Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Este mundo parece estar lleno de «lobos», lleno de dificultades, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en el mundo, en la misma Iglesia; en nuestro propio corazón, a veces tenemos un «lobo» en nuestro interior, que quiere boicotear todo lo bueno que tenemos, todo lo lindo que queremos hacer.
Y bueno, en medio de esas situaciones tenemos que ser pacientes y ser «ovejas», ser mansos; y también ser astutos como serpientes. Que esta semana hayamos experimentado en nuestra vida todos los consejos que Jesús nos enseñó y, particularmente hayamos renovado nuestro compromiso sincero de ser sus apóstoles.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Domingo 10 de Julio + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 25-37

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?».
Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».
Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
«Has respondido exactamente, –le dijo Jesús–; obra así y alcanzarás la vida».
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?».
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?».
«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.
Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 10, 25-37:

¿Te diste cuenta que el Evangelio, en realidad, es mucho más simple de lo que a veces imaginamos? ¿Te diste cuenta que, en realidad, nosotros somos los que complicamos las palabras del Evangelio o a veces las cambiamos o edulcoramos? ¿Nos damos cuenta de que Jesús en sus palabras y en sus explicaciones es mucho más simple de lo que a veces parece a simple vista? En Algo del Evangelio de hoy, esta parábola con la que Jesús le responde a este doctor de la Ley, es un claro ejemplo de esto que quiero transmitir hoy.
La pregunta de Jesús es sencilla, y va al meollo de la cuestión, va a la médula: ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo de ese hombre que fue asaltado, golpeado y dejado medio muerto? Y este hombre, el doctor termina respondiendo con simpleza, con sentido común, como debería responder cualquier persona de buena voluntad: «El que tuvo compasión de él», el que tuvo misericordia, en definitiva, el que supo frenar. Por eso podríamos decir que Jesús termina respondiendo también con sentido común y simpleza, nos termina diciendo a todos: «Ve, y procede tú de la misma manera». Este es el mensaje central de la escena de hoy, en realidad de todo el Evangelio, de toda la Buena Noticia en su totalidad, no hay muchas vueltas, aunque, como dije, a veces nosotros se las encontremos.
Vos y yo también nos preguntamos muchas veces qué debemos hacer, cómo debemos actuar, quién es nuestro prójimo, cómo heredamos la Vida eterna, cuándo llegaremos al cielo. ¿Quién es el prójimo en nuestra vida? ¿Quién es el prójimo? Finalmente, y sencillamente es el que nos encontramos en nuestro camino, el que nos mueve a compasión o el que nos invita a movernos a compasión, el que nos mueve el corazón y al cual le ofrecemos nuestra ayuda, le ofrecemos nuestro corazón.
Pero para dar ese paso, lo primero que deberíamos experimentar, es que Jesús es nuestro buen Samaritano, es el gran personaje de la parábola de hoy. Él, con mayúscula es Jesús, y por eso Él puede pedirnos y pedirte que vayamos, que «vayas y hagas lo mismo». Acordémonos que Jesús nunca pide nada que antes no haya hecho él mismo por vos y por mí; no exige nada que antes no nos haya dado como don. No nos puede pedir algo que no nos haya dado antes, no puede pedir nada que en el fondo sea ajeno a nuestro corazón, y nuestro corazón en el fondo está creado para dar amor y pide amor también.
Él se acercó a vos y a mí, a toda la humanidad. Se hizo cargo y nos cargó sobre su montura, sobre sus hombros, nos vendó las heridas, se encargó de que estemos bien y, por si fuera poco, pagó por vos y por mí. Jesús es el gran y el buen Samaritano. El mandamiento del amor no está lejos nuestro, está en nuestro corazón en la medida en que percibimos esta realidad que a veces se nos hace un poco «escurridiza». ¿A qué realidad me refiero? Que vos y yo somos el hombre también al costado del camino, o alguna vez lo fuimos, débiles y golpeados por la vida, que a veces se hace dura por el pecado, por los sufrimientos, por tantas cosas que vivimos. Hay que descubrir el don de haber sido rescatados del costado del camino, para vivir lo que Jesús manda; si no, no deja de ser algo más que está fuera de nosotros.
¿Cuántos samaritanos buenos pasaron por nuestras vidas? Pensemos en eso, nuestros padres, hermanos, tíos, familiares, madrina, padrino, amigos, desconocidos. ¿Cuántos se hicieron cargo de nosotros cuando no andábamos bien, cuando sufrimos, cuando lloramos, cuando caímos por el pecado, cuando estuvimos en algún vicio, cuando nos encontrábamos sin rumbo? Bueno, ese también era Jesús, el Buen Samaritano, con mayúscula, que se hace pequeño, se hace un pequeño samaritano para cada día y para cada una de nuestras vidas, en cada gesto de amor recibido por otros, que nos anima a seguir; de tantas personas que nos ayudan.
Recuerdo cuando una persona me contó que pensó en quitarse la vida porque estaba deprimido, y se puso al costado del tren para tirarse cuando pase; y cuando estaba por hacerlo, alguien lo tomó de la espalda, lo trajo para atrás y le dijo: «¿Qué haces?». No lo conocía, se hizo prójimo, lo salvó, y él enojado con Dios decía que Dios no lo ayudaba. Yo trataba de mostrarle que ese había sido Dios, que había utilizado un hombre desconocido para salvarlo. Ese es Jesús. ¡Hagamos lo mismo! Todos podemos ser buenos samaritanos los unos de los otros. Para eso estamos, para hacernos cercanos, para dejar de pasar de largo cada día ante nuestra familia, ante los que tenemos alrededor, ante los desconocidos, ante los compañeros de trabajo. Ahí está nuestro prójimo, en el que nos necesita. Sí, es verdad, la caridad organizada en la Iglesia es muy necesaria, y hay que hacerla, pero también tenemos que vivir de la caridad diaria y espontánea, sin propaganda, sin publicaciones, sin muchos «me gusta», sin fotos. Debemos hacernos «prójimo» de los que nos necesitan. Jesús, Buen Samaritano danos la gracia de hacernos también como vos: cercanos a los que andan caídos por el camino, como vos te hiciste cercano a nosotros, como vos lo haces cada día.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios Padre, que es misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 11 de julio + XV Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 34-11, 1

Jesús dijo a sus apóstoles:
«No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 34-11, 1:

Comenzamos una nueva semana, para agradecer, para seguir aprendiendo, para llenarnos de entusiasmo y de gozo al experimentar que Jesús sigue estando con nosotros y estará con nosotros siempre, hasta el fin, como Él lo prometió. Él nos sigue guiando día a día por medio de su palabra, por medio de su Iglesia y sus pastores, por medio de la oración, por medio de los que nos rodean. Quería contarte algo. El otro día antes de empezar los bautismos en la parroquia, me puse a conversar con unas pequeñitas que eran parientes de una de las niñas que tenía bautizar, y les pregunté si estaban bautizadas, tenían entre ocho y nueve años… me dijeron que sí, pero una de ellas me dijo algo maravilloso que quería contarte: Me dijo: «Si padre, estoy bautizada, pero yo quiero conocer más a Diosito». Me dio tanta ternura, que tuve ganas de ser niño como ella, me acordé de lo que dice Jesús, que hay que hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Te propongo que podamos pedirle a «Diosito», como decía esa niña, que tengamos esas ganas, esos deseos de conocerlo, de amarlo y de seguirlo, porque como decía el salmo de ayer: «Busquen al Señor y vivirán», debemos buscarlo a Él para vivir, para vivir mejor.
Por eso levantate hoy con ganas de más, con ganas de seguir escuchando, de seguir enriqueciéndote, de seguir amando, nos queda mucho por recorrer. No todo se comprende de un día para el otro, no se comprende todo de golpe, no se comprende todo por comprender algo chiquito, no seamos impacientes. Sigamos el camino que nos propone Jesús, el del evangelio de ayer, domingo, en donde claramente nos enseñaba quién es nuestro prójimo, o mejor dicho nos enseñaba a «hacernos prójimos» de los otros, de los tirados al borde del camino, esos que el mundo desprecia, o incluso a veces dentro de la Iglesia nosotros no prestamos la atención adecuada. Era dura la parábola de ayer, era directa y concreta… ni el sacerdote, ni el levita tuvieron compasión, esos que deberían haberla tenido, pasaron de largo, sin embargo, un samaritano, uno de esos que los judíos despreciaban, fue el que cumplió el mandato de Dios, el mandato del amor. Para seguir rezando esta semana.
De hace unos días alguien me dijo algo así: «Padre, ahora voy comprendiendo de a poco, los evangelios que desde hace unas semanas no entendí ahora los entiendo, ahora con estos que siguen los empecé a comprender» ¡Sí es así! Lo que pasa es que muchas veces somos ansiosos y superficiales. Decía la primera lectura de ayer: «la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques» La palabra se va comprendiendo en la medida que se la practica y se la practica en la medida que se la va comprendiendo! ¡Ah, decimos a veces, ahora entiendo! ¿Cuántas veces nos pasó eso? Por eso no te canses. No nos cansemos de escuchar y profundizar.
Algo del Evangelio de hoy, es para comprender a lo largo de la semana, o mejor dicho a lo largo de la vida. Asusta, pero es así. Jesús es todo y pide todo, no por capricho, no por caprichoso, sino por nuestro bien, para nuestra felicidad. Porque solo amando a Jesús más y primero, podremos amar a nuestras familias plenamente y ser felices en serio. Mientras tanto los amores compiten, cuando en realidad el de Jesús potencia todo lo demás. Esto solo lo comprende el que se siente discípulo, el que lo sigue seriamente, por eso hoy Jesús les habla a sus discípulos, no es para cualquiera, es para el que lo descubrió como el amor de su vida. Solo una enamorada o un enamorado de Jesús, sólo el que fue tocado por su gracia, puede decir con total naturalidad y sin culpa: «Yo amo más a Jesús que a mi padre, que, a mi madre, que a mis hijos» Y por amar más a Jesús no quiero decir que no amo más a mi familia, sino que los amo mejor, como Él quiere. No te asustes si no te sale decir semejantes palabras, no te asustes si todavía no amás más a Jesús que a tus seres queridos. La fe y al amor a Jesús son un camino. Falta mucho por recorrer, nos falta un largo trecho. Hay que tenerse paciencia a uno mismo.
No te olvides de la paciencia, no nos olvidemos de la paciencia. Si amás a Jesús más que a todos, si amamos a Jesús más que a todos, no nos impacientemos ni nos enojemos con los que no comprenden, ya tenemos todo, los otros todavía les falta descubrirlo. Sigamos en este camino, no aflojemos. Sigamos caminando de la mano de Jesús que siempre nos anima y nos alienta a estar con Él, a escuchar su palabra, a querer conocerlo más. «Diosito» ayudanos hoy a desear conocerte y amarte más.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 12 de julio + XV Martes durante el año. † Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 20-24

Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 11, 20-24:

El doctor de la ley que le preguntó a Jesús qué era lo que tenía que hacer para heredar la vida eterna, en realidad, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, solo intentaba poner a prueba a Jesús, para ver qué le contestaba, pero en el fondo, jamás pensó que el Maestro iba a responderle con una parábola para dejarlo «boquiabierto», fue demasiada sabiduría para un doctor, para alguien que se creía sabio pero que, en definitiva, no lo era y que terminó siendo puesto en evidencia. La parábola del buen samaritano fue, para el doctor de la ley y es para nosotros, un cachetazo a la hipocresía religiosa, a la falsa idea de una religiosidad fría y sin corazón, que es capaz, bajo apariencia de bien, de olvidarse de lo más esencial de la ley de Dios, del deseo de un Padre que quiere que nos tengamos compasión los unos de los otros. Sin compasión por el que sufre no hay religiosidad posible, en el fondo, no hay verdadera religiosidad, no hay «ligazón», no hay enlace con el Dios de amor que predicamos y decimos amar. Eso intentó mostrar Jesús con esta maravillosa parábola que escuchamos el domingo pasado. El samaritano, esa clase de hombre que era despreciada por los judíos de esa época, fue el único que tuvo compasión. Lo mismo puede pasar hoy y pasa, muchas personas que, incluso dicen no creer, o no son cercanos a la Iglesia, pueden comportarse con más compasión por el que sufre, que nosotros los cristianos, y eso es para pensar y hacer un mea culpa.
Hoy, no dejemos de mirar el cielo, una imagen, de pasar por algún sagrario en donde Jesús sigue estando con nosotros, no dejemos de tener nuestro momento de «cielo en la tierra», no dejemos de sorprenderos con lo que Dios nos ponga en el camino. Al final del día vamos a experimentar que todo vale la pena para aquel que ama a Dios y en todo quiere verlo.
Resulta raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo. Sin embargo, los hay y no lo podemos ocultar y callar, Jesús lo hizo y sería de necios esquivar estas palabras de Algo de Evangelio de hoy. ¿Qué hago como predicador? ¿Me pongo a hablar de otra cosa? Prefiero hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos. A todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio, andar pensando que se refiere a otros, andar buscando a quien le cabe bien lo que dice Jesús.
Al mismo tiempo como decíamos ayer, no todo se comprende en el momento, la paciencia es necesaria en toda dimensión de la vida, y mucho más en el camino de la fe, donde lentamente vamos siendo enseñados por el Maestro divino, que es Jesús. Por eso tranquilos. Estemos en paz. Como dice la misma palabra de Dios en la carta a los hebreos: «Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella» (Hb. 12, 10-11) ¿A quién le gusta ser corregido, a quién le alegra ser corregido? Solo al que alcanzó una sabiduría y santidad que le permiten descubrir en todo, la voluntad de Dios. Nosotros, simples cristianos que andamos luchando día a día la santidad, no podemos decir lo mismo, me parece. Nos cuesta ser corregidos y mucho más por Jesús, no solo porque toda corrección molesta, sino porque muchas veces tenemos una imagen desdibujada de Jesús, una especie de «bonachón» sin fuerza que habló solo del amor y de la paz, olvidándonos de las otras dimensiones del amor, que es el NO, la corrección, la lucha interior y exterior, el sufrimiento y tantas cosas más. Jesús ama plenamente y por eso nos quiere enseñar a amar plenamente. Ayer nos exigía un amor por encima de nuestra familia. Jesús nos ama incondicionalmente y por eso tiene todo «el derecho» de entristecerse y reprocharnos nuestra falta de amor como lo hizo con estas ciudades, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, que nos representan a todos nosotros, que vivimos llenos de dones, que recibimos tantas gracias y milagros en nuestra vida.
¿Estás seguro de que el reproche de Jesús no es como una caricia del alma? ¿No pensás que el reproche de Jesús se puede trasformar en una palabra al oído, llena de paciencia, una palabra de ánimo para que, de una vez por todas amemos y hagamos lo que Él desea de nosotros? ¿Alguna vez no les reprochaste a tus hijos su falta de amor? ¿Alguna vez como hijo, no te diste cuenta que amaste muy poco a tus padres en comparación con lo que ellos te amaron? Si sos adulto, ¿No te pasó alguna vez que se te cayó la cara de vergüenza al ver todo el amor que tantos seres queridos te dieron y darte cuenta lo poco que los correspondiste? A mí sí, muchas veces. Jesús nos ama infinitamente más de lo que podemos imaginar. Qué lindo que es pensar que nos puede reprochar con amor y dolor. No nos demos el lujo de enojarnos. ¡Pobre Jesús! Tanto amor hacia nosotros y tan poco correspondido. ¡Pobre Jesús! ¡Si por lo menos hoy, vos y yo, hiciéramos algo más para demostrarle nuestro amor, aunque parezca poco! ¡Si por lo menos en este día hiciéramos lo posible para no ofendernos o entristecernos, por una corrección de amor! ¡Si por lo menos hoy aprendiéramos de las correcciones que nos ayudan a crecer!

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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