Algo del Evangelio
13.9K subscribers
3.98K photos
55 videos
3 files
3.52K links
El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
Cualquier testimonio o consulta escribir a algodelevangelio@gmail.com
Download Telegram
Comentario a Juan 17, 11b-19

Jesús ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, lo rezamos y creemos cada domingo cuando recitamos el Credo. Decimos que está sentado a la derecha del Padre, de modo simbólico, para interceder por nosotros, para seguir obrando con poder en nuestros corazones. Que esté sentado a la derecha del Padre quiere decir que fue «glorificado», fue premiado por su Padre por haber hecho su voluntad hasta al final, y de esa manera, nos devolvió la dignidad de ser hijos de Dios, nos hizo hijos adoptivos del Padre y hermanos suyos, como decíamos en estos días, ahora la humanidad está junto a Dios. Hizo lo que el hombre no podría haber hecho jamás, hizo lo que nosotros no podríamos hacer jamás si no fuese por su gracia, por su amor, por su intercesión. Por eso, el símbolo de estar sentado no quiere mostrar quietud, espera pasiva, sino todo lo contrario, quiere decir verdadero poder, poder que triunfa amando, poder que atrae por amor. Quiere decir que solo él se merece nuestro amor y todo lo que él ama debe ser amado por nosotros, por el solo hecho de que él lo ama.
Jesús ahora, en este instante, nos está atrayendo con sus palabras, con las que acabamos de escuchar, con las que escucharemos durante el día, con el amor de tus más cercanos, con el amor a los más necesitados, en alguna adoración que te llame al silencio, con tu oración silenciosa de cada día. Jesús está «sentado», pero está trabajando más que nadie en esta tierra, está amando a todos, con el amor del Padre, como ama el Padre, dándonos su Espíritu, a todos, sin condición, a buenos y malos.
Algo del Evangelio de hoy también es oración de Jesús que nos puede llenar de gozo el alma y animarnos a rezar de esa manera. ¡Qué lindo es pensar que Jesús se animó a orar en voz alta!, se animó a rezar frente a sus discípulos y que, de esta manera, abrió su corazón, se dio a conocer, «para que mi gozo sea el de ellos –dice– y su gozo sea perfecto», y de esta manera logró abrir los corazones de sus amigos. Podríamos decir que, en estos evangelios, en estas oraciones tan lindas de Jesús, él se animó a descubrir sus sentimientos, sus pensamientos, no tuvo vergüenza de decir lo que pensaba y sentía, y eso nos ayuda muchísimo a vos y a mí. Por un lado, porque de ese modo conocemos lo que piensa el mismísimo Dios de nosotros y qué piensa él sobre él mismo, aunque solo podemos saberlo de manera limitada, de esa manera tenemos, por decirlo así, la «llave» del corazón de Jesús, del Padre y del Espíritu, y podremos conocerlo cada día más. Por otro lado, nos ayuda a nosotros a animarnos a abrir nuestro corazón hacia él, y también a los demás, cuando es necesario, cuando necesitamos descubrir nosotros mismos qué es lo que sentimos mediante nuestras propias palabras.
Esa noche Jesús pidió por sus amigos, pidió por nosotros, por vos y por mí, para que el Padre nos cuide del Maligno, de aquel que quiere apartarnos siempre del camino de la verdad y del amor. Por eso Jesús rogó para que «nos consagre en la verdad», no para sacarnos de este mundo, sino para que nos libre de la mentalidad de este mundo apartado de Dios. Podemos hablar del «mundo» en dos sentidos, o por lo menos el evangelista Juan habla en dos sentidos, por un lado, el mundo como creación de Dios, consecuencia y objeto de su amor, y, por otro lado, mundo en el sentido negativo, como todo aquello que está en el mundo, pero no quiere pertenecer a Dios, como aquellos que reniegan de su creador, de su Padre; una mentalidad, digamos así, contraria al amor del Padre. Por eso dice Jesús que «nosotros somos del mundo, pero no somos del mundo» y el «mundo los odió». Estamos en el mundo, nacimos en este mundo, pero nuestra mentalidad y corazón no deben ser para el mundo que se aleja de él. Fuimos creados y salvados para librarnos de las ataduras de este mundo que no quiere amar a Dios, sino que quiere hacer de esta tierra «su propio mundo», olvidándose que es del Padre, que estamos hechos para la patria del cielo.
Son muchas las cosas que podemos meditar a partir de esta oración tan linda, pero prefiero que oremos como Jesús oró, que pidamos para nosotros lo que Jesús pidió para nosotros. Que deseemos lo mismo que él deseó para nosotros. Que nuestros deseos sean los de él, que nuestros anhelos sean los de Dios, que nuestras búsquedas sean las de él, que nuestra misión sea la misma que la de Jesús… «Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo». No nos olvidemos que nacimos en este mundo, pero no debemos mimetizarnos con él, «no somos del mundo». Consagrémonos a la verdad, al amor, dejémonos llenar con las palabras de Jesús, que son amor y verdad.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Jueves 2 de junio + VII Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 20-26

Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:
«Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 17, 20-26

¡Cómo cuesta entender a veces que realmente Jesús ya triunfó en este mundo, que su triunfo está asegurado, que comenzó con su misterio pascual, con su muerte, con su resurrección, con su ascensión a los cielos y, finalmente, con su envío al Espíritu! Y a partir de ese momento histórico, del triunfo del bien ya está asegurado. Es verdad, vos me dirás: «Pero ¿y dónde está verdaderamente el triunfo?, ¿por qué sigue existiendo el mal?, ¿por qué tanta injusticia, tanta falta de amar?». Bueno, es verdad, hasta que Jesús no vuelva glorioso en su segunda venida el triunfo no está consumado, pero ya está comenzado, podríamos decir, comenzó.
Por eso, volvamos a reafirmar una vez más la fe en que Jesús está resucitado, con su cuerpo, con la humanidad que nos incluye a nosotros, a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, dándonos su amor, dándonos su Espíritu para que elijamos a cada instante siempre el bien. Por eso ahora, vos y yo elijamos el bien una vez más, elijamos amar. En la medida que amemos vamos a hacer presente el triunfo de Jesús que ya nos trajo con su amor, con su presencia y quiere hacerse presente en cada instante en nuestras vidas y en las de los demás.
Algo del Evangelio de hoy tiene que ver, de alguna manera, con esta verdad de fe. ¿Pensaste en eso alguna vez? ¿Pensaste en que Jesús quiere que seamos uno con él, uno como es él con el Padre? Esa es la verdad de fe. Saber que no estamos solos y que Jesús piensa en nosotros y pide por nosotros, nos hace muy bien, nos hace confiar más en lo que no vemos que en lo que vemos. Saber que somos uno con él, con el Padre y que por eso desea Jesús que seamos uno con él, creo que da ánimo para confiar en que la obra de la unidad siempre es de Dios y no nuestra, aunque nosotros debemos colaborar. Saber que el amor con que se aman el Padre y el Hijo puede ser el mismo amor con el que nos amemos nosotros y entre nosotros, es una gran noticia.
Es un regalo del Dios que es Padre, del Padre del cielo para todos, que nos sintamos uno aun en medio de las diferencias, que busquemos unirnos a pesar de tantas divisiones y enfrentamientos. Es necesario volver a sentir que somos «uno» y que, cada día más, tenemos que ser «uno» con Jesús y entre nosotros. Es lindo revivir en carne propia esta escena del Evangelio de hoy, en la que Jesús rezó por nosotros, por los que creemos gracias al testimonio de los Apóstoles. ¿Te imaginás a Jesús rezando por nosotros para que seamos «uno», para que dejemos tanta división, para que nos amemos como él nos amó, para que gracias al mensaje de la unidad ayudemos a que otros crean también en él? ¿Te imaginás ahora a miles de cristianos que necesitan de nuestra oración pero que, al mismo tiempo, seguramente rezan también por vos y por mí? ¿Te das cuenta que la oración une y nos hace sentir uno, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
Si se puede hablar, de alguna manera, de que a Dios le «duele» algo, de que Jesús «sufre» por algo, incluso ahora, podríamos decir que es por la falta de unidad, es por no comprender su corazón y empeñarnos muchas veces en diferenciarnos olvidándonos de lo esencial. No vamos hablar acá de las divisiones históricas entre los cristianos que aun hoy nos mantienen separados y que parecen ser irreconciliables en algunos casos, aunque la Iglesia hizo y hace mucho por la unidad –como también hizo y a veces hizo mucho por la falta de unión–, sino que se me ocurre que podemos pensarlo incluso dentro de nuestra misma Iglesia, donde muchas veces seguimos pareciendo de «bandos» distintos, algo que no podemos aceptar. Lo que más hiere a las familias son las divisiones internas, no los ataques desde afuera. Lo que más hiere a la Iglesia hoy, a tu parroquia, a tu comunidad, a tu grupo de oración, son las divisiones internas e innecesarias. Para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre, nosotros debemos amarnos como él nos ama, con el amor que viene de él, con el amor incondicional que está siempre.
Intentemos hoy «meternos» en esta maravillosa escena del Evangelio.
Imaginemos a Jesús rezando por cada uno de nosotros, para que seamos uno. Imaginemos que ahora hay miles de hermanos que necesitan de nuestra fuerza, de nuestra oración, de que nos sintamos uno, para que el mundo crea y, al mismo tiempo, hagamos un esfuerzo para evitar cualquier tipo de división, ya sea de palabra, de pensamiento, de obra u omisión. No vale la pena, porque así nadie podrá darse cuenta de que Jesús nos ama.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Viernes 3 de junio + VII Viernes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 15-19

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 21, 15-19

Jesús ascendió a los cielos para ser glorificado por el Padre y desde ahí, seguir pastoreando su rebaño, seguir atrayéndonos día a día con su amor. La gloria de Jesús fue haber cumplido la voluntad de su Padre y hoy, también, es ayudarnos a cumplirla a nosotros que somos sus hijos, dándonos su amor y su fortaleza. Por eso, nosotros, los que de alguna manera ya estamos «ascendidos» a los cielos, porque, de algún modo, su amor nos elevó, los que ya recibimos el amor de Jesús por el Espíritu Santo, los que ya disfrutamos de tener algo de nuestro corazón en el de él, no debemos olvidarnos de ayudar a los otros; a los alejados, a los olvidados, los tristes, los que no tienen fe, los enojados, los abatidos, los enfermos, para que no se olviden que nuestra vida tiene otro sentido, que el sentido último de lo que hacemos no pasa por esta tierra, que fuimos creados para lo eterno, para el cielo, para ser santos, para amar eternamente.
La escena de Algo del Evangelio de hoy es parte de un relato más extenso: Jesús a la orilla del lago, esperando a los discípulos –¿te acordás?– con el fuego encendido, la pesca milagrosa, los discípulos maravillados por semejante milagro y, finalmente, este diálogo emocionante con Simón, al que Jesús le cambió el nombre por Pedro. ¡Qué lindo que es poder imaginar lo que Jesús resucitado pudo lograr finalmente en el corazón de su gran amigo Pedro! Es lindo poder imaginar lo que Jesús quiere lograr en el tuyo y el mío ahora, mientras escuchamos su Palabra.
Algunos elementos nos pueden ayudar, pensando en nuestra vida de discípulos, desde donde nos toca vivir la fe, ya sea como sacerdotes, como consagrados, como laicos, como padres, como madres, como maestros, según donde cada uno esté, según lo que cada uno eligió. Antes que nada, imaginar esta escena siendo nosotros mismos los protagonistas. Nosotros como Pedro, alguna vez negamos al Señor, con nuestros silencios, con nuestras omisiones, con nuestras promesas incumplidas, con nuestros pecados hacia otros, con nuestros pecados ocultos, nuestras incoherencias, nuestra corrupción de algún modo social de la cual a veces somos parte, con nuestra soberbia, con tantas cosas más y con la que haremos. Pero a nosotros también como a Pedro se nos puede sentar Jesús al lado y nos puede decir esto mismo: «¿Me amás, me amás? ¿Me querés?». Recemos si podemos pensando en esta situación. Intentemos armar nuestro propio diálogo con el Señor. Mientras tanto digo algunas cosas que nos pueden ayudar.
Jesús no reclama el amor como lo hacemos nosotros. Jesús reclama, por decirlo de alguna manera, pero amando y enseñando a amar. Nosotros a veces reclamamos como refregando al otro su carencia, o sea, mostrando lo que el otro no hizo y lo que nosotros hubiésemos hecho. Jesús, en cambio, reclama amor, amando. Las palabras del Maestro hacia Pedro son en realidad una delicadeza de su corazón para quien será el primer pastor de toda la Iglesia, lo que nosotros hoy llamamos papa. Jesús no le reclama su falta de amor anterior, sino que lo conduce a sincerarse consigo mismo y a terminar confesando lo mejor que podía confesar: «Tú lo sabes todo, Señor; tu sabes que te quiero». Jesús, ya lo sabés, no llama a los perfectos, sino que nos llama para llevarnos a la perfección. No llamó a Pedro por ser perfecto, sino que lo hace capaz para amar y hace capaz y capaces de amar a los que llama, hizo que Pedro aprendiera a amar lentamente.
En la escena de hoy, llama a Pedro, pero también a vos y a mí, no porque tengamos certificado de buena conducta, porque nunca nos equivocamos o porque nunca lo haremos o porque nunca lo negamos, sino que nos llama para enseñarnos a hacer un camino de humildad, el de reconocer que no podemos amar como nosotros creemos, sino que tenemos que dejarnos enseñar y que este camino es largo, dura toda la vida, hasta el final, hasta que nos «lleven a donde no queramos».
Solo podemos seguir a Jesús en serio, con sinceridad, sin caretas, si reconocemos que el único que lo sabe todo es él, y que nosotros lo único que podemos hacer es aceptar esto con humildad. Si no, no estamos siguiendo a Jesús, nos estaremos siguiendo a nosotros y a nuestras propias fuerzas.
Por último, lo único que él quiere de nosotros es que hagamos todo lo posible para amarlo con todas nuestras fuerzas, que busquemos amarlo como podamos; lo otro, lo hará él mismo. A Pedro, para hacerlo Pastor, no le pidió más que su corazón. ¿Qué pensás que nos puede pedir a nosotros? No nos pide reconocimientos, grandes títulos, mucho estudio, que nos aplaudan, que nos sigan, que nos quieran y tantas cosas más. Jesús nos pide que le entreguemos nuestro corazón para amarlo, porque si nuestro corazón tiende hacia él, es garantía de que irá creciendo y de que lo demás es superficial, circunstancial, lo demás es pasajero. Dios Padre quiera que hoy que todos podamos decir: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar