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Oración y Liturgia Zita, santa (c. a. 1216-1276) Nuestra Señora de Montserrat. Santos: Pedro Armengol, confesor; Zita, santa Patrona del servicio doméstico; Tertuliano, Antimo, Teófilo, Juan, obispos; Anastasio II, papa; Cástor, Esteban, mártires; Zósimo…
bará en nuestro tiempo el servicio doméstico; incluso hay quien afirma –insensato– que es oficio bajo e indigno. Si aciertan o no en lo primero, ya lo dirá el tiempo; pero el servicio concreto, el de cada uno a los demás, es condición necesaria en la vida ya que, cuando alguien no necesita de otros, está muerto. El servicio es necesario, sí; y no hay servicio indigno ni pequeño.A lo mejor viene bien otro pensamiento. Si el trabajo se hace amando a Dios y al prójimo debe resultar muy bien hecho. En el caso de que esta actitud provocara molestias o conflictos entre los colegas y comenzaran a tildarlo de «perfeccionismo indebido», «falta de espíritu de clase» o «excesivo rendimiento», ¿defendería el sindicato a quien es íntegro y responsable en su empleo?


Gracias, muchas gracias, Zita, por tu ejemplo.
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Oración y Liturgia Pedro Armengol, religioso (1238-1349)
Nuestra Señora de Montserrat. Santos: Pedro Armengol, confesor; Zita, santa Patrona del servicio doméstico; Tertuliano, Antimo, Teófilo, Juan, obispos; Anastasio II, papa; Cástor, Esteban, mártires; Zósimo, monje; Teodoro, Juan, abades.

La escena está situada en el entorno social de la Tarragona de los tiempos de Jaime I (1208-1276), rey que se ganó a pulso el glorioso apodo de Conquistador, como le llaman los cronistas. En sus territorios salió un muchacho producto de la cultura de la época; menos mal que no quedaron sus días en el bandidaje de la sierra que le daba fama y gloria, sino que por otros caminos llegó a la santidad cuando el Señor le tocó el alma.

Pedro Armengol nació en el año 1238, en Guardia de Prats, tras las murallas del castillo Montblanch, residencia habitual de los descendientes de los condes de Urgel; era el mismo año que tuvo lugar la conquista de Valencia.

Se puede decir que los nobles no se sentían demasiado sujetos a leyes, más bien ellas se identificaban con su voluntad o dimanaban de su capricho. Es cierto que se podrán contar algunas honrosas excepciones, pero son las menos; lo que abundaba entre la nobleza era el carácter altivo e insolente de quienes se consideraban dueños de la tierra que labraban los criados; y además, no era infrecuente pasar del dominio de la tierra al de las casas e incluso de sus moradores. Los detentores del poder, del honor y del rango no tenían –o al menos no conocían– barreras, llegando a considerarse dueños de vidas y haciendas. Gozaban en pasar su tiempo en el continuo ejercicio de las armas, en el adiestramiento para la pelea donde residía el poder y mando, concertaban justas y, para no aburrirse, recurrían al arte de la caza.

Así creció Pedro Armengol y así le fue.

No había día sin reyerta, ni mujer que tuviera otro dueño; lo propio de Pedro era el desenfreno. Adornado con todos los derechos sin ningún compromiso de deber, se consideró muy por encima del común de los hombres y mujeres que le rodeaban y le servían como siervos. La ambición, la gloria, el poder y el deseo de mando es lo único que le preocupa y desea porque le da prestancia y nombre entre sus amigos. Su hambre y sed de hazañas y heroicidades lo va haciendo cada vez más altanero hasta constituirse capitán o jefe de bandidos que saquean, roban, incendian y matan cuando alguien se resiste a sus deseos. Solo con veinte años es un demonio enérgico y cruel que tiene sus manos cargadas de tropelías y en su cabeza nacían planes cada vez más amplios de aventuras y desenfreno.

El rey Jaime quiere la pacificación de su reino y decide tomar las medidas oportunas. Una prudente razón de gobierno, porque hace falta estabilizar las fronteras ya que persisten las reivindicaciones francesas cuyos monarcas pretenden imponer feudo sobre Cataluña como herencia de los carolingios. Encomienda esta tarea al fiel Arnoldo, que es hombre de su plena confianza; el noble designado es el padre de Pedro que ahora se debate entre la alegría por gozar de la confianza del soberano y la triste intuición de tener que habérselas con las tropelías de su hijo Pedro, ya que tiene sospechas fundadas de que los desmanes que corren por el reino bien pudieran estar unidos a la persona de su heredero, desaparecido no hace mucho de la casa paterna con la excusa de nobles aventuras. Fiel a su cometido, Arnoldo persigue y acorrala al grupo de salteadores que, en noble lid cae en sus manos. Sí, es su hijo quien queda desenmascarado entre episodios de vergüenza; ahora aparece su verdadera imagen: un hombre sin honra.
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Oración y Liturgia Pedro Armengol, religioso (1238-1349) Nuestra Señora de Montserrat. Santos: Pedro Armengol, confesor; Zita, santa Patrona del servicio doméstico; Tertuliano, Antimo, Teófilo, Juan, obispos; Anastasio II, papa; Cástor, Esteban, mártires;…
n: justify;">Y este fue también el comienzo de su conversión.


Tenido conocimiento de la existencia de la recientemente fundada Orden Mercedaria, que es una mezcla de monjes y caballeros, y que tiene por fin la digna y noble empresa de liberar cautivos, decide Pedro quemar el resto de sus días en el servicio del bien. Vistió el hábito blanco y encontró su sitio después de haber visto la luz. La sorpresa de quienes antes le conocieron tiempo atrás no tiene límites: El antiguo salteador y bandido es ahora predicador del bien evangélico, del perdón, de la Virgen de la Merced y de los gestos de caridad cristiana que deben notarse en el desprendimiento de limosnas para recaudar fondos y en el pensamiento elevado a Dios por los pobres que sufren cautiverio. Hace idas y venidas frecuentes a África para pagar rescates de cautivos y también llegó a conocer voluntariamente la mazmorra con su hediondez fétida, cuando se quedó como rehén a cambio de la liberación de unos niños.

En Bugía, la pequeña Meca, le colgaron en la horca. Esto no era extraordinario; sí lo fue el hecho de estar tres días en esa situación sin morir. A su regreso a la patria, solo por obediencia contará el relato de los hechos, afirmando siempre con humildad agradecida que aquellos fueron favor de Santa María. Probablemente, la horca le dejó como secuela su ya permanente palidez extrema y el gesto habitual de lo torcido de su cuello.

La Orden Mercedaria cuenta con el popularísimo y venerado Pedro Armengol para presentar un modelo de heroicidad cristiana en la caridad de redimir cautivos, a pesar de que su revuelto pasado estuviera asentado sobre el lastimoso ejercicio de querer ser dueño.
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Oración y Liturgia Nuestra Señora de Montserrat
Nuestra Señora de Montserrat. Santos: Pedro Armengol, confesor; Zita, santa Patrona del servicio doméstico; Tertuliano, Antimo, Teófilo, Juan, obispos; Anastasio II, papa; Cástor, Esteban, mártires; Zósimo, monje; Teodoro, Juan, abades.

León XIII la proclamó patrona de las diócesis catalanas, ratificando una realidad histórica afirmada por sucesivas generaciones. Fue la primera imagen española distinguida con la coronación canónica, en el año 1881.

Probablemente no es la advocación de Montserrat la más antigua de las imágenes de Nuestra Señora en España. Pero consta que ya en el siglo ix se le rendía culto en una pequeña ermita que cedió el padre de Wifredo el Velloso al monasterio de Ripoll, junto con otras tres ermitas más. El famoso abad Oliva dará impulso a la devoción medio siglo más tarde y la dotará del servicio de una pequeña comunidad monástica.

Es cierto que la fábula y los buenos deseos del enfervorizado pueblo ha creado, como tantas veces sucede con los santos, una leyenda en torno a la imagen que algunos –así quedó escrito– supusieron esculpida en madera por san Lucas (al que otros hicieron igualmente pintor), con las herramientas de san José, tomando por modelo a la Virgen María y traída por san Pedro a Barcelona.

Acercándonos más a la posible verdad, parece que la imagen la escondieron los cristianos en una cueva de la montaña, cuando hubo peligro, y su encuentro en tiempos de la Reconquista dio origen a la actual devoción, al monumental templo y al monasterio. Románica del siglo xii; dorada; policromada; hierática en su trono como reina; con el Niño en sus rodillas, protegido por la mano izquierda y en la derecha una esfera; con la derecha bendice el Niño también, manteniendo una piña en la izquierda. De color negro, que se asegura tal por el humo de los siglos con tanta vela. ¡La Moreneta!

Está entre las más señaladas vírgenes negras. La devoción se extendió más y más en la península, pasó al centro de Europa al presidir la capilla palatina de la corte del emperador Carlos V en Viena, se hizo presente en Italia, y se extendió por Oriente, al paso que estuvo presente en los proyectos de conquista y expansión de la corona catalano-aragonesa. Cuando se descubre el Nuevo Mundo, ya no solo son tallas de madera, sino templos, pueblos y ciudades quienes veneran su nombre.

En Montserrat la visitaron poderosos: príncipes, reyes, emperadores, princesas, reinas, obispos, santos, los de leyes, los de ciencia, de armas y de letras.

Pasó a los libros en teatros, novelas y poemas con Cervantes, Lope de Vega, Goethe, Schiller y más, que escribiendo, ni la olvidan, ni la dejan.

Pero los no célebres, el pueblo sencillo, los fieles de toda la vida, las muchedumbres, han seguido consagrándole sus hijos, continúan dedicándole sonrisas, van a ofrecerle las lágrimas, acuden implorando protección, agradecen sus favores y gozan con sus consuelos. Honrándola, saben que honran a la Madre de Dios y ese culto cobra infinitud, porque el Dios y Padre común queda honrado en la Madre del Hijo que es la Esposa del Espíritu. La «llena de gracia», la mejor de las criaturas.


Así no sorprende la configuración peculiar del entorno que ayuda a la grandiosidad del majestuoso templo, con el culto atendido por los monjes benedictinos, cuyo canto suaviza la escolanía siempre renovada de los niños y jóvenes del entorno. Allí sigue habiendo gracias –unas sensibles, otras ocultas– mientras los monjes rezan, se entregan al estudio, investigan y difunden e[...]
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Virgen del Buen Consejo de Genazzano: convivencia celestial entre Madre e Hijo

La imagen de Mater Boni Consilii es la respuesta afectuosa a las perplejidades e interrogantes que nos aquejan. La Iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora del Buen Consejo el 26 de abril.

https://es.gaudiumpress.org/wp-content/uploads/2023/04/Mae-do-Bom-Conselho-250x221.jpg Redacción (26/04/2025, Gaudium Press) El fresco de la Madonna del Buon Consiglio es una imagen “peregrina” llena de imponderables, cuyo origen más remoto se pierde en el misterio. Se sabe que ya estaba en Scutari, Albania, desde hacía más de siete siglos cuando emigró a Genazzano, en las afueras de Roma, en el año 1467.

Preguntas del misterio

¿Cuál es su verdadero origen? ¿Qué artista genial lo pintó? ¿Fue solo el resultado del talento humano, o también entró el concurso angelical? ¿Provino de una inspiración sobrenatural, una aparición de la Madre de Dios? ¿Es el enigmático bordado del cuello del Niño Jesús un mero adorno, o hay una palabra en una lengua desconocida relacionada con su misión?

Estas son algunas de las preguntas que surgen en la mente de un observador devoto al considerar la riqueza de detalles del fresco, reflejada en el porte, los gestos o la vestimenta de sus augustos personajes.

Conmovedor y divino abrazo

Sin embargo, nada llama tanto la atención como la celestial convivencia entre Madre e Hijo allí retratada: “En un gesto de intenso afecto, rebosante de amor, envuelve con su mano derecha el noble y delicado cuello de su Madre, mientras que con la izquierda sostiene enérgicamente la parte superior de su vestido, como diciendo: “¡Sois toda mía!” Es tan rotundo este conmovedor y divino abrazo, que su ojo derecho parece ligeramente desviado de la línea normal, por el énfasis con que Él estrecha su cara a la de ella, su Santa Madre.

“Sin dejar de expresar la fisonomía de un niño, el Divino Infante no denota, sin embargo, la menor superficialidad, tan característica de esta fase de la vida. Al contrario, como un océano de seriedad, transparenta toda la profundidad y amplitud del entendimiento, toda la fuerza de la voluntad, toda la elevación y nobleza del sentimiento. Y tiene la más alta conciencia de lo que representa su Madre, del paraíso interior que Ella le ofrece. (…)

“Con su actitud, el Niño Dios parece decir a cada uno: ‘Si quieres algo de mí, pídelo a través de mi Madre y te será respondido’. La pintura de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano bien podría estar rodeada de las palabras ‘Mediación Universal de María’, ya que el mismo Dios humano quiso encontrar protección y apoyo en los brazos virginales de su Santísima Madre” [1].

La cabeza de la Virgen descansa levemente sobre la cabeza del Niño, como para indicar la unión total, casi diríamos la unidad, que existe entre ellos, que se expresa sobre todo en el intercambio de miradas.

¡Y cómo se miran! ¡Parece que se tratase de una misma mirada! Da la impresión de que ella nos susurrase: “Hijo mío, el Altísimo ha depositado en mí maravillas jamás soñadas por los ángeles y los santos del cielo. Por tanto, hay misterios de Dios que los espíritus bienaventurados sólo conocen penetrando mi mirada. Y hay misterios que sólo comprenderán contemplando este intercambio de miradas entre Madre e Hijo”.

De las innumerables imágenes o pinturas que representan a la Santísima Virgen con el Divino Niño en su regazo, ninguna muestra tanto esta unión como el fresco de Genazzano. Hay algo en la escena que parece sugerir a quien la analiza embelesado: “Si quieres conocer al Niño, debes verlo en Sus ojos; del mismo modo, para conocerla completamente, es necesario verla en Sus ojos”.

Atraídos por una intimidad sagrada

Ningún hombre podrá penetrar en este intercambio de miradas si no se deja atraer por la intimidad sagrada y divina que ex[...]
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Gaudium Press Español Virgen del Buen Consejo de Genazzano: convivencia celestial entre Madre e Hijo La imagen de Mater Boni Consilii es la respuesta afectuosa a las perplejidades e interrogantes que nos aquejan. La Iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora…
iste entre Madre e Hijo. ¡Hay tantas maravillas contenidas en él, que la eternidad será insuficiente para desentrañar sus secretos! Como puede verse en la experiencia cotidiana, las relaciones muy naturales de una madre con su hijo involucran aspectos insondables. Cuando la madre conoce y ama plenamente a su hijo, y el hijo responde a su amor, confiando y abandonándose en sus manos, se crea entre ambos un vínculo indisoluble, en el que las palabras se vuelven prescindibles. Se establece entonces otro tipo de comunicación, mucho más rica, que se produce a través de las miradas. ¡Solo una mirada y ya está todo dicho!

Este fenómeno natural ocurre de manera similar, y en un grado supereminente, en la esfera sobrenatural. Madre del Verbo Encarnado, la Santísima Virgen es también Madre de todos los hombres (cf. Jn 19, 26-27). En virtud de esta misión que le confirió el Redentor en la cumbre de su Pasión, Ella conoce y ama a cada uno más profundamente de lo que todas las madres del universo podrían conocer y amar a un solo hijo.

Y cuando uno de ellos la busca, su Inmaculado Corazón se deshace en ternuras, caricias y cariño maternal, haciéndose eco, en menor medida, de lo que sucede en las relaciones con su Divino Hijo. Es precisamente este desbordamiento de amor y afecto lo que se experimenta cada vez que se mira la imagen de Mater Boni Consilii.

Cuanta alegría, cuanto amparo, y cuanta sustentación espiritual se recibe de Ella. Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

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Texto extraído, com pequenas adaptaciones, do livro Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens, v.1.

[1] CLÁ DIAS, João. Mãe do Bom Conselho. p.26-29.

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Lecturas diarias de la Leccionario de la Misa
II Domingo de Pascua

Primera Lectura Hechos 5, 12-16
En aquellos días, los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y prodigios en medio del pueblo. Todos los creyentes solían reunirse, por común acuerdo, en el pórtico de Salomón. Los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente los tenía en gran estima.

El número de hombres y mujeres que creían en el Señor iba creciendo de día en día, hasta el punto de que tenían que sacar en literas y camillas a los enfermos y ponerlos en las plazas, para que, cuando Pedro pasara, al menos su sombra cayera sobre alguno de ellos.

Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén y llevaba a los enfermos y a los atormentados por espíritus malignos, y todos quedaban curados. Salmo Responsorial Salmo 117, 2-4. 22-24. 25-27a
R. (1) La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”.
Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”. R.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día de triunfo del Señor:
día de júbilo y de gozo. R.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya. Segunda Lectura Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, hermano y compañero de ustedes en la tribulación, en el Reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.

Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como de trompeta, que decía: “Escribe en un libro lo que veas y envíalo a las siete comunidades cristianas de Asia”. Me volví para ver quién me hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas, un hombre vestido de larga túnica, ceñida a la altura del pecho, con una franja de oro.

Al contemplarlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo sobre mí la mano derecha, me dijo: “No temas. Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá. Escribe lo que has visto, tanto sobre las cosas que están sucediendo, como sobre las que sucederán después”. Aclamación antes del Evangelio Juan 20, 29
R. Aleluya, aleluya.
Tomás, tú crees porque me has visto;
dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.
R. Aleluya. Evangelio Juan 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”[...]
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Lecturas diarias de la Leccionario de la Misa II Domingo de Pascua Primera Lectura Hechos 5, 12-16 En aquellos días, los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y prodigios en medio del pueblo. Todos los creyentes solían reunirse, por común acuerdo…
. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
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Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Debido a cuestiones de permisos de impresión, los Salmos Responsoriales que se incluyen aquí son los del Leccionario que se utiliza en México. Su parroquia podría usar un texto diferente.

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Beata María Antonia Bandrés y Elósegui, 27 de abril

En un hogar acomodado de Tolosa, Guipúzcoa, España, nació esta beata el 6 de marzo de 1898, María Antonia Bandrés y Elósegui. Su padre Raimundo Bandrés era un reputado jurista que había formado una gran familia junto a Teresa Elósegui. Antonia fue la segunda de quince hermanos. Nació frágil y recibió cuidados y ternura a raudales que hicieron mella en su forma de ser. Tanto derroche de atenciones revertieron en su personalidad en tal grado que durante los primeros años fue una persona inmadura en la que se apreciaba una hipersensibilidad preocupante.

Su madre se había ocupado de inculcarle muchos valores que, unidos a su gran devoción a María, fueron abriéndole luminosos caminos. Pero en el transcurso de su adolescencia, esta madre generosa y llena de piedad, no ocultó su inquietud: “¡Qué chiquilla más fastidiosa!, decía, ¡cuánto vas a sufrir con ese carácter!”.

Sin embargo, el germen de tan buen ejemplo ya estaba larvado en el corazón de la joven. Comenzó una labor caritativa con los pobres y necesitados que malvivían en los suburbios acompañando a su madre de la que aprendió a contemplar el rostro de Cristo en ellos.

También contaba con la discreción de una empleada doméstica que la seguía solícita en esta acción solidaria que llevaba a cabo y que iba dejando una huella indeleble en los agraciados, conmovidos por su espíritu humilde, sencillo y generoso. Finura de trato y el tacto que brotaba de su caridad le permitieron suavizar las aristas que halló en personas difíciles de hábitos violentos.

Había cursado estudios en el colegio de san José, de Tolosa, erigido por la Madre Cándida, fundadora de las Hijas de Jesús, quién al conocerla, seducida por su virtud, vislumbró en ella una futura vocación. La espiritualidad mariana del centro, que tenía como objeto directo de su devoción a la Virgen del Amor Hermoso, hicieron que reviviese en Antonia el amor a María que su buena madre le infundió.

En 1915, a la edad de 17 años, como en medio de su frágil salud emergía la fortaleza que proviene de la gracia divina, no dudó en consagrarse. Cumpliría así el vaticinio que la fundadora le hizo cuando era una adolescente: “Tú serás Hija de Jesús”. Antonia entrevió la llamada en medio de la oración cuando realizaba los ejercicios espirituales en Loyola.

El profundo y legítimo cariño que le vinculaba a su familia no fue un escollo. Y aunque experimentaba el dolor de la separación, siguió en pos de Cristo. Eso sí, reconocería con toda sencillez en el noviciado: “Solo por Dios los he dejado”. Un tío suyo, Antón, agnóstico declarado, no vio con buenos ojos esta decisión, sentimiento que no pasó desapercibido para la beata.

En 1918, la beata María Antonia Bandrés y Elósegui profesó en Salamanca y, casi a la par, su salud fue quebrándose irremisiblemente. La sonrisa en medio del sufrimiento era una constante en su rostro, como lo fue la fortaleza y paz que mostró en todo instante dejando conmovido a su médico, el egregio Dr. Filiberto Villalobos.

Éste comentaba con doctos amigos, como el gran Miguel de Unamuno, el impacto que le causaba ver tanta conformidad y fe en su paciente, que caminaba gozosa a un final indeclinable porque sabía que le aguardaban los brazos del Padre celestial. “¡Qué errada es nuestra vida! –exclamaba–. Esto sí que es morir!”.

Una reflexión que caló en el ánimo de sus interlocutores. El hecho es que Antonia había ofrecido su vida a Dios por la conversión de su tío Antón, gracia que le fue concedida y que se materializó cuando él se percató de la grandeza de su sobrina, hallando la paz en el perdón y la misericordia divina ante la imagen de la Virgen de Aránzazu.

¡Quién hubiera dicho que aquélla frágil adolescente que mostraba la herida de sus sentimientos a la primera de cambio, impulsada por un[...]
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La divina misericordia, lo pequeño y lo grande

Óyeme, Teresa de Lisieux, préstame oído y respóndeme: ¿Qué prefieres, lo pequeño o lo grande?

Teresa: a mí me gusta todo lo pequeño.

Pero, Teresa, ¿Cómo me dices esto? Pero, acaso no te das cuenta de que lo grande es mayúsculo, elevado, fuerte, abundante, maduro, de peso, fantástico, fenomenal, formidable, inigualable, superlativo. Lo pequeño, en cambio, es sólo poca cosa. ¿No te das cuenta? Lo pequeño es minúsculo, menudo, diminuto, enano, breve, débil, ligero, leve, escaso, insuficiente, exiguo. Einstein, con su teoría de la relatividad, te podría decir que ser pequeño es como ser reducido, menguado, raquítico, microscópico, ínfimo, insignificante, inapreciable. Lo grande es a lo pequeño lo que el hombre de gran personalidad a un bebé, y, éste, además, ni siquiera tiene capacidad para hablar. Lo grande es a lo pequeño lo que es el ágil y fuerte corcel blanco a una tortuguita coja. Lo grande es a lo pequeño lo que un hombre que tiene todos los saberes, y los posee en grado máximo, al niño pequeño y sencillo.

En una palabra, grande es “lo que es más”. Pequeño, es “lo que es menos”.

Así, pues, Teresa, qué me dices: ¿te lo has repensado?, ¿Qué prefieres lo pequeño, lo que es menos, o lo grande, lo que es más?, ¿un bebé o un sabio?

Teresa de Lisieux: a mí me gusta todo lo pequeño.

Y tú, modélico sacerdote Jaime Balmes, que viviste en una época de revoluciones, ¿Qué prefieres lo pequeño o lo grande?

Jaime Balmes: cuando veo los cataclismos que caen sobre la sociedad actual, y veo, también, a un pequeñín, le digo al niño: ¡poesía eres tú! Y, entonces, entiendo que, en la sociedad, incluso en tiempos tan calamitosos, ha de haber mucha poesía.

Y, tú, san Josemaría, ¿prefieres lo pequeño o lo grande?

Haciéndome pequeño me puedo meter en los brazos de mi madre Santa María.

Lo pequeño, pues, va valorado.

Lo pequeño permite una mirada misericordiosa. Recuerda aquello de aquella madre, que, estando junto con sus amigas, veía como su hijo iba hurgando y escarbando e investigando en el interior de su pequeña nariz. Todas las amigas, comentaron: que niño más maleducado, que sucio. Pero, la madre, se limitó a decir: ¡este hijo mío, con el tiempo podría ser un investigador!

San Pedro, ¿Qué prefieres, lo grande o lo pequeño?

San Pedro: mi divino Maestro, siendo de grandeza infinita, ya que era verdadero Dios, se hizo pequeño. Pequeñez, ésta, que es hermosísimo y sublime lenguaje de amor, cantado en cada Navidad. Mi adorable redentor se anonadó tanto, se hizo tan pequeño, que, llegó al extremo de morir majestuosamente en la sangrienta cruz para salvar a los hombres. Pequeñez, ésta, que es la más elocuente expresión del amor.

Sé, que, Nuestro Señor, aunque sólo hubiera existido un hombre, y este hubiera sido un terrible criminal, habría dado su sangre por él. Él, el Señor de los cielos y de la tierra, puso su amor en la pequeñez humana. Así, Él, en la cruz, vivió aquello de san Francisco de Sales: si me arrancas un ojo, me queda el otro, para mirarte con amor, y, si me arrancas los dos, me queda el corazón para amarte. Esa fue su mirada, la de su amor misericordioso, la de su corazón, sobre la miseria espiritual humana.

Ya has visto a aquella madre: la pequeñez añadida de las heridas de su niño, roturas de una miniatura, desgarrones de su tejido, lo que han sido es un imán, que ha atraído y urgido, sobre ellas, sus afectuosos besos de madre tierna.

La peor pequeñez es la miseria del pecado. Pero, al regresar el hijo pródigo, que con sus pecados tanto había herido el corazón de su padre, éste, en su hijo, lo que vio, fue su pequeñez: su miseria, material y espiritual. Respondió a esta pequeñez llenándole de besos. Su corazón de padre sólo sabía de amor. Amaba visceralmente a su hijo pródigo. Así, la llama de su c[...]
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Exaudi Beata María Antonia Bandrés y Elósegui, 27 de abril En un hogar acomodado de Tolosa, Guipúzcoa, España, nació esta beata el 6 de marzo de 1898, María Antonia Bandrés y Elósegui. Su padre Raimundo Bandrés era un reputado jurista que había formado una…
a enfermiza sensibilidad, iba a actuar con tanta entereza! Que se hubiera propuesto con esa firmeza con que lo hizo: “Es preciso llegar a la cumbre”, enfrentándose con bravura a una muerte inevitable que asumió uniéndose a Cristo sabedora de que Él nunca la abandonaba, creyendo que le sería otorgada la petición que hizo para su querido padrino.

Si Cristo había sufrido, por qué no iba a hacerlo ella. Resoluta, clara, indeclinable en esta determinación de morir para ser dadora de vida con Él, tenía claro que ese afán de ofrenda tenía que cumplirlo con este cariz: “de hacerla, hacerla entera”.

En medio de sus sufrimientos, Dios no quiso dejarla huérfana de consuelo, y ella llegó a manifestar: “¿Esto es morir? ¡Qué dulce es morir en la vida religiosa! Siento que la Virgen está a mi lado, que Jesús me ama y yo lo amo…”.

El 27 de abril de 1919, festividad de Nuestra Señora de Montserrat, culminó su calvario y entró en la gloria. Tenía 21 años recién cumplidos. Fue beatificada por Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996 junto a su fundadora, la Madre Cándida María de Jesús.

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Reflexión de Mons. Enrique Díaz: La misericordia del Señor es eterna. Aleluya

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Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este domingo, 27 de abril de 2025, titulado: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya”.

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Hechos 5, 12-16: “Crecía el número de los creyentes en el Señor”

Salmo 117: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya”.

Apocalipsis 1, 9-11, 12-13. 17-19: “Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo para siempre”

San Juan 20, 19-31: “Ocho días después, se les apareció Jesús”

El saludo de Jesús a los discípulos es un regalo y un mandato: “La paz esté con ustedes”. Si por algo se caracteriza nuestro mundo es por la pérdida de paz y de armonía. Vaga el hombre moderno cargando con sus seguridades que lejos de protegerlo, parecen hacerlo cada vez más débil e inseguro. Se cierran las puertas, se evaden las preguntas, se ocultan los datos personales, y sin embargo cada día nos sentimos más expuestos. Perdemos la paz. El saludo de Jesús a sus discípulos, que también tenían cerradas sus puertas, es: “La paz esté con ustedes”. El temor, que cerraba las puertas y el corazón, al escuchar estas palabras  se disipa y contemplan al resucitado. Para darles confianza y afirmarlos en su presencia, Jesús presenta las marcas del dolor en sus manos y en su costado. Las marcas de la cruz de Jesús son señales de su entrega, de su muerte, pero también son señales de su resurrección. No les habla a sus discípulos como un ángel que no hubiera padecido, tampoco nos habla a nosotros, desde un mundo etéreo o angelical donde no pudiéramos tener miedo. Nos habla desde el dolor de nuestra propia realidad para invitarnos a tener la verdadera paz, esa que nadie nos puede arrebatar, esa que es armonía interior y que sólo Jesús nos puede dar. ¿No bastan las bastan las palabras? Por eso muestra las cicatrices. Las heridas del dolor sufrido son las señales del que ahora está vivo, que invita a superar los miedos y las angustias y a reconstruir la comunidad. Son los mismos signos sobre los que ahora debemos reconstruir la comunidad: a partir de la realidad, del dolor de los hermanos, de las cicatrices y del perdón compartido. No podemos estar ajenos  a los sufrimientos y no podemos despreciar el dolor de quienes los han padecido, se tienen que mirar, sanar y compartir. También se tiene que compartir el perdón y la mesa para hacer creíble la Resurrección.

“Sopló sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo”. Jesús al soplar y darles el Espíritu, les confiere a los discípulos la misión de dar vida y llevar su paz. Es el mismo “soplo” divino que al inicio de la historia (Gn 2,7) infunde en el hombre de barro animación y vida. Con aquel aliento el hombre se convirtió en ser viviente, con este soplo del Resucitado el discípulo se recrea y recibe una nueva misión. Desde la resurrección de Cristo el hombre lucha por una nueva vida, una nueva dignidad, una nueva humanidad, libre de temores, de egoísmos y de muerte. Creer en la resurrección es comprometerse por una vida más humana, más digna y más feliz. Con su soplo, Jesús deja atrás las traiciones y el abandono de sus discípulos, nos les hace ningún reproche, ninguna alusión, simplemente los “renueva” y los acepta. La venganza y el rencor no figuran entre las señales del Resucitado. Para un mundo de revanchas, desquites y ajustes de cuentas, es una novedad la propuesta de Jesús: la cadena de la violencia sólo se supera con el verdadero perdón que renueva y recrea. El perdón liquida los conflictos y suscita esperanzas tanto en el que perdona como en el que es perdonado. Pero tenemos que abandonarnos al soplo del Espíritu, sólo caminando a su impulso podemos mantener [...]