nos da alivio. Nos da la paz. Sólo el paciente y humilde tiene paz. Es la sabiduría de saber que todo está en sus manos.
Bueno... Ojalá que este día podamos sentirnos aliviados de nuestros agobios y sufrimientos, buscando descanso en Él, buscándolo solo Él.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Viernes 15 de julio + XV Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 12, 1-8
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado».
Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».
Palabra del Señor.
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado».
Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 12, 1-8:
Me pregunto a veces ¿Qué hacemos en la Iglesia que nos olvidamos de ser buenos samaritanos? ¿Qué hacemos que olvidamos que por lo único que seremos juzgados es por el amor, por la compasión que pudimos tener y sembrar en los demás? La misión de la Iglesia, la tuya y la mía, es la de vivir como Jesús, hacer lo mismo que Él, con nuestro modo, con nuestro carisma, con nuestra forma de ser, pero lo mismo que Él. La Iglesia no tiene otra razón de ser que, la de continuar su obra en el mundo; predicar, sanar por los sacramentos y amar con su mismo amor, como Él nos amó. Esa es la razón de la existencia de cualquier comunidad cristiana, de cualquier movimiento o congregación, de cualquier grupo, estamos para eso, ¡todos! Nunca debemos perder este horizonte, no nos puede pasar lo del sacerdote y el levita del Evangelio del domingo que pasaron de largo y se olvidaron de que el culto a Dios es necesario, pero cuando redunda en amor concreto hacia los demás, cuando no nos quita o anestesia la compasión que debemos tener, por los más descartados de la sociedad. Me surgen algunas preguntas que nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra tarea en la Iglesia, sobre el modo de evangelizar. ¿No será que en vez de darle a los que vienen a buscarnos, o a los que buscamos para ayudar, lo que necesitan, les damos lo que nosotros creemos que es mejor, sin percibir sus búsquedas? ¿No será que por darle algo, los privamos del mejor tesoro que tenemos que es el amor de Jesús? Es para cuestionarse. ¿No será que muchas veces estamos «adentro» de las cuatro paredes de los templos tan apoltronados, tan cómodos de estar con Jesús, que no tenemos sensibilidad para saber que cada persona es un mundo y es distinta, y a cada una hay que amarla y escucharla como si fuera la única? ¡Que Jesús nos siga ayudando a comportarnos como samaritanos, haciéndonos prójimos de los que más nos necesitan!
Dice Algo del Evangelio de hoy: «Yo quiero misericordia y no sacrificios» ... Si comprendiéramos lo que significa esto, no condenaríamos ni para un lado ni para el otro. Creo que esto es a lo que hoy nos quiere invitar Jesús: ¡Cuidado con el fariseísmo que nos hace olvidar de lo esencial! El fariseísmo es un virus escondido que de alguna manera tenemos todos. El fariseísmo me parece que puede tomar dos formas: por un lado, la «rigidez» que es el que más conocemos, es el más difundido, pero el «cualquierismo» también, porque de las dos maneras podemos caer en el fariseísmo; o sea en esa actitud de estar buscando como decimos a veces «la quinta pata al gato», buscando qué criticar, buscando qué ver en el otro, en los demás, qué ver en mi familia, qué ver en la Iglesia, en ese u otro sacerdote, en esto que se hizo o en lo que no se hizo. Ese fariseísmo que puede llevar —como dije recién— a la «rigidez» de plantarse en una posición, de criticar, de juzgar continuamente; de mirar toda la realidad con mis anteojos y pensar que todo tiene que ser como pienso yo. Jesús hoy calla a los fariseos de una manera admirable, les enseña a leer bien la Palabra de Dios; porque también la Palabra de Dios se puede interpretar para donde queremos, la puedo usar para mi provecho. De la Palabra de Dios puede salir cualquier cosa, si no sabemos interpretarla. Y el «cualquierismo» es esa actitud, de pensar que da lo mismo todo, y finalmente la ley es «mi propia ley», es lo que yo pienso que se tiene que hacer, y se hace de la manera que a mí me parece, sin respetar que estamos en una comunidad.
«Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes». Estas palabras también vuelven a resonar en mi corazón y en el de tantos miembros de la Iglesia de la Misericordia. Quiero que resuenen, es el día para que resuenen. Somos la Iglesia de Jesús y Jesús es Misericordia, por eso somos y debemos actuar, como la Iglesia de la Misericordia.
Imaginá si todos saliéramos hoy a buscar a alguien que se alejó por culpa nuestra, por falta de misericordia.
Me pregunto a veces ¿Qué hacemos en la Iglesia que nos olvidamos de ser buenos samaritanos? ¿Qué hacemos que olvidamos que por lo único que seremos juzgados es por el amor, por la compasión que pudimos tener y sembrar en los demás? La misión de la Iglesia, la tuya y la mía, es la de vivir como Jesús, hacer lo mismo que Él, con nuestro modo, con nuestro carisma, con nuestra forma de ser, pero lo mismo que Él. La Iglesia no tiene otra razón de ser que, la de continuar su obra en el mundo; predicar, sanar por los sacramentos y amar con su mismo amor, como Él nos amó. Esa es la razón de la existencia de cualquier comunidad cristiana, de cualquier movimiento o congregación, de cualquier grupo, estamos para eso, ¡todos! Nunca debemos perder este horizonte, no nos puede pasar lo del sacerdote y el levita del Evangelio del domingo que pasaron de largo y se olvidaron de que el culto a Dios es necesario, pero cuando redunda en amor concreto hacia los demás, cuando no nos quita o anestesia la compasión que debemos tener, por los más descartados de la sociedad. Me surgen algunas preguntas que nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra tarea en la Iglesia, sobre el modo de evangelizar. ¿No será que en vez de darle a los que vienen a buscarnos, o a los que buscamos para ayudar, lo que necesitan, les damos lo que nosotros creemos que es mejor, sin percibir sus búsquedas? ¿No será que por darle algo, los privamos del mejor tesoro que tenemos que es el amor de Jesús? Es para cuestionarse. ¿No será que muchas veces estamos «adentro» de las cuatro paredes de los templos tan apoltronados, tan cómodos de estar con Jesús, que no tenemos sensibilidad para saber que cada persona es un mundo y es distinta, y a cada una hay que amarla y escucharla como si fuera la única? ¡Que Jesús nos siga ayudando a comportarnos como samaritanos, haciéndonos prójimos de los que más nos necesitan!
Dice Algo del Evangelio de hoy: «Yo quiero misericordia y no sacrificios» ... Si comprendiéramos lo que significa esto, no condenaríamos ni para un lado ni para el otro. Creo que esto es a lo que hoy nos quiere invitar Jesús: ¡Cuidado con el fariseísmo que nos hace olvidar de lo esencial! El fariseísmo es un virus escondido que de alguna manera tenemos todos. El fariseísmo me parece que puede tomar dos formas: por un lado, la «rigidez» que es el que más conocemos, es el más difundido, pero el «cualquierismo» también, porque de las dos maneras podemos caer en el fariseísmo; o sea en esa actitud de estar buscando como decimos a veces «la quinta pata al gato», buscando qué criticar, buscando qué ver en el otro, en los demás, qué ver en mi familia, qué ver en la Iglesia, en ese u otro sacerdote, en esto que se hizo o en lo que no se hizo. Ese fariseísmo que puede llevar —como dije recién— a la «rigidez» de plantarse en una posición, de criticar, de juzgar continuamente; de mirar toda la realidad con mis anteojos y pensar que todo tiene que ser como pienso yo. Jesús hoy calla a los fariseos de una manera admirable, les enseña a leer bien la Palabra de Dios; porque también la Palabra de Dios se puede interpretar para donde queremos, la puedo usar para mi provecho. De la Palabra de Dios puede salir cualquier cosa, si no sabemos interpretarla. Y el «cualquierismo» es esa actitud, de pensar que da lo mismo todo, y finalmente la ley es «mi propia ley», es lo que yo pienso que se tiene que hacer, y se hace de la manera que a mí me parece, sin respetar que estamos en una comunidad.
«Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes». Estas palabras también vuelven a resonar en mi corazón y en el de tantos miembros de la Iglesia de la Misericordia. Quiero que resuenen, es el día para que resuenen. Somos la Iglesia de Jesús y Jesús es Misericordia, por eso somos y debemos actuar, como la Iglesia de la Misericordia.
Imaginá si todos saliéramos hoy a buscar a alguien que se alejó por culpa nuestra, por falta de misericordia.
Ojalá, y Dios lo quiere, ojalá que vayamos a buscar entre todos, a todos los que alejamos por no «saber» lo que es la misericordia. Como los fariseos de esa época nos puede pasar, porque la historia se repite, porque por no comprender la Palabra de Dios, por no comprender lo que es misericordia, hayamos condenado a muchos inocentes. Jesús nos libre de eso. El día que comprendamos lo que es la misericordia nos morderemos la lengua antes de hablar de otros, nos martillaríamos la cabeza antes de juzgar con el pensamiento, nos arrancaríamos el corazón antes de sentenciar sentimientos ajenos. A veces necesitamos que Jesús nos mande otra vez, al jardín de infantes y aprendamos lo más básico de nuestra fe, lo más esencial del Evangelio, que por ser lo más esencial, lo dejamos olvidado en un cajón o en el fondo del corazón, sin querer o queriendo. «Jesús, paciente y humilde de corazón, seguí teniéndonos paciencia, somos duros y soberbios, no terminamos de entender muchas veces tus palabras. Tené un día más de paciencia con nosotros Jesús, y no permitas que juzguemos a nadie».
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Sábado 16 de julio + XV sábado durante al año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 12, 14-21
En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.
Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
Palabra del Señor.
En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.
Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:
Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
Palabra del Señor.
Comentario Mateo 12, 14-21
¿Pensaste alguna vez o en estos días lo importante que es empezar el día escuchando la Palabra de Dios? ¿Pensaste qué diferencia existe cuando uno empieza el día tratando de escuchar algo de lo que Dios nos quiere decir? Hoy es un día en el que Dios nos regala el poder escucharlo, mientras algunos disfrutan un poco de descanso; otros tendrán que trabajar, pero al mismo tiempo, disfrutando de las cosas que Dios nos va a presentar en este día.
Y para eso, como me dijeron una vez con una frase muy linda: «uno abre los oídos a quien primero abre el corazón». Entonces para abrir nuestros oídos a Jesús y escucharlo verdaderamente: ¡abramos el corazón!, démonos cuenta de la importancia que tiene escuchar a Dios, en su Palabra.
Vamos al resumen de estos días:
El lunes decíamos que solo amando a Jesús primero y más, podremos amar a nuestras familias plenamente y ser felices en serio. Mientras tanto los amores compiten, cuando en realidad el de Jesús potencia todo lo demás. Esto solo lo comprende el que se siente discípulo, el que lo sigue seriamente, por eso hoy Jesús les habla a sus discípulos, decíamos más cercanos, esto digamos así, no es para cualquiera, es para el que lo descubrió como el amor de su vida. Solo una enamorada o un enamorado de Jesús, sólo el que fue tocado por su gracia, puede decir con total naturalidad y sin escrúpulos: «Yo amo más a Jesús que a mi padre, que, a mi madre, que a mis hijos y eso me hace más feliz» «Y por amar más a Jesús no quiere decir que amo menos a mi familia, sino que, los amo mejor, como Él quiere». Solo un enamorado en serio es capaz de que no le importen las críticas ajenas o incluso el ser dejado de lado por un familiar, por el hecho de amar a Jesús con todo el corazón.
El martes nos resultaba raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo. Sin embargo, los hay y no lo podemos ocultar y callar, Jesús los hizo y sería de necios esquivar estas palabras de Algo del Evangelio de hoy. ¿Qué hago como predicador?, decía. ¿Me pongo a hablar de otra cosa? Prefiero hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos. A todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio andemos pensando que se refiere a otros, andar buscando a quien le cabe bien lo que dice Jesús. A todos, siempre, la palabra de Dios nos dice algo.
Dios no se puede revelar al que es «sabio y prudente» según el mundo, afirmábamos el miércoles, no porque no quiera, sino porque no puede, no puede darse a quien cree que no tiene nada para recibir. Según el mundo me refiero a aquellos que creen que la sabiduría es «saber cosas», tener una acumulación de información, ser como el Google, que ponemos lo que necesitamos y nos lo dice en al acto, ¡no!, esos no son los sabios según el Evangelio; sino que es sabio el que siempre está abierto a más, el que siempre se reconoce que todo no lo sabe, y que acepta que el saber no pasa por ser certero y emitir juicios para todos; sino al contrario, que tiene que ver con aprender a escuchar y darnos cuenta que la verdad es algo que vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida y que nunca la terminamos de aprender, de amar; sino que la verdad es algo a lo que siempre tenemos que estar abiertos y estar dispuestos a seguir creciendo…
El jueves descubríamos que la paciencia y la humildad son las virtudes que nos ayudan a encontrar alivio. Busquemos el alivio de Jesús; pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo, yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga de arriba únicamente; tengo que ser paciente y humilde de corazón. Porque «su yugo es suave y su carga liviana». Jesús nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario; nos propone una carga «distinta», no la carga que yo mismo me invento, esa carga que me pesa porque yo soy el que armo mi vida, porque soy el centro de mi vida; sino la carga que me pone Él, que en definitiva es la carga de la paciencia y de la humildad, la del amor.
¿Pensaste alguna vez o en estos días lo importante que es empezar el día escuchando la Palabra de Dios? ¿Pensaste qué diferencia existe cuando uno empieza el día tratando de escuchar algo de lo que Dios nos quiere decir? Hoy es un día en el que Dios nos regala el poder escucharlo, mientras algunos disfrutan un poco de descanso; otros tendrán que trabajar, pero al mismo tiempo, disfrutando de las cosas que Dios nos va a presentar en este día.
Y para eso, como me dijeron una vez con una frase muy linda: «uno abre los oídos a quien primero abre el corazón». Entonces para abrir nuestros oídos a Jesús y escucharlo verdaderamente: ¡abramos el corazón!, démonos cuenta de la importancia que tiene escuchar a Dios, en su Palabra.
Vamos al resumen de estos días:
El lunes decíamos que solo amando a Jesús primero y más, podremos amar a nuestras familias plenamente y ser felices en serio. Mientras tanto los amores compiten, cuando en realidad el de Jesús potencia todo lo demás. Esto solo lo comprende el que se siente discípulo, el que lo sigue seriamente, por eso hoy Jesús les habla a sus discípulos, decíamos más cercanos, esto digamos así, no es para cualquiera, es para el que lo descubrió como el amor de su vida. Solo una enamorada o un enamorado de Jesús, sólo el que fue tocado por su gracia, puede decir con total naturalidad y sin escrúpulos: «Yo amo más a Jesús que a mi padre, que, a mi madre, que a mis hijos y eso me hace más feliz» «Y por amar más a Jesús no quiere decir que amo menos a mi familia, sino que, los amo mejor, como Él quiere». Solo un enamorado en serio es capaz de que no le importen las críticas ajenas o incluso el ser dejado de lado por un familiar, por el hecho de amar a Jesús con todo el corazón.
El martes nos resultaba raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo. Sin embargo, los hay y no lo podemos ocultar y callar, Jesús los hizo y sería de necios esquivar estas palabras de Algo del Evangelio de hoy. ¿Qué hago como predicador?, decía. ¿Me pongo a hablar de otra cosa? Prefiero hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos. A todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio andemos pensando que se refiere a otros, andar buscando a quien le cabe bien lo que dice Jesús. A todos, siempre, la palabra de Dios nos dice algo.
Dios no se puede revelar al que es «sabio y prudente» según el mundo, afirmábamos el miércoles, no porque no quiera, sino porque no puede, no puede darse a quien cree que no tiene nada para recibir. Según el mundo me refiero a aquellos que creen que la sabiduría es «saber cosas», tener una acumulación de información, ser como el Google, que ponemos lo que necesitamos y nos lo dice en al acto, ¡no!, esos no son los sabios según el Evangelio; sino que es sabio el que siempre está abierto a más, el que siempre se reconoce que todo no lo sabe, y que acepta que el saber no pasa por ser certero y emitir juicios para todos; sino al contrario, que tiene que ver con aprender a escuchar y darnos cuenta que la verdad es algo que vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida y que nunca la terminamos de aprender, de amar; sino que la verdad es algo a lo que siempre tenemos que estar abiertos y estar dispuestos a seguir creciendo…
El jueves descubríamos que la paciencia y la humildad son las virtudes que nos ayudan a encontrar alivio. Busquemos el alivio de Jesús; pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo, yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga de arriba únicamente; tengo que ser paciente y humilde de corazón. Porque «su yugo es suave y su carga liviana». Jesús nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario; nos propone una carga «distinta», no la carga que yo mismo me invento, esa carga que me pesa porque yo soy el que armo mi vida, porque soy el centro de mi vida; sino la carga que me pone Él, que en definitiva es la carga de la paciencia y de la humildad, la del amor.
Ser paciente y humilde es un yugo, es algo que tenemos que cargar sobre nosotros y hacer un esfuerzo para ser pacientes y humildes; pero al mismo tiempo es lo que nos da alivio. Nos da la paz. Sólo el paciente y humilde tiene paz. Esta es la «paradoja», las dos caras de la misma moneda de la invitación de Jesús.
Y ayer, viernes nos alegrábamos con que Jesús nos deje el remedio de la Misericordia: «Yo quiero misericordia y no sacrificios» ¿A qué se refería Jesús? No se refiere a que no hagamos obras por amor —eso sería un sacrificio—; sino, se está refiriendo a los sacrificios de animales que hacían los judíos y que creían que con eso agradaban a Dios y por eso, no hacía falta un corazón arrepentido. Para que el sacrificio exterior sea auténtico tiene que estar acompañado de lo espiritual, de lo interior; o sea, Jesús no va en contra de la entrega amorosa; de lo que va en contra es de los «sepulcros blanqueados», de ese pensamiento de que nos vamos a salvar por hacer cosas que salen de nosotros, de nuestro propio esfuerzo.
Jesús quiere antes que nada la misericordia, ese es el gran sacrificio que nos exige: la Misericordia; la misericordia para conmigo mismo, la misericordia para con los demás, para con todo lo que me rodea, para la realidad... ¡Misericordia! ¡Misericordia!, pidamos eso hoy: ¡Tener misericordia! Una canción muy linda, que recuerda unas palabras de Santa Teresita dice: «lo que agrada a Dios de mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia»…
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Y ayer, viernes nos alegrábamos con que Jesús nos deje el remedio de la Misericordia: «Yo quiero misericordia y no sacrificios» ¿A qué se refería Jesús? No se refiere a que no hagamos obras por amor —eso sería un sacrificio—; sino, se está refiriendo a los sacrificios de animales que hacían los judíos y que creían que con eso agradaban a Dios y por eso, no hacía falta un corazón arrepentido. Para que el sacrificio exterior sea auténtico tiene que estar acompañado de lo espiritual, de lo interior; o sea, Jesús no va en contra de la entrega amorosa; de lo que va en contra es de los «sepulcros blanqueados», de ese pensamiento de que nos vamos a salvar por hacer cosas que salen de nosotros, de nuestro propio esfuerzo.
Jesús quiere antes que nada la misericordia, ese es el gran sacrificio que nos exige: la Misericordia; la misericordia para conmigo mismo, la misericordia para con los demás, para con todo lo que me rodea, para la realidad... ¡Misericordia! ¡Misericordia!, pidamos eso hoy: ¡Tener misericordia! Una canción muy linda, que recuerda unas palabras de Santa Teresita dice: «lo que agrada a Dios de mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia»…
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y permanezca para siempre.
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