Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Miércoles 29 de junio + Solemnidad de San Pedro y San Pablo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-19

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»

Palabra del Señor
Comentario a Mateo 16, 13-19:

Sería lindo que en esta solemnidad tan importante de San Pedro y San Pablo en la que celebramos a estos grandes hombres que representan las columnas de la Iglesia, los cimientos, dejemos que Jesús nos haga la misma pregunta que les hizo cara a cara a los discípulos en algo del evangelio de hoy. Por qué no dejar que en nuestra oración de la mañana o durante el día Jesús nos diga: "¿Quién dicen que soy?”, o ¿Quién soy para vos? ¿Quién crees que soy o quién pensás que soy? Esta es la pregunta que todos nos tenemos que hacer en algún momento de la vida o volver a hacérnosla si es que ya nos la hicimos alguna vez. Podemos andar caminando tras de Jesús desde hace mucho tiempo y, sin embargo, nunca habernos hecho esta pregunta tan importante, tan fundamental. Para crecer en la vida, para crecer en la fe, no solo hay que saber responder, sino más bien saber preguntar. No crece aquel que no sabe preguntar.
Es la pregunta a la que respondió Pedro gracias a una revelación de lo alto. Pedro fue el primero en "confesar la fe". Y la fe viene de lo alto, es regalo de Dios. "Nadie viene a Mí si mi Padre no lo atrae”—dijo Jesús. ¿Te acordás? Quiere decir que la certeza profunda sobre quién es Jesús, solo puede venir del Espíritu Santo. Así lo dice el mismo San Pablo: “Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: «Maldito sea Jesús». Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.”
En definitiva; al final de cuentas, la fe, tener fe, es confesar, es creer, confiar que Jesús es el Hijo de Dios, que Jesús es Dios, es el Dios hecho hombre. Se puede usar la palabra fe para muchas cosas, incluso muy vulgares o cotidianas, como para decir que: “Tengo fe que esto o lo otro va a salir bien” sin embargo, para la palabra de Dios “tener fe” es otra cosa, es algo mucho más profundo que olvidamos muchas veces, los que decimos tener fe.
Parece obvio para nosotros que creemos, pero no era fácil para los que estaban con Jesús. No es fácil para aquel que no recibió el don del Espíritu Santo, o que lo recibió y no supo cuidarlo. Porque creer que existe Dios es cosa de muchos; creer que Jesús es Dios no es cosa de tantos; y vivir lo que Jesús enseñó es cosa de pocos...
Tiene fe verdadera, tiene fe plena y madura; aquel que cree que existe Dios, aquel que cree que Jesús es Dios y aquel que vive lo que Jesús enseñó. Así se llega a la madurez de la fe.
Por eso dice la liturgia de hoy que fue Pedro el primero en "confesar la fe” y el encargado de mantener la unidad en la fe. Nosotros creemos por gracia de Dios y gracias a Pedro, a Pablo, y a todos los apóstoles y a la Iglesia que nos transmitió la fe a lo largo de tantos siglos, con tantas falencias y pecados, como los tuyos y los míos, pero que sin embargo llegó hasta nosotros.
Por eso, no se puede pensar en un Jesús sin Iglesia y en una Iglesia sin Jesús. Esa es una falacia muy extendida que no termina llevando a buen puerto, o termina dejando una fe muerta, desconectada con la verdad del evangelio.
Por otro lado, dice la liturgia de hoy: “Pablo, fue el insigne maestro que la interpretó” y el gran propagador de la fe. Pablo es el que nos enseña que la fe es para pensarla, que se puede usar la cabeza y creer con razones. También nos enseñó que es lucha, es gracia, es don, pero es respuesta continua y combate diario, así lo dice él: "He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe".
En la vida luchamos por tantas cosas ¿no?, para alcanzar nuestras propias metas; sin embargo, una sola es la más importante, “conservar la fe”, conservar esta certeza de que Jesús es el Hijo de Dios y que vino a salvarnos, a darnos la verdadera vida; cuidar la fe, cuidar el don que recibimos es lo mejor que podemos hacer en medio de un mundo que nos ataca por todos lados.
Tenemos que cuidar la fe, luchar contra todo lo que quiere desviarnos y “hacernos creer” que no vale la pena, que es todo lo mismo, que alcanza con ser un poco bueno, que se puede vivir igual sin fe y tantas cosas más que diariamente escuchamos por ahí.
Hay que pelear este lindo combate para vivir la alegría de tener fe, de creer que Jesús es el Hijo de Dios.
Es lindo luchar por llegar al fin del camino sabiendo que “el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas” y que “el Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial”; como dice San Pablo.
Que tengamos un buen día, que afirmemos nuestra fe en Jesús y en la Iglesia que Él fundó y nos dejó para que lo conozcamos y sigamos creciendo cada día en el camino de la confianza. "¿Quién decís que soy?", dejemos que hoy Jesús nos pregunte a todos: ¿Quién decís que soy para vos?...

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 30 junio + XIII Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 1-8

Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.»
Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema.»
Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: « ¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»
El se levantó y se fue a su casa.
Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 1-8:

Si la Palabra de Dios es bien recibida desde temprano, puede transformarse en alimento para todo el día, es más, puede ser a la tarde, o la noche, el “buenas tardes o buenas noches” de cada día. Sí, Dios también quiere decirnos algo bueno cuando empieza a caer el sol y antes de descansar. Es bueno descansar escuchando cosas que hacen bien, de hecho, hay un salmo que dice así: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruyes internamente, tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré”. Si durante el día hicimos el esfuerzo de lograr que permanezca en el corazón la palabra que más nos resonó, y casi sin darnos cuenta vamos intentando vivir lo que escuchamos, antes de acostarnos, los acontecimientos del día pueden mostrarnos o revelarnos lo que en un principio a veces, no pudimos comprender. Nunca hay que despreciar lo que nos pasó durante el día, aun cuando no nos pareció tan bueno, porque lo que Dios nos enseña se manifiesta de algún modo en la vida, y lo que nos va sucediendo también se transforma en palabra de Dios para aquel que tiene fe. Como dice San Pablo: “Todo sirve para el bien para aquellos que aman a Dios”. Nada se desperdicia, todo se transforma en oportunidad para escuchar y aprender.
Podemos aprender cada día de esta gran verdad solo cuando somos capaces de acostarnos en paz, habiendo hecho de alguna manera un “repaso” del día, un traer al corazón lo que vivimos, tanto lo bueno, como lo malo, agradeciendo lo vivido por más que no haya sido lo mejor, agradeciendo la vida, y pidiendo perdón si fuera necesario, por aquello que hicimos mal o no nos salió de la mejor manera, por nuestras faltas de amor. Solo así podemos reconocer en cada acontecimiento, el paso de Jesús por nuestras vidas.
Esto es algo que no hicieron todos los que tuvieron la dicha de ver a Jesús cara a cara. Muchos esperaban una cosa y cuando escuchaban otra distinta se cerraban. ¿No te pasó eso alguna vez? ¿No te pasó alguna vez que pusiste tu expectativa en algo y cuando no se dio lo que esperabas, cerraste la cortina del corazón? Los que vieron a Jesús, especialmente los escribas y fariseos, les pasó eso. Lo que no encajaba en sus expectativas lo rechazaban, por no adecuarse a su forma de pensar. Así les pasa a muchos cristianos con palabras de Jesús, con enseñanzas de la Iglesia, con enseñanzas de los Papas, con enseñanzas de sacerdotes, también nos pasa a los sacerdotes entre nosotros, nos puede pasar a todos. ¿Qué pasa cuando actuamos así? Por un lado, eso manifiesta un gran grado de inmadurez, ya que es de niños rechazar automáticamente aquello que no nos gusta, y por otro lado, nos perdemos mucho, nos perdemos algo nuevo que Jesús quiere mostrarnos, y eso es por cerrarnos, por no aceptar algo distinto, algo que, aunque a simple vista puede no gustar, encierra una verdad.
Jesús en algo del evangelio de hoy, hace lo que nadie esperaba, hace en realidad lo que Él cree que es lo mejor. Perdona los pecados de este hombre, antes que curarlo de su parálisis, sin embargo, no le creen. El hombre perdonado ni abrió la boca, no lo necesitó, recibió todo lo mejor que podía recibir, en realidad, abrieron la boca los que tenían cerrado el corazón, porque no podían creer que un hombre cualquiera, fuese Dios, capaz de perdonar los pecados de una persona. Demasiado misterio junto como para creer todo de golpe. Sin embargo, Jesús para demostrar que el mayor milagro es perdonar los pecados, antes que devolver la movilidad a alguien, le ordena que se “levante”, que resucite desde el corazón y que, además, pueda empezar a caminar otra vez.
Puede ser que alguna vez nos haya pasado algo parecido o que hayamos escuchado algo así. Puede ser que alguna vez fuimos a pedirle algo a Jesús y nos terminó dando algo mejor, o algo que no veíamos. Él es así. Él sabe todo, sabe mejor que nosotros que es lo que necesitamos y muchas veces una carencia física, una enfermedad nos ayuda a reconocer una carencia espiritual.
El mayor mal de nuestra vida es el pecado, personal y estructural, y si eso se sana todo lo demás va sanando, en cambio, sí estamos bien físicamente pero mal del corazón, por más que estemos bien sanos y tengamos todo, algo en nuestra vida no funciona bien, algo siempre nos molesta. El corazón nos acompaña a todos lados y cuando está enfermo el único médico capaz de curarlo, es Jesús, ni el mejor médico clínico del mundo puede curar las secuelas que deja el egoísmo en nuestra vida.
¿Nos damos cuenta que lo que necesitamos es mucho más que salud y trabajo? ¿Nos damos cuenta que por más salud y trabajo que tengamos si no tenemos amor de Dios en nuestro interior, en realidad no tenemos nada? Si vamos a pedirle algo a Jesús, tengamos la humildad de reconocer que seguro Él tiene algo mucho mejor que darnos, aun cuando nosotros no lo sepamos, aun cuando nosotros y los otros, estemos convencidos de que lo mejor es otra cosa. Aceptemos que solo Él conoce nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros dolores y tristezas. Dejemos nuestra propia curación en manos de Él, y confiemos en que su palabra y su amor puede, hacer que nos volvamos a levantar, y nos llevemos nuestra propia camilla, aquella que alguna vez nos transportó.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 1 de Julio XIII Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 9-13

Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: « ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor.
Comentario Mateo 9, 9-13:

Un himno de nuestra liturgia describe maravillosamente lo que de alguna manera quise transmitirte en estos días con respecto, a la presencia del Señor durante el día, y cómo es necesario al final del día repasar por el corazón sus manifestaciones, sus presencias, para que nuestro día no pase en vano, para que nuestra jornada no sea una jornada más. Vale la pena decirlo entero, vale la pena escucharlo todo: “Vengo, Señor, cansado, ¡cuánta fatiga van cargando mis hombros al fin del día! Dame tu fuerza y una caricia tuya para mis penas. Salí por la mañana entre los hombres, ¡y encontré tantos ricos que estaban pobres! La tierra llora, porque sin ti la vida es poca cosa. ¡Tantos hombres maltrechos, sin ilusiones!; en ti buscan asilo sus manos torpes. Tu amor amigo, todo tu santo fuego, para su frío. Yo roturé la tierra y puse trigo; tú diste el crecimiento para tus hijos. Así, en la tarde, con el cansancio a cuestas, te alabo, Padre. Quiero todos los días salir contigo, y volver a la tarde siendo tu amigo. Volver a casa y extenderte las manos, dándote gracias” Qué lindo que podamos decir cada día esto con el corazón, sabiendo que, si salimos de casa con Él, si nos dejamos acompañar por su amor, nada de lo que hagamos, nada de lo que nos pasó es en vano, al contrario, todo puede ser motivo de alabanza. Qué lindo que a pesar y con el cansancio encima, después de haber trabajado toda la jornada, después de habernos entregado en nuestras tareas cotidianas, después de haber hecho todo lo posible para amar, extendamos nuestras manos para entregarle todo, para que Él lo transforme, dándole gracias por todo y en todo.
De algo del evangelio de hoy, las palabras de Jesús de alguna manera nos corrigen, nos quieren ayudar a despertar el corazón en caso de que esté dormido. Hoy y siempre, sus palabras nos dan un sacudón, muchas veces es necesario, porque tendemos a adormecernos y a olvidarnos. No te creas que cada tanto no necesitamos un sacudón. Jesús sacudía a los fariseos y a los escribas muchísimo, aunque no todos quisieron escucharlo de corazón. También a nosotros nos puede pasar lo mismo. Él trataba de sacudir la soberbia que llevaban impregnada en el corazón, casi como una segunda naturaleza, pero no siempre podía, incluso se enojaban más. En realidad, no sabemos qué pasó con estos hombres, no sabemos si finalmente se convirtieron, solo se sabe de algunos como Nicodemo, pero sobre los demás, solo lo sabe el Padre. Lo que sí sabemos, que en general les gustaba pensar mal, les encantaba mirar mal, les encantaba entender todo mal. De hecho, Jesús en la escena de ayer les decía: “«¿Por qué piensan mal?” Sin embargo, a Él le encantaba, le encanta, me gusta decirlo así, ponerlos en “offside” como se dice en el futbol, dejarlos “fuera de juego”, en “posición adelantada”. Los dejaba fuera de juego; con gestos, con silencios, con retos, con miradas, con actitudes. Nunca pudieron ganarle. Porque Él siempre supo lo que pensaban y lo que querían hacer. Ellos pensaban que tenían todo bajo control, y en realidad, Jesús era dueño y Señor de sí mismo y de todas las situaciones. Se “hacía” el que perdía, pero siempre ganaba, pareció un fracasado, pero fue el único que ganó y nos ganó para el cielo, para la eternidad, con su misericordia.
¿Mirá si hoy Jesús nos deja a vos y a mí, en “offside”? ¿No nos vendría bien darnos cuenta que muchas veces, jugamos adelantados y nos creemos los dueños de la pelota? No está mal, creo yo, quedar “adelantados” cada tanto, nos ayuda a no olvidar que somos creaturas y que el juego, por decir así, no es nuestro, sino que es de Él, es el que manda y dirige.
¿No te pasa que alguna vez te enojaste con los que son buenos con otros que parece que no se lo merecen? ¿No te enojaste alguna vez con tu padre o tu madre porque fue bueno o buena con alguno de tus hermanos que vos considerabas que no lo necesitaba? ¿No te creíste alguna vez con derecho a juzgar qué es lo que tiene o debería hacer tu padre o tu madre o alguna autoridad para con otros? ¿No te enojaste en tu trabajo porque tu jefe quiso ser generoso con otro que vos pensaste que no lo merecía? ¿No te pasó que alguna vez juzgaste a Dios, por esto o por lo otro? ¿Por qué esto o porque lo otro? ¿No nos pasa eso con Dios a nosotros también, eso de decirle lo que tiene que hacer casi como si fuéramos los jueces del mundo? Vayamos hoy, te propongo, a aprender la lección que nos deja Jesús, es para todos, para vos, para mí, para los sacerdotes, para los laicos, para todos: “Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” Podríamos imaginar que al final de la vida, Jesús nos preguntará cara a cara: ¿Aprendiste lo que te dije, aprendiste lo que significa ser misericordioso y no juzgar antes de tiempo? ¿Entendiste lo que te dije o seguís creyendo que tenés razón?
Vayamos hoy juntos a aprender esta lección. Vamos juntos a aprender lo que significa la misericordia. Estemos atentos, se aprende de muchas maneras, en cada momento. ¡Qué lindo que es ver y sentir que, a Jesús, se le acercan los enfermos, los más necesitados y que solo Él, los recibe como se lo merecen! ¡Qué lindo sería que nos sintamos invitados a la mesa del Señor, que jamás nos creamos sanos del todo!

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p. Rodrigo Aguilar