Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Lunes 13 de junio + XI Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 38-42

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 38-42

Hay que subir a la montaña, es lindo subir una montaña. Seguro que alguna vez lo hiciste, seguro que alguna vez en algún campamento, de chico, te hicieron subir una montaña y tuviste esa experiencia, cansadora y gratificante al mismo tiempo, es inevitable, para llegar arriba hay que esforzarse. Es la propuesta de estas semanas, junto a Jesús, simbólicamente subir a la montaña, para estar con él y poder escucharlo para recibir la ley el Reino de los hijos de Dios, la nueva ley del Reino de Dios, la que ya no quedó grabada en piedras, como la Ley de Moisés, sino que quedó grabada en los corazones de los discípulos y desde ese día fue transmitiéndose de corazón a corazón, para llegar al tuyo y al mío.
En este comienzo de semana, te propongo hacer juntos el camino espiritual de ir subiendo, de que las palabras de Jesús nos vayan atrayendo tanto que tengamos ganas de subir interiormente una montaña. No hay otro camino para ver las cosas diferentes, para ver el paisaje desde arriba hay que subir. Solo desde arriba se puede disfrutar la vista de una manera nueva y única. Lo mismo pasa con las palabras del Sermón de la montaña, lo mismo pasa con la nueva ley de los hijos de Dios. Solo el que sube las comprende y asimila, solo el que se pone en camino para subir, para salir de uno mismo, de la comodidad de sus pensamientos y sentimientos puede aceptar que Jesús venga a decirnos: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo…». Solo él puede darle sentido pleno a la ley grabada en piedras frías y sin vida, solo él puede grabar la ley del amor verdadero en corazones con vida.
El Sermón de la Montaña a veces genera controversias, enojos. De hecho, en estos días alguien nos escribió enojada, porque no le gustó, en el fondo, lo que dijo Jesús en el Evangelio. No pusimos otra cosa en esa imagen que lo que Jesús dijo y, sin embargo, una persona se enojó, porque aquel que no es capaz de subir, en el fondo, choca contra sus pensamientos y sentimientos e incluso la nueva ley de Dios parece ser más imposible que la antigua. Por eso, subamos, no nos enojemos, escuchemos lo que Jesús nos dice y abramos nuestro corazón.
Vamos a subir juntos esta semana, vamos a escuchar la ley de los hijos del Padre que tiene que ser «superior», «mejor» a la de los escribas y fariseos, mejor a la de los que creen que por cumplir están salvados, están con la conciencia tranquila, están agradando a Dios. Un hijo siempre quiere más, un hijo verdadero no calcula, un hijo entrega su corazón.
Como tantos hombres a lo largo de la historia que escucharon estas palabras de Jesús, seguramente te sorprenderás, te asustarás o bien te enojarás porque te parece una locura semejante pedido de Jesús o te parece incluso injusto e ilógico. Pero vuelvo a decirte lo que dije muchas veces: para comprender hay que creer, para aceptar hay que amar las palabras de Jesús y para comprenderlas y aceptarlas hay «subir a la montaña», hay que salir de uno mismo, hay que esforzarse un poco para no creérsela, para no considerar que nosotros tenemos la verdad. Se necesita humildad y para ser humildes hay salir del Yo.
«Yo les digo… Yo les digo…», nos dice Jesús. Yo les digo que el mal no se soluciona con otro mal, a eso se refiere Jesús. No podemos responder al mal con el mal. Yo les digo que el fuego no se apaga con alcohol, que lo mojado no se seca con agua. Yo les digo que el mal solo puede ser vencido por el bien. Yo les digo que la mejor arma para destruir y afrontar el mal es el amor y la verdad, y la verdad es que el amor es el remedio al dolor, a la violencia, es el remedio al odio, a la mentira, es la respuesta a la ira, a la violencia, a la insensatez, a la corrupción, al engaño, a la tristeza, a la hipocresía y así podríamos seguir.
Presentar entonces la otra mejilla...Escuchemos bien: presentar la otra mejilla, dar el manto, acompañar más de la cuenta si nos pidieron, no es ser tontos, no es dejarse aplastar por el mal y no hacer nada. Es responder con bien.
Vuelvo a decir, no es ser tontos y dejar que el mal triunfe dejándome pegar, dejando que la injusticia gane la pulseada. ¡¡¡NO!!! Eso no es cristiano, no es de hijos de Dios. Poner la otra mejilla, es responder con un bien y que eso incluso nos exponga a recibir otro mal a causa del bien. El que ama se expone amando. El que ama se expone a sufrir por amor, no por masoquismo. Por eso hay que entender bien las palabras del Evangelio de hoy, para que no te pase como esta persona que se enojó en estos días, porque en el fondo no pudo escuchar; no por mala, no pudo escuchar. O escuchamos a nuestra manera, ponemos el oído y no profundizamos.
Probemos vivir estas palabras llenas de sabiduría de hoy en lo sencillo de nuestras vidas. Respondamos con una sonrisa alegre al saludo amargo del lunes por la mañana de tu compañero de trabajo, del que maneja el colectivo, el medio de transporte. Respondamos dejando el asiento a otro o a otra aunque a vos te lo hayan negado. Respondamos dando más de lo que nos pidieron, para ser generosos, demos más de lo estrictamente necesario, de lo que nos deja la conciencia tranquila. Respondamos llamando al que nos quiere y nosotros estamos esperando que nos llame. Hay miles de formas de probar las palabras de Jesús de hoy. Probemos, no nos vamos a arrepentir. Amar no es de tontos, es de inteligentes. Amar es la única manera de romper la cadena de mal que a veces nos enreda y no nos deja vivir en paz. El mal siempre estará cuando un corazón en vez de responder con el bien, responde con el mal. El mal en el fondo está en nosotros cuando no sabemos elegir el mejor camino, el que Jesús nos enseñó.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Martes 14 de junio + XI Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 43-48

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 43-48

Cuando se sube una montaña, se experimentan muchas sensaciones. Lo habrás vivido alguna vez; si no, te lo voy contando. Los comienzos siempre son para entusiasmarse, siempre es lindo empezar, es lindo emprender un viaje nuevo, una ruta nueva, aunque parezca difícil. Por eso, cuando se empieza a subir una montaña, a treparla, como decimos, generalmente se empieza con ganas, mirando la cumbre, mirando el lugar donde queremos llegar, mirando la meta, y eso moviliza el caminar. La cumbre atrae, las ganas de estar allí, anima a levantar la cabeza y a poner todas las fuerzas en cada paso. Imaginemos eso. Imaginemos eso mismo en este momento, pero siendo Jesús la cumbre, siendo él mismo la meta. Él está en la cumbre, hablándonos, esperándonos, diciéndonos este sermón desde la montaña para darnos vida, para enseñarnos a amar con todo el corazón, para ayudarnos a que descubramos todo lo que podemos amar.
Cuando se escucha la Palabra de Dios, se experimentan también muchas sensaciones; ojalá que estemos experimentando las ganas de escuchar, las ganas de subir para ver mejor y escuchar de cerca. Sin embargo, hay que reconocer que cuando uno escucha las palabras de Dios, como la de hoy, y piensa que la cumbre del amor, es el amor a los enemigos, nos puede también pasar lo contrario, nos puede pasar que se nos van las ganas de subir, sobre algo de esto intentaremos hablar en esta reflexión. Es como si nos dijeran: «Mirá, tenés que subir al Everest, al monte más alto del mundo», nos parece imposible, pensamos que no podemos llegar. ¿Podemos llegar hasta el amor a los enemigos?
Como decíamos ayer, no se puede ver bien sin subir, no se puede comprender la Palabra entonces sin hacer un esfuerzo para salir de uno mismo. Mucho menos las palabras de Algo del Evangelio hoy, que parecen cada vez más difíciles e imposibles para nuestra pobre mente y nuestro corazón a veces tan mezquino y tan herido, que no termina de comprender el infinito amor de Dios, que no hace distinción y hace llover sobre todos, buenos y malos, malos y buenos.
Seguramente en nuestra vida hemos oído muchas cosas, quizás nos enseñaron muchas cosas, de algún modo fuimos adquiriendo muchas enseñanzas, costumbres, modos de pensar y sentir, algunas muy buenas y otras no tanto. Todos fuimos aprendiendo a amar como pudimos, según lo que vimos, según lo que nos enseñaron y lo que pudimos comprender. Muchas cosas las copiamos sin darnos cuenta, otras fuimos construyéndolas nosotros mismos con nuestro discernimiento. En definitiva, lo que quiero decir es que no somos perfectos ni mucho menos, ya lo sabemos, no amamos perfectamente, no sabemos amar como Dios y a veces no podemos, aunque queremos. Creo que no es necesario ser muy inteligente o humilde para reconocer esta verdad, incluso experimentarlo puede ser causa de sufrimiento interior; nos gustaría amar más y mejor, muchas veces, porque fuimos creados para eso, sin embargo, experimentamos nuestra debilidad y no nos alcanza nuestro pobre amor. A pesar de todo esto, hoy Jesús nos habla del desafío más grande que podamos imaginar: «Suban el Everest, subilo, vos podés. “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”». Una propuesta que se puede estampar, chocar contra nuestra razón y nuestro corazón. Es necesario que hagamos alguna aclaración previa para que no nos resulte todavía más difícil aceptar estas palabras de Jesús.
No debemos confundir la palabra «perfección» con perfeccionismo, como una pretensión de no equivocarse nunca, como un perfeccionismo voluntarista, alcanzado por nuestra obsesión de no equivocarnos y ser buenos para los demás. Jesús se refiere a otra cosa. En el fondo podríamos decir que nos está diciendo: «Amen como ama mi Padre, amen porque mi Padre los ama, hagan lo que hagan, amen a buenos y malos como mi Padre lo hace». Un hijo de Dios quiere amar como su Padre, eso nos está diciendo. Por eso seguimos con el tema de ser hijos y de vivir y amar como el Hijo de Dios.
Porque si somos hijos, ¿cómo vamos a despreciar a otro hijo de Dios, cómo es posible que odiemos a un hermano? Si somos hijos de un mismo Padre que ama a todos, y no por un merecimiento, ¿cómo es posible que seamos capaces, por ejemplo, de negarle el saludo a alguien? El odio, el negar un saludo, el rencor, el devolver con el mal al mismo mal recibido, son reacciones de los que todavía no se sienten hijos y hermanos de todos los hijos del Padre. De aquellos que todavía no tienen la fe suficiente.
Jesús nos pide estas actitudes, no solo por los enemigos, sino también por nosotros mismos. No solo porque todos son dignos de ser amados, sino porque nosotros tampoco somos dignos de odiar a nadie, no fuimos creados para odiar. El odio no solo daña al que lo recibe, daña al que lo tiene. Nos hace mal a nosotros mismos. Por eso al perdonar a un enemigo, a alguien que nos hizo el mal, nos perdonamos a nosotros mismos. ¿Quiénes son entonces nuestros enemigos?, podríamos preguntarnos. No solo los que alguna vez nos hicieron el mal, sino también aquellos que nos cuesta amar, por distintos motivos, los que nuestro corazón rechaza por «una cuestión de piel», como decimos a veces. Y entonces ¿qué nos pide Jesús? ¿Qué seamos amigos a la fuerza? No. Lo que nos pide es otro tipo de amor, no un amor de amistad, nos pide que por lo menos no le neguemos el saludo, que recemos por ellos, que no critiquemos, que no lo juzguemos y que por supuesto no le hagamos el mal. Porque no debemos hacer lo que no nos gusta que nos hagan.
Nuestro corazón está hecho para cosas grandes. Somos hijos de un Padre que ama a todos y está deseando que sus hijos no se desprecien entre sí. Probemos hoy saludar al que no nos saluda, probemos hoy rezar por el que no nos quiere, por el que nos hizo el mal. Vamos a ver que no nos vamos a arrepentir.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 15 de junio + XI Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 1-6

Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que, con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 1-6. 16-18

Subir montañas cuesta, es lindo, pero cuesta. No hay que negar la realidad. Cuando uno sube una montaña, a veces el camino se pone escabroso, difícil, no todo es fácil. Cuanto más se sube, podríamos decir que más difícil se hace el andar. Esta imagen me sirve para decir esto: estamos en la parte escabrosa del Sermón de la Montaña –por ahí no es una palabra feliz, pero es la que me sale–, es una de esas partes más difíciles; en realidad, digamos así, es la parte más difícil. La cuestión se pone difícil, se pone mucho más dura. Lo experimentamos ayer, porque no es fácil aceptar que hay que amar a todos, no es fácil entender que hay que amar incluso hasta a los enemigos. No es fácil creer en un Dios que es Padre de todos, de malos y buenos, que cuando se trata de amar, no hace diferencia como lo hacemos nosotros. No es fácil enamorarse de un Padre que mira con corazón de enamorado a todos, incluso al que vos y yo, por débiles, podemos despreciar o, incluso, ignorar. Por eso no todos llegan a comprender este Sermón, no todos saben vivir como hijos de Dios, no todos quieren llegar a la cumbre de la montaña, muchos abandonan por el camino, al ver que se pone difícil. Todos somos hijos, pero no todos queremos o pretendemos vivir como hijos de Dios.
No sé qué estarás pensando al escucharme, a veces me intriga lo que piensa cada uno de los que escuchan estos audios, pero sería imposible saberlo, no importa, en realidad. Pienses lo que pienses, te invito a que sigamos escuchando, sigamos subiendo, aunque se ponga difícil; hagamos el esfuerzo, aunque a veces nos cansemos y no queramos escuchar más. Lo escabroso, lo difícil pasa y lo lindo va llegando de a poco. No hay nada tan maravilloso como llegar a la cima de una montaña y poder ver todo lo que se hizo desde arriba, con el corazón sereno, desde otra perspectiva.
En Algo del Evangelio de hoy, más allá de que Jesús habla de las tres ya conocidas prácticas de piedad cristianas que reforzamos siempre en la Cuaresma, oración, limosna y ayuno, el corazón de la palabra está, me parece, en otro lado, contenida en esta frase: «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos». Ahí está la clave. ¡Tengan cuidado! Eso quiere decir que el peligro siempre está presente, el peligro de equivocarse aun con buenas intenciones, aun haciendo cosas buenas. Aun cuando rezamos, damos algo a los pobres, aun cuando podemos privarnos de algo por amor a los otros. ¡Tengamos cuidado! ¿De qué? Tengamos cuidado de no ser hijos vanidosos, o sea, de poner nuestra satisfacción en que vean lo que hacemos, que nos reconozcan, que nos tengan en cuenta, que nos palmeen la espalda como signo de reconocimiento. Un hijo de Dios en serio, un hijo de Dios no encuentra como primera medida, su satisfacción en que sus hermanos lo aplaudan y vean lo bueno que es. El buen hijo de Dios se alegra, se conforma, se reconforta con saber que su Padre lo ve y sabe todo, aun cuando nadie en este mundo lo vea.
¿Sabés qué nos pasa cuando vivimos de cara a los demás, o sea, cuando vivimos esperando ser reconocidos por los otros, algo que hacemos incluso inconscientemente, sin darnos cuenta? Nos pasa que nos podemos decepcionar muy fácilmente, muy seguido, porque no siempre nos reconocen todo lo que creíamos que nos merecíamos y podemos quedarnos con muy poco, porque el reconocimiento humano es pasajero y muy cambiante. El que hoy nos reconoce, mañana nos puede desconocer.
Por eso Jesús, es el Hijo que no buscó otra cosa que la gloria del Padre, él mismo, nos enseña el camino de la felicidad interior, de la felicidad verdadera y duradera. Vivir de otra cosa, vivir de la recompensa secreta del Padre del Cielo. Vivir de la recompensa secreta de nuestro Padre. ¿Y cuál es la recompensa?, nos podríamos preguntar.