Martes 7 de junio + X Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor
Comentario a Mateo 5, 13-16
Lentamente, después de haber escuchado las Bienaventuranzas, las promesas del Padre para que seamos felices, esas promesas que vienen del cielo, iremos poco a poco –así como se desgaja una cebolla capa por capa hasta llegar al corazón– desgajando el Sermón de la montaña, en el que nuestro Maestro nos irá mostrando su corazón para enseñarnos lo que significa ser hijos, cómo llegar a ser hijos del Padre. Y eso lo irá haciendo mostrándonos, como dije, su corazón y mostrándonos nuestro corazón, para que sepamos quienes somos realmente; será como un espejo donde nos veremos reflejados.
Te aseguro que durante estas semanas vas a disfrutar muchísimo la Palabra de Dios, de estas palabras de Jesús desde la montaña. La montaña es signo de que esta sabiduría no es sabiduría humana, sino que es sabiduría que viene de lo alto, del cielo y viene a iluminar nuestras vidas, a darle sentido, a mostrarnos la verdad. Por eso, volvé a recargar las pilas, la batería del corazón para escuchar verdaderamente. Si dejaste de escuchar la Palabra de Dios, volvé a escucharla. Si estabas escuchando en piloto automática, volvé a conectarte. Si venías escuchando con el corazón, seguí de esa manera.
Muchas veces no podemos ser lo que queremos ser, porque en realidad –¿sabías qué?– no sabemos lo que ya somos. Muchas veces vivimos en un eterno querer ser alguien distinto de lo que ya somos y nos olvidamos de lo que ya somos. Muchas veces privilegiamos en nuestras vidas el hacer antes que el ser. Esto nos pasa mucho. Nos cuesta muchísimo reconocernos a nosotros mismos y por lo tanto no terminamos de querernos bien, no terminamos de dar frutos en nuestras vidas. Como discípulos, como cristianos también puede pasarnos esto. Creemos que ser buenos cristianos es simplemente «hacer cosas buenas», hacer muchas cosas por los otros, ser buenos, como se dice. Es verdad, pero no toda la verdad o es parte de la verdad. Cosas buenas pueden hacer, incluso hacen muchísimas personas, gente de bien hay por todos lados. Son muchas las personas buenas en este mundo que hacen y viven para los demás, incluso personas que no creen en nada. Nosotros hacemos cosas buenas seguramente, pero ¿no será que hacemos en realidad porque ya somos de algún modo buenos? Entonces… ¿cuál es el distintivo de un cristiano? ¿Nos distingue algo de los demás, nos debería distinguir algo? ¿Qué es lo que Jesús dice que debe vivir un discípulo de él? El Sermón de la montaña que empezamos a escuchar ayer nos irá dando la respuesta poco a poco a esta gran pregunta. Te vas a sorprender. Te lo aseguro. Este Sermón es el corazón del Evangelio porque es el corazón de Jesús. Voy a insistir muchísimo en esta idea durante estos días. Hay cosas que hay que repetirlas mucho para que queden grabadas para siempre.
Recuerdo que conocí en profundidad o empecé a meterme en profundidad en el Sermón de la montaña y las Bienaventuranzas cuando entré al seminario en mi primer ejercicio espiritual, y para mí fue como descubrir algo nuevo, que nunca había escuchado. Había ido a misa toda mi vida, pero jamás había escuchado estas palabras de Jesús con tanta atención y jamás alguien me las había explicado con tanta claridad y sabiduría como el sacerdote que dio ese primer retiro en el seminario. Agradezco siempre que se haya cruzado en mi vida para abrir los ojos del corazón. Vos y yo somos sal y luz. Nosotros, los que escuchamos a Jesús, los discípulos de él, dice Jesús que ya somos sal y luz.
Estas palabras no están dirigidas a todos, sino a los discípulos, a los que estaban más cerca de él. Si te considerás discípulo entonces, seguidor, seguidora de él, ya sos sal, ya sos luz. Jesús no nos dice: ustedes serán sal, ustedes deberán ser luz, sino que nos dice que ya lo somos. No dice: deben serlo, tienen que serlo. Ya somos sal, ya somos la sal que sala el mundo, ya somos la luz que ilumina el mundo. Tenemos todo para ser sal y luz.
Lentamente, después de haber escuchado las Bienaventuranzas, las promesas del Padre para que seamos felices, esas promesas que vienen del cielo, iremos poco a poco –así como se desgaja una cebolla capa por capa hasta llegar al corazón– desgajando el Sermón de la montaña, en el que nuestro Maestro nos irá mostrando su corazón para enseñarnos lo que significa ser hijos, cómo llegar a ser hijos del Padre. Y eso lo irá haciendo mostrándonos, como dije, su corazón y mostrándonos nuestro corazón, para que sepamos quienes somos realmente; será como un espejo donde nos veremos reflejados.
Te aseguro que durante estas semanas vas a disfrutar muchísimo la Palabra de Dios, de estas palabras de Jesús desde la montaña. La montaña es signo de que esta sabiduría no es sabiduría humana, sino que es sabiduría que viene de lo alto, del cielo y viene a iluminar nuestras vidas, a darle sentido, a mostrarnos la verdad. Por eso, volvé a recargar las pilas, la batería del corazón para escuchar verdaderamente. Si dejaste de escuchar la Palabra de Dios, volvé a escucharla. Si estabas escuchando en piloto automática, volvé a conectarte. Si venías escuchando con el corazón, seguí de esa manera.
Muchas veces no podemos ser lo que queremos ser, porque en realidad –¿sabías qué?– no sabemos lo que ya somos. Muchas veces vivimos en un eterno querer ser alguien distinto de lo que ya somos y nos olvidamos de lo que ya somos. Muchas veces privilegiamos en nuestras vidas el hacer antes que el ser. Esto nos pasa mucho. Nos cuesta muchísimo reconocernos a nosotros mismos y por lo tanto no terminamos de querernos bien, no terminamos de dar frutos en nuestras vidas. Como discípulos, como cristianos también puede pasarnos esto. Creemos que ser buenos cristianos es simplemente «hacer cosas buenas», hacer muchas cosas por los otros, ser buenos, como se dice. Es verdad, pero no toda la verdad o es parte de la verdad. Cosas buenas pueden hacer, incluso hacen muchísimas personas, gente de bien hay por todos lados. Son muchas las personas buenas en este mundo que hacen y viven para los demás, incluso personas que no creen en nada. Nosotros hacemos cosas buenas seguramente, pero ¿no será que hacemos en realidad porque ya somos de algún modo buenos? Entonces… ¿cuál es el distintivo de un cristiano? ¿Nos distingue algo de los demás, nos debería distinguir algo? ¿Qué es lo que Jesús dice que debe vivir un discípulo de él? El Sermón de la montaña que empezamos a escuchar ayer nos irá dando la respuesta poco a poco a esta gran pregunta. Te vas a sorprender. Te lo aseguro. Este Sermón es el corazón del Evangelio porque es el corazón de Jesús. Voy a insistir muchísimo en esta idea durante estos días. Hay cosas que hay que repetirlas mucho para que queden grabadas para siempre.
Recuerdo que conocí en profundidad o empecé a meterme en profundidad en el Sermón de la montaña y las Bienaventuranzas cuando entré al seminario en mi primer ejercicio espiritual, y para mí fue como descubrir algo nuevo, que nunca había escuchado. Había ido a misa toda mi vida, pero jamás había escuchado estas palabras de Jesús con tanta atención y jamás alguien me las había explicado con tanta claridad y sabiduría como el sacerdote que dio ese primer retiro en el seminario. Agradezco siempre que se haya cruzado en mi vida para abrir los ojos del corazón. Vos y yo somos sal y luz. Nosotros, los que escuchamos a Jesús, los discípulos de él, dice Jesús que ya somos sal y luz.
Estas palabras no están dirigidas a todos, sino a los discípulos, a los que estaban más cerca de él. Si te considerás discípulo entonces, seguidor, seguidora de él, ya sos sal, ya sos luz. Jesús no nos dice: ustedes serán sal, ustedes deberán ser luz, sino que nos dice que ya lo somos. No dice: deben serlo, tienen que serlo. Ya somos sal, ya somos la sal que sala el mundo, ya somos la luz que ilumina el mundo. Tenemos todo para ser sal y luz.
La pregunta es: ¿estamos salando? ¿Estamos siendo lo que debemos ser? ¿Estamos iluminando? ¿Para qué salamos e iluminamos? Salamos e iluminamos para que los demás –dice Jesús– den gloria al Padre. Eso es lo que nos debe distinguir. No hacemos cosas buenas para ser buenos ante los demás, porque es lindo hacer cosas buenas porque nos hace sentir bien. Debemos hacer obras buenas para que los demás descubran que son hijos del Padre, para que descubran que son niños ante Dios y que dependen de ese Padre, que es Dios. Somos sal que sala pero que no se ve, una vez que se mezcla con la comida deja de verse, pero le da ese toque de exquisitez que nadie puede explicar. Somos luz que ilumina pero que en realidad somos iluminados; la luz nos la da el mismo Dios. Somos hijos del Padre que descubrimos la maravilla de ser hijos y vivimos en medio de un mundo que no quiere depender mucho de él. Nosotros con nuestras vidas queremos que el mundo descubra que es una maravilla sentirse y ser hijos de Dios, es lindo ser dependientes del Padre, es lindo vivir como hermanos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Miércoles 8 de junio + X Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 17-19
Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 17-19
Si vivimos como hijos, empezamos a iluminar. Si vivimos como hijos, empezamos a sazonar, a salar todo lo que va tocando nuestra vida, nuestro corazón con nuestra presencia. El mundo necesita hijos de Dios que quieran glorificar a su Padre, necesita de vos, de mí; necesita hijos que no busquen su propia gloria. ¡Basta de buscar nuestra propia gloria!, ¡basta de selfies, de mirarnos a nosotros mismos!, ni siquiera la gloria mundana de la Iglesia como primer fin, que a veces ha equivocado el camino, sino la gloria del Padre, de ese Padre al cual le rezamos cada día en la oración de los hijos de Dios, ese Padre que es Padre tuyo, mío y de todos, ese Padre que necesita ser conocido cada día más. ¿Qué hijo que ama a su padre no desea que su padre sea amado, conocido? ¿Qué hijo se avergüenza de un padre que es bueno siempre con todos?
Esta semana, recordá, empezamos el sermón de la montaña con esta idea, con esta exhortación de Jesús a que definitivamente seamos lo que ya somos, aunque parezca redundante. Somos luz y sal, y si no estamos iluminando y salando, no es porque no lo somos, es porque no terminamos de darnos cuenta de nuestra dignidad de hijos de Dios que Jesús nos dio y que en definitiva tenemos que abrirnos para que la luz reluzca, tenemos que amar para poder salar.
Él vino a crear una nueva humanidad, la humanidad de los nuevos hijos de Dios, nacidos de lo alto, nacidos del Espíritu de Dios, que viene a recrear todas las cosas, entre ellas, tu corazón y el mío. Aprovechemos a pedirle con el corazón, a elevar nuestro corazón de hijos e hijas con sinceridad, rogando nacer de nuevo, rogando ser conscientes de tanto regalo, rogando ser luz y sal.
¿Conociste alguna vez un cristiano que vive realmente como hijo de Dios, un cristiano que vivió como hijo, que iluminaba, salaba cada lugar y corazón que tocaba y conocía? ¡Qué lindo que es conocer cristianos que son hijos!, no cristianos de nombre o de apellido, cristianos de certificado de bautismo, nada más, sino cristianos que iluminan y no opacan, hijos del Padre que se mezclan con el mundo, pero no se contaminan con él, que se mezclan con las cosas y como la sal, le dan sabor sin dejar de ser sal, aunque aparentemente no se vean. ¡Cuántos cristianos hijos faltan en nuestro mundo! ¡Cuántos cristianos se quieren apartar del mundo para no contaminarse de él!, sin embargo, hay que meterse en el mundo. ¡Cuántos cristianos que glorifiquen a Dios Padre hacen falta en nuestras parroquias, en nuestras familias, en nuestros grupos de oración, en nuestros movimientos, en cada rincón de este planeta lleno de tinieblas, insípido de tanto olvido del Padre! Son pocos los hijos de la luz, son pocos los hijos del Padre que se dan cuenta de esta invitación maravillosa del Hijo que es Jesús. Pensemos: ¿Qué clase de cristianos somos? ¿Hijos conscientes y maduros o adolescentes que se creen totalmente independientes de su amor?
Jesús, nuestro hermano mayor… Queremos ser hijos de corazón. Queremos empezar de una vez por todas a vivir y a sentir como hijos. Queremos formar parte de este nuevo Reino de los hijos de Dios. ¿Qué es el Reino De Dios sino el Reino de los hijos? Dios tiene miles y miles de hijos, pero no todos los hijos lo aceptan como Padre. El Reino de Dios es el reino de los que aceptan al Padre como rey y quieren glorificarlo en todo. ¡Qué lindo es escuchar como me pasó en estos días a dos personas que me dijeron: «Padre, quiero empezar una vida nueva, ya no aguanto más, ya me equivoqué demasiado, quiero volver a nacer»! En definitiva, me estaban diciendo: «Quiero vivir como Hijo de Dios». ¡Qué maravilla!
Hoy, en Algo del Evangelio, Jesús nos quiere ayudar, como intentó hacerlo en ese tiempo a los que lo escuchaban, a que no siempre hay que oponer para encontrar la solución a algo, sino que muchas veces es necesario integrar las cosas. ¿A qué me refiero? Al enseñar algo nuevo, en este caso la nueva ley, la ley de la gracia.
Si vivimos como hijos, empezamos a iluminar. Si vivimos como hijos, empezamos a sazonar, a salar todo lo que va tocando nuestra vida, nuestro corazón con nuestra presencia. El mundo necesita hijos de Dios que quieran glorificar a su Padre, necesita de vos, de mí; necesita hijos que no busquen su propia gloria. ¡Basta de buscar nuestra propia gloria!, ¡basta de selfies, de mirarnos a nosotros mismos!, ni siquiera la gloria mundana de la Iglesia como primer fin, que a veces ha equivocado el camino, sino la gloria del Padre, de ese Padre al cual le rezamos cada día en la oración de los hijos de Dios, ese Padre que es Padre tuyo, mío y de todos, ese Padre que necesita ser conocido cada día más. ¿Qué hijo que ama a su padre no desea que su padre sea amado, conocido? ¿Qué hijo se avergüenza de un padre que es bueno siempre con todos?
Esta semana, recordá, empezamos el sermón de la montaña con esta idea, con esta exhortación de Jesús a que definitivamente seamos lo que ya somos, aunque parezca redundante. Somos luz y sal, y si no estamos iluminando y salando, no es porque no lo somos, es porque no terminamos de darnos cuenta de nuestra dignidad de hijos de Dios que Jesús nos dio y que en definitiva tenemos que abrirnos para que la luz reluzca, tenemos que amar para poder salar.
Él vino a crear una nueva humanidad, la humanidad de los nuevos hijos de Dios, nacidos de lo alto, nacidos del Espíritu de Dios, que viene a recrear todas las cosas, entre ellas, tu corazón y el mío. Aprovechemos a pedirle con el corazón, a elevar nuestro corazón de hijos e hijas con sinceridad, rogando nacer de nuevo, rogando ser conscientes de tanto regalo, rogando ser luz y sal.
¿Conociste alguna vez un cristiano que vive realmente como hijo de Dios, un cristiano que vivió como hijo, que iluminaba, salaba cada lugar y corazón que tocaba y conocía? ¡Qué lindo que es conocer cristianos que son hijos!, no cristianos de nombre o de apellido, cristianos de certificado de bautismo, nada más, sino cristianos que iluminan y no opacan, hijos del Padre que se mezclan con el mundo, pero no se contaminan con él, que se mezclan con las cosas y como la sal, le dan sabor sin dejar de ser sal, aunque aparentemente no se vean. ¡Cuántos cristianos hijos faltan en nuestro mundo! ¡Cuántos cristianos se quieren apartar del mundo para no contaminarse de él!, sin embargo, hay que meterse en el mundo. ¡Cuántos cristianos que glorifiquen a Dios Padre hacen falta en nuestras parroquias, en nuestras familias, en nuestros grupos de oración, en nuestros movimientos, en cada rincón de este planeta lleno de tinieblas, insípido de tanto olvido del Padre! Son pocos los hijos de la luz, son pocos los hijos del Padre que se dan cuenta de esta invitación maravillosa del Hijo que es Jesús. Pensemos: ¿Qué clase de cristianos somos? ¿Hijos conscientes y maduros o adolescentes que se creen totalmente independientes de su amor?
Jesús, nuestro hermano mayor… Queremos ser hijos de corazón. Queremos empezar de una vez por todas a vivir y a sentir como hijos. Queremos formar parte de este nuevo Reino de los hijos de Dios. ¿Qué es el Reino De Dios sino el Reino de los hijos? Dios tiene miles y miles de hijos, pero no todos los hijos lo aceptan como Padre. El Reino de Dios es el reino de los que aceptan al Padre como rey y quieren glorificarlo en todo. ¡Qué lindo es escuchar como me pasó en estos días a dos personas que me dijeron: «Padre, quiero empezar una vida nueva, ya no aguanto más, ya me equivoqué demasiado, quiero volver a nacer»! En definitiva, me estaban diciendo: «Quiero vivir como Hijo de Dios». ¡Qué maravilla!
Hoy, en Algo del Evangelio, Jesús nos quiere ayudar, como intentó hacerlo en ese tiempo a los que lo escuchaban, a que no siempre hay que oponer para encontrar la solución a algo, sino que muchas veces es necesario integrar las cosas. ¿A qué me refiero? Al enseñar algo nuevo, en este caso la nueva ley, la ley de la gracia.
Nuestra mente y corazón pueden automáticamente intentar desechar lo antiguo, la antigua ley, como queriendo encontrar una solución nueva a la imposibilidad de haber podido vivirla y cumplirla; sin embargo, Jesús es claro: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir…». «No piensen que por decir algo nuevo, o decirlo de otro modo, quiero desechar lo anterior, como si fuera que no sirve, sino todo lo contrario, quiero ayudarlos a comprenderla, para que puedan vivirla». Todos corremos ese riesgo, la Iglesia también lo corrió muchas veces, «tirar lo viejo para traer algo nuevo», por el solo hecho de que lo nuevo parece mejor. Sin embargo, el esfuerzo debe ponerse en cómo vivir lo viejo con corazón nuevo, con mirada distinta.
Jesús de algún modo, en este pasaje, explica qué relación hay entre este nuevo modo de vivir de los hijos de Dios y el modo de vida anterior, bajo la ley del Antiguo Testamento. ¿Cómo es? ¿Este nuevo modo anula el anterior, este nuevo modo excluye lo antiguo? ¡No!, al contrario, lo incluye. Este nuevo modo llevará a la plenitud del anterior si aprende a asumir lo antiguo. Jesús no puede borrar con el codo lo que el Padre escribió con su mano en las tablas de la Ley. Él vino a cumplir los mandamientos, a vivirlos, a enseñarnos su corazón escondido bajo la letra fría de la Ley. Pero, además, hay algo mucho más grande, vino a hacernos capaces de cumplirlos, de vivirlos. Vino a darnos la fuerza y la gracia para cumplirlos. ¡Esa es la novedad! Vino a enseñarnos a cumplir los mandamientos, pero no solo por el hecho de cumplirlos, sino a vivirlos como hijos del Padre, con corazón de hijos. «Cumplirlos por el amor, con amor y desde el amor», eso nos hará grandes, eso nos hace grandes, justamente lo pequeño e imperceptible como la sal. ¿Qué nos hace grandes? El ser hijos, aunque nadie lo sepa, y el enseñar a ser hijos de Dios a los demás. ¡Jesús invierte todo! Da vuelta todo para que aprendamos a ser hijos en lo sencillo y desconocido por los demás. ¿Qué nos hace cada día más plenos y felices en lo que hacemos: glorificar a nuestro Padre del cielo haciendo su voluntad o complacernos a nosotros mismos y a los demás cumpliendo las cosas con frialdad?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Jesús de algún modo, en este pasaje, explica qué relación hay entre este nuevo modo de vivir de los hijos de Dios y el modo de vida anterior, bajo la ley del Antiguo Testamento. ¿Cómo es? ¿Este nuevo modo anula el anterior, este nuevo modo excluye lo antiguo? ¡No!, al contrario, lo incluye. Este nuevo modo llevará a la plenitud del anterior si aprende a asumir lo antiguo. Jesús no puede borrar con el codo lo que el Padre escribió con su mano en las tablas de la Ley. Él vino a cumplir los mandamientos, a vivirlos, a enseñarnos su corazón escondido bajo la letra fría de la Ley. Pero, además, hay algo mucho más grande, vino a hacernos capaces de cumplirlos, de vivirlos. Vino a darnos la fuerza y la gracia para cumplirlos. ¡Esa es la novedad! Vino a enseñarnos a cumplir los mandamientos, pero no solo por el hecho de cumplirlos, sino a vivirlos como hijos del Padre, con corazón de hijos. «Cumplirlos por el amor, con amor y desde el amor», eso nos hará grandes, eso nos hace grandes, justamente lo pequeño e imperceptible como la sal. ¿Qué nos hace grandes? El ser hijos, aunque nadie lo sepa, y el enseñar a ser hijos de Dios a los demás. ¡Jesús invierte todo! Da vuelta todo para que aprendamos a ser hijos en lo sencillo y desconocido por los demás. ¿Qué nos hace cada día más plenos y felices en lo que hacemos: glorificar a nuestro Padre del cielo haciendo su voluntad o complacernos a nosotros mismos y a los demás cumpliendo las cosas con frialdad?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 9 de junio + X Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 20-26
Jesús dijo a sus discípulos:
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y solo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y solo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 20-26
Poco a poco la idea es que vayamos subiendo a la montaña, simbólicamente, junto a Jesús para sentarnos tranquilos y escuchar sus palabras, para escuchar su gran sermón, para dejarnos cautivar por su sabiduría divina que quiere introducirnos en el Reino de los hijos de Dios, en el Reino de los hermanos que se sienten hijos, de los hijos que no se olvidan que tienen hermanos.
¿Te pasó alguna vez de subir una montaña y al llegar sentarte a disfrutar del paisaje, sentarte a ver cómo el viento golpeaba tu cara y podías disfrutar de la maravilla de Dios, de sus palabras a través de la creación? Bueno, imaginá lo mismo, subamos la montaña para escuchar a Jesús, porque el Reino no es tuyo ni mío, en realidad es el Reino de Dios y sus hijos. Dios tiene muchos hijos y les quiere hablar, nos habló a través de Jesús. Dios es Padre, y por eso no tenemos que olvidar que no somos hijos únicos, no somos hijos exclusivos, aunque todos somos siempre especiales para él, sino que somos hijos y, al mismo tiempo, hermanos.
Decíamos ayer que Jesús no vino a abolir la ley, no vino a borrar con el codo lo que Dios Padre había escrito con su mano en las tablas de la ley que le dio a Moisés. Y la ley fundamental de Dios para con su pueblo, era el amor hacia él y al prójimo, sigue siendo como uno se ama a sí mismo. Jesús vino a cumplir hasta el último detalle del mandamiento principal de su Padre. No podía ser de otra manera. Lo nuevo no puede destrozar lo antiguo, sino que le da un nuevo sentido para poder vivirlo en plenitud. Por eso Jesús no destruye lo anterior, sino que enseña a vivirlo desde el corazón.
Desde ahí comprendemos lo que dice en Algo del Evangelio de hoy: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Me parece oportuno poder comprender en un lenguaje actual, sencillo y adaptado a nuestro modo de pensar, esta frase que necesitamos incorporarla a nuestra vida de fe, al corazón. Por eso, un modo de comprender mejor es decirla de otra manera, imaginando que la dice el mismo Jesús, te invito a escuchar, sería algo así, o por lo menos es lo que me sale: «Les aseguro que, si su manera de obrar no es distinta, no supera a la de los escribas y fariseos, no podrán vivir como hijos de Dios en esta tierra, se perderán de vivir este Reino de Dios desde ahora, este Reino de los hijos de Dios que se empieza a disfrutar acá, en la tierra, cuando se sale del esquema del cumplimiento, cuando es superado por el amor». También podríamos decir algo así: «No obren para cumplir, no hagan las cosas para cumplir, no obren solamente para quedarse en paz con ustedes mismos y mucho menos para aparentar ante los demás, sino que obren con deseos de glorificar a mi Padre que está en los cielos, de amarlo y complacerlo, porque esa es la actitud amorosa de los verdaderos hijos de Dios, así es como obro Yo», nos diría Jesús.
Debemos recordar que los fariseos eran los que obraban así, para cumplir, pensando que, simplemente por cumplir la ley, agradaban a Dios, una ley fría y casi muerta, olvidándose del alma de la ley que era el amor. Por eso eran capaces de olvidarse del amor al prójimo bajo pretexto de amar a Dios, por eso eran capaces de «lapidar» a los pecadores bajo apariencia de bien, creyendo que agradaban a Dios, que glorificaban a Dios, por eso fueron capaces de matar al amor, a Jesús, en nombre de una supuesta verdad. Muchos cristianos sin darse cuenta, a vos y a mí nos puede pasar lo mismo. Son los cristianos que hacen las cosas para calmar sus conciencias, para no quedar mal, para no pecar, para cumplir con los preceptos de la Iglesia, pero lo hacen o pueden hacerlo sin corazón, sin verdadero amor. Todas pueden ser buenas razones, pero no las que propone Jesús. Muchos de nosotros a veces hacemos las cosas así, sin alma, sin corazón, y las hacemos sin darnos cuenta. No vivimos como hijos con libertad, vivimos como esclavos obedientes, pero obedientes sin corazón, que obramos movidos por otros deseos.
Poco a poco la idea es que vayamos subiendo a la montaña, simbólicamente, junto a Jesús para sentarnos tranquilos y escuchar sus palabras, para escuchar su gran sermón, para dejarnos cautivar por su sabiduría divina que quiere introducirnos en el Reino de los hijos de Dios, en el Reino de los hermanos que se sienten hijos, de los hijos que no se olvidan que tienen hermanos.
¿Te pasó alguna vez de subir una montaña y al llegar sentarte a disfrutar del paisaje, sentarte a ver cómo el viento golpeaba tu cara y podías disfrutar de la maravilla de Dios, de sus palabras a través de la creación? Bueno, imaginá lo mismo, subamos la montaña para escuchar a Jesús, porque el Reino no es tuyo ni mío, en realidad es el Reino de Dios y sus hijos. Dios tiene muchos hijos y les quiere hablar, nos habló a través de Jesús. Dios es Padre, y por eso no tenemos que olvidar que no somos hijos únicos, no somos hijos exclusivos, aunque todos somos siempre especiales para él, sino que somos hijos y, al mismo tiempo, hermanos.
Decíamos ayer que Jesús no vino a abolir la ley, no vino a borrar con el codo lo que Dios Padre había escrito con su mano en las tablas de la ley que le dio a Moisés. Y la ley fundamental de Dios para con su pueblo, era el amor hacia él y al prójimo, sigue siendo como uno se ama a sí mismo. Jesús vino a cumplir hasta el último detalle del mandamiento principal de su Padre. No podía ser de otra manera. Lo nuevo no puede destrozar lo antiguo, sino que le da un nuevo sentido para poder vivirlo en plenitud. Por eso Jesús no destruye lo anterior, sino que enseña a vivirlo desde el corazón.
Desde ahí comprendemos lo que dice en Algo del Evangelio de hoy: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Me parece oportuno poder comprender en un lenguaje actual, sencillo y adaptado a nuestro modo de pensar, esta frase que necesitamos incorporarla a nuestra vida de fe, al corazón. Por eso, un modo de comprender mejor es decirla de otra manera, imaginando que la dice el mismo Jesús, te invito a escuchar, sería algo así, o por lo menos es lo que me sale: «Les aseguro que, si su manera de obrar no es distinta, no supera a la de los escribas y fariseos, no podrán vivir como hijos de Dios en esta tierra, se perderán de vivir este Reino de Dios desde ahora, este Reino de los hijos de Dios que se empieza a disfrutar acá, en la tierra, cuando se sale del esquema del cumplimiento, cuando es superado por el amor». También podríamos decir algo así: «No obren para cumplir, no hagan las cosas para cumplir, no obren solamente para quedarse en paz con ustedes mismos y mucho menos para aparentar ante los demás, sino que obren con deseos de glorificar a mi Padre que está en los cielos, de amarlo y complacerlo, porque esa es la actitud amorosa de los verdaderos hijos de Dios, así es como obro Yo», nos diría Jesús.
Debemos recordar que los fariseos eran los que obraban así, para cumplir, pensando que, simplemente por cumplir la ley, agradaban a Dios, una ley fría y casi muerta, olvidándose del alma de la ley que era el amor. Por eso eran capaces de olvidarse del amor al prójimo bajo pretexto de amar a Dios, por eso eran capaces de «lapidar» a los pecadores bajo apariencia de bien, creyendo que agradaban a Dios, que glorificaban a Dios, por eso fueron capaces de matar al amor, a Jesús, en nombre de una supuesta verdad. Muchos cristianos sin darse cuenta, a vos y a mí nos puede pasar lo mismo. Son los cristianos que hacen las cosas para calmar sus conciencias, para no quedar mal, para no pecar, para cumplir con los preceptos de la Iglesia, pero lo hacen o pueden hacerlo sin corazón, sin verdadero amor. Todas pueden ser buenas razones, pero no las que propone Jesús. Muchos de nosotros a veces hacemos las cosas así, sin alma, sin corazón, y las hacemos sin darnos cuenta. No vivimos como hijos con libertad, vivimos como esclavos obedientes, pero obedientes sin corazón, que obramos movidos por otros deseos.
Cuando vivimos así, es más lo que nos perdemos, que el mal que hacemos. ¡Cuánto amor nos perdemos! Por ahí no hacemos mucho el mal, no matamos a nadie, al contrario, podemos hacer el bien, pero nos perdemos lo mejor, la libertad de los hijos de Dios. Sé que es difícil lo que estás escuchando, pero de a poquito lo vamos a ir comprendiendo.
Por eso, retomando las palabras de hoy, el que es hijo de corazón no se preocupa únicamente por no matar físicamente a su hermano, sino que, además, no quiere matar a nadie con el corazón ni con el pensamiento ni con la mirada, ni tampoco matar el corazón de nadie. El que siente a los demás como hermanos, a pesar de cualquier diferencia, jamás querrá herir al otro, jamás estará en paz si alguien lleva una ofensa en el corazón y por eso se sentirá un hipócrita si se presenta frente a Dios Padre sabiendo que alguien tiene una queja contra él. Esto que parece una utopía irrealizable, ¿no te parece lógico? ¿No es lógico que Dios como Padre desee que todos sus hijos se lleven bien y que no se hieran mutuamente? ¿No pretendemos nosotros lo mismo con nuestros hijos de corazón y con nuestros hijos de la sangre? ¿O somos felices si nuestros hijos se pelean entre ellos?
No alcanza con no matar, no podemos ser tan mediocres de conformarnos con no matar a nadie, Jesús vino a enseñarnos algo más profundo. No matemos a nadie con el pensamiento, ni con el corazón, ni con los ojos; no matemos a nadie con nuestras palabras. Así seremos verdaderos hijos de Dios en la tierra y empezaremos a vivir la alegría de las bienaventuranzas desde ahora, siendo sal y luz del mundo, hasta que lleguemos a la eterna felicidad.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Por eso, retomando las palabras de hoy, el que es hijo de corazón no se preocupa únicamente por no matar físicamente a su hermano, sino que, además, no quiere matar a nadie con el corazón ni con el pensamiento ni con la mirada, ni tampoco matar el corazón de nadie. El que siente a los demás como hermanos, a pesar de cualquier diferencia, jamás querrá herir al otro, jamás estará en paz si alguien lleva una ofensa en el corazón y por eso se sentirá un hipócrita si se presenta frente a Dios Padre sabiendo que alguien tiene una queja contra él. Esto que parece una utopía irrealizable, ¿no te parece lógico? ¿No es lógico que Dios como Padre desee que todos sus hijos se lleven bien y que no se hieran mutuamente? ¿No pretendemos nosotros lo mismo con nuestros hijos de corazón y con nuestros hijos de la sangre? ¿O somos felices si nuestros hijos se pelean entre ellos?
No alcanza con no matar, no podemos ser tan mediocres de conformarnos con no matar a nadie, Jesús vino a enseñarnos algo más profundo. No matemos a nadie con el pensamiento, ni con el corazón, ni con los ojos; no matemos a nadie con nuestras palabras. Así seremos verdaderos hijos de Dios en la tierra y empezaremos a vivir la alegría de las bienaventuranzas desde ahora, siendo sal y luz del mundo, hasta que lleguemos a la eterna felicidad.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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