Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Viernes 10 de junio + X Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 27-32

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 27-32

El sermón de la montaña que venimos escuchando en estos días y que seguiremos escuchando y disfrutando durante algunas semanas, es el sermón que da vida a aquellos que lo escuchan con corazón de hijos. ¿Qué significa esto que estoy diciendo? Quiere decir que solo las puede entender aquel que se siente hijo del Padre y como hijo, jamás quiere ofender a su Padre en lo más mínimo, pero no como por una especie de puritanismo o moralismo centrado en uno mismo, o perfeccionista narcisista, sino por amor al que le dio la vida. El hijo que ama verdaderamente a su Padre sabe que cualquier ofensa a otro hijo de ese Padre o un hermano, es motivo de dolor para su Padre.
El hijo de Dios que va reconociendo el amor del Padre, sabe que Jesús, el Hijo con mayúscula, es el que nos vino a enseñar el verdadero sentido de la ley y el que vino a interpretarla y vivirla en profundidad. Por eso, escucharemos varias veces: «Ustedes han oído que se dijo… Yo les digo». Como si nos dijera: «Ustedes escucharon y aprendieron los mandamientos en su infancia, en su juventud, está bien… Ahora Yo se los vengo a explicar, Yo vengo a descubrirles el espíritu de lo que el Padre les enseñó. Yo vengo a que no se queden en la letra, en la literalidad de las palabras y vayan más allá, y descubran que el mandamiento no es solo una prohibición, sino una invitación al amor, una invitación a vivir plenamente».
¿Cuántas cosas en nuestra vida «hemos oído que se dijo»? Podríamos decir que muchas cosas en nuestra vida se basan en un «escuché que se dijo» o «esto fue lo que aprendí o me enseñaron» o «siempre se hizo así o todos lo hacen así». Bueno, Jesús quiere sacarnos de ese esquema rígido que muchas veces nos hace acomodarnos a nuestra conveniencia o, como se dice hoy, que pensemos fuera de la caja. No podemos escudarnos en que «a mí me lo enseñaron así», «esto lo hago porque todos lo hacen». Tenemos que escuchar a Jesús desde la montaña.
Imaginamos que en nuestra vida empecemos a decir: Yo escuché lo que Jesús dijo, yo quiero vivir según lo que Jesús dice, porque lo que Jesús dice es lo que el Padre quiere, y lo que el Padre quiere es lo mejor para mí y para la humanidad, para todos, es la felicidad. Si todos escucháramos lo que Jesús nos enseña, en definitiva, todos viviríamos como hermanos, todos nos sentiríamos hermanos, y en caso de herirnos, como nos pasa tantas veces porque somos débiles, aprenderíamos a perdonarnos. Ese es el deseo del Padre para toda la humanidad, es recrear una nueva humanidad, la de los verdaderos hijos de Dios. ¡Qué bueno sería!
¿Qué dice hoy Jesús en Algo del Evangelio para que podamos escuchar y seguir aprendiendo? ¿Qué dice el Padre? Bueno, hoy es evidente que el Padre quiere cuidar el amor entre sus hijos, el amor verdadero entre el hombre y la mujer, fundamentalmente la familia, porque nos creó varón y mujer, por más que hoy hay tantas ideologías que nos quieren llenar de mentiras, que quieran dictatorialmente imponernos que podemos renegar de nuestra naturaleza, somos y varón y mujer.
A nuestro Padre del cielo no le gusta la lujuria, o sea, la sexualidad mal orientada, desordenada, sabe que nos hace mal. Él creó la sexualidad para nuestro bien, para expresar el amor mutuo y engendrar vida, dos fines que no se pueden separar. Por eso, no le gusta, no desea que nos usemos como si fuéramos objetos. Quiere que sus hijos se miren con ojos de hermanos, como Jesús, con ojos puros. Los hijos de Dios se miran mutuamente, tanto el varón a la mujer, como la mujer al varón, como hermanos y no como objetos de deseo y satisfacción personal. Por eso mirar con deseo de tener alguien que no nos pertenece y que no es un objeto, sino un hermano o hermana, o mirar deseando que lo que miro sea una realidad para mí, es ya de alguna manera lograr lo que deseo. No somos dos realidades diferentes, somos una unidad. Somos cuerpo y corazón, cuerpo y espíritu, no podemos separar nuestra mirada de los que sentimos y pensamos, aunque a veces lo intentemos. Una cosa alimenta a la otra y al revés.
«La lámpara del cuerpo es el ojo», dice Jesús, es por la mirada por donde entran al corazón las imágenes que nos mueven para desear lo que nos hace bien o mal, y desde el corazón salen los deseos que nos hacen mirar aquello que alimentan ese buen o mal deseo.
Por eso podemos ofender al Padre con los ojos, y los ojos pueden transformarse en inicio de malos deseos en el corazón. Esto vale tanto para los varones como para las mujeres, tanto por mirar con deseo como por provocar que los otros nos miren con deseo desordenado. Los verdaderos hijos de Dios no buscan mirar con deseo de poseer a nadie, miran porque hay que mirar, pero no deseando, ni tampoco les interesa que los miren con deseo, deseos de vanidad. Pidamos al Padre que nos enseñe a mirarnos como hermanos, mirarnos como él nos mira, mirar como Jesús miraría, mirar como la Virgen nos mira.
Que te tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Sábado 11 de junio + X Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 33-37

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 33-37

Podemos aprovechar este sábado para de alguna manera ver el camino recorrido, para ver si de alguna manera subimos o no a la montaña con Jesús, si nos estamos animando a emprender este camino que es arduo, pero que es el mejor.
Esa era la invitación de esta semana en el comienzo del Sermón de la Montaña; Jesús sube a la montaña para hacernos subir con él, para ayudarnos a subir con él, para que vayamos a recibir la Ley del Reino de los hijos de Dios, la Ley de la gracia, para que aprendamos a comprender verdaderamente el sentido profundo de los mandamientos, para que aprendamos a amar como él ama. Jesús sube a la montaña para que nosotros también subamos; por eso miremos hacia atrás y fijémonos si en esta semana hemos subido un poquito más la montaña de la vida, la montaña de la fe.
Las bienaventuranzas decíamos el lunes que son el rostro de Jesús, son en realidad promesas que él nos hace para que podamos vivir como él, como hijos de Dios. ¿Y cuál era la clave de las bienaventuranzas? La clave de las bienaventuranzas es el mismo Jesús, es su corazón, hay que conocerlo. Él las vivió primero porque él es el Maestro para poder vivirlas en profundidad; eso decíamos el primer día.
El martes nos hacíamos esta pregunta profunda: ¿Cuál es el distintivo de un cristiano?, ¿qué es lo que finalmente nos hace cristianos, nos distingue algo de los demás, nos debería distinguir algo? ¿Qué es lo que Jesús dice que debe distinguir a un discípulo de él? El Sermón del Monte de a poquito nos fue llevando a encontrar esta respuesta...
Nos íbamos a sorprender, nos dábamos cuenta que finalmente el distintivo del cristiano es querer glorificar a su Padre, es descubrir que el único sentido de la vida es querer glorificar al Padre del Cielo, amándolo y amando a todos sus hijos, a nuestros hermanos, amando a los demás como hermanos verdaderamente.
Y por eso el miércoles él nos explicaba cuál era la relación entre el nuevo modo de vivir de los hijos de Dios y el modo anterior, bajo la ley del Antiguo Testamento. ¿Cómo es? ¿Este nuevo modo anula el anterior?, nos preguntábamos. ¿Este nuevo modo excluye el antiguo?: ¡No!, al contrario; este «nuevo modo» llevará a su plenitud al anterior.
Jesús nos enseñará a que tomemos los mandamientos y descubramos su verdadero sentido, no puede él borrar con el codo –decíamos– lo que el Padre escribió con la mano, las tablas de la Ley a Moisés. Jesús vino a cumplir los mandamientos, pero también vino a algo mucho más grande, a ayudarnos a cumplirlos y a darnos fuerza y gracia para poder cumplirlos.
El jueves afirmábamos que el que es hijo «en serio» no se preocupa entonces únicamente por «cumplir» una ley abstracta en su literalidad, no se preocupa únicamente en no matar físicamente a un hermano: «Padre, yo no maté a nadie» –nos dicen muchas veces a los sacerdotes–, sino que además un hijo no quiere matar a nadie con el corazón y tampoco quiere matar el corazón de nadie, hiriéndolo. El que se siente hermano de los demás, jamás va a querer herir al otro, jamás va a querer herir a otro hijo de Dios. Por eso nos preguntábamos si esto no es lógico, ¿no es lógico que Dios Padre desee que todos sus hijos se lleven bien y no se hieran?, ¿no pretendés vos lo mismo con tus hijos? ¿O sos feliz si tus hijos se pelean entre ellos? No alcanza entonces con no matar, no podemos ser tan mediocres a veces de «conformarnos» con no matar a nadie físicamente. Jesús vino a enseñarnos algo más: a amar a los demás, no matar a nadie con el pensamiento, con el corazón, no matar a nadie con los ojos o con las palabras.
Y el viernes, ayer finalmente Jesús nos volvía a decir: «Han oído que se dijo ... Yo les digo...». Yo les vengo a enseñar que tienen que mirar a todos como hermanos, mirar a mujeres y varones como hermanos; todos somos hijos de Dios, y por eso decía que desear a alguien con el corazón es ya de alguna manera cometer aquello que uno busca, es en ese caso cometer adulterio, dañar.
Entonces, fijémonos si esta semana hemos subido un poquito más la montaña; subamos a la montaña para recibir la Ley del Reino de los hijos de Dios, subamos para que Jesús nos abra su corazón y podamos comprender un poco más cuál es la voluntad del Padre para cada uno de nosotros. Subamos, hay que esforzarse, pero finalmente obtendremos nuestra recompensa.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 12 de junio + Solemnidad de la Santísima Trinidad(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15

Jesús dijo a sus discípulos:
«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 12-15

Celebramos hoy, en este domingo, la Solemnidad de la Santísima Trinidad, después de haber celebrado en la Cuaresma los misterios de la vida de Jesús, en la Pascua su resurrección, su ascensión y el envío del Espíritu, celebramos que Dios es Uno y Trino. Creemos por la fe que el Padre, para salvarnos, envió a su Hijo y al Espíritu Santo, siendo los tres el mismo Dios. Son tres personas. Revivimos esta fiesta también para darnos cuenta que Dios es Dios, y que todo lo que podamos decir de él nunca alcanza. Sabemos que nada de lo que queramos aportar, aporta lo suficiente. Dios ES, se dice, él es. «Yo soy el que soy», dijo en el Antiguo Testamento. También esta es la fiesta, de alguna manera, de reconocer esta verdad: que somos criaturas y que Dios es más grande de todo lo que podamos pensar, absolutamente más grande que todo lo que podamos imaginar. Por eso, y siempre, pero hoy especialmente, en el día de la Trinidad, no importa tanto lo que nosotros digamos de él, sino lo que él nos diga a nosotros, como en el Algo del Evangelio de hoy: «Aún tengo muchas cosas que decirles», dijo Jesús antes de partir.
Aunque este día es algo muy especial, en realidad, siempre decimos y debemos decir que en cada misa celebramos a la Santísima Trinidad, siempre la tenemos presente, somos más trinitarios de lo que imaginamos. La misa es una ofrenda a la Trinidad. Desde una señal de la cruz, durante toda la misa, en cualquier oración que hacemos siempre nombramos a la Santísima Trinidad. Y, aunque lo escuchamos muchas veces, deberíamos decir que no sabemos cómo ES realmente nuestro Dios. Nos equivocamos mucho cuando hablamos de él, cuando pensamos sobre él, cuando incluso nos damos el lujo de enojarnos con él. Pero Dios es Dios, y por eso nosotros no podemos hacernos ídolos y dioses a nuestra medida. No tenemos que mirarnos a nosotros mismos tanto, sino tenemos que mirar lo que Dios nos vino a enseñar sobre él mismo. Él vino a mostrarnos cómo es él mismo y no las imágenes y las cosas que nosotros tenemos sobre él, nos armamos sobre él. Por eso el hombre se llena de ídolos y a veces, incluso puede ser, con buenas intenciones, reemplaza a Dios por los santos o ídolos humanos, o ídolos hechos a nuestra medida. Pero Dios es Dios y esa es la mejor noticia.
La Trinidad es siempre comunión de amor, comunión de libertad pura para amar. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son solamente un Dios que quiso quedarse ahí para mirar la historia desde arriba. La Trinidad vino a vivir con nosotros, se «acostumbró» a estar con nosotros en Jesús, para que nosotros sepamos cómo es él, para que nosotros descubramos cómo vive Dios en su interior, por decirlo así. Dios es una «familia». La Trinidad es una, pero no está sola. Ama eternamente. Y el que ama jamás está solo ni lo estará. Y por eso, como nosotros somos creados a su imagen y semejanza, para vivir plenamente, debemos aprender a vivir como vive el mismo Dios, como es él y como Dios mismo nos creó. Como imagen y semejanza de él, nosotros también no fuimos creados para estar solos. Ni siquiera para pensar que estamos solos, para permitirnos decir que andamos solos. Nunca estamos solos, jamás estamos sin nadie, aunque muchas veces nos aislemos y nos sintamos solos por culpa de la falta de amor de los demás y de nuestro amor propio, nuestro propio corazón que se olvida de esta verdad.
¡Que no se nos cruce por la cabeza y el corazón pensar hoy que estamos solos o que estaremos solos alguna vez! ¡Ni siquiera nos imaginemos esa situación! Porque, aunque estemos realmente solos y no tengamos a nadie al lado nuestro, en nuestro corazón vive la Santísima Trinidad. Vino a habitar entre nosotros y a quedarse con nosotros. Por eso no nos creamos esto; aunque lo sintamos en algún momento por nuestra debilidad, no vivamos como si estuviéramos solos, «creando nuestra propia vida». El que «construye su propia vida», pensando y viviendo como alguien que anda «solo», finalmente se queda solo, bien solo, pero por su propio encierro.
Quiero que recemos juntos esta verdad y le hablemos a nuestro buen Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo:
«Trinidad Santa, que habitas en nuestra alma, no dejes que pensemos hoy que podemos estar solos, no dejes que construyamos nuestra vida solos. No dejes que nos creemos un dios a nuestra medida. Danos la gracia de poder experimentar este gran misterio, aunque nunca podamos comprenderlo totalmente. Sos Padre, sos Hijo y sos Espíritu Santo. Sos Padre que nos engendró, y que nos da vida siempre, y deseas que nos sintamos como hijos. Sos Hijo que vino a ser nuestro hermano mayor y a salvarnos dándonos su amor y enseñándonos a amar. Y sos Espíritu de amor, que se quedó para siempre a vivir en nuestro corazón, para que nunca nos creamos que estamos solos, y para que comprendamos cómo es realmente nuestro Dios».
Que tengamos un buen domingo, un domingo vivido en familia, que también lo vive la Trinidad, una familia que es comunión de amor y quiere entregarse a nosotros, para que nosotros aprendamos a entregarnos a los demás. Y que la bendición de Dios, que es Uno y Trino, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar