Sábado 4 de junio + VII Sábado de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 20-25
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de este?».
Jesús le respondió: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme».
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «Él no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?».
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.
Palabra del Señor.
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de este?».
Jesús le respondió: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme».
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «Él no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?».
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 21, 20-25
Hemos resucitado con Cristo. En este tiempo pascual se nos invitaba a resucitar con Jesús. Ya hemos resucitado místicamente por el bautismo, pero debemos resucitar cada día. También nos invitaba a ascender a los cielos. Ya ascendimos a los cielos con Jesús, porque él nos llevó a la derecha del Padre, de alguna manera estamos junto con él, pero él intercede por nosotros para que en esta tierra sigamos caminando con pasos firmes hasta llegar al cielo. ¿Pensaste alguna vez el sentido de tu vida, el miedo de llegar al cielo? «El fin de nuestras vidas es alabar, hacer reverencia y servir al Señor, para de esa manera salvarnos y llegar al cielo», así lo expresa san Ignacio tan claramente. No te olvides, no nos olvidemos de cuál es el fin de nuestra vida y el fundamento. No tiene sentido desgastarnos en cosas que no construyen, cosas que no nos darán la salvación ni la felicidad.
Jesús ascendió a los cielos y eso meditamos en esta semana para llevarnos con él, para que tengamos una meta clara, un rumbo bien claro. Por eso te propongo que hoy demos gracias, de alguna manera, por estas semanas tan lindas de Pascua que vivimos. Demos gracias al Señor porque nos eligió, demos gracias porque nos dio la fe y nos la da cada día, demos gracias porque nos da la vida y porque dio la vida por nosotros y pidámosle que siga completando en nosotros la obra que él comenzó y que podamos decir en esta noche de Pentecostés que se acerca, hoy sábado, una gracia nueva de poder nacer de lo alto recibiendo el don del Espíritu Santo una vez más, el don y lo que ese don trae, sus dones. Que podamos decir con verdad: «Jesús está vivo y presente en mi vida y esto me llena de alegría».
No desaprovechemos este día esta oportunidad de agradecer, porque conocer a Jesús da todo y no quita nada, porque seguirlo da todo y no nos quita nada, porque, aunque muchas veces cueste «sudor y lágrimas», como decimos, siempre es mejor seguir al Señor que andar perdidos en este mundo que anda en tinieblas o caminar a la deriva pensando que somos nosotros los que sabemos a donde vamos. No se puede seguir igual cuando se experimentó realmente la presencia de Jesús en el corazón. Es imposible… y si no hubo cambio, es porque en realidad no hubo encuentro real.
Por eso, lo lindo de este día, además de agradecer este tiempo de Pascua, es que nos preguntemos si nosotros nos encontramos realmente con Jesús alguna vez en nuestras vidas. No solo si nos decimos cristianos, si estamos o no bautizados, o tenemos una idea de él. Si no, si realmente experimentamos un cambio, si deseamos estar con él todos los días de nuestra vida, si le damos el tiempo que se merece alegrándonos con el bien que nos hace, transmitiendo su alegría y su amor. Lo importante es eso. En definitiva, ahí está el núcleo de nuestra fe. Para eso se escribieron los evangelios, para que vos y yo creamos, para que nos enamoremos de esa persona que es Jesús, para que podamos seguirlo y tengamos ganas de que todos y otros lo conozcan, como nosotros, sin importarnos cómo van caminando los otros. En el sentido de que no hace falta compararse, sino alegrándonos de que podamos ayudar a otros a caminar. Si no, lo importante es que estemos también caminando nosotros.
Algo del Evangelio de hoy creo que nos puede orientar en este sentido, una frase fuerte de Jesús a Pedro: «¿Qué te importa?». Le dijo «¿Qué te importa?» ante su pregunta «Señor, ¿y qué será de este?», refiriéndose al discípulo amado. Creo que Jesús le dijo algo así: «Preocúpate por tu camino, de los demás… de lo demás también me ocupo yo». ¡Qué lindo y consolador es escuchar esto: «Preocúpate por tu camino»! En el sentido de que no vale la pena, a veces, mirar cómo van los otros, si no estamos bien nosotros, concentrados en lo nuestro. Jesús le había anticipado a Pedro cómo moriría y se empezó a «meter» en la vida de los otros, seguro que con muy buena intención por amor, como siempre la tuvo Pedro. Sin embargo, Jesús es claro: «¿Qué te importa?».
Hemos resucitado con Cristo. En este tiempo pascual se nos invitaba a resucitar con Jesús. Ya hemos resucitado místicamente por el bautismo, pero debemos resucitar cada día. También nos invitaba a ascender a los cielos. Ya ascendimos a los cielos con Jesús, porque él nos llevó a la derecha del Padre, de alguna manera estamos junto con él, pero él intercede por nosotros para que en esta tierra sigamos caminando con pasos firmes hasta llegar al cielo. ¿Pensaste alguna vez el sentido de tu vida, el miedo de llegar al cielo? «El fin de nuestras vidas es alabar, hacer reverencia y servir al Señor, para de esa manera salvarnos y llegar al cielo», así lo expresa san Ignacio tan claramente. No te olvides, no nos olvidemos de cuál es el fin de nuestra vida y el fundamento. No tiene sentido desgastarnos en cosas que no construyen, cosas que no nos darán la salvación ni la felicidad.
Jesús ascendió a los cielos y eso meditamos en esta semana para llevarnos con él, para que tengamos una meta clara, un rumbo bien claro. Por eso te propongo que hoy demos gracias, de alguna manera, por estas semanas tan lindas de Pascua que vivimos. Demos gracias al Señor porque nos eligió, demos gracias porque nos dio la fe y nos la da cada día, demos gracias porque nos da la vida y porque dio la vida por nosotros y pidámosle que siga completando en nosotros la obra que él comenzó y que podamos decir en esta noche de Pentecostés que se acerca, hoy sábado, una gracia nueva de poder nacer de lo alto recibiendo el don del Espíritu Santo una vez más, el don y lo que ese don trae, sus dones. Que podamos decir con verdad: «Jesús está vivo y presente en mi vida y esto me llena de alegría».
No desaprovechemos este día esta oportunidad de agradecer, porque conocer a Jesús da todo y no quita nada, porque seguirlo da todo y no nos quita nada, porque, aunque muchas veces cueste «sudor y lágrimas», como decimos, siempre es mejor seguir al Señor que andar perdidos en este mundo que anda en tinieblas o caminar a la deriva pensando que somos nosotros los que sabemos a donde vamos. No se puede seguir igual cuando se experimentó realmente la presencia de Jesús en el corazón. Es imposible… y si no hubo cambio, es porque en realidad no hubo encuentro real.
Por eso, lo lindo de este día, además de agradecer este tiempo de Pascua, es que nos preguntemos si nosotros nos encontramos realmente con Jesús alguna vez en nuestras vidas. No solo si nos decimos cristianos, si estamos o no bautizados, o tenemos una idea de él. Si no, si realmente experimentamos un cambio, si deseamos estar con él todos los días de nuestra vida, si le damos el tiempo que se merece alegrándonos con el bien que nos hace, transmitiendo su alegría y su amor. Lo importante es eso. En definitiva, ahí está el núcleo de nuestra fe. Para eso se escribieron los evangelios, para que vos y yo creamos, para que nos enamoremos de esa persona que es Jesús, para que podamos seguirlo y tengamos ganas de que todos y otros lo conozcan, como nosotros, sin importarnos cómo van caminando los otros. En el sentido de que no hace falta compararse, sino alegrándonos de que podamos ayudar a otros a caminar. Si no, lo importante es que estemos también caminando nosotros.
Algo del Evangelio de hoy creo que nos puede orientar en este sentido, una frase fuerte de Jesús a Pedro: «¿Qué te importa?». Le dijo «¿Qué te importa?» ante su pregunta «Señor, ¿y qué será de este?», refiriéndose al discípulo amado. Creo que Jesús le dijo algo así: «Preocúpate por tu camino, de los demás… de lo demás también me ocupo yo». ¡Qué lindo y consolador es escuchar esto: «Preocúpate por tu camino»! En el sentido de que no vale la pena, a veces, mirar cómo van los otros, si no estamos bien nosotros, concentrados en lo nuestro. Jesús le había anticipado a Pedro cómo moriría y se empezó a «meter» en la vida de los otros, seguro que con muy buena intención por amor, como siempre la tuvo Pedro. Sin embargo, Jesús es claro: «¿Qué te importa?».
Muchas veces perdemos el tiempo en la fe por meternos en lo que no nos tenemos que meter. Demasiado trabajo tenemos con nosotros mismos como para andar indagando sobre la vida de los demás. Imaginémonos si invirtiéramos todo el esfuerzo que muchas veces invertimos en cuestionar, en averiguar, preguntar, chusmear, curiosear y tantas otras cosas más. Miremos si en realidad estamos ocupando bien. Mirá si ocupáramos más el tiempo en amar y seguir a Jesús de todo corazón. ¡Nos haría tanto bien! Es triste a veces ver cómo dentro de la Iglesia otros se ocupan de la vida de los demás, pero no por amor, sino por no ser dueño de sus propias vidas. Es tan difícil a veces ocuparse por lo justo y necesario, es triste ver incluso, y me sorprende, páginas web ocupándose de la vida de los otros dentro de la Iglesia, criticando a ver qué dijo y qué no dijo el otro, no están viviendo la vida de fe como deberían vivirla, con videos y tantas cosas más que lo único que hacen es alarmar y sembrar cizaña.
El Evangelio de Juan termina enseñándonos esto: que muchas veces no hace falta más, ni pretender más, sino saborear bien lo que hay, lo que tenemos. Dice que hubo muchísimas cosas más que Jesús hizo y que no alcanzarían los libros del mundo para contenerlas. Sin embargo, escribió esas, las suficientes, las necesarias para creer y seguirlo. Diríamos nosotros: «Algo del Evangelio», «Algo de la vida de Jesús». ¿Para qué más? ¿Qué nos importa lo otro que no escribieron? Es lindo aprender de la sencillez de Jesús y de los evangelios. Pedro también tuvo que aprender a ser sencillo, a conformarse con lo suyo, a no saber tanto de la vida de los otros. ¿Será que a nosotros también nos hace falta eso?
Terminemos esta semana alegrándonos con tantos dones recibidos y no pretendiendo más de lo que nuestro corazón hoy puede necesitar, solo él sabe lo que necesitamos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
El Evangelio de Juan termina enseñándonos esto: que muchas veces no hace falta más, ni pretender más, sino saborear bien lo que hay, lo que tenemos. Dice que hubo muchísimas cosas más que Jesús hizo y que no alcanzarían los libros del mundo para contenerlas. Sin embargo, escribió esas, las suficientes, las necesarias para creer y seguirlo. Diríamos nosotros: «Algo del Evangelio», «Algo de la vida de Jesús». ¿Para qué más? ¿Qué nos importa lo otro que no escribieron? Es lindo aprender de la sencillez de Jesús y de los evangelios. Pedro también tuvo que aprender a ser sencillo, a conformarse con lo suyo, a no saber tanto de la vida de los otros. ¿Será que a nosotros también nos hace falta eso?
Terminemos esta semana alegrándonos con tantos dones recibidos y no pretendiendo más de lo que nuestro corazón hoy puede necesitar, solo él sabe lo que necesitamos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 5 de junio + Solemnidad de Pentecostés + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Palabra del Señor.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 20, 19-23
«Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Dulce huésped del alma, suave alivio a los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Ven, penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Lava nuestras manchas, Espíritu Santo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría».
Terminamos hoy el tiempo pascual con la gran Fiesta de Pentecostés, es una linda solemnidad. Así es como terminamos este tiempo de cincuenta días dedicados, de alguna manera, a experimentar en nosotros la vivencia, la experiencia de un Jesús resucitado, un Jesús vivo en nuestra vida y, mientras tanto, también esperamos –por decirlo así, simbólicamente– recibir el Espíritu Santo. Es un recibir «simbólico», porque nosotros, que vivimos en el tiempo del Espíritu, ya no podemos decir que tenemos que esperar cincuenta días para recibirlo. Ya lo recibimos por la fe, ya lo recibimos por el bautismo. Lo recibimos en la confirmación. Recibimos a Jesús cada vez que nos acercamos al sacramento de la Eucaristía o con la comunión espiritual. Lo recibimos también cuando vivimos el mandamiento del amor. Sin embargo, a veces está ahí, en el fondo, como el chocolate en la leche, que se va al fondo y hay que volver a mezclarlo.
Pero, por supuesto, que esta fiesta nos ayuda a «refrescar» en nosotros esta realidad, esta certeza de la fe: somos templos del Espíritu Santo, somos parte del cuerpo de Cristo y por eso, en nosotros, vive también el Espíritu. Y por eso en esta fiesta, simplemente, me limitaré a que revivamos un poco este deseo de que ese Espíritu que ya está en nosotros nos haga «revivir» –por decirlo de alguna manera–, nos haga «renacer», nos dé su paz y así podamos vivir esta realidad en la Iglesia.
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado», dice san Pablo. Dios quiere que nos pase lo que pasó en Algo del Evangelio de hoy que acabamos de escuchar. Dios quiere que nos pase lo que pasa continuamente en la Iglesia, en tantos corazones que creen. Su presencia puede ser como una ráfaga de viento o como un soplido de Jesús a nuestro corazón, que, aunque no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va, nos alegra con la certeza de su acción en nosotros. Esa certeza es la que debemos tener, que el Espíritu Santo actúa en nosotros, aunque no nos demos cuenta; que, aunque no veamos fuego, sintamos todo lo que el fuego puede hacer: iluminar, dar calor y purificar. «Ven, hoy a nuestras almas, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz».
La fiesta del Espíritu Santo hace y seguirá siendo lo que solo Dios puede hacer: dar paz; pero no como la da el mundo, no como a veces nosotros la pretendemos, sino la paz que proviene únicamente de él, porque solamente podemos recibir este don de lo alto, del cielo. No es la paz del «está todo bien», del «pare de sufrir», del «arte de vivir». ¡No!, es la paz que conlleva muchas veces la lucha y la purificación del corazón. Esa paz que nos ayuda a que salgamos de nuestro encierro, a que dejemos el pecado, que dejemos el egoísmo, nuestras avaricias, perezas, envidias y todo lo que nos aleja de los demás. El Espíritu Santo, el Espíritu de amor que nos dio Jesús, nos ayuda a salir de nosotros mismos y eso también nos puede llegar a doler o a molestar. Es la paz de Jesús la que nos conduce al perdón, al perdón recibido y al perdón dado. El perdón cuesta, pero ya no cuesta tanto si nos damos cuenta que viene de él, que viene de lo alto. Es una paz «regalada», donada, pero que también debemos buscar amando. Es la paz que proviene de la felicidad de amar, como la desea cualquier persona.
Una vez, me acuerdo, con los niños de catequesis hicimos algo así como un ejercicio espiritual, en adoración.
«Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Dulce huésped del alma, suave alivio a los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Ven, penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Lava nuestras manchas, Espíritu Santo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría».
Terminamos hoy el tiempo pascual con la gran Fiesta de Pentecostés, es una linda solemnidad. Así es como terminamos este tiempo de cincuenta días dedicados, de alguna manera, a experimentar en nosotros la vivencia, la experiencia de un Jesús resucitado, un Jesús vivo en nuestra vida y, mientras tanto, también esperamos –por decirlo así, simbólicamente– recibir el Espíritu Santo. Es un recibir «simbólico», porque nosotros, que vivimos en el tiempo del Espíritu, ya no podemos decir que tenemos que esperar cincuenta días para recibirlo. Ya lo recibimos por la fe, ya lo recibimos por el bautismo. Lo recibimos en la confirmación. Recibimos a Jesús cada vez que nos acercamos al sacramento de la Eucaristía o con la comunión espiritual. Lo recibimos también cuando vivimos el mandamiento del amor. Sin embargo, a veces está ahí, en el fondo, como el chocolate en la leche, que se va al fondo y hay que volver a mezclarlo.
Pero, por supuesto, que esta fiesta nos ayuda a «refrescar» en nosotros esta realidad, esta certeza de la fe: somos templos del Espíritu Santo, somos parte del cuerpo de Cristo y por eso, en nosotros, vive también el Espíritu. Y por eso en esta fiesta, simplemente, me limitaré a que revivamos un poco este deseo de que ese Espíritu que ya está en nosotros nos haga «revivir» –por decirlo de alguna manera–, nos haga «renacer», nos dé su paz y así podamos vivir esta realidad en la Iglesia.
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado», dice san Pablo. Dios quiere que nos pase lo que pasó en Algo del Evangelio de hoy que acabamos de escuchar. Dios quiere que nos pase lo que pasa continuamente en la Iglesia, en tantos corazones que creen. Su presencia puede ser como una ráfaga de viento o como un soplido de Jesús a nuestro corazón, que, aunque no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va, nos alegra con la certeza de su acción en nosotros. Esa certeza es la que debemos tener, que el Espíritu Santo actúa en nosotros, aunque no nos demos cuenta; que, aunque no veamos fuego, sintamos todo lo que el fuego puede hacer: iluminar, dar calor y purificar. «Ven, hoy a nuestras almas, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz».
La fiesta del Espíritu Santo hace y seguirá siendo lo que solo Dios puede hacer: dar paz; pero no como la da el mundo, no como a veces nosotros la pretendemos, sino la paz que proviene únicamente de él, porque solamente podemos recibir este don de lo alto, del cielo. No es la paz del «está todo bien», del «pare de sufrir», del «arte de vivir». ¡No!, es la paz que conlleva muchas veces la lucha y la purificación del corazón. Esa paz que nos ayuda a que salgamos de nuestro encierro, a que dejemos el pecado, que dejemos el egoísmo, nuestras avaricias, perezas, envidias y todo lo que nos aleja de los demás. El Espíritu Santo, el Espíritu de amor que nos dio Jesús, nos ayuda a salir de nosotros mismos y eso también nos puede llegar a doler o a molestar. Es la paz de Jesús la que nos conduce al perdón, al perdón recibido y al perdón dado. El perdón cuesta, pero ya no cuesta tanto si nos damos cuenta que viene de él, que viene de lo alto. Es una paz «regalada», donada, pero que también debemos buscar amando. Es la paz que proviene de la felicidad de amar, como la desea cualquier persona.
Una vez, me acuerdo, con los niños de catequesis hicimos algo así como un ejercicio espiritual, en adoración.
Y ellos tenían que escribir lo que querían pedirle a Jesús. Una niña escribió en un papel: «Le pido a Jesús ser feliz». Pedir ser feliz, es pedir tener paz, tener paz nos hace felices. Pedir ser feliz es pedir también hacer la voluntad de Dios.
El Espíritu, además de darnos la paz, también nos une. Es el alma de la Iglesia. Une lo diverso, lo distinto, para crear algo nuevo, algo más lindo. Da vida a todas las cosas muertas de nuestra vida, de nuestro corazón. Solo él puede sostener a la Iglesia en medio de las turbulencias de este mundo, aun con sus propios pecados. Solo él nos levanta cuando nos caemos, nos da la mano para seguir amando, nos consuela si estamos tristes. Solo él puede lograr que, siendo tan distintos, tengamos los mismos deseos y luchemos por los mismos objetivos. El Espíritu Santo también unifica nuestro corazón, mi corazón disperso, rectifica nuestras intenciones torcidas y da sentido nuevo a nuestras acciones.
Terminemos invocando juntos al Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, ven Espíritu Santo y envía desde el cielo un rayo de tu luz».
Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
El Espíritu, además de darnos la paz, también nos une. Es el alma de la Iglesia. Une lo diverso, lo distinto, para crear algo nuevo, algo más lindo. Da vida a todas las cosas muertas de nuestra vida, de nuestro corazón. Solo él puede sostener a la Iglesia en medio de las turbulencias de este mundo, aun con sus propios pecados. Solo él nos levanta cuando nos caemos, nos da la mano para seguir amando, nos consuela si estamos tristes. Solo él puede lograr que, siendo tan distintos, tengamos los mismos deseos y luchemos por los mismos objetivos. El Espíritu Santo también unifica nuestro corazón, mi corazón disperso, rectifica nuestras intenciones torcidas y da sentido nuevo a nuestras acciones.
Terminemos invocando juntos al Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, ven Espíritu Santo y envía desde el cielo un rayo de tu luz».
Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 6 de junio + X Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 1-12
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
Palabra del Señor.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
Palabra del Señor.
Comentario Mateo 5, 1-12:
Alguna vez, alguien recién convertido, uno de esos que Jesús «atrapa» a mitad del camino de la vida, uno de esos corazones tocados por el Espíritu Santo, por un Dios que no cansa de obrar y obrar a lo largo y ancho del mundo, comentaba en grupo sus sensaciones desde que estaba siguiendo a Jesús más comprometido y decía algo así: «Desde que estoy en el Camino, desde que sigo más de cerca a Jesús, no paro de sorprenderme, es como estar subiendo una montaña, es como cuando llegas a una cima y pensás que es la última, y de repente ves otros picos más, subís esa otra cima que aspirás y aparecen muchos más… nunca dejás de maravillarte y sorprenderte, cuando subís a la montaña». Lo mismo pasa con Jesús. ¿Te pasa eso alguna vez de alguna manera, en el camino de la fe? ¿Te pasa? Es lo que deseo que nos pase a todos, a vos y a mí, a vos escuchando, a mí predicando y escuchando, escuchando y predicando. Debemos pedir que nunca dejemos de maravillarnos, nunca dejar de sorprendernos de un Jesús que viene a saciar nuestra sed y nuestra hambre, que no pueden saciarse con cualquier cosa, sino que solo con él.
Empezamos esta semana, queriendo subir a la montaña, te propongo, una montaña tras otra, un pico tras otro, escuchando el llamado Sermón de la montaña del Evangelio de Mateo. Durante casi tres semanas escucharemos estos maravillosos capítulos 5, 6 y 7 de este Evangelio. Este sermón, Jesús lo comienza con las famosas y ya conocidas, pero al mismo tiempo poco profundizadas, bienaventuranzas, y durante este tiempo aprenderemos a ser hijos de Dios, será un tiempo maravilloso en donde Jesús nos abrirá su corazón para que aprendamos a vivir como él, a ser hijos del Padre.
Por eso te propongo disponernos y disfrutar mucho de estas palabras que nos acompañarán. Así como Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se acercaron quedándose junto a él, de la misma manera nosotros podemos subir simbólicamente la montaña para estar junto con él.
Él sube a la montaña para que nosotros subamos tras él, para que salgamos de nosotros mismos, nos sentemos a su alrededor y empecemos a escuchar estas palabras que salen de un corazón de Hijo, que siente como Hijo, que vive como Hijo, y que quiere transmitirnos esa vida de los hijos de Dios a cada uno de nosotros. Las bienaventuranzas son, de algún modo, el rostro de Jesús; son en realidad las promesas que nos hace para que podamos vivir como él. Podríamos preguntarnos: ¿Cuál es la clave de las bienaventuranzas? ¿Cuál es la clave para poder comprenderlas? Porque no dejan de tener algo enigmático o de difícil comprensión. La clave de las bienaventuranzas, la clave para comprenderlas es el mismo Jesús, porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas.
En Algo del Evangelio de hoy se las menciona a todas, por eso podemos hacer un repaso, comparándolas con Jesús. ¿Quién es el «pobre de espíritu»?: Jesús. ¿Quién es el «manso de corazón»?: Jesús. «Aprendan de mí –nos dijo– que soy manso y humilde de corazón». ¿Quién es el que «llora»?: Jesús lloró sobre Jerusalén por amor, por su amigo Lázaro. Jesús también es el que siempre tuvo «hambre y sed de justicia», cuando dijo a la samaritana: «Dame de beber», ¿y qué le pedía?: Justamente en ella, en esta mujer, le pedía a toda la humanidad, el amor.
También Jesús dijo en la Cruz: «Tengo sed», ¿sed de qué?: De nuestro amor, del tuyo y del mío. Jesús también dijo: «Yo tengo una comida que ustedes no conocen», el hambre de Jesús es hacer la voluntad del Padre. «Bienaventurados también los misericordiosos». Jesús es el Pastor misericordioso que carga sobre sí a la oveja y si se le pierde, va a buscarla.
¿Quién es «limpio de corazón» sino Jesús?, que tiene un corazón puro, que transparenta la imagen del Padre. «Felices los que trabajan por la paz». Por eso Jesús pacificó todas las cosas con la sangre de su Cruz por medio del amor. Él es «perseguido por causa de la justicia», quién más que él.
Alguna vez, alguien recién convertido, uno de esos que Jesús «atrapa» a mitad del camino de la vida, uno de esos corazones tocados por el Espíritu Santo, por un Dios que no cansa de obrar y obrar a lo largo y ancho del mundo, comentaba en grupo sus sensaciones desde que estaba siguiendo a Jesús más comprometido y decía algo así: «Desde que estoy en el Camino, desde que sigo más de cerca a Jesús, no paro de sorprenderme, es como estar subiendo una montaña, es como cuando llegas a una cima y pensás que es la última, y de repente ves otros picos más, subís esa otra cima que aspirás y aparecen muchos más… nunca dejás de maravillarte y sorprenderte, cuando subís a la montaña». Lo mismo pasa con Jesús. ¿Te pasa eso alguna vez de alguna manera, en el camino de la fe? ¿Te pasa? Es lo que deseo que nos pase a todos, a vos y a mí, a vos escuchando, a mí predicando y escuchando, escuchando y predicando. Debemos pedir que nunca dejemos de maravillarnos, nunca dejar de sorprendernos de un Jesús que viene a saciar nuestra sed y nuestra hambre, que no pueden saciarse con cualquier cosa, sino que solo con él.
Empezamos esta semana, queriendo subir a la montaña, te propongo, una montaña tras otra, un pico tras otro, escuchando el llamado Sermón de la montaña del Evangelio de Mateo. Durante casi tres semanas escucharemos estos maravillosos capítulos 5, 6 y 7 de este Evangelio. Este sermón, Jesús lo comienza con las famosas y ya conocidas, pero al mismo tiempo poco profundizadas, bienaventuranzas, y durante este tiempo aprenderemos a ser hijos de Dios, será un tiempo maravilloso en donde Jesús nos abrirá su corazón para que aprendamos a vivir como él, a ser hijos del Padre.
Por eso te propongo disponernos y disfrutar mucho de estas palabras que nos acompañarán. Así como Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se acercaron quedándose junto a él, de la misma manera nosotros podemos subir simbólicamente la montaña para estar junto con él.
Él sube a la montaña para que nosotros subamos tras él, para que salgamos de nosotros mismos, nos sentemos a su alrededor y empecemos a escuchar estas palabras que salen de un corazón de Hijo, que siente como Hijo, que vive como Hijo, y que quiere transmitirnos esa vida de los hijos de Dios a cada uno de nosotros. Las bienaventuranzas son, de algún modo, el rostro de Jesús; son en realidad las promesas que nos hace para que podamos vivir como él. Podríamos preguntarnos: ¿Cuál es la clave de las bienaventuranzas? ¿Cuál es la clave para poder comprenderlas? Porque no dejan de tener algo enigmático o de difícil comprensión. La clave de las bienaventuranzas, la clave para comprenderlas es el mismo Jesús, porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas.
En Algo del Evangelio de hoy se las menciona a todas, por eso podemos hacer un repaso, comparándolas con Jesús. ¿Quién es el «pobre de espíritu»?: Jesús. ¿Quién es el «manso de corazón»?: Jesús. «Aprendan de mí –nos dijo– que soy manso y humilde de corazón». ¿Quién es el que «llora»?: Jesús lloró sobre Jerusalén por amor, por su amigo Lázaro. Jesús también es el que siempre tuvo «hambre y sed de justicia», cuando dijo a la samaritana: «Dame de beber», ¿y qué le pedía?: Justamente en ella, en esta mujer, le pedía a toda la humanidad, el amor.
También Jesús dijo en la Cruz: «Tengo sed», ¿sed de qué?: De nuestro amor, del tuyo y del mío. Jesús también dijo: «Yo tengo una comida que ustedes no conocen», el hambre de Jesús es hacer la voluntad del Padre. «Bienaventurados también los misericordiosos». Jesús es el Pastor misericordioso que carga sobre sí a la oveja y si se le pierde, va a buscarla.
¿Quién es «limpio de corazón» sino Jesús?, que tiene un corazón puro, que transparenta la imagen del Padre. «Felices los que trabajan por la paz». Por eso Jesús pacificó todas las cosas con la sangre de su Cruz por medio del amor. Él es «perseguido por causa de la justicia», quién más que él.
Por eso, si Jesús vivió primero las bienaventuranzas, pidámosle que nos ayude a poder vivirlas nosotros. Nos propone su propio ejemplo, su propia vida, nos propone vivir como su corazón: «Bienaventurados los que viven como Yo», podríamos decir. «Bienaventurados los que viven como mi Corazón enseña».
Cada bienaventuranza tiene una promesa, por eso cada una dice: «Felices... porque ellos poseerán, ellos serán saciados, ellos alcanzarán misericordia». Son promesas que el Padre nos hace a todos. Así tenemos que empezar a vivirlas, no como nuevos mandatos o mandamientos que brotan desde afuera, sino como una promesa que nos dará la felicidad del cielo.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Cada bienaventuranza tiene una promesa, por eso cada una dice: «Felices... porque ellos poseerán, ellos serán saciados, ellos alcanzarán misericordia». Son promesas que el Padre nos hace a todos. Así tenemos que empezar a vivirlas, no como nuevos mandatos o mandamientos que brotan desde afuera, sino como una promesa que nos dará la felicidad del cielo.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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