Pater Christian Viña. ¡Duc in altum! (Lc 5, 4)
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Evangelización de la cultura. Por el Reino de Cristo en las redes.
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Vivamos, con coherencia, nuestra Fe. ¡Cristo, Rey nuestro: venga tu Reino!
Del libro "El Sagrado Corazón de Jesús y la salvación del mundo", del padre Bernhard Häring. ¡Sagrado Corazón de Jesús: en Vos confío!
"Yo soy de Jesús". Se cumplen este 13 de abril, 80 años del martirio del Beato Rolando Rivi, seminarista italiano, de 14 años, asesinado por partisanos comunistas. Llevó, con honor, su sotana hasta el fin: "Jamás me la quitaría. Soy del Señor". Gran testimonio ante la infidelidad.
Más que nunca, Semana Santa en familia. Por la Cruz, a la Luz. Por una nueva generación de padres católicos, honrados de serlo, con numerosos hijos; guerreros de Cristo Rey. ¡Jesús, Siervo sufriente: ten piedad de nosotros!
¡Te adoramos Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo! Vivamos, como fieles, la Semana Santa. No es "fin de semana extra largo". Es ir con el Señor, abrazarse a Él, morir con Él, y resucitar con Él. Silencio, oración y penitencia. ¡Señor, ten piedad!
Via Crucis, en una montaña, rezado por un sacerdote fiel, y un grupo de seglares, en medio de muchos hostigamientos y obstáculos. Ayudemos, espiritual y materialmente, en esta Semana Santa, a los religiosos y laicos que permanecen, junto a María Santísima, al pie de la Cruz.
Por la Cruz, a la Luz. Con el Señor, hacia el Calvario, en la escuela del silencio. Junto a Santa Teresa de Jesús, y sus hijas Carmelitas, abstinencia de palabras, para escuchar la Palabra. Y pidamos, especialmente, por la Iglesia, en esta hora de prueba. ¡Señor, ten piedad!
Es Semana Santa, no "fin de semana largo". ¡Vivamos, con coherencia, nuestra Fe! ¡Señor, ten piedad de nosotros!
Dice Jesús: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta que lleva a la perdición " (Mt 7, 13). ¡A subir al Calvario, con Cristo Rey del universo! ¡Hora de heroísmo y santidad! ¡Señor, ten piedad de nosotros!
Jueves Santo: Día del Sacerdocio y de la Eucaristía. ¡Gracias, Señor, por tus Sacerdotes! Dadnos la gracia de amarte y servirte cada vez más. Y de serte fieles hasta morir en la raya. ¡Felicísimo de ser Sacerdote! Diez mil millones de veces volvería a elegirte. ¡Viva Cristo Rey!
"En este Jueves Santo", del Pater Christian Viña

De rodillas, Señor, en tu templo
te imploro, en esta aurora, el Sacerdocio
al que me llamaste, Jesús, en su momento
y renuevas, todo el tiempo, con mi gozo.

Jueves Santo, postrado en tu Sagrario
espero me invites, otra vez, a la gran Cena
a tus pies, con mi ofrenda de Rosario
para sanar tus hijos de su pena.

Sí, a tus pies, y en el último de los puestos
donde pueda mi corazón ser bien sanado
Y aniquilar, contigo, los temores fieros
zambullido en la salud de tu costado.

Y, así, rendido por tu Amor; así curado
puedan mi Cáliz y mi Patena, ya brillantes
ser en tu Corazón muy bien alzados
con manos nuevas, poderosas, muy amantes

Y, así, podré encontrar a tus pies, de nuevo
tu Pecho del que Juan fue la primicia
y erguido en tu Misa; de tu amor prisionero
redoblar, por tu Reino, mi milicia.

La Plata, 17 de abril de 2025.
Jueves Santo. –

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¡Señor, ten piedad! ¡María, consuelo de los afligidos: ruega por nosotros!
"Viernes Santo" (Acróstico del Pater Christian Viña)


V erdad con apariencia de derrota
I nocencia total trocada en peste
E l Camino de Luz reposa ahora
R uge Vida, en clamorosa muerte.
N o imaginan, ni de lejos, sus verdugos
E l Triunfo ya anunciado, que se acerca
S olo creen en sus vicios muchos

S in futuro, en su corta vida fiera.
A brázame, oh Cristo, en esta hora
N unca, como hoy, tu Cruz yo necesito
T entado de escaparme, con deshonra
O culto en tus Llagas, sos mi auxilio.

La Plata, 18 de abril de 2025.
Viernes Santo. –

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De Belén, al Calvario. De la Cruz, a la Luz. El Rey duerme; la Iglesia vela, junto a su Madre Santísima. "Sin Cruz no hay gloria ninguna, ni con Cruz eterno llanto" (Lope de Vega). ¡Señor, ten piedad! ¡María Corredentora: ruega por nosotros!
"Pascua de Resurrección" (Acróstico del Pater Christian Viña).

P aso definitivo de la muerte a la Vida
A lcanzado victorioso por Dios – Hombre
S olo en Cruz fue posible tanta dicha
C uando todo parecía derrotar al pobre.
U na vez, y para siempre, el sepulcro fue la lápida
A ngustiosa, sí, pero de un salto

D omingo de mañana, Paz ganada
E n plan de eternidad, muerto lo malo.

R esplandece, ya sin sombras, Sol bien alto
E n espera de aquel Día sin ocaso
S urge el triunfo, opacado por un rato
U rge gozo por pecado sepultado.
R íen sin fin, los que lloraban
R ecorriendo, con angustia, el laberinto
E ncontraron la respuesta que no hallaban
C uando todo parecía cruel abismo.
C antan, pues, y para siempre
I nfinitas legiones de salvados
O ro eterno; ¡el mundo celebre!
N o hay ya muerte; en Él, resucitados.

La Plata, 20 de abril de 2025.
Domingo de Pascua de Resurrección. –

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"Cristo Resucitado, piedra angular, sana todas nuestras grietas"

(Homilía del padre Christian Viña, en el Domingo de Pascua de Resurrección. La Plata, 20 de abril de 2025).

Hch 10, 34a. 37-43.
Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23.
Col 3, 1-4.
Jn 20, 1-9.

Cristo Resucitado, la piedra que desecharon los constructores, ha llegado a ser la piedra angular (Mt 21, 42). En efecto, ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos (Mt 21, 42). La piedra del sepulcro sacada (cf. Jn 20, 1), de la que da testimonio María Magdalena, el primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro (Jn 20, 1), anuncia de forma estruendosa el triunfo definitivo del Señor sobre la muerte. Si ellos callan, gritarán las piedras (Lc 19, 40), les había anticipado el propio Cristo, una semana antes, el Domingo de Ramos, a algunos fariseos (Lc 19, 40). La gloriosa jornada de la Pascua, el sepulcro vacío grita la victoria de la Roca.
María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba (Jn 20, 2), para darles la noticia. No se autopercibió “empoderada” –como se afirma hoy, desde la ideología pura y dura-; como auténtica discípula, fue a ver al primer Papa. Y siguió el orden jerárquico para que la piedra, sobre la que se edifica la Iglesia (cf. Mt 16, 18), diese testimonio de la Resurrección; y confirmara, así, en la fe, a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). De hecho, San Juan corrió junto a San Pedro, y llegó antes (Jn 20, 4); pero no entró (Jn 20, 5) en el sepulcro. Sí lo hizo, a continuación, el Vicario de Cristo, vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte (Jn 20, 6-7). Ambos creyeron, aunque todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos (Jn 20, 9).
La Primera Lectura nos trae, precisamente, cómo San Pedro, da testimonio contundente del Señor: Dios le concedió al Resucitado que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con Él, después de su resurrección (Hch 10, 40-41). Y, como no puede callarse lo que se ha visto y oído (cf. Hch 4, 20, remarca el primer Papa que (Cristo) nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que Él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos (Hch 10, 42). El Resucitado no es fruto de una construcción humana, ni de febriles imaginaciones de los apóstoles; que, como consuelo ante el trágico final de Jesús, inventaron lo de su retorno a la vida… Semejante herejía, derramada arteramente por ciertas exégesis protestantes, encuentra en el propio texto bíblico su contundente refutación: no se puede comer y beber con un muerto, o con un fantasma. Además, todo el tiempo, en la Iglesia, experimentamos la presencia permanente del Señor de la Vida en abundancia (Jn 10, 10). Ningún personaje importante del pasado, que solo quede limitado a los libros de historia, puede hacer ni siquiera un único milagro. La Resurrección, hecho ciertamente histórico, que ocurrió, en Jerusalén, hace 2000 años, está más allá de la mera historia, y es Historia de Salvación; con destino de eternidad. Por eso, en la antífona del Salmo, repetimos: Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117, 24). En verdad, la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular (Sal 117, 22).
San Pablo, en su carta a los cristianos de Colosas, es contundente: Ya que vosotros habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Col 3, 1). No debemos andar por la vida con la cabeza gacha; creyendo, inútilmente, que encontraremos la paz en el suelo. Se trata de tener el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra (Col 3, 2). Nuestra Salvación viene desde lo Alto.
Exclama San Ambrosio: Cristo es la luz eterna de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo (Comentario al Salmo 43). Y sobre la Pascua, San Hipólito exclama: Prodigio de la virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial eterno, impasibilidad que dimana de la Pasión e inmortalidad que fluye de la muerte. Vida que nace de la tumba y curación que brota de la llaga (Homilía de Pascua). Y el Catecismo de la Iglesia Católica, enseña que: "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44) (n. 640).
Cristo, en todo momento y, muy especialmente hoy, en esta Pascua, nos llama a vivir como resucitados. Y nos hace un apremiante llamado a confiar solamente en Él; el único que puede sanar las grietas de nuestro propio corazón, que nos alejan de Dios, y nos separan de nuestros hermanos. En el sepulcro vacío, dejemos entonces nuestras faltas de fe, de esperanza y de amor. En suma: todo aquello que nos ahoga en tinieblas y en sombras de muerte (Lc 1, 79). Nos lo piden a gritos, incluso, las piedras de quienes atacan a Cristo y su amadísima Iglesia; básicamente, porque no los conocen bien.
El globalismo materialista y contra el Señor que, gracias a Dios, muestra crecientes signos de debilidad, busca imponernos con su nefasta Agenda 2030 un programa macabro contra la Fe, la vida más débil, el matrimonio, la familia, las naciones y los pobres. Y se vale para ello de organizaciones multilaterales como las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Foro de Davos, y otras de su pelaje, para intentar destruir cualquier vestigio de Dios y de su obra, en toda la faz de la tierra. Frente a ello, centremos nuestra mirada y nuestra acción en la Agenda Jesucristo 2033; para que podamos celebrar, del mejor modo, en ocho años, los dos mil años de la Victoria definitiva del Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19, 16). Y, mientras tanto, tomar cada día decisiones claras como católicos. Esta batalla final, que el demonio está dando contra el matrimonio y la familia, y contra el Sacerdocio, exige de nosotros lucidez y coraje. Más que nunca, trabajemos para promover la natalidad en una Argentina que se está despoblando dramáticamente; como consecuencia de funestas políticas, de los diferentes gobiernos. Y para que, en cada Sacerdote, haya un convencido y valiente apóstol de Cristo Rey.
Pidamos, entonces, la intercesión de la Virgen Santísima para que, como piedras vivas, gritemos que el Señor Resucitado está junto a nosotros. Como siempre; todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). –

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