Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Nada más ni nada menos que su amor, la satisfacción de saberse amado siempre, digan lo que digan, piensen lo que piensen los demás y la satisfacción de vivir intentando agradarlo a él y a nadie más, solamente a nuestro Padre que está en los cielos. Tu Padre, nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará… Esto no quiere decir que nos dará «cosas» materiales, sino que nos dará su mismo amor. Se nos dará él mismo por medio de su Hijo y el Espíritu Santo, esa es la gran recompensa del que se siente hijo y vive como hijo. ¿Nos parece poco?
Probemos hoy vivir de cara al Padre, probemos vivir haciendo todo sabiendo que nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompensará. No andemos buscando la recompensa de los demás, no pretendamos que los otros sepan lo que hacemos solo por amor, porque en el fondo cuando pretendemos ser reconocidos por otros estamos manifestando que no estamos haciendo las cosas con gratitud y por gratuidad, por amor puro.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Jueves 16 de junio + XI Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15

Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 7-15

Subiendo la montaña vivimos diferentes sensaciones y estados de ánimo, decíamos el otro día. Empezamos en general entusiasmados, con ganas de llegar, mirando la meta, mirando la cumbre. La cumbre se transforma como el imán que nos atrae para que, cuando nos gane el cansancio, pensemos únicamente en lo más importante, en llegar.
En este camino espiritual que venimos haciendo estas semanas, escuchando el Sermón del Monte, la cumbre es para nosotros, los hijos de Dios, llegar a estar con Jesús, llegar a disfrutar de su presencia, de sus palabras, que nos conducen al Padre, pero, en definitiva, vivir como él, vivir como hijos de Dios. Acordémonos que decíamos que por momentos la montaña se vuelve escabrosa, difícil, cansadora, como la vida, como la vida espiritual de los que tenemos fe. Lo que al principio era entusiasmo, de a momentos se vuelve tedio, nos tira para abajo, nos desanima. No estamos siempre igual, no podemos ser tan ingenuos. No somos máquinas, no somos robots. Cuando se está cansado, también es lindo frenar en el camino para tomar un poco de aire, para descansar un poco y mientras se descansa mirar el paisaje, mirar y contemplar lo caminado para recobrar fuerzas y ánimo y poder seguir.
Algo parecido creo que pasa hoy en este discurso de Jesús, pareciera que hoy nos da un respiro, nos viene un poco de aire fresco. Después de escuchar palabras difíciles, complicadas de aceptar y vivir, Jesús nos enseña a respirar. Sí, a respirar. Porque la oración, el diálogo con el Padre es el aire de nuestra vida interior, de nuestra vida de fe, el aire para los pulmones del alma. Pareciera como que Jesús nos enseña a tomar aire, quiere que aprendamos cómo hablarle a nuestro Padre, cómo debe hablarle un hijo de Dios a su Padre. No nos enseña una fórmula mágica para que podamos conseguir lo que queremos; no nos enseña una oración para que aprendamos de memoria y la recemos todos los días solamente para cumplir con nuestra obligación de cristianos; no nos enseña simplemente una serie de palabras que nos aseguran la salvación. Nos enseña algo más grande, más profundo, nos enseña a respirar, nos enseña lo esencial de la vida de hijos, de la vida sobrenatural. Nos enseña a desear lo fundamental, nos enseña a pedir lo esencial y por lo tanto, nos enseña, abriéndonos su corazón, lo más importante para vivir como hijos del Padre; desear primero, antes que nada, lo mejor para nuestro Padre y, finalmente, pedir lo necesario para ser hijos de corazón y no solo de palabra.
El Padrenuestro, es verdad, es sencillo, simple, pero contiene todo. Justamente ahí está su maravilla, en la simplicidad y en la sencillez. Todo está en estas palabras. Toda nuestra vida debería ser un desear y pedir lo que nos enseña el Padrenuestro, lo que dice el Padrenuestro. El Padre sabe todo, él, que ve en lo secreto, sabe el secreto de nuestras vidas, de la tuya y de la mía, el secreto que ni siquiera nosotros a veces podemos descubrir.
Hoy, por eso, respiremos aliviados, respiremos en medio de la montaña, aire fresco. Dejemos que la brisa nos toque la cara y nos dé un poco de paz. Respiremos con la mejor oración que podríamos imaginar, la oración que salió de los labios del mismo Jesús, nada ni nadie puede superar la oración salida del corazón del mismísimo Hijo de Dios.
Padre Nuestro, Padre de los que amamos y de los que nos cuesta también amar. Padre de buenos y de los malos. Padre de todos, enséñanos a respirar con esta oración salida de los labios de tu hijo Jesús, de nuestro buen hermano. Enséñanos a que cada día aprendamos a rezar con el corazón, de verdad. Basta de palabras vacías, basta de palabras repetitivas que no llegan al alma y no llegan al corazón. Basta de hijos que le rezan a un Padre que no conocen ni quieren conocer. Nosotros, Señor, queremos conocerte y darte gloria. Padre, queremos dar gloria a tu nombre, que tu nombre sea conocido. Queremos dar gloria con nuestra propia vida, con nuestras obras, queremos que tu nombre sea santificado, conocido, amado. Queremos ser hijos y vivir como hijos.
Queremos reconocer a todos como hermanos. Por eso, Padre, te volvemos a decir con todo el corazón: Enséñanos a rezar. ¿Te acordás, Padre, que los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñe a rezar? Bueno, hoy nosotros, todos los que escuchamos tu Palabra cada día, tu Palabra que nos llega a través de las Escrituras, queremos también pedirte que nos enseñes a rezar, que Jesús nos enseñe a rezar en el Espíritu Santo, porque nada puede salir de nuestros labios bueno si no es movido por el Espíritu Santo. Solo el Espíritu Santo nos hace clamar, en el fondo, «Abba», es decir, Padre. Papito, sos nuestro papá. Queremos vivir como hijos y comportarnos como hijos.
Que hoy el Padrenuestro sea la respiración de nuestra alma, sea ese breve descanso para juntar fuerzas y seguir caminando.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 17 de junio + XI Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 19-23

Jesús dijo a sus discípulos:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 19-23

Cuando subimos a la montaña y vamos avanzando en el camino, decíamos que a veces las cosas se ponen difíciles, porque todo tiene su dificultad; subir cuesta, pero a veces también encontramos, decíamos, «respiros» por el camino, y es bueno frenar en la montaña para respirar, no se puede subir todo de golpe. Dice un viejo lema en aquellos que andan por la montaña: «Hay que subir como ancianos para llegar como jóvenes». La montaña no se puede correr, en la montaña no vale la pena acelerar el paso. Simplemente hay que mantener un paso constante y firme, pero lento. Así es como se sube también en el camino de la fe, de a poquito, despacio.
Y ayer utilizábamos esa imagen del respirar para pensar en la gran oración del Padrenuestro, el modelo de toda oración cristiana que nos enseñaba Jesús como un respiro para nuestra alma en el camino de la vida, en el camino de cada día, como un respiro del corazón.
Y hoy podemos seguir utilizando la imagen de la montaña para pensar que en la montaña, entonces, si tenemos que ir ligeros y despacio, no vale la pena llevar muchas «cosas», vale la pena llevar estrictamente lo necesario, lo indispensable para caminar, alimentarnos y seguir.
A la montaña no hay que llevar cosas que no utilizaremos, no hay que cargar de más, no hace falta cargar tanto peso; porque en definitiva, si seguimos con la imagen de la montaña para llegar a Jesús, lo importante es llegar a él. No importa llevar muchas cosas, sino estar con él y escucharlo, por eso ¿qué sentido tiene llevar tantas «cosas» si nos queremos encontrar solo con Jesús? ¿No es acaso él nuestro tesoro, no es acaso él nuestra meta, la cumbre?
Por eso, en Algo del Evangelio de hoy, Jesús nos invita a que pensemos dónde tenemos nuestro corazón; porque, en definitiva, donde esté nuestro corazón, estará nuestro tesoro y al revés, donde esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón. Allí donde ponemos nuestras fuerzas, nuestros deseos, nuestras metas, logros y proyectos; ahí en definitiva está nuestro corazón, ahí ponemos, como decimos, todas nuestras energías.
Y por eso Jesús nos dice: ¿qué sentido tiene que acumulen cosas: títulos, fama, «palmaditas en la espalda», aplausos, elogios, cosas materiales?, ¿qué sentido tiene?, si, en definitiva, lo que importa es que tu Padre, que ve en lo secreto, te recompense. ¡Cómo nos cuesta esta palabra en el mundo de hoy!, donde, todo lo contrario, se nos invita a acumular y acumular, se nos hace tener miedo porque no sabemos nunca lo que pasará y por eso es bueno estar seguros a través de las cosas materiales y a través del prestigio que el mundo nos dice que tenemos que ir ganando. Las enseñanzas del mundo son totalmente contrarias a las enseñanzas de Jesús, por lo menos en este aspecto. No sirve de nada acumular si en realidad no acumulamos lo más importante, no acumulamos amor, no acumulamos deseos de estar con Jesús. En definitiva, nuestro camino en esta vida se puede truncar en cualquier momento, no lo sabemos.
Si lo que importa es encontramos con Jesús, entonces ¿por qué seguimos poniendo nuestro corazón en las cosas de la tierra, cosas que son pasajeras, muy buenas por ahí, pero que en definitiva nos la pueden robar?
¡Qué lindo es que tengamos la «lámpara» del cuerpo que es el ojo, puro para ver lo que realmente importa en nuestra vida, puro para descubrir en dónde tenemos que poner nuestra fuerza, nuestro tesoro, puro para poder ver que somos hijos de Dios y que, en definitiva, no podemos olvidarnos de lo más importante, lo único importante, esencial en nuestra vida es que vivamos como hijos y que sintamos la alegría del Padre hacia nosotros porque vivimos y nos comportamos como hijos.
Por eso en el camino de la vida te habrá pasado que podemos encontrarnos muchos hijos de Dios que son felices con muy poco, que no necesitan mucho para ser felices, y todo lo contrario, podemos encontrar, incluso vos y yo, muchas personas que tienen todo, que no les falta nada, incluso lograron todo lo que desearon en la vida y, sin embargo, no terminan de estar felices, porque en definitiva no aprendimos a poner nuestro tesoro, nuestro corazón en lo que realmente importa.
Por eso, la lámpara del cuerpo es el ojo, tenemos que aprender a ver con ojos de hijos de Dios toda la realidad, aprender a aceptar lo que nos toca vivir, aprender a caminar despacito, sin frenar para poder llegar, a no bajar los brazos, a levantarlos cuando estamos caídos, a animarnos cuando estamos cansados.
El Sermón de la Montaña es un pequeño caminito para que descubramos lo esencial de nuestra vida y que no acumulemos cosas que acá en la tierra son pasajeras. Todo es pasajero, lo único que no pasa es que somos hijos y que tenemos que imitar al Hijo del Padre que es Jesús y que tenemos que llegar a nuestro Padre del cielo para darnos un abrazo que dure toda la eternidad. Ese es el verdadero tesoro.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar