Algo del Evangelio
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El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Martes 24 de mayo + VI Martes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 5-11

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: "¿A dónde vas?". Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 5-11:

Retomando lo del Evangelio del domingo, esa verdad de fe que muchas veces olvidamos y nunca deberíamos olvidar, es lindo pensar que en la medida que tenemos capacidad de mirarnos hacia adentro y en ese mirar reconocer la voz de nuestra conciencia que siempre nos habla al corazón, podemos decir con tranquilidad que jamás podemos estar solos. «El que me ama, será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él». En el mundo del ruido en el que vivimos y del consumismo exacerbado, esto parece una misión imposible, pero es posible.
Cada vez son más las personas sedientas de amor, sedientas de Dios en un mundo que alardea solucionarnos todos los problemas, pero que en el fondo los crea y multiplica. ¿Por qué será que, en la época de mayor posibilidad de comunicación, es al mismo tiempo la época de mayor cantidad de personas depresivas, que se sienten solas e incluso que se quitan tristemente la vida? ¿Por qué será, no? ¿No será porque hemos perdido, de algún modo, la capacidad de hacer silencio, de reconocernos a nosotros mismos, perdimos incluso nuestra propia sensibilidad que nos ayuda a comunicarnos con nosotros mismos y con los demás?
Hace poco leí un estudio científico que comprobaba que el ser humano para bajar sus niveles de ansiedad y estrés necesita algunos minutos de silencio por día. ¡Qué paradoja!, ¿no? El mundo que nos promueve el ruido al mismo tiempo nos muestra que se necesita bajar un poco el ruido para vivir mejor. Bueno, eso ya está enseñado y manifestado en el Evangelio. Jesús nos mostró que necesitamos apartarnos y hacer silencio. Sin embargo, Jesús nunca estuvo solo, aunque haya buscado momentos de soledad. Es lindo pensar en esto, en que Jesús es el modelo perfecto del que nunca estuvo solo, pero al mismo tiempo buscó la soledad.
Es increíble pensar que, de la vida de Cristo, en realidad no sabemos tanto como quisiéramos. Los evangelios cuentan poco y nada sobre su infancia y sobre su vida cotidiana en Nazaret, hasta los treinta años, hasta su aparición pública. ¿Qué habrá hecho Jesús en esos años? ¿Cuántas veces se habrá apartado tranquilo a caminar, a descansar, a mirar al cielo, a disfrutar de la naturaleza, a descubrir tanta maravilla creada por su Padre, por medio de él? Por otro lado, ¡cuántas veces en los evangelios se relatan momentos en los que Jesús se aparta de las multitudes y de sus amigos, para estar en la montaña, para rezar, para estar solo! A esto quería llegar, la soledad buscada y deseada hace bien. La soledad que piensa y se siente es necesaria en la vida. Vos y yo tenemos que aprender a estar solos, no toda soledad es mala. ¿Sabés estar solo? ¿Sabés quedarte con vos mismo un tiempo por día? Si uno parte de la certeza de que en realidad estar solo es una oportunidad para encontrarse con el que no nos dejó nunca solos, no deberíamos tenerle miedo; es difícil, sí, es verdad pero no tenerle miedo.
La partida de Jesús, el anuncio de su partida, les trajo a los discípulos una gran tristeza. Algo del Evangelio de hoy dice eso: «Ustedes se han entristecido». Obviamente… ¿quién no se pondría triste? Ellos no terminaban de entender que era «necesario» que él se vaya, de que «les convenía que él se vaya». Esa es la cierta paradoja de nuestra fe, las ausencias que nos traen presencias distintas, amores distintos. Soledades que nos pueden traer mayores frutos, mayor madurez, mayor convicción de que en realidad no estamos solos.
¿Viste esas personas que no pueden estar solas? ¿No sos una de esas? Que no pueden estar quietas, que siempre tienen que estar haciendo algo, que parece ser que no pueden disfrutar de la gratuidad de «no estar haciendo nada». Fíjate si a vos no te pasa lo mismo a veces. A todos nos puede pasar. Como decíamos, el mundo de hoy colabora muchísimo a esto. Todo es rápido, todo tiene que hacerse ya, siempre tengo que estar comunicándome con alguien que no está cerca mío, casi que nunca podemos ni sabemos estar solos y necesitamos mostrar lo que hacemos continuamente por medio de la tecnología.
Sin embargo, es tan necesario saber estar solos y dejar de mostrar lo que hacemos. Es necesario que Jesús se haya ido para que todos podamos encontrarlo. Así lo dijo él: «Pero si me voy, se lo enviaré». Es bueno que nos tomemos un tiempo para estar solos, es bueno que también dejemos solos a los que tenemos a nuestro cargo, es bueno que dejemos que los demás sepan estar solos. Pensá en los tuyos. Es bueno que los demás tengan sus tiempos, que dejemos «respirar», de algún modo, a los otros, porque a veces incluso no podemos estar solos y no dejamos que los otros estén solos. Cuando Jesús se apartaba para estar solo, los discípulos lo dejaban tranquilo. Cuando los discípulos volvían de misionar, Jesús mismo los apartaba un poco para que descansen, para que estén solos.
Preguntémonos si sabemos apartarnos como Jesús para escuchar nuestro corazón y al escucharnos también escuchemos a Dios que es nuestros Padre, escuchar al Espíritu que está dentro nuestro. Podríamos preguntarnos si somos capaces de escuchar la voz interior que nunca nos abandona, que siempre nos hace sentir acompañados. Pensemos si no estamos tapando lo mejor de nosotros con la «adicción del activismo», esa costumbre de pensar y creer que solo haciendo cosas nos salvaremos y salvaremos a los demás. Si Jesús hubiese querido salvar al mundo por el hacer, se hubiese puesto a predicar desde la adolescencia, se hubiese puesto a «hacer cosas» y milagros desde mucho antes, sin embargo, empezó a los treinta años. Es para pensar, ¿no? Aprendamos hoy a sentarnos por un tiempo, a postrarnos por un momento para «no hacer nada» a los ojos de los demás, para estar simplemente solos, por pura gratuidad, no esperando mayor recompensa, que estar con Jesús.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 25 de mayo + VI Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes"».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 12-15:

Saber que el mismísimo Dios puede habitar en nuestro interior debería ser motivo suficiente para alegrarnos y serenarnos el corazón. De hecho, Jesús les dijo a sus discípulos –del evangelio del domingo, ¿te acordás?–, y a nosotros también: «¡No se inquieten ni teman!». No hay nada que temer, ni por qué inquietarse para aquel que se siente amado y habitado por el mismísimo Dios, Uno y Trino. El inconveniente es que lo «sabemos» con la cabeza, pero no siempre con el corazón. Se da eso de que los treinta centímetros que separan la cabeza del corazón son la mayor distancia del mundo, aunque en la realidad es muy cortita.
¡Cómo cuesta abrazar con el corazón lo que se comprende o acepta con la cabeza! No alcanza con saber las cosas para vivirlas y asimilarlas, al contrario, muchas veces el «saber» muchas cosas atenta contra la sencillez y la espontaneidad de la fe. ¿Cuántas personas hay que «saben» muchas cosas, pero que tienen el corazón duro e inconmovible? ¿A cuántos de nosotros nos pasa que incluso nos da impotencia el saber cosas con la cabeza, como decimos, pero no podemos vivirlas con el corazón? Bueno, por eso deberíamos pedirle a nuestro Señor que nos conceda la gracia de aceptar esta verdad de fe y que se haga carne en nuestra vida, disfrutando de que Dios nos hable al corazón en cada instante de nuestro día, descansando con la certeza de que jamás estaremos solos si sabemos escuchar el amor que nos anima desde adentro; de que es imposible estar en un lugar en donde Dios no esté, porque en realidad él está con nosotros.
Veníamos reflexionando en estos días sobre el tema de la «soledad». Esa que a veces sentimos, y en el hecho de que Jesús viene a sanarla. Querer sanar o quitar soledades a los demás nos ayuda a comprender el sentido de nuestras soledades; esos sentimientos de soledad que nos puede invadir a veces se pueden transformar en oportunidad para darnos cuenta de que no vale la pena quejarse porque alguien nos dejó solos, por esto o por lo otro, sino que lo mejor que podemos hacer es dedicarnos a consolar las soledades y tristezas de los que no se dan cuenta que están solos porque en realidad se aislaron. Cuando nos aislamos no vemos ni percibimos las compañías lindas de la vida, la de nuestro buen Jesús que está siempre y la de nuestros seres queridos que también en general, están siempre cuando los necesitamos. Podríamos decir que estas son las soledades mal elegidas, o las soledades muy sufridas que no sabemos manejar y nos hacen equivocarnos en la vida, nos hacen tomar malas decisiones, nos hacen victimistas y quejosos, hacen que no veamos lo lindo de la vida. Cuando no sabemos manejar esas sensaciones de soledad, es cuando tomamos caminos incorrectos.
Por eso un buen remedio para la soledad es, por un lado, aprender a convivir con nosotros mismos cuando la sentimos, a pesar de sentirlas aceptándolas y sabiendo que siempre debemos luchar contra ellas. Y por otro lado, el salir de nosotros mismos para darnos cuenta que no estamos solos y que hay muchos que necesitan de nuestras compañías.
Algo del Evangelio de hoy nos vuelve a enseñar que «se aprende de a poco». Las cosas de la vida y las cosas del Espíritu, no hay otro camino que aprenderlas lentamente. En el camino de la fe no sirve la ansiedad, no hay lugar para el estrés. El mismo Jesús les dijo a sus discípulos que tenía muchas cosas por decirles, pero que no podían comprenderlas en ese momento y que sería el Espíritu el que los introduciría en la verdad. Paciencia, en el fondo les dijo: «Paciencia», no se puede todo de golpe. Jesús no les dijo todo «de un momento a otro» a sus amigos, sino que les dijo lo que podían comprender en ese momento y le dejó lo demás para el Espíritu Santo para que siga trabajando en su ausencia.
Nosotros a veces somos como «golosos» de la vida y de las cosas, incluso de la verdad, pretendemos todo y de una vez y para siempre, queremos saber todo y rápido; sin embargo, es lindo darle el lugar a Dios en nuestro propio camino, dejar que sea el mismo Espíritu quien nos vaya enseñando e introduciendo en la verdad de nuestra vida. Él sabe más que nosotros, muchísimo más de lo que nosotros sabemos, ¿sabías? ¿Por qué a veces pretendemos andar más rápido que Dios o a otro ritmo? Si supiéramos la verdad de nuestra vida en un instante, no nos daría el corazón, por eso él nos va introduciendo a su modo, a su manera, a su tiempo. Es necesario encontrar el espacio y el tiempo para escuchar en silencio, para descubrir ese «Maestro» interior que es el Espíritu Santo, ese «Maestro» que nos dejó Jesús y nos va enseñando lentamente lo que nos hace bien, lo que debemos dejar, lo que debemos decidir, lo que debemos abrazar. Por eso es necesario que nos hagamos tiempo y nos quedemos solos a veces, porque sin soledad fecunda ese «Maestro» interior habla, pero no es escuchado, habla, pero no sirve lo que dice, ya no sabe qué hacer con nosotros.
¿Te imaginas si nos tomáramos el tiempo necesario cada día para escuchar la verdad que hay en nuestro interior, para escuchar a Jesús que nos quiere enseñar por medio de su Espíritu? ¿Te imaginas? Empecemos a probarlo. Un día con tiempo en silencio y soledad fecunda es un día distinto.
   Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 26 de mayo + VI Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 16-20

Jesús dijo a sus discípulos:
«Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿Qué significa esto que nos dice: "Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver"? ¿Y qué significa: "Yo me voy al Padre"?». Decían: «¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir».
Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: «Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: "Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver".
Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 16-20:

Vivimos en un tiempo que es de alguna manera muy contradictorio. Me refiero a «tiempo» al modo en que la sociedad de hoy nos plantea vivir y que muchas veces nosotros por no discernir caemos sin darnos cuenta, porque nos lleva como la ola de este mundo, de este pensamiento, de esta cultura, la ola de las modas, de la tecnología. Digo que es contradictorio porque a pesar de ser el tiempo en donde más comunicados estamos, o por lo menos más posibilidades, mejor dicho, de comunicarnos tenemos, es el tiempo también en que más personas se sienten solas, más personas se quitan la vida, más personas viven con depresiones y tantas enfermedades que parecen ser nuevas, parecen ser de estos tiempos, más sin sentido vive tanta gente. ¿Por qué será, no? ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿No será justamente porque no sabemos discernir, porque nos subimos al tren de la supuesta comunicación y nos olvidamos que el sentirse o no solos no depende tanto de la cantidad de gente que tengamos al lado, de la cantidad de seguidores o no que tenemos en las redes sociales, sino que depende de otra cosa mucho más profunda? ¿No te cansas de ver amigos o familiares? Incluso te puede estar pasando ahora que están al lado, pero sin embargo está cada uno con su celular, con su tablet, con su móvil, comunicándose con otra persona.
Esas imágenes que vemos a diario en los medios de transporte, en nuestras comidas familiares, en todo momento y en todo lugar nos muestran que en el fondo no nos damos cuenta que la verdadera comunicación no tiene que ser a través de aparatos tecnológicos, sino que es la comunicación del amor. ¿No será que mucha gente se siente sola en el fondo porque no sabe amar, porque hemos perdido cierta capacidad de amar y no terminamos de darnos cuenta que el único que nos enseña a amar es el mismísimo Dios? Por eso el Señor nos promete y nos prometió desde el Evangelio del domingo que, si amamos, Él va a habitar en nosotros con el Padre. Aquel que ama nunca se sentirá solo. Aquel que levanta la cabeza un poco y deja de pretender que todos vengan a amarlo y sale a amar, ese es el único que jamás se sentirá solo, aunque por momentos esté solo, aunque los demás lo dejen solo, aunque otros lo abandonen, nunca estará solo, porque nunca está solo el que ama.
Dentro de poco celebraremos la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, el momento histórico en que los discípulos vieron con sus ojos a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo de una manera distinta, resucitado, y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencia hacia ausencia de Jesús. Algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, pero que de algún modo lo vivimos espiritualmente, místicamente lo experimentamos o lo experimentaremos algún día. Así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día.
La vida de la fe, nuestra vida espiritual, muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que, por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo y muchas otras dejamos de verlo y eso nos puede conducir a la tristeza, a la desesperanza; es así la dinámica de la fe. No hay por qué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga, nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos más vueltas, no busquemos el pelo al huevo. Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor. Nada hay mejor que Él, sino que me refiero a un gozo más grande que vendrá después de otra manera. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».
Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros que esa «tristeza se convertirá en gozo».