Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios (n. 599).
Al comenzar una nueva Semana Santa, hagámonos el firme propósito de dejarnos conducir por el Misterio; y vivir la riquísima liturgia de estos días, con nuevo asombro y espíritu agradecido a Dios. Escribe, al respecto, el filósofo francés Gustave Thibon: La liturgia está dominada por la idea de ciclo. Vuelve a traer, día tras día y estación tras estación, y siguiendo un orden inmutable, la celebración de las mismas fiestas. Su desarrollo reproduce el de los ritmos fundamentales de la creación… Y advierte ante tantos abusos, que se registran en diversos lugares: Al querer modernizar lo eterno, lo exponemos al accidente que inevitablemente acecha a toda moda: al rápido envejecimiento y el olvido (En El equilibrio y la armonía. Ediciones Rialp. Madrid. 1978. Pág. 62-65).
Siempre es un desafío, ante tanto griterío vano del mundo, encontrar espacios de silencio para la oración. No desperdiciemos, de cualquier modo, esta nueva oportunidad; que se nos presenta en estos días santos. Se trata, ni más ni menos, de saber elegir, en clave de eternidad. O hacemos la opción por más de lo mismo; con compras, viajes, actividades mundanas, y reuniones con sabor a rejunte. O, aún con un mínimo de renuncia, le damos, aunque más no sea por unas horas, el verdadero protagonismo a Dios. Experimentaremos, en este caso, toda la gratitud del Señor; que nada se guarda para sí, y todo nos lo devuelve, corregido y aumentado. No seamos mezquinos, pues, a la hora de nuestra participación en las funciones sagradas de estos días. Y recordemos, especialmente, que es nuestra obligación confesarnos y comulgar para Pascua.
El Señor del tiempo, que santifica nuestro tiempo y nos aguarda en la eternidad, en el sin tiempo, hoy vuelve a nuestro encuentro; como lo hizo hace dos milenios, en Jerusalén. Y espera, también, nuestros gritos de alegría; no para su inexistente vanidad, sino para que nos afirmemos en nuestra condición de salvados por su Cruz. Alabar al Rey que viene sea, pues, un dulce deber de cada día. Muy especialmente en este 2025, en el que se cumplen un siglo de la encíclica Quas primas, de Pío XI, sobre la Realeza de Cristo; y 1700 años del Concilio de Nicea, que proclamó oficialmente, ante la herejía arriana, la consubstancialidad del Padre y del Hijo. Si cada jornada, con nuestras propias acciones, buscamos darle gloria a la Santísima Trinidad, viviremos un incesante batir de nuestras palmas y ramos; adornado con el mejor canto.
La plandemia del controlavirus, entre tantos efectos funestos que tuvo en nuestra sociedad, hizo que no pocos católicos se autodispensen, todo el tiempo, de la obligación de ir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Un buen propósito penitencial, para estos días, puede ser entonces salir en busca de alguno de ellos. Y mostrarles que el Señor viene a nuestro encuentro, todo el tiempo, en un permanente Domingo de Ramos. ¡Que la Virgen Santísima, nuestra brújula y guía, nos sostenga en ese empeño!
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Al comenzar una nueva Semana Santa, hagámonos el firme propósito de dejarnos conducir por el Misterio; y vivir la riquísima liturgia de estos días, con nuevo asombro y espíritu agradecido a Dios. Escribe, al respecto, el filósofo francés Gustave Thibon: La liturgia está dominada por la idea de ciclo. Vuelve a traer, día tras día y estación tras estación, y siguiendo un orden inmutable, la celebración de las mismas fiestas. Su desarrollo reproduce el de los ritmos fundamentales de la creación… Y advierte ante tantos abusos, que se registran en diversos lugares: Al querer modernizar lo eterno, lo exponemos al accidente que inevitablemente acecha a toda moda: al rápido envejecimiento y el olvido (En El equilibrio y la armonía. Ediciones Rialp. Madrid. 1978. Pág. 62-65).
Siempre es un desafío, ante tanto griterío vano del mundo, encontrar espacios de silencio para la oración. No desperdiciemos, de cualquier modo, esta nueva oportunidad; que se nos presenta en estos días santos. Se trata, ni más ni menos, de saber elegir, en clave de eternidad. O hacemos la opción por más de lo mismo; con compras, viajes, actividades mundanas, y reuniones con sabor a rejunte. O, aún con un mínimo de renuncia, le damos, aunque más no sea por unas horas, el verdadero protagonismo a Dios. Experimentaremos, en este caso, toda la gratitud del Señor; que nada se guarda para sí, y todo nos lo devuelve, corregido y aumentado. No seamos mezquinos, pues, a la hora de nuestra participación en las funciones sagradas de estos días. Y recordemos, especialmente, que es nuestra obligación confesarnos y comulgar para Pascua.
El Señor del tiempo, que santifica nuestro tiempo y nos aguarda en la eternidad, en el sin tiempo, hoy vuelve a nuestro encuentro; como lo hizo hace dos milenios, en Jerusalén. Y espera, también, nuestros gritos de alegría; no para su inexistente vanidad, sino para que nos afirmemos en nuestra condición de salvados por su Cruz. Alabar al Rey que viene sea, pues, un dulce deber de cada día. Muy especialmente en este 2025, en el que se cumplen un siglo de la encíclica Quas primas, de Pío XI, sobre la Realeza de Cristo; y 1700 años del Concilio de Nicea, que proclamó oficialmente, ante la herejía arriana, la consubstancialidad del Padre y del Hijo. Si cada jornada, con nuestras propias acciones, buscamos darle gloria a la Santísima Trinidad, viviremos un incesante batir de nuestras palmas y ramos; adornado con el mejor canto.
La plandemia del controlavirus, entre tantos efectos funestos que tuvo en nuestra sociedad, hizo que no pocos católicos se autodispensen, todo el tiempo, de la obligación de ir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Un buen propósito penitencial, para estos días, puede ser entonces salir en busca de alguno de ellos. Y mostrarles que el Señor viene a nuestro encuentro, todo el tiempo, en un permanente Domingo de Ramos. ¡Que la Virgen Santísima, nuestra brújula y guía, nos sostenga en ese empeño!
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Se cumplen este 11 de abril cien años del nacimiento de la Hermana Juliana; monja absolutamente enamorada de Cristo, a quien sirvió-sin ideología-, en los más pobres. Aprendí mucho de ella, y me acompañó con entusiasmo en mi camino al Sacerdocio. Dadle, Señor, el descanso eterno.
Se cumplen este 11 de abril, 38 años de la visita de San Juan Pablo II, a Rosario. La cubrí como periodista. Entonces yo estaba lejos de Dios y más lejos de la Iglesia. Trece años más tarde, en 2000, el Papa polaco me alentó en el camino al Sacerdocio.
https://youtu.be/P3uw5SmElx4?si=As3agNssr8gKMWeQ
https://youtu.be/P3uw5SmElx4?si=As3agNssr8gKMWeQ
YouTube
Padre Christian Viña. Cobertura periodística de la visita de San Juan Pablo II a Rosario, en 1987.
A fines de 2019, colegas periodistas de Canal 3, de Rosario, en «Captura de pantalla», mostraron imágenes de la cobertura que, con otros periodistas, hice de la visita de San Juan Pablo II, a Rosario, el 11 de abril de 1987. Magnífico recuerdo de un día histórico;…
"Damas de la Sacristía: regalo de Dios en la periferia de Cambaceres", del Pater Christian Viña
“Se murió Elena. Gracias a Dios, partió con el auxilio de los sacramentos; algo que le pidió al Señor durante toda su vida. Quería informarte porque sé cuánto te apreciaba. Hasta te dejó una bella imagen de la Virgen, de recuerdo…” Las palabras de Marta, su fiel sobrina, que la acompañó durante estos últimos años en su “taller litúrgico”, obviamente, me impactaron. Elena había cumplido el 18 de febrero, 107 años; y sabíamos que el desenlace se daría más pronto que tarde. Pero como era de esas personas que uno quiere tener a su lado para siempre, por ser un reflejo de la permanente presencia del Señor, entre nosotros, la noticia fue un sacudón.
La conocí en 2014, luego de que el entonces Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer, instituyera las Damas de la Sacristía; con motivo de su visita a Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres –en aquel tiempo a mi cargo-, por el cincuentenario, el 19 de marzo, de la erección canónica de la parroquia. En aquella oportunidad, el prelado, luego de que les presentara a los Caballeros del Altar (Monaguillos), me invitó a que fundara ese otro grupo, “para que las señoras te ayuden en el cuidado y preparación de los ornamentos, los manteles, y los demás objetos del culto”. Fue así cómo junto a Nani, María Elena, y Magdalena, tres beneméritas ancianas del Opus Dei; otras mujeres de la propia parroquia, y por supuesto, Elena, nació el diligente grupo. Se incorporarían, luego, niñas, jóvenes y señoras, de ocho a 90 años… Todas con un único objetivo: servir a la gloria de Dios, con la debida atención de todo lo necesario para el Altar, el resto del templo, y las demás instalaciones.
Nani, María Elena y Magdalena, habían acompañado al párroco anterior en la atención de la Feria Americana; con la que se reunía lo indispensable para pagar la luz, el gas y otros servicios de la parroquia, enclavada en un barrio con muchas necesidades. Las colectas, obviamente, eran insuficientes; y debíamos buscar recursos para la subsistencia. Y ahí estaban esas tres guerreras que, durante más de una década, sábado tras sábado, con asistencia perfecta, iban desde el centro de La Plata a colaborar, voluntariamente. Jamás buscaron protagonismos ni “empoderamientos”. Muy por el contrario, sus únicas disputas eran por ver quién agarraba más rápido la escoba, el balde, y los floreros, para restaurar o reponer lo que fuese necesario. Aún muy enfermas –Magdalena llegó a venir más de un sábado, con mínimo vigor, tras extenuantes sesiones de quimioterapia- su “boliche”, como lo llamaban cariñosamente, lucía con el esplendor del servicio al Señor; que tiene, en sí mismo, su propia recompensa.
Tenían el olfato necesario para descubrir a otras mujeres que venían con intenciones non sanctas, en relación al cura. Bien femeninas, y bien firmes, no dudaban en ser contundentes: “Aquí al padre se lo cuida y se lo ayuda. Y nosotras, también, estamos para protegerlo”. La incorporación de Enriqueta de Jesús, una paraguaya, todo terreno, hoy octogenaria, le dio al equipo una cuota extra de generosidad y audacia. Eran, absolutamente, parte de la solución, y no del problema. Estaban siempre un paso adelante; y cuando veían una necesidad, no la usaban como excusa para una queja, sino como una ocasión de entrega adicional. Se sumarían, luego, Marizza, Fidela, Milagros, y otras Damas, también paraguayas; que, en su opción insustituible por Cristo, daban y se daban, generosamente, desde su pobreza. No se les escapaba ningún detalle; y hasta en tiempos de vacas flacas, se turnaban para que no le faltase al párroco lo elemental en su heladera…
Elena vivía en Buenos Aires y, cada vez que iba a verla, me venía con rosarios, albas, estolas, casullas, cíngulos, y otros elementos litúrgicos; que me sirvieron para dotar la parroquia y la vecina Santos Mártires Inocentes, también a mi cargo.
“Se murió Elena. Gracias a Dios, partió con el auxilio de los sacramentos; algo que le pidió al Señor durante toda su vida. Quería informarte porque sé cuánto te apreciaba. Hasta te dejó una bella imagen de la Virgen, de recuerdo…” Las palabras de Marta, su fiel sobrina, que la acompañó durante estos últimos años en su “taller litúrgico”, obviamente, me impactaron. Elena había cumplido el 18 de febrero, 107 años; y sabíamos que el desenlace se daría más pronto que tarde. Pero como era de esas personas que uno quiere tener a su lado para siempre, por ser un reflejo de la permanente presencia del Señor, entre nosotros, la noticia fue un sacudón.
La conocí en 2014, luego de que el entonces Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer, instituyera las Damas de la Sacristía; con motivo de su visita a Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres –en aquel tiempo a mi cargo-, por el cincuentenario, el 19 de marzo, de la erección canónica de la parroquia. En aquella oportunidad, el prelado, luego de que les presentara a los Caballeros del Altar (Monaguillos), me invitó a que fundara ese otro grupo, “para que las señoras te ayuden en el cuidado y preparación de los ornamentos, los manteles, y los demás objetos del culto”. Fue así cómo junto a Nani, María Elena, y Magdalena, tres beneméritas ancianas del Opus Dei; otras mujeres de la propia parroquia, y por supuesto, Elena, nació el diligente grupo. Se incorporarían, luego, niñas, jóvenes y señoras, de ocho a 90 años… Todas con un único objetivo: servir a la gloria de Dios, con la debida atención de todo lo necesario para el Altar, el resto del templo, y las demás instalaciones.
Nani, María Elena y Magdalena, habían acompañado al párroco anterior en la atención de la Feria Americana; con la que se reunía lo indispensable para pagar la luz, el gas y otros servicios de la parroquia, enclavada en un barrio con muchas necesidades. Las colectas, obviamente, eran insuficientes; y debíamos buscar recursos para la subsistencia. Y ahí estaban esas tres guerreras que, durante más de una década, sábado tras sábado, con asistencia perfecta, iban desde el centro de La Plata a colaborar, voluntariamente. Jamás buscaron protagonismos ni “empoderamientos”. Muy por el contrario, sus únicas disputas eran por ver quién agarraba más rápido la escoba, el balde, y los floreros, para restaurar o reponer lo que fuese necesario. Aún muy enfermas –Magdalena llegó a venir más de un sábado, con mínimo vigor, tras extenuantes sesiones de quimioterapia- su “boliche”, como lo llamaban cariñosamente, lucía con el esplendor del servicio al Señor; que tiene, en sí mismo, su propia recompensa.
Tenían el olfato necesario para descubrir a otras mujeres que venían con intenciones non sanctas, en relación al cura. Bien femeninas, y bien firmes, no dudaban en ser contundentes: “Aquí al padre se lo cuida y se lo ayuda. Y nosotras, también, estamos para protegerlo”. La incorporación de Enriqueta de Jesús, una paraguaya, todo terreno, hoy octogenaria, le dio al equipo una cuota extra de generosidad y audacia. Eran, absolutamente, parte de la solución, y no del problema. Estaban siempre un paso adelante; y cuando veían una necesidad, no la usaban como excusa para una queja, sino como una ocasión de entrega adicional. Se sumarían, luego, Marizza, Fidela, Milagros, y otras Damas, también paraguayas; que, en su opción insustituible por Cristo, daban y se daban, generosamente, desde su pobreza. No se les escapaba ningún detalle; y hasta en tiempos de vacas flacas, se turnaban para que no le faltase al párroco lo elemental en su heladera…
Elena vivía en Buenos Aires y, cada vez que iba a verla, me venía con rosarios, albas, estolas, casullas, cíngulos, y otros elementos litúrgicos; que me sirvieron para dotar la parroquia y la vecina Santos Mártires Inocentes, también a mi cargo.
Y, con el resto de las donaciones, me ocupaba de que llegasen a otros sacerdotes y seminaristas de “periferias” o de la Argentina profunda; también llena de necesidades. Veía cómo se le iluminaba el rostro a la anciana dama, cuando le contaba adónde habían arribado los frutos de su servicialidad. Tallada en la estirpe de los que buscan servir a la Iglesia, y no servirse de ella, todo lo hacía para la Gloria de Dios, y la extensión de su Reino. Fue así cómo, con ochenta años, decidió aprender computación; para poder manejar los telares de última tecnología. Y, en la sobreabundancia de sus detalles, siempre me preguntaba: ¿Padre, está bien? ¿Come bien? ¿Descansa lo necesario? Y yo, muchas veces, para no faltar a la verdad, suplía la respuesta con una muda sonrisa …
Nunca será mucha mi gratitud al Señor, por haberme enviado estos “ángeles de la guarda”; como las llamaba siempre, para arrancarles un gesto de satisfacción. Y estoy absolutamente convencido de que, cualquier parroquia, por más difícil que sea, con cinco o diez mujeres como éstas, puede mostrar plenamente hasta dónde llega el verdadero amor en la acción del católico. Que huye, por principio, de cualquier halago del mundo. Y solo busca acariciar, ya desde ahora, el rostro eterno de la Santísima Trinidad.
+ Pater Christian Viña
La Plata, viernes 11 de abril de 2025.
Quinta Semana de Cuaresma. –
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Nunca será mucha mi gratitud al Señor, por haberme enviado estos “ángeles de la guarda”; como las llamaba siempre, para arrancarles un gesto de satisfacción. Y estoy absolutamente convencido de que, cualquier parroquia, por más difícil que sea, con cinco o diez mujeres como éstas, puede mostrar plenamente hasta dónde llega el verdadero amor en la acción del católico. Que huye, por principio, de cualquier halago del mundo. Y solo busca acariciar, ya desde ahora, el rostro eterno de la Santísima Trinidad.
+ Pater Christian Viña
La Plata, viernes 11 de abril de 2025.
Quinta Semana de Cuaresma. –
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