Pater Christian Viña. ¡Duc in altum! (Lc 5, 4)
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"Bendito el Señor que viene: hacer de cada día un Domingo de Ramos"

(Homilía del padre Christian Viña, en el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. La Plata, 13 de abril de 2025).

Lc 19, 28-40 (En la procesión de Ramos).
Is 50, 4-7.
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24.
Flp 2, 6-11.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 7, 14-23, 56.

Jesús, único Rey y Señor de la Iglesia y de la Historia, viene al encuentro de su pueblo, entra triunfalmente en Jerusalén, y anticipa su destino de Cruz y de Luz; de Muerte y Resurrección. Todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19, 37-38). Y, ante semejante espectáculo, prenda clara del gozo definitivo del Cielo, algunos fariseos (Lc 19, 39) buscaron silenciar a los discípulos (cf. Lc 19, 19). Pero Jesús les respondió: “Os aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). El silencio sería todo de Cristo, ante el perverso de Herodes; a quien no le respondió nada (Lc 23, 9). Y, una vez más, el griterío volvería a ser de la multitud –en este caso manipulada-; que, con diferencia de pocos días, pide luego la Crucifixión del Señor (cf. Lc 23, 21). Gritos y silencio; lealtad y traición; fe y apostasía se entrechocan en un puñado de jornadas. La exclamación del Señor en la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) es el clamor del Hijo que pone todo en su lugar. Se cumple en Jesús la profecía del Siervo sufriente, de Isaías: Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían (Is 50, 6). El Señor, como lo enfatiza San Pablo, en su carta a los cristianos de Filipos, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 7-8). Sólo como verdadero Dios, Jesús pudo hacerse nada por nosotros, y por nuestra salvación. Sólo en su destino de sufrimiento, pasión y muerte encuentra sentido nuestro propio llanto, en este valle de lágrimas (cf. Salve Regina). Como verdadero hombre, el Señor experimentó todo el dolor que atraviesa la humanidad, desde la caída de Adán y Eva. Incluso, hasta la sensación de abandono del propio Dios (cf. Sal 21, 2). Sabía, de cualquier modo, que el Señor estaba pronto a socorrerlo (cf. Sal 21, 20).
Otra vez un grito, el del Gólgota, haría finalmente la diferencia absoluta. Jesús exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró (Lc 23, 46). El silencio de Dios hasta el estruendo de la Resurrección está lleno de piedad, esperanza y pedagogía. La Palabra eterna de Dios, aparentemente derrotada para siempre, prepara su triunfo definitivo en la ausencia de palabras; o, incluso, con palabras llenas de sinsentido.
Afirma San Juan Crisóstomo: Que nadie se avergüence de los símbolos sagrados de nuestra salvación…; llevemos más bien por todas partes, como una corona, la Cruz de Cristo. Todo, en efecto entra en nosotros por la Cruz. Cuando hemos de regenerarnos, allí está presente la Cruz; cuando nos alimentamos de la mística comida; cuando se nos consagra ministros del altar; cuando se cumple cualquier otro misterio, allí está siempre este símbolo de Victoria (Homilía sobre San Mateo, 54). Y enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que la muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23).
Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios (n. 599).
Al comenzar una nueva Semana Santa, hagámonos el firme propósito de dejarnos conducir por el Misterio; y vivir la riquísima liturgia de estos días, con nuevo asombro y espíritu agradecido a Dios. Escribe, al respecto, el filósofo francés Gustave Thibon: La liturgia está dominada por la idea de ciclo. Vuelve a traer, día tras día y estación tras estación, y siguiendo un orden inmutable, la celebración de las mismas fiestas. Su desarrollo reproduce el de los ritmos fundamentales de la creación… Y advierte ante tantos abusos, que se registran en diversos lugares: Al querer modernizar lo eterno, lo exponemos al accidente que inevitablemente acecha a toda moda: al rápido envejecimiento y el olvido (En El equilibrio y la armonía. Ediciones Rialp. Madrid. 1978. Pág. 62-65).
Siempre es un desafío, ante tanto griterío vano del mundo, encontrar espacios de silencio para la oración. No desperdiciemos, de cualquier modo, esta nueva oportunidad; que se nos presenta en estos días santos. Se trata, ni más ni menos, de saber elegir, en clave de eternidad. O hacemos la opción por más de lo mismo; con compras, viajes, actividades mundanas, y reuniones con sabor a rejunte. O, aún con un mínimo de renuncia, le damos, aunque más no sea por unas horas, el verdadero protagonismo a Dios. Experimentaremos, en este caso, toda la gratitud del Señor; que nada se guarda para sí, y todo nos lo devuelve, corregido y aumentado. No seamos mezquinos, pues, a la hora de nuestra participación en las funciones sagradas de estos días. Y recordemos, especialmente, que es nuestra obligación confesarnos y comulgar para Pascua.
El Señor del tiempo, que santifica nuestro tiempo y nos aguarda en la eternidad, en el sin tiempo, hoy vuelve a nuestro encuentro; como lo hizo hace dos milenios, en Jerusalén. Y espera, también, nuestros gritos de alegría; no para su inexistente vanidad, sino para que nos afirmemos en nuestra condición de salvados por su Cruz. Alabar al Rey que viene sea, pues, un dulce deber de cada día. Muy especialmente en este 2025, en el que se cumplen un siglo de la encíclica Quas primas, de Pío XI, sobre la Realeza de Cristo; y 1700 años del Concilio de Nicea, que proclamó oficialmente, ante la herejía arriana, la consubstancialidad del Padre y del Hijo. Si cada jornada, con nuestras propias acciones, buscamos darle gloria a la Santísima Trinidad, viviremos un incesante batir de nuestras palmas y ramos; adornado con el mejor canto.
La plandemia del controlavirus, entre tantos efectos funestos que tuvo en nuestra sociedad, hizo que no pocos católicos se autodispensen, todo el tiempo, de la obligación de ir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Un buen propósito penitencial, para estos días, puede ser entonces salir en busca de alguno de ellos. Y mostrarles que el Señor viene a nuestro encuentro, todo el tiempo, en un permanente Domingo de Ramos. ¡Que la Virgen Santísima, nuestra brújula y guía, nos sostenga en ese empeño!

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Se cumplen este 11 de abril cien años del nacimiento de la Hermana Juliana; monja absolutamente enamorada de Cristo, a quien sirvió-sin ideología-, en los más pobres. Aprendí mucho de ella, y me acompañó con entusiasmo en mi camino al Sacerdocio. Dadle, Señor, el descanso eterno.
Gracias, querido Fray Santiago Cantera, por tu amor y fidelidad, sin mancha, a Cristo y su Iglesia. Tu coherencia nos inspira; tu coraje nos alienta. Honradísimo de tenerte como hermano en el Sacerdocio; y haber estado contigo, en 2020, en el Valle de los Caídos. Viva Cristo Rey
"Damas de la Sacristía: regalo de Dios en la periferia de Cambaceres", del Pater Christian Viña

“Se murió Elena. Gracias a Dios, partió con el auxilio de los sacramentos; algo que le pidió al Señor durante toda su vida. Quería informarte porque sé cuánto te apreciaba. Hasta te dejó una bella imagen de la Virgen, de recuerdo…” Las palabras de Marta, su fiel sobrina, que la acompañó durante estos últimos años en su “taller litúrgico”, obviamente, me impactaron. Elena había cumplido el 18 de febrero, 107 años; y sabíamos que el desenlace se daría más pronto que tarde. Pero como era de esas personas que uno quiere tener a su lado para siempre, por ser un reflejo de la permanente presencia del Señor, entre nosotros, la noticia fue un sacudón.
La conocí en 2014, luego de que el entonces Arzobispo de La Plata, Monseñor Héctor Aguer, instituyera las Damas de la Sacristía; con motivo de su visita a Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres –en aquel tiempo a mi cargo-, por el cincuentenario, el 19 de marzo, de la erección canónica de la parroquia. En aquella oportunidad, el prelado, luego de que les presentara a los Caballeros del Altar (Monaguillos), me invitó a que fundara ese otro grupo, “para que las señoras te ayuden en el cuidado y preparación de los ornamentos, los manteles, y los demás objetos del culto”. Fue así cómo junto a Nani, María Elena, y Magdalena, tres beneméritas ancianas del Opus Dei; otras mujeres de la propia parroquia, y por supuesto, Elena, nació el diligente grupo. Se incorporarían, luego, niñas, jóvenes y señoras, de ocho a 90 años… Todas con un único objetivo: servir a la gloria de Dios, con la debida atención de todo lo necesario para el Altar, el resto del templo, y las demás instalaciones.
Nani, María Elena y Magdalena, habían acompañado al párroco anterior en la atención de la Feria Americana; con la que se reunía lo indispensable para pagar la luz, el gas y otros servicios de la parroquia, enclavada en un barrio con muchas necesidades. Las colectas, obviamente, eran insuficientes; y debíamos buscar recursos para la subsistencia. Y ahí estaban esas tres guerreras que, durante más de una década, sábado tras sábado, con asistencia perfecta, iban desde el centro de La Plata a colaborar, voluntariamente. Jamás buscaron protagonismos ni “empoderamientos”. Muy por el contrario, sus únicas disputas eran por ver quién agarraba más rápido la escoba, el balde, y los floreros, para restaurar o reponer lo que fuese necesario. Aún muy enfermas –Magdalena llegó a venir más de un sábado, con mínimo vigor, tras extenuantes sesiones de quimioterapia- su “boliche”, como lo llamaban cariñosamente, lucía con el esplendor del servicio al Señor; que tiene, en sí mismo, su propia recompensa.
Tenían el olfato necesario para descubrir a otras mujeres que venían con intenciones non sanctas, en relación al cura. Bien femeninas, y bien firmes, no dudaban en ser contundentes: “Aquí al padre se lo cuida y se lo ayuda. Y nosotras, también, estamos para protegerlo”. La incorporación de Enriqueta de Jesús, una paraguaya, todo terreno, hoy octogenaria, le dio al equipo una cuota extra de generosidad y audacia. Eran, absolutamente, parte de la solución, y no del problema. Estaban siempre un paso adelante; y cuando veían una necesidad, no la usaban como excusa para una queja, sino como una ocasión de entrega adicional. Se sumarían, luego, Marizza, Fidela, Milagros, y otras Damas, también paraguayas; que, en su opción insustituible por Cristo, daban y se daban, generosamente, desde su pobreza. No se les escapaba ningún detalle; y hasta en tiempos de vacas flacas, se turnaban para que no le faltase al párroco lo elemental en su heladera…
Elena vivía en Buenos Aires y, cada vez que iba a verla, me venía con rosarios, albas, estolas, casullas, cíngulos, y otros elementos litúrgicos; que me sirvieron para dotar la parroquia y la vecina Santos Mártires Inocentes, también a mi cargo.
Y, con el resto de las donaciones, me ocupaba de que llegasen a otros sacerdotes y seminaristas de “periferias” o de la Argentina profunda; también llena de necesidades. Veía cómo se le iluminaba el rostro a la anciana dama, cuando le contaba adónde habían arribado los frutos de su servicialidad. Tallada en la estirpe de los que buscan servir a la Iglesia, y no servirse de ella, todo lo hacía para la Gloria de Dios, y la extensión de su Reino. Fue así cómo, con ochenta años, decidió aprender computación; para poder manejar los telares de última tecnología. Y, en la sobreabundancia de sus detalles, siempre me preguntaba: ¿Padre, está bien? ¿Come bien? ¿Descansa lo necesario? Y yo, muchas veces, para no faltar a la verdad, suplía la respuesta con una muda sonrisa …
Nunca será mucha mi gratitud al Señor, por haberme enviado estos “ángeles de la guarda”; como las llamaba siempre, para arrancarles un gesto de satisfacción. Y estoy absolutamente convencido de que, cualquier parroquia, por más difícil que sea, con cinco o diez mujeres como éstas, puede mostrar plenamente hasta dónde llega el verdadero amor en la acción del católico. Que huye, por principio, de cualquier halago del mundo. Y solo busca acariciar, ya desde ahora, el rostro eterno de la Santísima Trinidad.

+ Pater Christian Viña

La Plata, viernes 11 de abril de 2025.
Quinta Semana de Cuaresma. –

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Este Domingo de Ramos es el día ideal para volver a la Misa dominical. Que es obligatoria -al no hacerlo se cae en pecado mortal-, como la de los otros días de precepto. Obligación de amor para con el Amor de los amores. Dios nos espera en el Cielo. Pero no llegaremos con egoísmo.
Dramática despoblación de Argentina. Urge declarar la emergencia demográfica: nacieron apenas 460.000 niños; el menor número en 50 años. Se están cerrando jardines, colegios y maternidades. Trágica consecuencia del divorcio, el aborto y todas las perversiones. ¡Señor, ten piedad!
Vivamos, con coherencia, nuestra Fe. ¡Cristo, Rey nuestro: venga tu Reino!
Del libro "El Sagrado Corazón de Jesús y la salvación del mundo", del padre Bernhard Häring. ¡Sagrado Corazón de Jesús: en Vos confío!
"Yo soy de Jesús". Se cumplen este 13 de abril, 80 años del martirio del Beato Rolando Rivi, seminarista italiano, de 14 años, asesinado por partisanos comunistas. Llevó, con honor, su sotana hasta el fin: "Jamás me la quitaría. Soy del Señor". Gran testimonio ante la infidelidad.
Más que nunca, Semana Santa en familia. Por la Cruz, a la Luz. Por una nueva generación de padres católicos, honrados de serlo, con numerosos hijos; guerreros de Cristo Rey. ¡Jesús, Siervo sufriente: ten piedad de nosotros!
¡Te adoramos Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo! Vivamos, como fieles, la Semana Santa. No es "fin de semana extra largo". Es ir con el Señor, abrazarse a Él, morir con Él, y resucitar con Él. Silencio, oración y penitencia. ¡Señor, ten piedad!
Via Crucis, en una montaña, rezado por un sacerdote fiel, y un grupo de seglares, en medio de muchos hostigamientos y obstáculos. Ayudemos, espiritual y materialmente, en esta Semana Santa, a los religiosos y laicos que permanecen, junto a María Santísima, al pie de la Cruz.
Por la Cruz, a la Luz. Con el Señor, hacia el Calvario, en la escuela del silencio. Junto a Santa Teresa de Jesús, y sus hijas Carmelitas, abstinencia de palabras, para escuchar la Palabra. Y pidamos, especialmente, por la Iglesia, en esta hora de prueba. ¡Señor, ten piedad!
Es Semana Santa, no "fin de semana largo". ¡Vivamos, con coherencia, nuestra Fe! ¡Señor, ten piedad de nosotros!
Dice Jesús: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta que lleva a la perdición " (Mt 7, 13). ¡A subir al Calvario, con Cristo Rey del universo! ¡Hora de heroísmo y santidad! ¡Señor, ten piedad de nosotros!