Pater Christian Viña. ¡Duc in altum! (Lc 5, 4)
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Evangelización de la cultura. Por el Reino de Cristo en las redes.
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"El ciego sol, la sed y la fatiga" (Acróstico del Pater Christian Viña)


E n la huella del heroico Cid
L lamaste a las puertas del Corazón Sagrado

C on santo abandono te alistaste en la lid
I ntrepidez y valor para servir al Amado.
E n años de lucha contra las propias sombras
G ozoso alcanzaste, con su Gracia, la Luz
O ración, estudio, apostolado colmaron tus horas

S ilencio y perseverancia aportaron su plus.
O scuridad artera, en años de persecución
L uce hoy, radiante, en Sacerdocio pleno

L os que impusieron, entonces, sumisión
A bsortos observan tu porte, seguro y sereno.

S emblante luminoso, lleno de Cristo
E n diaria entrega, generoso brindas
D e cancelación hiciste un ¡siempre listo!

Y a todo sonríe, entre soles y brisas.

L ucha siempre, con sangre iberoamericana
A la altura de retos y enormes desafíos

F ija en el Señor tu mirada sana
A rdiente victoria en trampas y desatinos.
T ransfigurados en Jesús; en Él todo podemos
I nundados en su pecho, con aguas cristalinas
G racias, Señor, por sacerdotes enteros
A brasados en el Fuego, que colma sus Misas.

La Plata, lunes 26 de mayo de 2025.
San Felipe Neri, presbítero. –

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¡San Ponciano: ruega por nosotros!
¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado Jesús Sacramentado!
"Con Cristo, Sumo Sacerdote, la humanidad glorificada ya está en el Cielo"

(Homilía del Pater Christian Viña, en la Solemnidad de la Ascensión del Señor. La Plata, 1° de junio de 2025).

Hch 1, 1-11.
Sal 46, 2-3. 6-9.
Ef 1, 17-23.
Lc 24, 46-53.

Jesús, único Rey y Señor de la Iglesia, y de la Historia, asciende al Cielo; y se consuma, así, su glorificación. Con Él, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad redimida se sienta en la eternidad, a la derecha del Padre (cf. Mc 16, 19). Con Él se abren, para siempre, las puertas celestiales cerradas desde Adán y Eva. El nuevo y definitivo Adán, victorioso, vive eternamente para interceder (Heb 7, 25) por nosotros. Levantemos todo el tiempo, entonces, nuestra mirada a lo Alto. Solo desde esa perspectiva, y con su auxilio, podemos entender lo que somos, por Quién somos, Quién nos crea y salva, y Quién nos espera en la otra orilla; al final de la agotadora jornada…
El relato de San Lucas sobre la Ascensión pone de relieve el Sumo y Eterno Sacerdocio de Cristo: Y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo (Lc 24, 50-51). En su despedida, ante sus discípulos postrados (cf. Lc 24, 52), Él les enseña lo que deberán realizar hasta el final de los tiempos: bendecir y santificar; predicar a todas las naciones para la conversión de los pecados (Lc 24, 47); e ir y hacer que todos los pueblos sean sus discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Él nos ha mandado (cf. Mt 28, 19-20). Ésa es la misión insustituible de la Iglesia. Que está en el mundo, para mostrarles y llevar a sus hijos al mundo futuro. Ella, Madre y Maestra, tiene entonces toda la Verdad y medios redentores. Fuera de ella, no hay salvación. No caigamos en las trampas recurrentes del mundo, el demonio y la carne (nuestros tres enemigos), que buscan tentarnos con una fe a medida; algo así como un cóctel de “religiones”, endulzado con la comodidad y recluido en el mero materialismo. Cristo es el único Redentor.
En la Primera Lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, el propio San Lucas, en la prolongación de su Evangelio, hace una síntesis de los acontecimientos que sucedieron a la Resurrección del Señor. Y cómo Él los constituyó a los Apóstoles en sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8). Y dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse (Hch 1, 9). Según la promesa angélica, este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al Cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir (Hch 1, 11). Por eso, en la antífona del Salmo, llenos de alegría, repetimos: El Señor asciende entre aclamaciones (Sal 46, 6). Qué paz nos da saber que el Señor reina sobre las naciones, el Señor se sienta en su trono sagrado (Sal 46, 9). Bien lejos de nosotros cualquier desesperanza.
La Segunda Lectura, de la carta del Apóstol San Pablo a los cristianos de Éfeso, exalta el poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el Cielo (Ef 1, 20). Como Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo (Ef 1, 22-23) nos trae toda la salud.
Explica San Cirilo de Alejandría que el Cielo era absolutamente inaccesible al hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza humana había penetrado en el puro y santísimo ámbito de los ángeles. Cristo fue el primero que inauguró para nosotros esa vía de acceso y ha facilitado al hombre el modo de subir allí, ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como primicia de los muertos y de los que yacen en la tierra (Libro 9: PG 74, 182-183). Y San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia, destaca que la tierra nunca había visto sobre su faz el día de la eternidad hasta que llegó esta santa festividad, en la cual nuestro Señor glorificó su cuerpo y supongo que los ángeles envidiaron la belleza de ese Cuerpo, comparada con la cual no es nada la belleza de los cielos y del sol.
Dichosos nuestros cuerpos, que un día alcanzarán la participación en gloria tan grande (Carta del 31-5-1612).
Enseña el Catecismo de la Iglesia que sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (n. 664). Hoy nosotros somos sus testigos.
Afirma Jacques Leclercq, en el libro La vida de Cristo en su Iglesia (Desclée de Brouwer, Bilbao. 1964. Pág. 86), que si la Iglesia, en la persona de los apóstoles, partió a la conquista de las almas fue debido a esta fiebre por la salvación de las almas. Si queremos comprender la Iglesia, unirnos a ella, ser verdaderos católicos, debemos impregnarnos de este espíritu. Nada, entonces, de tibiezas; ni de complejos de inferioridad; ni de andar pidiendo perdón, ni permiso, a la hora de anunciar el Evangelio. Este mundo, aún en su sordera frente a las cosas de Dios, pide a gritos que le hablemos del Cielo, y del camino para llegar hacia él. No es tiempo de flojeras, ni de silencios cómodos ante una sociedad que agoniza. Debemos aprovechar todos los medios de comunicación; y, también, las redes sociales, y otros canales, para enseñar que sólo Cristo tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Y que sólo en Él se destrozan las palabras sin sentido, y hasta hostiles a su mensaje.
Ciertamente, no es sencillo ser audaces y coherentes en el vasto mundo de la comunicación. Demanda ello una gran cuota de responsabilidad, y hasta de penitencia; para poder enfrentar todas las hostilidades, difamaciones y calumnias, venidas por lo general desde la impunidad del anonimato. Debemos ser realistas, de cualquier modo. Si el demonio campea a sus anchas por allí, cuanto más nosotros, católicos, debemos darle batalla también en ese terreno. E ir al rescate de tantas almas –especialmente de jóvenes- que se encuentran secuestradas en las redes. La plandemia del controlavirus, entre tantas consecuencias nefastas, potenció las conexiones virtuales; en desmedro de las presenciales.
Hoy estamos muy conectados, y poco y nada comunicados. Y esto se ve, por ejemplo, en reuniones de familiares y amigos; donde están todos sentados frente a una misma mesa, pero cada uno es rehén de su telefonito. La deshumanización es consecuencia de la descristianización. Buena parte de los problemas de violencia, que lesionan y hasta destruyen vínculos familiares y sociales, nacen de la falta de comunicación; y de la ausencia de escucha. ¡Que la Virgen Santísima, Madre de la Palabra hecha carne, sea modelo para nuestras palabras y, sobre todo, para nuestro silencio!

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¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Sea por siempre bendito y alabado Jesús Sacramentado!
Como nuestros mayores, promovamos la Comunión de los Nueve Primeros Viernes de Mes. El Señor es fiel a su Promesa. ¡Sagrado Corazón de Jesús: en Vos confío!
"Armando y su platense búsqueda del uno para el Ciento", del PPater Christian Viña

Jesús nos hace un llamado a seguirlo, muy de cerca, con una promesa contundente: “Os aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna” (Mc 29, 30). Esta propuesta, desbordante de generosidad, es especialmente para quienes le entregan su vida en el Sacerdocio y en la vida religiosa; con absoluto desprendimiento. Puede aplicarse, en alguna medida, también a los que, permaneciendo en el mundo, como seglares, buscan darse al Señor y su amadísima Iglesia, con todos los recursos a su alcance. Armando, un platense de pura cepa, es uno de ellos.
Ya en el atardecer de su vida, acariciando los 80, se despierta cada mañana con este desafío: “Dios me ha dado el ciento; espero poder llegar a darle el uno”. Y aunque desde el actual destierro, en este gimiente valle de lágrimas, es imposible medir el reparto de dones y la respuesta divina, frente a nuestro modo de emplearlos, nuestro anciano protagonista algo arriesga: “El Señor ha sido demasiado generoso conmigo: me dio unos padres extraordinarios que, bien pronto, me bautizaron; me regaló la Iglesia; me regaló mi educación; una esposa fantástica, ocho hijos y 32 nietos y, todo el tiempo, me muestra su Amor incondicional… ¿Qué más puedo pedirle? ¡Que me permita darle algo mínimo, a cambio de tanto!”
Pertenece a una familia religiosa, cuyo carisma es la búsqueda de la santidad en lo cotidiano. Y aunque bien comprometido con las actividades y apostolados propios, va más allá de ellos. Sabe que en la Iglesia no deben existir los compartimentos estancos; y, entonces, se nutre de la espiritualidad específica para contribuir, desde la misma, a las distintas realidades eclesiales. Por eso, donde ve una necesidad –donde otros solo encuentran lugar para una crítica o una excusa-, él ve una oportunidad para hacer el bien. Es de aquellos seglares que, ante los problemas, no se cruzan de brazos ni miran hacia otro lado, sino que aportan soluciones. No se queda en los diagnósticos; enseguida mete manos a la obra.
Es profesional del derecho, pero como la caridad de Cristo nos apremia (2 Cor 5, 14) no duda en aprender y ejercitarse en cualquier oficio, para poder servir al prójimo. Por caso, ahora, está entusiasmadísimo con la pintura de zócalos y puertas de un templo parroquial. Para animarlo, aún más, le pregunto, una y otra vez: ¿Cómo anda el Miguel Ángel Buonarroti de La Plata? Y él, para continuar con la humorada, responde: ¡No sé quién será! Por aquí solo nos ocupamos de la “brocha gorda” … E, inmediatamente, sigue cargando sus pinceles con pintura, para la faena…
De Misa diaria, junto a su esposa, con la que lleva más de 50 años de casado, arma su agenda diaria con precisión. Aunque sabe, de cualquier modo, que, con su familia numerosa y las misiones múltiples, todo puede cambiar en minutos. “Tengo más trabajo que cuando estaba en plena actividad. Sé que estoy en la recta final de mi vida y, por lo tanto, debo invertir el tiempo del mejor modo. Al anochecer de cada día, debemos llegar rendidos por el trabajo. Como bien nos enseñan San Juan Bosco, y otros santos, en el Cielo –adonde esperamos llegar por la gracia de Dios- tendremos toda la eternidad para descansar. Ya lo escribió el gran poeta español José María Pemán: Y, al fin, rendido quisiera, poder decir cuando muera, Señor, yo no te traigo nada de cuanto tu amor me diera. Todo lo dejé en la arada, en tiempo de sementera. Allí dejé mis ardores, vuelve tus ojos allí. Que allí he dejado las flores, de consuelos y de amores, y en ellas te hablarán de mí.
Su buena posición económica le permitió ayudar a sus hijos en sus estudios, y en la formación de sus hogares. Y aunque su jubilación es medianamente digna, todos los meses llega con lo justo. Invierte en donaciones y obras de caridad, hechas con la más absoluta reserva. Es cierto, habla muchísimo… Pero no de él, ni de sus logros, sino de un sinfín de acontecimientos y personas que Dios puso en su camino. “Sé que, con tantas palabras –sonríe, con un guiño cómplice- a veces soy una penitencia para los demás…”. Su humildad para reconocerlo lo tornan, aún, más valorable.
Sacerdotes cancelados, religiosas con escasos y hasta nulos recursos, y demás pobres que el Señor pone en su camino, son especial objeto de su beneficencia. Es de los que sabe ayudar con discreción. Tiene bien presente lo que manda el Divino Maestro: Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha (Mt 6, 3). Y así trascurren sus días: se llena del Señor en el templo, con la Eucaristía, y sale a darlo a manos llenas.
En esta fría mañana otoñal de mayo, lo encontré a la salida del Monasterio carmelita Regina Martyrum y San José, de 7 y 35. Iba a mi apostolado al Hospital, y él, al concluir la Misa, aprovechó, como hace siempre, para dejarme palabras de aliento. Alzó la vista hacia la avenida 7 y mostrándome el inconfundible paisaje de estos días, me dijo: Ve, padre, cómo esos árboles, se van vaciando de sus hojas amarillas y cómo, al mismo tiempo, emerge de entre ellos un edificio en construcción. Así es la vida: mientras nos vamos despojando de lo que no nos sirve, y nos hace daño, hay que seguir construyendo, para la gloria de Dios, y la propia santificación. ¡A no rendirse nunca! ¡Hasta que el Señor lo disponga…!
El fuerte abrazo que nos dimos, rubricó uno de esos instantes que tanto quisiéramos prolongar. Las respectivas obligaciones nos demandaban. Armando, una vez más, me había dejado su claro testimonio. De esos que llenan nuestro corazón de gratitud al Señor. Y que redoblan nuestro compromiso como sacerdotes. ¡Gracias, Dios nuestro, por habernos hecho padres! ¡Gracias por mostrarnos, todo el tiempo, la obra de tu Gracia, en las almas generosas! Ser Sacerdotes no vale la pena, ¡vale la vida!

La Plata, viernes 30 de mayo de 2025. –

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El Domingo es Día del Señor. Se debe ir a Misa, como en todas las fiestas de guardar o de precepto. No es día para comprar ni vender. Nuestros hermanos africanos nos dan un heroico ejemplo: iglesias repletas, incluso bajo la amenaza de terroristas mahometanos. ¡Gloria a Dios!
¡Hora de héroes y santos! Vivamos, con pasión, ser hijos de la Iglesia. Nada de pretextos. Se santifica el Domingo yendo a Misa; sin comprar ni vender, y haciendo obras de misericordia, preferentemente en familia. Seamos coherentes en la Fe. ¡Cristo, Rey nuestro: venga tu Reino!
Junio: mes del Sagrado Corazón de Jesús. Confesión y Comunión en amor, honor, reparación y desagravio. Días especiales para vivir la Gracia de Dios, y luchar contra el mal. Que el Señor, manso y humilde de Corazón, nos preserve de los pecados capitales; en especial, del orgullo.
Papá, mamá e hijos: en este junio, Mes del Sagrado Corazón de Jesús, más que nunca honrados de la Familia; tesoro de la Iglesia y de la Patria. Ante la emergencia poblacional argentina, urge apoyarla espiritual y materialmente. ¡El matrimonio y los niños son un regalo de Dios!