Sábado 2 de julio XIII Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 14-17
Se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: « ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
Jesús les respondió: « ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!»
Palabra del Señor.
Se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: « ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
Jesús les respondió: « ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!»
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 14-17:
Para amar más a Jesús no deberíamos pensar en hacer cosas muy raras, ni buscar cosas extraordinarias. No se ama más por acumular muchas devociones distintas, por rezar más tiempo, aunque hace bien rezar. No por hacer o rezar muchas oraciones estaremos amando más, de hecho, el mismo Jesús lo dijo, “no por mucho hablar serán escuchados”. No te asustes, por supuesto que rezar nos hace bien, pero en realidad no será por la cantidad, sino por el modo, por la calidad, por el corazón que pongamos a lo que hacemos y rezamos. Una simple oración hecha de corazón puede tener más valor que mil rosarios, una breve visita al Santísimo, solo por saludar, puede dar más fruto en nuestra alma que permanecer horas distraídos en un templo. En realidad, no sabemos bien la obra de la gracia en nuestra alma, no podemos medirla como quisiéramos, pero no importa, justamente ahí está la linda alegría de que la obra no es nuestra, sino de Él. Por eso el querer amar más no estará siempre en multiplicar lo que hacemos, en hacer más cosas y rezar más oraciones, sino en hacer con “más” corazón aquello que hacemos y ya rezamos, y agregar aquello que descubrimos que Él nos pidió. No hagamos por hacer, no recemos por rezar. Hagamos lo que consideramos que Jesús nos pide y recemos en todo momento, con el corazón, sin medir la cantidad de oraciones, ofrezcamos cada cosa que hacemos, entreguémosle lo que nos disgusta, disfrutemos de lo que nos gusta y hace bien.
“¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!” dice algo del evangelio de hoy. ¿Qué significa esta comparación que utiliza Jesús? Antes que hacer la interpretación espiritual de lo que nos dice, nos ayuda a comprender saber a qué se refiere literalmente, y nos ayudará a comprender la enseñanza profunda. Antiguamente, el vino nuevo o recién hecho se vertía en el odre y se dejaba reposando. El odre era una bolsa hecha de cuero, usualmente de cabra y se usaba especialmente para contener líquidos. A medida que el vino iba fermentando la bolsa de cuero se estiraba debido a la emisión de gas que producía el vino. Cuando el odre era viejo debido al uso, perdía su elasticidad y se ponía muy duro. Si a este odre tan endurecido que ya no estiraba más se le ponía vino nuevo, el resultado era que al fermentar el vino se reventaba el odre, perdiéndose así tanto el odre como el vino. Por eso los odres viejos solo podían utilizarse para guardar vino viejo y el vino nuevo debía guardarse en odres nuevos. Esto es lo que realmente pasaba en la realidad, lo que la gente usualmente y con sentido común hacía para conservar tanto el vino, como los odres. Es interesante ver como Jesús utiliza estos ejemplos concretos y cotidianos de la vida común de la gente de ese tiempo, que obviamente lo ayudaban a que lo entiendan. Ahora… ¿A qué se refiere Jesús con esta comparación, con ésta parábola y con la del vestido viejo remendado? Ayuda a entender por qué Él contesta de ésta manera, recordar la pregunta que le hacen anteriormente… «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?» ¿Por qué no hacen lo que hacemos nosotros? ¿Por qué no hacen lo que deben hacer? ¿Por qué no cumplen con la norma del ayuno? ¿Por qué se comportan de esa manera desobedeciendo a Dios? Sumé estas preguntas, a la de los discípulos de Juan, para ayudarnos a comprender el fondo del cuestionamiento, el por qué les molesta ver a los discípulos no haciendo lo que ellos creían que tenían que hacer. En el fondo, estaban convencidos de que no hacer ayuno, era no agradar a Dios, en el fondo pensaban que por “hacer cosas”, por “ofrecerle cosas” a Dios, estaban siendo agradables a sus ojos, algo muy normal también para nosotros, algo que nos pasó, nos pasa y nos puede pasar a todos, no es muy descabellado, es el gran error en el cuál todos los hombres de fe podemos caer.
Para amar más a Jesús no deberíamos pensar en hacer cosas muy raras, ni buscar cosas extraordinarias. No se ama más por acumular muchas devociones distintas, por rezar más tiempo, aunque hace bien rezar. No por hacer o rezar muchas oraciones estaremos amando más, de hecho, el mismo Jesús lo dijo, “no por mucho hablar serán escuchados”. No te asustes, por supuesto que rezar nos hace bien, pero en realidad no será por la cantidad, sino por el modo, por la calidad, por el corazón que pongamos a lo que hacemos y rezamos. Una simple oración hecha de corazón puede tener más valor que mil rosarios, una breve visita al Santísimo, solo por saludar, puede dar más fruto en nuestra alma que permanecer horas distraídos en un templo. En realidad, no sabemos bien la obra de la gracia en nuestra alma, no podemos medirla como quisiéramos, pero no importa, justamente ahí está la linda alegría de que la obra no es nuestra, sino de Él. Por eso el querer amar más no estará siempre en multiplicar lo que hacemos, en hacer más cosas y rezar más oraciones, sino en hacer con “más” corazón aquello que hacemos y ya rezamos, y agregar aquello que descubrimos que Él nos pidió. No hagamos por hacer, no recemos por rezar. Hagamos lo que consideramos que Jesús nos pide y recemos en todo momento, con el corazón, sin medir la cantidad de oraciones, ofrezcamos cada cosa que hacemos, entreguémosle lo que nos disgusta, disfrutemos de lo que nos gusta y hace bien.
“¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!” dice algo del evangelio de hoy. ¿Qué significa esta comparación que utiliza Jesús? Antes que hacer la interpretación espiritual de lo que nos dice, nos ayuda a comprender saber a qué se refiere literalmente, y nos ayudará a comprender la enseñanza profunda. Antiguamente, el vino nuevo o recién hecho se vertía en el odre y se dejaba reposando. El odre era una bolsa hecha de cuero, usualmente de cabra y se usaba especialmente para contener líquidos. A medida que el vino iba fermentando la bolsa de cuero se estiraba debido a la emisión de gas que producía el vino. Cuando el odre era viejo debido al uso, perdía su elasticidad y se ponía muy duro. Si a este odre tan endurecido que ya no estiraba más se le ponía vino nuevo, el resultado era que al fermentar el vino se reventaba el odre, perdiéndose así tanto el odre como el vino. Por eso los odres viejos solo podían utilizarse para guardar vino viejo y el vino nuevo debía guardarse en odres nuevos. Esto es lo que realmente pasaba en la realidad, lo que la gente usualmente y con sentido común hacía para conservar tanto el vino, como los odres. Es interesante ver como Jesús utiliza estos ejemplos concretos y cotidianos de la vida común de la gente de ese tiempo, que obviamente lo ayudaban a que lo entiendan. Ahora… ¿A qué se refiere Jesús con esta comparación, con ésta parábola y con la del vestido viejo remendado? Ayuda a entender por qué Él contesta de ésta manera, recordar la pregunta que le hacen anteriormente… «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?» ¿Por qué no hacen lo que hacemos nosotros? ¿Por qué no hacen lo que deben hacer? ¿Por qué no cumplen con la norma del ayuno? ¿Por qué se comportan de esa manera desobedeciendo a Dios? Sumé estas preguntas, a la de los discípulos de Juan, para ayudarnos a comprender el fondo del cuestionamiento, el por qué les molesta ver a los discípulos no haciendo lo que ellos creían que tenían que hacer. En el fondo, estaban convencidos de que no hacer ayuno, era no agradar a Dios, en el fondo pensaban que por “hacer cosas”, por “ofrecerle cosas” a Dios, estaban siendo agradables a sus ojos, algo muy normal también para nosotros, algo que nos pasó, nos pasa y nos puede pasar a todos, no es muy descabellado, es el gran error en el cuál todos los hombres de fe podemos caer.
Es entendible y natural, por decirlo así, pensar de ese modo, un poco por lo que nos enseñaron, un poco también porque de alguna manera sentimos y pensamos que Dios estará “más contento” o nos amará más, si hacemos cosas que nosotros consideramos que le agradan. Sé que es un tema delicado el que estamos tocando, es peligroso siempre el caer en los extremos, sin embargo, hay que “andar” por la cornisa y animarse a pensar en esto.
Por eso la respuesta de Jesús es iluminadora, como siempre, esclarece y muestra el camino: “A vino nuevo, odres nuevos” “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo” Para entender el mensaje de Jesús, que es nuevo, como el vino y el pedazo de género, en este caso que el ayuno es una práctica lícita y hasta incluso necesaria, pero de un modo distinto, y no estando Él presente, es indispensable un corazón nuevo, un odre nuevo, y no un vestido viejo, un corazón que se puede romper por no soportar lo nuevo. Espero no estar confundiéndote, pero es algo en lo que debemos pensar. El que no cambia el corazón no puede comprender el mensaje del vino nuevo de Jesús, y hasta incluso se le hace insoportable llevándole a que le pueda “estallar” el corazón de la incomprensión.
Por eso debemos pedir un corazón nuevo, un corazón capaz de aceptar la tensión entre lo que parece que no es y lo que es… la tensión de que es bueno y necesario ayunar, pero de un modo distinto, por amor, y con amor, para encontrarnos con el verdadero Amor que es el mismo Jesús.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Por eso la respuesta de Jesús es iluminadora, como siempre, esclarece y muestra el camino: “A vino nuevo, odres nuevos” “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo” Para entender el mensaje de Jesús, que es nuevo, como el vino y el pedazo de género, en este caso que el ayuno es una práctica lícita y hasta incluso necesaria, pero de un modo distinto, y no estando Él presente, es indispensable un corazón nuevo, un odre nuevo, y no un vestido viejo, un corazón que se puede romper por no soportar lo nuevo. Espero no estar confundiéndote, pero es algo en lo que debemos pensar. El que no cambia el corazón no puede comprender el mensaje del vino nuevo de Jesús, y hasta incluso se le hace insoportable llevándole a que le pueda “estallar” el corazón de la incomprensión.
Por eso debemos pedir un corazón nuevo, un corazón capaz de aceptar la tensión entre lo que parece que no es y lo que es… la tensión de que es bueno y necesario ayunar, pero de un modo distinto, por amor, y con amor, para encontrarnos con el verdadero Amor que es el mismo Jesús.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 3 de julio + Lucas 10, 1-12. 17-20 + XIV Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 1-12
El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".
Les aseguro que, en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
Palabra del Señor.
El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".
Les aseguro que, en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
Palabra del Señor.
Comentario Lucas 10, 1-12. 17-20:
En este domingo, que se nos regala otra vez, para contemplar, para meditar y rezar con la Palabra de Dios, Jesús decide enviar, no sólo a los Doce, a los más cercanos, sino que a setenta y dos discípulos más, y en ellos podríamos decir, que estamos simbolizados todos. En definitiva, entre tantas cosas para decir del texto de hoy, podríamos pensar que lo que nos quiere enseñar algo del Evangelio es que, todos somos enviados a anunciar lo que Jesús quiere decirle al mundo. Todos somos enviados, y estamos enviados a todos, a todos los rincones del mundo. Jesús te envía, me envía, nos envía. ¿Te acordás lo que nos decía los domingos anteriores? Había que renunciar a algo, había que tomar la cruz, había que querer, había que decir que queríamos seguirlo y era necesario dejar algunas cosas. No podemos seguirlo sin darnos cuenta que Él, es todo, todo lo que necesitamos para vivir en paz, para saciar nuestro corazón. Él es Todo en nuestra vida. Sólo el que descubre esto, puede lanzarse durante toda la vida, en el lugar que le toque, no importa a dónde sea, a decirle a todos que el Reino de Dios está cerca, que Dios Padre nos ama y nos necesita para amar.
Quiere decir que el Reino de Dios está en nosotros, en nuestro corazón, si vivimos como hijos de Dios, si somos obedientes a su voluntad y nos consideramos y vivimos como hermanos. Por eso hay que ir de a dos, por eso se evangeliza con otros, amando, no se puede andar solo por la vida, porque… ¿cómo vamos a mostrarle al mundo que lo importante es el amor, si no tenemos alguien a quien amar? Necesitamos andar con otros, para que el que nos escucha crea que se puede vivir como hermanos. Que es verdad, que no es solamente un cuento. ¿Es posible decir que el Reino de Dios está cerca si con los que tenemos cerca no nos comportamos como hermanos? Pensemos en nuestra parroquia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu familia. ¿Cómo podemos llevar paz, esta paz que Jesús nos envía llevar, si en realidad no tenemos paz entre nosotros? El mensaje es de paz, y la paz se lleva adentro, y la paz se transmite, se derrama sobre otros, se recibe de otros.
Podríamos preguntarnos entonces ¿Cómo tenemos que salir a llevar esta paz regalada? Tenemos que salir como estamos, como somos, sin muchas cosas, "así nomás", podríamos decir, sin "organizar tanto". "La evangelización se hace de rodillas" decía el Papa Francisco. Por eso, no es necesario llevar tanta cosa, tantos medios, tanto dinero. A veces en la Iglesia nos perdemos en la metodología, en las cosas que quisiéramos hacer, en los medios económicos. No es necesario poner tanto esfuerzo en lo que no es esencial. Si llevamos muchas cosas, si "organizamos" mucho, no le dejamos lugar a Él, para que sea Él el que toque los corazones ajenos y los nuestros. El andar con muchas cosas, con muchos planes, el estar preocupado por cómo va a salir, etc. es un signo de que todavía no descubrimos de que Él es todo, de que con Él tenemos todo y que de Él depende todo. Por eso Jesús nos envía así, sencillitos, a caminar y a instalarnos en las casas, en los corazones de los que nos reciban, y no angustiarnos por los que no nos reciben. A meternos en el corazón de la gente, y no a ir de casa en casa, como de vacaciones. Cara a cara. Individualmente, corazón a corazón.
Dice Jesús que digamos "que el Reino de Dios está cerca". Eso es, en definitiva, lo único importante. Tenemos que decir y vivir eso o, mejor dicho, tenemos que vivirlo y después decirlo. Debemos darnos cuenta que Él nos da la paz, que su amor es la paz, que su perdón es la paz y que eso es lo que necesitan las personas, eso es lo que necesita el mundo: Paz recibida y llevada por nosotros. Jesús nos ayuda a ser hijos como Él, para siempre. Cuando complicamos las cosas, con cosas, es porque todavía no entendimos lo profundo del mensaje. Señor: que podamos llevar esta paz, que podamos decirle al mundo, a nuestra familia, hoy, concretamente "que el Reino de Dios está cerca", que es posible vivir como hijos, y como hermanos.
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En este domingo, que se nos regala otra vez, para contemplar, para meditar y rezar con la Palabra de Dios, Jesús decide enviar, no sólo a los Doce, a los más cercanos, sino que a setenta y dos discípulos más, y en ellos podríamos decir, que estamos simbolizados todos. En definitiva, entre tantas cosas para decir del texto de hoy, podríamos pensar que lo que nos quiere enseñar algo del Evangelio es que, todos somos enviados a anunciar lo que Jesús quiere decirle al mundo. Todos somos enviados, y estamos enviados a todos, a todos los rincones del mundo. Jesús te envía, me envía, nos envía. ¿Te acordás lo que nos decía los domingos anteriores? Había que renunciar a algo, había que tomar la cruz, había que querer, había que decir que queríamos seguirlo y era necesario dejar algunas cosas. No podemos seguirlo sin darnos cuenta que Él, es todo, todo lo que necesitamos para vivir en paz, para saciar nuestro corazón. Él es Todo en nuestra vida. Sólo el que descubre esto, puede lanzarse durante toda la vida, en el lugar que le toque, no importa a dónde sea, a decirle a todos que el Reino de Dios está cerca, que Dios Padre nos ama y nos necesita para amar.
Quiere decir que el Reino de Dios está en nosotros, en nuestro corazón, si vivimos como hijos de Dios, si somos obedientes a su voluntad y nos consideramos y vivimos como hermanos. Por eso hay que ir de a dos, por eso se evangeliza con otros, amando, no se puede andar solo por la vida, porque… ¿cómo vamos a mostrarle al mundo que lo importante es el amor, si no tenemos alguien a quien amar? Necesitamos andar con otros, para que el que nos escucha crea que se puede vivir como hermanos. Que es verdad, que no es solamente un cuento. ¿Es posible decir que el Reino de Dios está cerca si con los que tenemos cerca no nos comportamos como hermanos? Pensemos en nuestra parroquia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu familia. ¿Cómo podemos llevar paz, esta paz que Jesús nos envía llevar, si en realidad no tenemos paz entre nosotros? El mensaje es de paz, y la paz se lleva adentro, y la paz se transmite, se derrama sobre otros, se recibe de otros.
Podríamos preguntarnos entonces ¿Cómo tenemos que salir a llevar esta paz regalada? Tenemos que salir como estamos, como somos, sin muchas cosas, "así nomás", podríamos decir, sin "organizar tanto". "La evangelización se hace de rodillas" decía el Papa Francisco. Por eso, no es necesario llevar tanta cosa, tantos medios, tanto dinero. A veces en la Iglesia nos perdemos en la metodología, en las cosas que quisiéramos hacer, en los medios económicos. No es necesario poner tanto esfuerzo en lo que no es esencial. Si llevamos muchas cosas, si "organizamos" mucho, no le dejamos lugar a Él, para que sea Él el que toque los corazones ajenos y los nuestros. El andar con muchas cosas, con muchos planes, el estar preocupado por cómo va a salir, etc. es un signo de que todavía no descubrimos de que Él es todo, de que con Él tenemos todo y que de Él depende todo. Por eso Jesús nos envía así, sencillitos, a caminar y a instalarnos en las casas, en los corazones de los que nos reciban, y no angustiarnos por los que no nos reciben. A meternos en el corazón de la gente, y no a ir de casa en casa, como de vacaciones. Cara a cara. Individualmente, corazón a corazón.
Dice Jesús que digamos "que el Reino de Dios está cerca". Eso es, en definitiva, lo único importante. Tenemos que decir y vivir eso o, mejor dicho, tenemos que vivirlo y después decirlo. Debemos darnos cuenta que Él nos da la paz, que su amor es la paz, que su perdón es la paz y que eso es lo que necesitan las personas, eso es lo que necesita el mundo: Paz recibida y llevada por nosotros. Jesús nos ayuda a ser hijos como Él, para siempre. Cuando complicamos las cosas, con cosas, es porque todavía no entendimos lo profundo del mensaje. Señor: que podamos llevar esta paz, que podamos decirle al mundo, a nuestra familia, hoy, concretamente "que el Reino de Dios está cerca", que es posible vivir como hijos, y como hermanos.
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Lunes 4 de julio + XIV Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 18-26
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Palabra del Señor.
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 18-26
Paciencia, mucha paciencia se necesita para caminar en esta vida, para conservar la fe, para aceptar la realidad, para aceptar lo que nos pasa, para aceptar un dolor, una enfermedad, para soportar al insoportable y así podríamos seguir. La paciencia todo lo alcanza. Me sorprende, escuchando a tantas personas, escuchando tantas confesiones, que un tema recurrente, un tema que sale siempre en todos, es el de la paciencia, en realidad el de la impaciencia. «Padre no tengo paciencia» «Estoy cansada» «Todo y todos me hacen enojar» ¿No será al revés, no será que estamos cansados de tanto enojarnos? Porque el que es manso se enoja menos que el iracundo e impaciente.
Esto me hace pensar mucho. ¿Será que el hombre siempre fue tan impaciente? ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? ¿Será que el uso de la tecnología ha exacerbado nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? No lo sé, lo que sí sé es que necesitamos paciencia para todo, en especial para escuchar la palabra de Dios y ver frutos, para escucharla y comprenderla, para escucharla y aceptarla. Te diría que la mayoría de los abandonos de tanta gente que deja de escuchar la Palabra de cada día, o de gente que es inconstante al escuchar, se debe a la impaciencia. Muchísimos que escuchaban con alegría hoy ya no escuchan más. ¡De lo que se pierden! ¡Si supiéramos que Dios habla en el tiempo y dándole tiempo, cuánto tiempo le dedicaríamos! Tené paciencia, tengamos paciencia. La paciencia es la virtud de los sabios, de los prudentes, de los fuertes, de los nobles, de los honestos, de los generosos, de los que tienen temple, de los justos, de los humildes, en definitiva de los santos, de los buenos hijos de Dios que saben esperar todo de su padre, que saben que todo vendrá de Él, tarde o temprano, y lo que no viene es porque no tiene que venir.
El Evangelio de hoy es para disfrutar, dos grandes milagros, dos grandes personas de fe, dos grandes personas de paciencia que tuvieron fe incluso en momentos donde todo parecía perdido, donde parecía que no había solución. Una mujer que desde hacía doce años estaba enferma y un hombre desesperado con su hija que acababa de morir. Solo una mujer paciente puede seguir intentando después de doce años de enfermedad, solo un hombre paciente puede pedir recuperar a su hija una vez que la vio en sus brazos muerta. ¡Qué maravilla! ¡Qué ejemplo y ánimo para muchos de nosotros que no pasamos ni por una ínfima parte del dolor de estos personajes de hoy! ¡Señor, dame por lo menos una pisca de esa paciencia!, te lo pido de corazón. Sé, porque me han contado que muchos grupos de enfermos, de personas que están sufriendo día a día, escuchan estos audios con el evangelio de cada día, seguro que son mujeres y hombres de paciencia. Rezamos por ustedes, rezo por ellos. Qué lindo que es, que el Evangelio de cada día nos una como hermanos, cada uno en lo suyo, algunos sufriendo, otros rezando por los que sufren y porqué no, pedirles que recen y ofrezcan sus sufrimientos por nosotros, por los que no tenemos tanta paciencia. La paciencia se alcanza muchas veces en la prueba, en el dolor, casi como una ironía, no queda otra que tener paciencia.
Si ahora estás enfermo o enferma, sufriendo en tu cuerpo y en tu alma por algún dolor, esperá,y esperá. Pedile a Jesús, a la mujer del evangelio y al padre de esta niña que te ayuden a saber esperar y confiar siempre hasta el final, sabiendo que pase lo que pase, aunque algunos incluso se rían de Jesús, como hoy, su amor siempre terminará resucitando y curando todo.
Si tu vida anda sobre rieles, no tenés derecho a ser impaciente, al contrario, disfrutá y rezá por los que más sufren.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre tu corazón y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org algodelevangelio@gmail.com
Paciencia, mucha paciencia se necesita para caminar en esta vida, para conservar la fe, para aceptar la realidad, para aceptar lo que nos pasa, para aceptar un dolor, una enfermedad, para soportar al insoportable y así podríamos seguir. La paciencia todo lo alcanza. Me sorprende, escuchando a tantas personas, escuchando tantas confesiones, que un tema recurrente, un tema que sale siempre en todos, es el de la paciencia, en realidad el de la impaciencia. «Padre no tengo paciencia» «Estoy cansada» «Todo y todos me hacen enojar» ¿No será al revés, no será que estamos cansados de tanto enojarnos? Porque el que es manso se enoja menos que el iracundo e impaciente.
Esto me hace pensar mucho. ¿Será que el hombre siempre fue tan impaciente? ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? ¿Será que el uso de la tecnología ha exacerbado nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? No lo sé, lo que sí sé es que necesitamos paciencia para todo, en especial para escuchar la palabra de Dios y ver frutos, para escucharla y comprenderla, para escucharla y aceptarla. Te diría que la mayoría de los abandonos de tanta gente que deja de escuchar la Palabra de cada día, o de gente que es inconstante al escuchar, se debe a la impaciencia. Muchísimos que escuchaban con alegría hoy ya no escuchan más. ¡De lo que se pierden! ¡Si supiéramos que Dios habla en el tiempo y dándole tiempo, cuánto tiempo le dedicaríamos! Tené paciencia, tengamos paciencia. La paciencia es la virtud de los sabios, de los prudentes, de los fuertes, de los nobles, de los honestos, de los generosos, de los que tienen temple, de los justos, de los humildes, en definitiva de los santos, de los buenos hijos de Dios que saben esperar todo de su padre, que saben que todo vendrá de Él, tarde o temprano, y lo que no viene es porque no tiene que venir.
El Evangelio de hoy es para disfrutar, dos grandes milagros, dos grandes personas de fe, dos grandes personas de paciencia que tuvieron fe incluso en momentos donde todo parecía perdido, donde parecía que no había solución. Una mujer que desde hacía doce años estaba enferma y un hombre desesperado con su hija que acababa de morir. Solo una mujer paciente puede seguir intentando después de doce años de enfermedad, solo un hombre paciente puede pedir recuperar a su hija una vez que la vio en sus brazos muerta. ¡Qué maravilla! ¡Qué ejemplo y ánimo para muchos de nosotros que no pasamos ni por una ínfima parte del dolor de estos personajes de hoy! ¡Señor, dame por lo menos una pisca de esa paciencia!, te lo pido de corazón. Sé, porque me han contado que muchos grupos de enfermos, de personas que están sufriendo día a día, escuchan estos audios con el evangelio de cada día, seguro que son mujeres y hombres de paciencia. Rezamos por ustedes, rezo por ellos. Qué lindo que es, que el Evangelio de cada día nos una como hermanos, cada uno en lo suyo, algunos sufriendo, otros rezando por los que sufren y porqué no, pedirles que recen y ofrezcan sus sufrimientos por nosotros, por los que no tenemos tanta paciencia. La paciencia se alcanza muchas veces en la prueba, en el dolor, casi como una ironía, no queda otra que tener paciencia.
Si ahora estás enfermo o enferma, sufriendo en tu cuerpo y en tu alma por algún dolor, esperá,y esperá. Pedile a Jesús, a la mujer del evangelio y al padre de esta niña que te ayuden a saber esperar y confiar siempre hasta el final, sabiendo que pase lo que pase, aunque algunos incluso se rían de Jesús, como hoy, su amor siempre terminará resucitando y curando todo.
Si tu vida anda sobre rieles, no tenés derecho a ser impaciente, al contrario, disfrutá y rezá por los que más sufren.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre tu corazón y permanezca para siempre.
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Martes 5 de julio + XIV Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 32-38
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel».
Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».
Palabra del Señor.
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel».
Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 32-38:
Retomando algo de la riqueza del Evangelio del domingo, no podemos olvidar que Jesús, al llamarnos, al elegirnos, al enviarnos, quiere hacernos parte de su obra, de la transformación del mundo, de la transformación que anhela su corazón. Nuestra gran carencia, muchas veces, en todos los ámbitos de la vida, no solo en la Iglesia, es «no sentirnos parte», no asumir que somos parte de un todo, y que la inmensa tarea que tenemos por delante, es una misión conjunta, no de unos cuantos. Sin embargo, la experiencia y los hechos nos muestran que son pocos los que se cargan la tarea al hombro y se ponen manos a la obra. «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos»… decía Jesús. Todos quieren comer lo cosechado, pero pocos quieren cosechar. Si no asumimos que somos parte fundamental del cuerpo de la Iglesia, siempre miraremos la realidad por el cerrojo de la puerta, como quien mira de afuera y no se siente parte, no se da cuenta que está adentro, siempre hablaremos de la Iglesia como algo ajeno a nosotros, que no nos toca el corazón y que no nos impulsa a salir y a abrazar la gran obra que quiere hacer Jesús junto a nosotros. ¿Nos sentimos parte de la Iglesia y con la responsabilidad de anunciar el mensaje de la llegada del Reino de Dios, del amor de Dios a todos los hombres?
Volvamos al tema de la impaciencia de ayer, sé que toca bastante el corazón, porque es algo que abunda en nosotros. Podemos preguntarnos… ¿El hombre siempre fue impaciente? Desde que es hombre, o mejor dicho desde que la soberbia anidó en nuestros corazones con la mancha original. ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? Es una época especial, donde todo se aceleró y por lo tanto se aceleran nuestras ganas de que todo sea inmediato. ¿Será que el uso de la tecnología exacerbó nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? Segurísimo, está incluso comprobado psicológicamente. La velocidad que genera la tecnología y la posibilidad de estar en muchos lugares al mismo tiempo, exacerba nuestra ansiedad. Es para pensar. Pensemos si nuestras vidas no son bastante distintas con respecto a diez o quince años atrás, sin juzgar si es mejor o peor, sino distinta. Algo de esto decíamos ayer. Somos impacientes por naturaleza, por decirlo de alguna manera. Es como una marca registrada grabada en el interior de nuestro corazón. Nacimos débiles, tenemos que aceptarlo. Nuestros deseos, de todo tipo, buscan ser saciados, y buscamos continuamente saciar lo que deseamos, por eso cuando eso no se da en el tiempo y forma que pretendemos, nos llega la impaciencia, la incapacidad de esperar, es de algún modo un sufrimiento, y como no nos gusta sufrir, esto es obvio, el sufrimiento que nos genera la espera, nos precipita a enojos de todo tipo y también, a la tristeza por no haber alcanzado el bien que pretendíamos. Nos pasa esto con los bienes espirituales y materiales, esta es, simplificadamente la dinámica de nuestras impaciencias. Por eso hay que aprender a esperar, hay que aprender a «sufrir» interiormente sabiendo esperar lo que deseamos, o incluso a renunciar a lo que deseamos. Hay que aprender a desear y conducir nuestros deseos. No todo deseo se puede satisfacer en cualquier momento. La palabra de Dios nos enseña que la verdadera sabiduría está en saber esperar, tener paciencia, dejar que el tiempo nos muestre los caminos que parecen cerrados, saber dar tiempo a lo que parece intrincado, saber gustar de las cosas con tiempo, no pretender todo y de golpe, saborear la vida de a poco, no empacharse de tantas cosas que no nos dejan disfrutar.
Una característica del que es paciente, es que no emite su opinión rápidamente, no juzga apresuradamente. El impaciente juzga todo, todo lo sabe, de todo opina, de todo se queja, en todo se precipita, en todo parece querer meter un bocado. Los fariseos de Algo del Evangelio de hoy son impacientes. Vos y yo tenemos un fariseo en algún «costado» del corazón, o a veces nos toma todo el corazón.
Retomando algo de la riqueza del Evangelio del domingo, no podemos olvidar que Jesús, al llamarnos, al elegirnos, al enviarnos, quiere hacernos parte de su obra, de la transformación del mundo, de la transformación que anhela su corazón. Nuestra gran carencia, muchas veces, en todos los ámbitos de la vida, no solo en la Iglesia, es «no sentirnos parte», no asumir que somos parte de un todo, y que la inmensa tarea que tenemos por delante, es una misión conjunta, no de unos cuantos. Sin embargo, la experiencia y los hechos nos muestran que son pocos los que se cargan la tarea al hombro y se ponen manos a la obra. «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos»… decía Jesús. Todos quieren comer lo cosechado, pero pocos quieren cosechar. Si no asumimos que somos parte fundamental del cuerpo de la Iglesia, siempre miraremos la realidad por el cerrojo de la puerta, como quien mira de afuera y no se siente parte, no se da cuenta que está adentro, siempre hablaremos de la Iglesia como algo ajeno a nosotros, que no nos toca el corazón y que no nos impulsa a salir y a abrazar la gran obra que quiere hacer Jesús junto a nosotros. ¿Nos sentimos parte de la Iglesia y con la responsabilidad de anunciar el mensaje de la llegada del Reino de Dios, del amor de Dios a todos los hombres?
Volvamos al tema de la impaciencia de ayer, sé que toca bastante el corazón, porque es algo que abunda en nosotros. Podemos preguntarnos… ¿El hombre siempre fue impaciente? Desde que es hombre, o mejor dicho desde que la soberbia anidó en nuestros corazones con la mancha original. ¿O será que estamos en la época de la impaciencia? Es una época especial, donde todo se aceleró y por lo tanto se aceleran nuestras ganas de que todo sea inmediato. ¿Será que el uso de la tecnología exacerbó nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? Segurísimo, está incluso comprobado psicológicamente. La velocidad que genera la tecnología y la posibilidad de estar en muchos lugares al mismo tiempo, exacerba nuestra ansiedad. Es para pensar. Pensemos si nuestras vidas no son bastante distintas con respecto a diez o quince años atrás, sin juzgar si es mejor o peor, sino distinta. Algo de esto decíamos ayer. Somos impacientes por naturaleza, por decirlo de alguna manera. Es como una marca registrada grabada en el interior de nuestro corazón. Nacimos débiles, tenemos que aceptarlo. Nuestros deseos, de todo tipo, buscan ser saciados, y buscamos continuamente saciar lo que deseamos, por eso cuando eso no se da en el tiempo y forma que pretendemos, nos llega la impaciencia, la incapacidad de esperar, es de algún modo un sufrimiento, y como no nos gusta sufrir, esto es obvio, el sufrimiento que nos genera la espera, nos precipita a enojos de todo tipo y también, a la tristeza por no haber alcanzado el bien que pretendíamos. Nos pasa esto con los bienes espirituales y materiales, esta es, simplificadamente la dinámica de nuestras impaciencias. Por eso hay que aprender a esperar, hay que aprender a «sufrir» interiormente sabiendo esperar lo que deseamos, o incluso a renunciar a lo que deseamos. Hay que aprender a desear y conducir nuestros deseos. No todo deseo se puede satisfacer en cualquier momento. La palabra de Dios nos enseña que la verdadera sabiduría está en saber esperar, tener paciencia, dejar que el tiempo nos muestre los caminos que parecen cerrados, saber dar tiempo a lo que parece intrincado, saber gustar de las cosas con tiempo, no pretender todo y de golpe, saborear la vida de a poco, no empacharse de tantas cosas que no nos dejan disfrutar.
Una característica del que es paciente, es que no emite su opinión rápidamente, no juzga apresuradamente. El impaciente juzga todo, todo lo sabe, de todo opina, de todo se queja, en todo se precipita, en todo parece querer meter un bocado. Los fariseos de Algo del Evangelio de hoy son impacientes. Vos y yo tenemos un fariseo en algún «costado» del corazón, o a veces nos toma todo el corazón.
Los fariseos juzgan a Jesús, con algo absurdo, pero juzgan por apresurados, por impacientes, porque no pueden esperar a ver bien y pretenden vencer la realidad con sus pensamientos. Juzgamos por soberbia apresurada. En cambio, el sencillo, el humilde de corazón - por ejemplo, la multitud de la escena de hoy - se admira siempre, aún de lo que no parece tan lindo. Ve lo mismo, pero lo ve distinto. El sencillo, el humilde sabe recibir y esperar, sabe ver toda la realidad como una oportunidad para enriquecerse y crecer, la paciencia es la virtud de los humildes.
Es una maravilla empezar a transitar el camino de esta humilde paciencia. Probemos, nos va a cambiar la vida. Vas a empezar a experimentar que la sabiduría del Evangelio le da un «sabor» distinto a tu vida. Estemos en la situación que estemos. En tormenta o en un día claro. Empecemos a probar guardarnos de opinar de todo, tener sentencias para todo, dar una queja para todo. El fariseo del corazón siempre quiere aflorar. Acordémonos que la paciencia todo lo alcanza, la paciencia nos alcanza la paz, la paz es la sabiduría del humilde. «Jesús paciente y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo».
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Es una maravilla empezar a transitar el camino de esta humilde paciencia. Probemos, nos va a cambiar la vida. Vas a empezar a experimentar que la sabiduría del Evangelio le da un «sabor» distinto a tu vida. Estemos en la situación que estemos. En tormenta o en un día claro. Empecemos a probar guardarnos de opinar de todo, tener sentencias para todo, dar una queja para todo. El fariseo del corazón siempre quiere aflorar. Acordémonos que la paciencia todo lo alcanza, la paciencia nos alcanza la paz, la paz es la sabiduría del humilde. «Jesús paciente y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo».
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso , Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar