Domingo 29 de mayo + Solemnidad de la Ascensión del Señor(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 46-53
Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
*Palabra del Señor* .
Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
*Palabra del Señor* .
Comentario a Lucas 24, 46-53:
Celebramos hoy en toda la Iglesia esta gran Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús, después de resucitar, a los cuarenta días, dejándose ver por sus discípulos, ascendió a los cielos y se ocultó o se dejó ocultar por una nube, como dice la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Él partió para estar junto al Padre, para ser premiado por el Padre, diríamos, después de haber venido a cumplir su voluntad, y al mismo tiempo ascendió para ayudarnos a nosotros a empezar un camino nuevo, una nueva etapa de la historia, de la historia de la humanidad, de tu historia y de la mía.
También dice la primera lectura que unos hombres vestidos de blanco, unos ángeles, dijeron a los discípulos: «¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir». Los discípulos hicieron lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho, miraron a Jesús mientras partía y seguramente Jesús los seguía mirando mientras ascendía. ¡Qué imagen tan maravillosa!, pero no querían quitarle la mirada al Señor.
¿Recordás en tu vida alguna despedida, esas partidas en las que te quedaste mirando al que se iba mientras él te miraba, o al revés, vos te ibas y todos te miraban mientras te ibas? En las despedidas, tanto el que se va como el que se queda, de alguna manera, se siguen mirando, quieren retenerse con la mirada. Cuando uno no mira, es porque no quiere sufrir demasiado, pero en el fondo desea mirar. Quiere retener la última imagen de esa persona que ama.
Es triste ver en las terminales de ómnibus o en los aeropuertos las despedidas de los familiares o amigos. Uno se da cuenta cuando es una partida por turismo, que cuando es una partida por quedarse a vivir en otro lugar. Las despedidas son distintas. En los ómnibus, el que va arriba se queda mirando por la ventana como queriendo abrazar al que se queda, y los que se quedan, saludan desde abajo como queriendo retener al que se va. En los aeropuertos es distinto, pero existen estas despedidas antes de embarcar a los aviones, miradas que quieren retener el amor que parece que no vuelve. Podríamos imaginar algo así en este día de la Ascensión de Jesús, una especie de partida, despedida, pero sin un transporte, sin aviones ni ómnibus y con una gran diferencia, una despedida que, en realidad, era una permanencia asegurada. Algo extraño para nuestro entendimiento.
Sin embargo, dice Algo del Evangelio de hoy que los discípulos, después de verlo elevarse hacia los cielos, «volvieron llenos de gozo a Jerusalén, y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios». Algo extraño a una mirada superficial y rápida. ¿Alegría al ver que se iba el que más amaban? ¿Quién puede alegrarse al ver partir a alguien que ama? Solo el que sabe que esa partida es necesaria y que al mismo tiempo dará frutos mucho más grandes todavía, solo el que tiene la certeza, esa partida redundará en un amor más grande. Por eso sería bueno que nosotros pidamos la gracia que pide san Pablo en la segunda lectura de hoy: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que nos permita conocerlo verdaderamente. Que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados, la extraordinaria grandeza del poder con el que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza». Solo se llena de alegría el que recibe esta gracia. Como siempre, hay que pedirla y mucho, el regalo de saber que Jesús no se fue en realidad, sino que «la nube» pasajera de este mundo lo tapó por un tiempo. En realidad, sí, se «fue a los cielos», pero para estar en todos lados. No se desentendió de nosotros, sino que se fue junto al Padre para «interceder por cada uno de nosotros». No se escapó del tiempo, sino que está fuera del tiempo, para estar «en todos los tiempos», en cada segundo de la historia, en cada instante.
Señor, ¡qué lindo es saber y creer esto! Estás en todo lugar y en todo momento.
Celebramos hoy en toda la Iglesia esta gran Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús, después de resucitar, a los cuarenta días, dejándose ver por sus discípulos, ascendió a los cielos y se ocultó o se dejó ocultar por una nube, como dice la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles. Él partió para estar junto al Padre, para ser premiado por el Padre, diríamos, después de haber venido a cumplir su voluntad, y al mismo tiempo ascendió para ayudarnos a nosotros a empezar un camino nuevo, una nueva etapa de la historia, de la historia de la humanidad, de tu historia y de la mía.
También dice la primera lectura que unos hombres vestidos de blanco, unos ángeles, dijeron a los discípulos: «¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir». Los discípulos hicieron lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho, miraron a Jesús mientras partía y seguramente Jesús los seguía mirando mientras ascendía. ¡Qué imagen tan maravillosa!, pero no querían quitarle la mirada al Señor.
¿Recordás en tu vida alguna despedida, esas partidas en las que te quedaste mirando al que se iba mientras él te miraba, o al revés, vos te ibas y todos te miraban mientras te ibas? En las despedidas, tanto el que se va como el que se queda, de alguna manera, se siguen mirando, quieren retenerse con la mirada. Cuando uno no mira, es porque no quiere sufrir demasiado, pero en el fondo desea mirar. Quiere retener la última imagen de esa persona que ama.
Es triste ver en las terminales de ómnibus o en los aeropuertos las despedidas de los familiares o amigos. Uno se da cuenta cuando es una partida por turismo, que cuando es una partida por quedarse a vivir en otro lugar. Las despedidas son distintas. En los ómnibus, el que va arriba se queda mirando por la ventana como queriendo abrazar al que se queda, y los que se quedan, saludan desde abajo como queriendo retener al que se va. En los aeropuertos es distinto, pero existen estas despedidas antes de embarcar a los aviones, miradas que quieren retener el amor que parece que no vuelve. Podríamos imaginar algo así en este día de la Ascensión de Jesús, una especie de partida, despedida, pero sin un transporte, sin aviones ni ómnibus y con una gran diferencia, una despedida que, en realidad, era una permanencia asegurada. Algo extraño para nuestro entendimiento.
Sin embargo, dice Algo del Evangelio de hoy que los discípulos, después de verlo elevarse hacia los cielos, «volvieron llenos de gozo a Jerusalén, y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios». Algo extraño a una mirada superficial y rápida. ¿Alegría al ver que se iba el que más amaban? ¿Quién puede alegrarse al ver partir a alguien que ama? Solo el que sabe que esa partida es necesaria y que al mismo tiempo dará frutos mucho más grandes todavía, solo el que tiene la certeza, esa partida redundará en un amor más grande. Por eso sería bueno que nosotros pidamos la gracia que pide san Pablo en la segunda lectura de hoy: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que nos permita conocerlo verdaderamente. Que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados, la extraordinaria grandeza del poder con el que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza». Solo se llena de alegría el que recibe esta gracia. Como siempre, hay que pedirla y mucho, el regalo de saber que Jesús no se fue en realidad, sino que «la nube» pasajera de este mundo lo tapó por un tiempo. En realidad, sí, se «fue a los cielos», pero para estar en todos lados. No se desentendió de nosotros, sino que se fue junto al Padre para «interceder por cada uno de nosotros». No se escapó del tiempo, sino que está fuera del tiempo, para estar «en todos los tiempos», en cada segundo de la historia, en cada instante.
Señor, ¡qué lindo es saber y creer esto! Estás en todo lugar y en todo momento.
El cielo está en mi vida, no únicamente cuando estoy en un lugar en especial, sino cuando creo que estás en donde yo estoy. Si Jesús que es la Cabeza y nosotros somos su Cuerpo y él está «en el cielo» junto al Padre, quiere decir que cada uno de nosotros está también un poquito «en el cielo», o todo. Si estamos en el Camino, ya estamos un poco, por lo menos con el corazón, en el final del Camino. El cielo comenzó a estar en la tierra desde que Jesús vino a pisarla y a estar con nosotros y la tierra está «en el cielo» desde que Jesús ascendió y nos llevó a todos con él. ¿Creemos esto?
Hagamos el intento de mirar hoy al cielo, simbólicamente, para cruzar nuestras miradas con la de Jesús, que está en el cielo, pero en realidad está en nosotros. Miremos a Jesús que está en el cielo de nuestro corazón, en la Eucaristía, en cada hombre que lo ama y en cada ser humano que sufre. ¿Creemos esto? No nos quedemos mirando al cielo como llorando, como creyendo que no está, miremos al cielo de nuestro interior y alrededor, y confiemos que él estará siempre con nosotros, hasta que vuelva triunfante y glorioso.
Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Hagamos el intento de mirar hoy al cielo, simbólicamente, para cruzar nuestras miradas con la de Jesús, que está en el cielo, pero en realidad está en nosotros. Miremos a Jesús que está en el cielo de nuestro corazón, en la Eucaristía, en cada hombre que lo ama y en cada ser humano que sufre. ¿Creemos esto? No nos quedemos mirando al cielo como llorando, como creyendo que no está, miremos al cielo de nuestro interior y alrededor, y confiemos que él estará siempre con nosotros, hasta que vuelva triunfante y glorioso.
Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 30 de mayo + VII Lunes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 29-33
Los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios».
Jesús les respondió: «¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo».
*Palabra del Señor* .
Los discípulos le dijeron a Jesús: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios».
Jesús les respondió: «¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo».
*Palabra del Señor* .
Comentario a Juan 16, 29-33
Como cada lunes, como cada comienzo de semana, es bueno reavivar las fuerzas, mover las brazas que a veces que a veces parece que se están apagando, las ganas y los deseos de empezar, como siempre, de la mano de la Palabra de Dios. No podemos caminar sin la ayuda de lo que Dios nos quiere decir al corazón cada día. Él nos está ayudando siempre, somos nosotros los que tenemos que escuchar. No podemos empezar el día sin escuchar algo que nos haga bien, su Palabra.
Me acuerdo una vez en una misa le pregunté a los niños: «¿A dónde se fue Jesús?». Todos contestaron: «Al cielo». «¿Y dónde está el cielo?». Y todos, por supuesto, señalaron para arriba. Volví a preguntar, pero… «¿Jesús no está también ahora con nosotros, no está en nuestro corazón, de alguna manera?». «¡¡¡Sí!!!», contestaron todos. Entonces… «¿Dónde está el cielo?». Todos volvieron a señalar para arriba. Hice el intento varias veces, pero no lo logré. Los niños son así de lindos y sencillos, entienden literalmente lo que nosotros decimos. Costó comprender que el cielo, en definitiva –ahora que vos me estás escuchando– está donde está Jesús, que en realidad cuando en la Palabra de Dios decimos cielo o está escrito «cielo», estamos refiriéndonos al lugar, por decirlo de alguna manera, en donde está Dios, y si Dios está en todos lados, y en nuestro corazón, también podemos decir que el cielo está en nosotros cuando amamos y dejamos que él ame en nosotros. Eso celebramos ayer con la Fiesta de la Ascensión y es lo que seguiremos reflexionando en estos días.
Podemos preguntarnos hoy, tomando Algo del Evangelio: ¿Cuántos problemas y sufrimientos nos habríamos ahorrado en la vida si nos hubiesen dicho toda la verdad de las cosas que emprendimos, o por lo menos ayudado a descubrirla lo antes posible? ¿Cuántos dolores y desilusiones nos habríamos evitado si nos hubieran dicho que todo no era todo tan fácil como pensábamos, si nos hubiesen dicho que casarnos no era tan fácil como creíamos o ser consagrado, ser sacerdote? ¿Cuántos problemas le habríamos evitado a nuestros hijos si no le hubiésemos pintado la vida como una linda película mientras a vos y a mí nos costó muchísimo? Y por otro lado, podríamos hacer la pregunta contraría o que muestra la otra parte: si hubiésemos sabido todo, ¿hubiésemos emprendido el camino que hoy estamos transitando?
Bueno, en realidad, como decía, no siempre la culpa es del no nos dijo toda la verdad, sino también del que no se esfuerza por conocer la verdad. Pero la mentira a veces se disfraza de un «supuesto bien» por el otro, pero que a la larga se transforma en un mal, en un obstáculo para seguir, para creer, para tener ánimo y esperanza. Hay personas que prefieren evitar a toda costa que los otros pasen por algún tipo de sufrimiento: «No quiero que sufra», «no quiero que pase por lo mismo que yo». Es entendible, ¿no? ¿Qué padre o madre quiere que sufra alguno de sus hijos? Ninguno. Pero al mismo tiempo… ¿qué padre o madre puede evitar que sus hijos sufran de alguna manera en la vida? No estoy hablando de los sufrimientos a causa del mal, esos siempre hay que evitarlos, no hay que sufrir por sufrir –aunque no se pueden evitarlos totalmente–, sino que me refiero al sufrimiento que proviene de hacer el bien, por buscar el bien, por luchar por el bien: la justicia, el amor, la honestidad, la sinceridad, la generosidad, la entrega, el dominio de sí mismo, la alegría, la amabilidad, la educación, el bien común, los pobres y tantas cosas más. Ese es el sufrimiento que vale la pena, que es imposible esquivar y que, además, es necesario. El que quiere evitar ese sufrimiento, todavía no entendió el sentido de la vida.
Los padres y las madres que quieren evitarle a sus hijos el sufrimiento lindo que proviene del amor, no están criando hombres y mujeres capaces de entregarse y de esforzarse para hacer el bien, sino hombres y mujeres que no podrán descubrir el lindo gustito de la vida que se entrega por otros. ¿Qué les dijo Jesús a sus amigos antes de partir? ¿«Tranquilos, todo va a estar bien.
Como cada lunes, como cada comienzo de semana, es bueno reavivar las fuerzas, mover las brazas que a veces que a veces parece que se están apagando, las ganas y los deseos de empezar, como siempre, de la mano de la Palabra de Dios. No podemos caminar sin la ayuda de lo que Dios nos quiere decir al corazón cada día. Él nos está ayudando siempre, somos nosotros los que tenemos que escuchar. No podemos empezar el día sin escuchar algo que nos haga bien, su Palabra.
Me acuerdo una vez en una misa le pregunté a los niños: «¿A dónde se fue Jesús?». Todos contestaron: «Al cielo». «¿Y dónde está el cielo?». Y todos, por supuesto, señalaron para arriba. Volví a preguntar, pero… «¿Jesús no está también ahora con nosotros, no está en nuestro corazón, de alguna manera?». «¡¡¡Sí!!!», contestaron todos. Entonces… «¿Dónde está el cielo?». Todos volvieron a señalar para arriba. Hice el intento varias veces, pero no lo logré. Los niños son así de lindos y sencillos, entienden literalmente lo que nosotros decimos. Costó comprender que el cielo, en definitiva –ahora que vos me estás escuchando– está donde está Jesús, que en realidad cuando en la Palabra de Dios decimos cielo o está escrito «cielo», estamos refiriéndonos al lugar, por decirlo de alguna manera, en donde está Dios, y si Dios está en todos lados, y en nuestro corazón, también podemos decir que el cielo está en nosotros cuando amamos y dejamos que él ame en nosotros. Eso celebramos ayer con la Fiesta de la Ascensión y es lo que seguiremos reflexionando en estos días.
Podemos preguntarnos hoy, tomando Algo del Evangelio: ¿Cuántos problemas y sufrimientos nos habríamos ahorrado en la vida si nos hubiesen dicho toda la verdad de las cosas que emprendimos, o por lo menos ayudado a descubrirla lo antes posible? ¿Cuántos dolores y desilusiones nos habríamos evitado si nos hubieran dicho que todo no era todo tan fácil como pensábamos, si nos hubiesen dicho que casarnos no era tan fácil como creíamos o ser consagrado, ser sacerdote? ¿Cuántos problemas le habríamos evitado a nuestros hijos si no le hubiésemos pintado la vida como una linda película mientras a vos y a mí nos costó muchísimo? Y por otro lado, podríamos hacer la pregunta contraría o que muestra la otra parte: si hubiésemos sabido todo, ¿hubiésemos emprendido el camino que hoy estamos transitando?
Bueno, en realidad, como decía, no siempre la culpa es del no nos dijo toda la verdad, sino también del que no se esfuerza por conocer la verdad. Pero la mentira a veces se disfraza de un «supuesto bien» por el otro, pero que a la larga se transforma en un mal, en un obstáculo para seguir, para creer, para tener ánimo y esperanza. Hay personas que prefieren evitar a toda costa que los otros pasen por algún tipo de sufrimiento: «No quiero que sufra», «no quiero que pase por lo mismo que yo». Es entendible, ¿no? ¿Qué padre o madre quiere que sufra alguno de sus hijos? Ninguno. Pero al mismo tiempo… ¿qué padre o madre puede evitar que sus hijos sufran de alguna manera en la vida? No estoy hablando de los sufrimientos a causa del mal, esos siempre hay que evitarlos, no hay que sufrir por sufrir –aunque no se pueden evitarlos totalmente–, sino que me refiero al sufrimiento que proviene de hacer el bien, por buscar el bien, por luchar por el bien: la justicia, el amor, la honestidad, la sinceridad, la generosidad, la entrega, el dominio de sí mismo, la alegría, la amabilidad, la educación, el bien común, los pobres y tantas cosas más. Ese es el sufrimiento que vale la pena, que es imposible esquivar y que, además, es necesario. El que quiere evitar ese sufrimiento, todavía no entendió el sentido de la vida.
Los padres y las madres que quieren evitarle a sus hijos el sufrimiento lindo que proviene del amor, no están criando hombres y mujeres capaces de entregarse y de esforzarse para hacer el bien, sino hombres y mujeres que no podrán descubrir el lindo gustito de la vida que se entrega por otros. ¿Qué les dijo Jesús a sus amigos antes de partir? ¿«Tranquilos, todo va a estar bien.
No se preocupen que todo les va a salir perfecto; serán exitosos siempre; todos los van a querer, nunca van a sufrir; el que me ame no sufrirá en nada, tendrá salud y trabajo siempre asegurado»? ¿Les dijo eso? Es interesante ver que ante la afirmación muy segura de los discípulos de que creían, Jesús no se calla dos verdades no muy divertidas: «Me dejarán solo… y tendrán que sufrir». No, Jesús, no podés decir eso. ¡Qué pocos amigos vas a tener así! Sin embargo, nos dijo la verdad. Nos guste o no. ¿Nos gusta que nos digan la verdad? ¿Nos gusta que Jesús nos diga la verdad de nuestra vida? ¿Te gusta decirte la verdad a vos mismo, decirle la verdad a los demás o se las disfrazás? Jesús les anticipa y nos anticipa, que cuando nos creemos que tenemos todo clara, nos olvidemos que somos capaces de traicionarlo en menos de un minuto, que cuando el dolor y el sufrimiento se presentan en nuestra vida, somos capaces de abandonarlo, de abandonar la fe. ¿Cuánta gente abandona a Jesús cuando se presenta la dificultad? ¿Cuántas veces dejamos solo a Jesús por miedo, por vergüenza, por el qué dirán, por el temor? Jesús nos anticipa que en la vida sufriremos, por culpa de otros o por culpa nuestra. ¿Tenemos que evitar el sufrimiento? Sí, el que no vale la pena, el que proviene del mal nuestro y ajeno. ¿Tenemos que esquivar todos los sufrimientos de la vida? No, sufrir por el bien es necesario e inevitable. El que sufre por amor es feliz, aunque parezca contradictorio. El que sabe sufrir, tanto lo que nos toca sin elegirlo, como lo elegido, sabe vivir. Vive distinto, transforma todo en oportunidad para amar. Jesús no nos mintió, prefirió decirnos la verdad. Nosotros ¿qué preferimos?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Martes 31 de mayo + Fiesta de la Visitación de María + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1,39-56
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 39-56
Hay escenas del Evangelio que son más fáciles de imaginar que otras. Los mismos evangelistas, aquellos que escribieron la Palabra, tienen sus diferencias en cuanto al modo de relatar los mismos hechos y esto, más que un problema, es una riqueza para nosotros hoy. Alguna vez te dije que es bueno y lindo intentar «meterse en las escenas», dicho así vulgarmente, hacer el esfuerzo por ser uno más de ese momento único. Se dice en la vida espiritual «aplicar los sentidos», o sea, buscar, escuchar, gustar, oler, ver y tocar de alguna manera lo que imaginamos del relato. San Ignacio lo llama «composición del lugar», imaginarse el lugar. Es difícil lograrlo, pero si uno se da el tiempo, si uno se esfuerza para hacer de la escena algo así, como una película filmada por uno mismo o actuada por uno mismo, todo cambia, todo se hace más propio, más personal. Y entonces, desde ahí, todo es Palabra de Dios, no solo las palabras concretas de la escena, lo que dijo Jesús, sino cada detalle, cada gesto, cada silencio, cada olor, todo el conjunto de cosas y cada una por su cuenta. Tenés que animarte a hacerlo algún día. Igual hoy podemos hacer un intento, es una linda escena como para empezar.
Cerrá los ojos e imaginá el momento en el que María se decidió a partir, el viaje, la preparación de las cosas que tenía que llevar, su deseo profundo de ver a su prima, de ayudarla, las incomodidades que vivió en el camino, el calor, el cansancio, el paisaje, la llegada, el gozo de Isabel al verla, la alegría de María al escuchar esas palabras y sentir que el niño saltaba de alegría en su vientre. Si sos mujer y si sos madre, se te va a hacer un poco más fácil, lo demás corre por tu imaginación, los detalles podés agregarlo vos.
Algo del Evangelio de hoy, nos trae esta Fiesta de la Visita de María a su prima santa Isabel, Isabel que será santa. Celebramos que María después de enterarse, de recibir semejante noticia, de que estaba embarazada e iba a ser la madre del Hijo de Dios, se dispuso a visitar a su prima, para estar con ella, para acompañarla también en el embarazo, que se enteró por medio del ángel.
¡Qué lindo es empezar el día de la mano de María!, que está siempre, porque ella sabemos que no solo es la madre de Jesús, sino que también, desde hace dos mil años, es madre nuestra. Ella cada día se transforma en nuestra madre, es nuestra madre trayéndonos a Jesús a este día, al hoy. Ella vuelve a traerlo a cada pesebre, que se transforma en receptor de Jesús, en cada corazón que quiere recibirlo. Hoy podemos pedirle eso: María, tráenos a Jesús, tráenos a Jesús como se lo llevaste a tu prima, tráenos la alegría de Jesús. Vos que lo llevaste en tu vientre y que lo llevás siempre en tu corazón, haciendo su voluntad, tráelo al hoy de mi vida, al hoy de la Iglesia, al hoy de mi hogar, de mi trabajo, de lo que sea que tenga que hacer; tráeme a Jesús, lo necesito. Quiero saltar de gozo, como saltó Juan el Bautista en el vientre de Isabel.
Se me ocurre poder decir tres cosas con respecto a este maravilloso canto del Magníficat, este canto que brotó del alma de María cuando se encontró con su prima. Es un canto que brota de un alma sorprendida por Dios, enamorada, pero, al mismo tiempo, agradecida. Estas tres cosas: sorprendida, enamorada y agradecida.
Sorprendida porque nunca imaginó algo tan grande. Ella siempre esperó algo de Dios, pero nunca imaginó que podía ser tan maravilloso. Dios siempre nos da algo más de lo que esperamos; solo hay que saber esperar, solo hay que tener paciencia, solo hay que saber que el tiempo nos da lo que necesitamos, porque –como dice el Salmo– «su promesa ha superado su renombre», su promesa supera su fama; solo tenemos que saber que la gracia de Dios actúa en el tiempo, y por eso «la paciencia todo lo alcanza», la paciencia siempre nos da más de lo que esperamos. Por eso María se sorprendió tanto y lo disfrutó.
Y María también era, por supuesto, una enamorada de Dios. Al estar enamorada, supo esperar.
Hay escenas del Evangelio que son más fáciles de imaginar que otras. Los mismos evangelistas, aquellos que escribieron la Palabra, tienen sus diferencias en cuanto al modo de relatar los mismos hechos y esto, más que un problema, es una riqueza para nosotros hoy. Alguna vez te dije que es bueno y lindo intentar «meterse en las escenas», dicho así vulgarmente, hacer el esfuerzo por ser uno más de ese momento único. Se dice en la vida espiritual «aplicar los sentidos», o sea, buscar, escuchar, gustar, oler, ver y tocar de alguna manera lo que imaginamos del relato. San Ignacio lo llama «composición del lugar», imaginarse el lugar. Es difícil lograrlo, pero si uno se da el tiempo, si uno se esfuerza para hacer de la escena algo así, como una película filmada por uno mismo o actuada por uno mismo, todo cambia, todo se hace más propio, más personal. Y entonces, desde ahí, todo es Palabra de Dios, no solo las palabras concretas de la escena, lo que dijo Jesús, sino cada detalle, cada gesto, cada silencio, cada olor, todo el conjunto de cosas y cada una por su cuenta. Tenés que animarte a hacerlo algún día. Igual hoy podemos hacer un intento, es una linda escena como para empezar.
Cerrá los ojos e imaginá el momento en el que María se decidió a partir, el viaje, la preparación de las cosas que tenía que llevar, su deseo profundo de ver a su prima, de ayudarla, las incomodidades que vivió en el camino, el calor, el cansancio, el paisaje, la llegada, el gozo de Isabel al verla, la alegría de María al escuchar esas palabras y sentir que el niño saltaba de alegría en su vientre. Si sos mujer y si sos madre, se te va a hacer un poco más fácil, lo demás corre por tu imaginación, los detalles podés agregarlo vos.
Algo del Evangelio de hoy, nos trae esta Fiesta de la Visita de María a su prima santa Isabel, Isabel que será santa. Celebramos que María después de enterarse, de recibir semejante noticia, de que estaba embarazada e iba a ser la madre del Hijo de Dios, se dispuso a visitar a su prima, para estar con ella, para acompañarla también en el embarazo, que se enteró por medio del ángel.
¡Qué lindo es empezar el día de la mano de María!, que está siempre, porque ella sabemos que no solo es la madre de Jesús, sino que también, desde hace dos mil años, es madre nuestra. Ella cada día se transforma en nuestra madre, es nuestra madre trayéndonos a Jesús a este día, al hoy. Ella vuelve a traerlo a cada pesebre, que se transforma en receptor de Jesús, en cada corazón que quiere recibirlo. Hoy podemos pedirle eso: María, tráenos a Jesús, tráenos a Jesús como se lo llevaste a tu prima, tráenos la alegría de Jesús. Vos que lo llevaste en tu vientre y que lo llevás siempre en tu corazón, haciendo su voluntad, tráelo al hoy de mi vida, al hoy de la Iglesia, al hoy de mi hogar, de mi trabajo, de lo que sea que tenga que hacer; tráeme a Jesús, lo necesito. Quiero saltar de gozo, como saltó Juan el Bautista en el vientre de Isabel.
Se me ocurre poder decir tres cosas con respecto a este maravilloso canto del Magníficat, este canto que brotó del alma de María cuando se encontró con su prima. Es un canto que brota de un alma sorprendida por Dios, enamorada, pero, al mismo tiempo, agradecida. Estas tres cosas: sorprendida, enamorada y agradecida.
Sorprendida porque nunca imaginó algo tan grande. Ella siempre esperó algo de Dios, pero nunca imaginó que podía ser tan maravilloso. Dios siempre nos da algo más de lo que esperamos; solo hay que saber esperar, solo hay que tener paciencia, solo hay que saber que el tiempo nos da lo que necesitamos, porque –como dice el Salmo– «su promesa ha superado su renombre», su promesa supera su fama; solo tenemos que saber que la gracia de Dios actúa en el tiempo, y por eso «la paciencia todo lo alcanza», la paciencia siempre nos da más de lo que esperamos. Por eso María se sorprendió tanto y lo disfrutó.
Y María también era, por supuesto, una enamorada de Dios. Al estar enamorada, supo esperar.
Solo un alma enamorada sabe esperar de Dios cosas grandes, solo un alma enamorada se sorprende y está dispuesta a ser sorprendida. El que no está enamorado, siempre espera lo mismo; nunca espera nada distinto y se aburre en la rutina. En cambio, María, vos y yo podemos enamorarnos. María se dejó sorprender y se dejó maravillar por Dios, por eso también pensó en los demás, decidió visitar a santa Isabel. «Su alma canta la grandeza de Dios, y su espíritu se estremece de gozo en Dios, su Salvador». Dios quiera que hoy podamos sorprendernos y enamorarnos más de Jesús, de la mano de María. Ella fue un alma agradecida, por eso cantó lo que Dios hizo en ella, y no por lo que ella había hecho; canta agradecida al reconocer que es amada y elegida, aun siendo pequeña y sencilla.
Estos tres regalos que recibió María, también son para nosotros, para que podamos dejarnos sorprender por Dios, nuestro Padre, enamorarnos de él viviendo agradecidos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Estos tres regalos que recibió María, también son para nosotros, para que podamos dejarnos sorprender por Dios, nuestro Padre, enamorarnos de él viviendo agradecidos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Miércoles 1 de junio + VII Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
«Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad».
Palabra del Señor.
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
«Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad».
Palabra del Señor.