Miércoles 18 de mayo + V Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 1-8
La Palabra de Dios sigue y seguirá haciendo de las suyas, como decimos a veces, en miles de corazones esparcidos por todo el mundo, gracias a la gracia de Dios. Vos y yo deberíamos evangelizar siempre, cansándonos, pero sin esperar resultados, aunque de tanto en tanto nos haga bien el saber que lo que hacemos hace bien a otros. Porque una cosa no quita la otra. Si las obras que realizamos no son nuestras únicamente, sino que son de Dios principalmente o las empezamos por el pedido de él, no hay poder humano que pueda derribarlas, al contrario, crecen más allá de nuestros esfuerzos y deseos y nunca morirán, aunque por un momento vayan tomando tonalidades o colores distintos sin perder su esencia, según las etapas de nuestra vida y de la historia. Así sucede con la Iglesia. Y, por el contrario, si las obras son puramente nuestras, sin ningún discernimiento previo, tarde o temprano se irán apagando con el paso del tiempo.
No nos olvidemos que fuimos creados para el cielo, porque por nuestras venas del espíritu corre la savia de la vid que es Jesús, circula en nuestras venas su propia sangre que dio su vida por nosotros. Él nos dio el mandamiento nuevo, del amor, ¿te acordás, el domingo?: «Ámense, pero como yo los he amado», no se amen así nomás. No sean como son ustedes, diríamos nosotros, que empiezan a amar cuando conocen, o lo que es peor, dejan de amar a alguien cuando lo conocen porque en el fondo no les gusta como es. ¡Yo soy distinto!, nos dice Jesús. Yo amo y conozco, conozco amando. En realidad, en Dios no hay distancias, no hay un antes y un después. Él es siempre eternidad, siempre presente, y por eso nos ama conociéndonos y nos conoce amándonos. Y no le da ningún rechazo conocernos, al contrario, nos ama más y más.
Por eso hoy en Algo del Evangelio podemos dar un paso más y escuchamos que nos dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer». El Padre es el buen viñador, el que está siempre deseando que demos frutos, que nuestra vida aporte algo a la vida de este mundo que está tan falto de amor. Es el Padre que sabe esperar, pero que al mismo tiempo quiere que demos frutos. Exige, pero con amor, porque conoce todo lo que podemos dar y a veces no damos por ser egoístas y cómodos. Para él no somos inservibles nunca, no sos inservible, sino que siempre servimos para algo. Somos sarmientos. Somos las ramas de la planta, y desde nosotros es de donde brotan las hojas, los zarcillos y los racimos de uvas. Por eso no podemos dar frutos separados de la planta, es imposible. Cuando estamos separados, no servimos para nada, porque en realidad sin Jesús no podemos hacer nada que dé frutos de santidad. Sí podemos hacer muchas cosas para este mundo que busca su gloria, incluso ser muy exitosos, podemos colaborar mucho en la Iglesia, ser reconocidos, aplaudidos, ser queridos por muchos, podemos decir que trabajamos para él, pero si sus palabras no permanecen en nosotros, si no amamos como él ama, de nada nos servirá.
¡Cuánta falta de fecundidad en nuestras comunidades por no hacer las cosas como las hace Jesús, por no trabajar con él y desde él, en la comunión de su Iglesia! Cuando nos desgastamos haciendo «cosas» por los otros, pero no haciendo lo que él nos pide, finalmente no damos frutos. A veces pienso si en la Iglesia somos conscientes de la energía y el tiempo que perdemos trabajando por él, pero secos de corazón, secos de la savia de Cristo. Creo, con el riesgo a equivocarme, que en ciertas tareas de la Iglesia estamos muy mundanizados y realizamos nuestras obras de evangelización sin discernir si es o no la voluntad del Padre. Y lo que no debemos olvidar es que, si lo que hacemos no lo hacemos con la certeza de que es lo que Jesús desea, de nada sirve hacerlo, por más supuesto éxito que aparentemos lograr.
La Palabra de Dios sigue y seguirá haciendo de las suyas, como decimos a veces, en miles de corazones esparcidos por todo el mundo, gracias a la gracia de Dios. Vos y yo deberíamos evangelizar siempre, cansándonos, pero sin esperar resultados, aunque de tanto en tanto nos haga bien el saber que lo que hacemos hace bien a otros. Porque una cosa no quita la otra. Si las obras que realizamos no son nuestras únicamente, sino que son de Dios principalmente o las empezamos por el pedido de él, no hay poder humano que pueda derribarlas, al contrario, crecen más allá de nuestros esfuerzos y deseos y nunca morirán, aunque por un momento vayan tomando tonalidades o colores distintos sin perder su esencia, según las etapas de nuestra vida y de la historia. Así sucede con la Iglesia. Y, por el contrario, si las obras son puramente nuestras, sin ningún discernimiento previo, tarde o temprano se irán apagando con el paso del tiempo.
No nos olvidemos que fuimos creados para el cielo, porque por nuestras venas del espíritu corre la savia de la vid que es Jesús, circula en nuestras venas su propia sangre que dio su vida por nosotros. Él nos dio el mandamiento nuevo, del amor, ¿te acordás, el domingo?: «Ámense, pero como yo los he amado», no se amen así nomás. No sean como son ustedes, diríamos nosotros, que empiezan a amar cuando conocen, o lo que es peor, dejan de amar a alguien cuando lo conocen porque en el fondo no les gusta como es. ¡Yo soy distinto!, nos dice Jesús. Yo amo y conozco, conozco amando. En realidad, en Dios no hay distancias, no hay un antes y un después. Él es siempre eternidad, siempre presente, y por eso nos ama conociéndonos y nos conoce amándonos. Y no le da ningún rechazo conocernos, al contrario, nos ama más y más.
Por eso hoy en Algo del Evangelio podemos dar un paso más y escuchamos que nos dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer». El Padre es el buen viñador, el que está siempre deseando que demos frutos, que nuestra vida aporte algo a la vida de este mundo que está tan falto de amor. Es el Padre que sabe esperar, pero que al mismo tiempo quiere que demos frutos. Exige, pero con amor, porque conoce todo lo que podemos dar y a veces no damos por ser egoístas y cómodos. Para él no somos inservibles nunca, no sos inservible, sino que siempre servimos para algo. Somos sarmientos. Somos las ramas de la planta, y desde nosotros es de donde brotan las hojas, los zarcillos y los racimos de uvas. Por eso no podemos dar frutos separados de la planta, es imposible. Cuando estamos separados, no servimos para nada, porque en realidad sin Jesús no podemos hacer nada que dé frutos de santidad. Sí podemos hacer muchas cosas para este mundo que busca su gloria, incluso ser muy exitosos, podemos colaborar mucho en la Iglesia, ser reconocidos, aplaudidos, ser queridos por muchos, podemos decir que trabajamos para él, pero si sus palabras no permanecen en nosotros, si no amamos como él ama, de nada nos servirá.
¡Cuánta falta de fecundidad en nuestras comunidades por no hacer las cosas como las hace Jesús, por no trabajar con él y desde él, en la comunión de su Iglesia! Cuando nos desgastamos haciendo «cosas» por los otros, pero no haciendo lo que él nos pide, finalmente no damos frutos. A veces pienso si en la Iglesia somos conscientes de la energía y el tiempo que perdemos trabajando por él, pero secos de corazón, secos de la savia de Cristo. Creo, con el riesgo a equivocarme, que en ciertas tareas de la Iglesia estamos muy mundanizados y realizamos nuestras obras de evangelización sin discernir si es o no la voluntad del Padre. Y lo que no debemos olvidar es que, si lo que hacemos no lo hacemos con la certeza de que es lo que Jesús desea, de nada sirve hacerlo, por más supuesto éxito que aparentemos lograr.
¿Cuántos proyectos, cuántas acciones pastorales, cuántas cosas hicimos alguna vez o hizo la Iglesia que hoy están muertas por no haber realizado la voluntad del Padre? ¿Cuántas estructuras pastorales, grupos, movimientos, comunidades, congregaciones hoy están en vías de extinción por no estar trabajando unidos a la vid?
En el fondo es lo de Pablo: «…aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregar a mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada». Lo que nos une vitalmente a Jesús, es el amor que él nos entregó desde la Cruz, su Espíritu, el amor que él nos da y nos permite amar como él. La clave no es hacer muchas cosas buenas, si no hacerlas como él las haría, con su amor. Solo así daremos frutos de santidad. Todo lo demás, todo lo demás, aunque todos lo reconozcan, quedará en la nada, no me sirve para edificar el Cuerpo y el Reino de Cristo.
Cuando nos toque partir de este mundo, nos guste o no, tengamos ganas o no, Jesús no nos preguntará cuántas cosas hicimos; cuántos nos aplaudieron; cuánto dinero reunimos; cuántos templos construimos; cuántos títulos acumulamos; cuánto nos quisieron, cuánto nos amaron, sino cuánto amamos, cómo amamos… Si amamos, si buscamos el bien de los otros, y no primero el nuestro. Solo el que está unido a Jesús, el que permanece con él, puede dar esos frutos tan duraderos. ¿Queremos ir al cielo?, seguro que lo querés. ¿Queremos empezar a vivir el cielo en la tierra?, amemos como Jesús nos ama. Ese es el camino. ¿Sabemos qué será el cielo? Amor eterno, amor verdadero, entrega total y desinteresada, alegría eterna. ¿No te dan ganas de empezar a vivirlo acá en la tierra?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
En el fondo es lo de Pablo: «…aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregar a mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada». Lo que nos une vitalmente a Jesús, es el amor que él nos entregó desde la Cruz, su Espíritu, el amor que él nos da y nos permite amar como él. La clave no es hacer muchas cosas buenas, si no hacerlas como él las haría, con su amor. Solo así daremos frutos de santidad. Todo lo demás, todo lo demás, aunque todos lo reconozcan, quedará en la nada, no me sirve para edificar el Cuerpo y el Reino de Cristo.
Cuando nos toque partir de este mundo, nos guste o no, tengamos ganas o no, Jesús no nos preguntará cuántas cosas hicimos; cuántos nos aplaudieron; cuánto dinero reunimos; cuántos templos construimos; cuántos títulos acumulamos; cuánto nos quisieron, cuánto nos amaron, sino cuánto amamos, cómo amamos… Si amamos, si buscamos el bien de los otros, y no primero el nuestro. Solo el que está unido a Jesús, el que permanece con él, puede dar esos frutos tan duraderos. ¿Queremos ir al cielo?, seguro que lo querés. ¿Queremos empezar a vivir el cielo en la tierra?, amemos como Jesús nos ama. Ese es el camino. ¿Sabemos qué será el cielo? Amor eterno, amor verdadero, entrega total y desinteresada, alegría eterna. ¿No te dan ganas de empezar a vivirlo acá en la tierra?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 19 de mayo + V Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-11
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto».
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto».
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 9-11
Tiene mucho que ver las palabras de hoy con las del domingo, de hecho, podríamos decir que la complementa y ayuda a comprenderla mejor. Siempre es bueno recordar que los textos de la Palabra de Dios son como un organismo vivo que se necesitan el uno al otro, la una a la otra, que se comprenden el uno con el otro, y eso lo hace más desafiante para interpretarla, y al mismo tiempo con más vida, para dar vida, con una riqueza inagotable. Hoy se comprende mejor que el amor que Jesús nos pide que tengamos, proviene del Padre, él mismo lo recibe de su Padre y nos lo dio a nosotros derramando en nuestros corazones el Espíritu Santo. Por eso hoy quería que continuemos la reflexión con algunas preguntas.
¿Qué es lo que nos mueve a levantarnos cada día? Es bueno preguntarse esto cada tanto. Hace bien. ¿Qué es lo que te mueve a levantarte ahora, en este momento? Sé que algunos escuchan los audios casi desde la cama. ¿Qué es lo que te mueve a prepararle el desayuno a tus hijos, a ayudarlo a empezar el día? ¿Qué es lo que causa que, aunque estés cansado, todos los días hagas el esfuerzo para ir al trabajo y buscar el pan de cada día a la mesa de tu familia? ¿Qué causa que seas capaz de perdonar una ofensa de alguien a quien amas? ¿Qué es lo que te causa deseos de hacer el bien a tu familia, a tus amigos? ¿Cuál es el motor de tus acciones de cada momento? Seguramente no somos siempre conscientes de cada acción, seguramente no pensamos detenidamente cada cosa que hacemos, pero seguramente podemos coincidir que lo que nos mueve a hacer todo eso que hacemos en nuestra vida, con más o menos matices, en definitiva es el amor. Es esa fuerza invisible que vive en nuestro interior y nos hace volcarnos hacia afuera, y hace que lo que muchas veces no queremos hacer, podamos hacerlo, nos hace levantarnos, nos hace tener detalles, sacrificarnos, nos hace desvelarnos, cansarnos, hace que podamos darle un poco más de gusto a la vida.
Amar es bueno y hace bien, por supuesto, eso no es ninguna novedad. Amamos porque amar nos da vida y amando ayudamos a vivir a otros. Al mismo tiempo, es verdad que la palabra «amor» está desgastada, está banalizada. Está tan mal usada que a veces nos da miedo usarla entre los pares, entre los más cercanos.
Me emocionó el otro día cuando una niña muy pequeña se me acercó, me abrazó y me dijo: «Te amo, padre». «Te amo», me dijo. ¡Qué lindo!, esa naturalidad de los niños que son capaces de decir lo que a nosotros nos da tanta vergüenza. Porque está tan mal usada que, como dije, algunos cristianos nos da vergüenza hablar del amor, porque parece que decir amor es demasiado sentimental, demasiado meloso, dulce, como si fuera que los sentimientos no son tan buenos. Pero, por otro lado, la usan tanto algunos o la usan tan mal que abusan del uso y terminan vaciándola de su contenido. Si digo muchas veces amor y no sé lo que es amar o no amo de verdad, la palabra ya no tiene sentido. Creo que no debemos caer en esos extremos. Acordémonos que los extremos siempre, de alguna manera, se tocan. Ser equilibrado en la vida cuesta muchísimo, porque hay que andar haciendo un esfuerzo para no caerse, ni para un lado, ni para el otro. Andar por una cornisa equilibrándonos implica estar siempre atentos, implica mirar donde pisamos, donde no hay que dejarse vencer por el vértigo. Sin embargo, Algo del Evangelio de hoy habla del amor. Jesús habla del amor sin miedo, del amor del Padre, de su amor y de cómo tenemos que amarnos entre nosotros. ¿Por qué entonces nos puede causar pudor hablar del amor? ¿No será que todavía no sabemos plenamente lo que es amar? ¿Por qué entonces algunos abusan tanto de la palabra siendo algo tan delicado y serio? ¿No será que en realidad creen que aman, pero todavía les falta muchísimo? Amar es cosa seria, para amar en serio no basta con decir que amamos, no basta con hacer regalos a los demás, no basta con hacer lo que nos sale naturalmente.
Tiene mucho que ver las palabras de hoy con las del domingo, de hecho, podríamos decir que la complementa y ayuda a comprenderla mejor. Siempre es bueno recordar que los textos de la Palabra de Dios son como un organismo vivo que se necesitan el uno al otro, la una a la otra, que se comprenden el uno con el otro, y eso lo hace más desafiante para interpretarla, y al mismo tiempo con más vida, para dar vida, con una riqueza inagotable. Hoy se comprende mejor que el amor que Jesús nos pide que tengamos, proviene del Padre, él mismo lo recibe de su Padre y nos lo dio a nosotros derramando en nuestros corazones el Espíritu Santo. Por eso hoy quería que continuemos la reflexión con algunas preguntas.
¿Qué es lo que nos mueve a levantarnos cada día? Es bueno preguntarse esto cada tanto. Hace bien. ¿Qué es lo que te mueve a levantarte ahora, en este momento? Sé que algunos escuchan los audios casi desde la cama. ¿Qué es lo que te mueve a prepararle el desayuno a tus hijos, a ayudarlo a empezar el día? ¿Qué es lo que causa que, aunque estés cansado, todos los días hagas el esfuerzo para ir al trabajo y buscar el pan de cada día a la mesa de tu familia? ¿Qué causa que seas capaz de perdonar una ofensa de alguien a quien amas? ¿Qué es lo que te causa deseos de hacer el bien a tu familia, a tus amigos? ¿Cuál es el motor de tus acciones de cada momento? Seguramente no somos siempre conscientes de cada acción, seguramente no pensamos detenidamente cada cosa que hacemos, pero seguramente podemos coincidir que lo que nos mueve a hacer todo eso que hacemos en nuestra vida, con más o menos matices, en definitiva es el amor. Es esa fuerza invisible que vive en nuestro interior y nos hace volcarnos hacia afuera, y hace que lo que muchas veces no queremos hacer, podamos hacerlo, nos hace levantarnos, nos hace tener detalles, sacrificarnos, nos hace desvelarnos, cansarnos, hace que podamos darle un poco más de gusto a la vida.
Amar es bueno y hace bien, por supuesto, eso no es ninguna novedad. Amamos porque amar nos da vida y amando ayudamos a vivir a otros. Al mismo tiempo, es verdad que la palabra «amor» está desgastada, está banalizada. Está tan mal usada que a veces nos da miedo usarla entre los pares, entre los más cercanos.
Me emocionó el otro día cuando una niña muy pequeña se me acercó, me abrazó y me dijo: «Te amo, padre». «Te amo», me dijo. ¡Qué lindo!, esa naturalidad de los niños que son capaces de decir lo que a nosotros nos da tanta vergüenza. Porque está tan mal usada que, como dije, algunos cristianos nos da vergüenza hablar del amor, porque parece que decir amor es demasiado sentimental, demasiado meloso, dulce, como si fuera que los sentimientos no son tan buenos. Pero, por otro lado, la usan tanto algunos o la usan tan mal que abusan del uso y terminan vaciándola de su contenido. Si digo muchas veces amor y no sé lo que es amar o no amo de verdad, la palabra ya no tiene sentido. Creo que no debemos caer en esos extremos. Acordémonos que los extremos siempre, de alguna manera, se tocan. Ser equilibrado en la vida cuesta muchísimo, porque hay que andar haciendo un esfuerzo para no caerse, ni para un lado, ni para el otro. Andar por una cornisa equilibrándonos implica estar siempre atentos, implica mirar donde pisamos, donde no hay que dejarse vencer por el vértigo. Sin embargo, Algo del Evangelio de hoy habla del amor. Jesús habla del amor sin miedo, del amor del Padre, de su amor y de cómo tenemos que amarnos entre nosotros. ¿Por qué entonces nos puede causar pudor hablar del amor? ¿No será que todavía no sabemos plenamente lo que es amar? ¿Por qué entonces algunos abusan tanto de la palabra siendo algo tan delicado y serio? ¿No será que en realidad creen que aman, pero todavía les falta muchísimo? Amar es cosa seria, para amar en serio no basta con decir que amamos, no basta con hacer regalos a los demás, no basta con hacer lo que nos sale naturalmente.
Para amar en serio, en realidad tenemos que reconocer, revivir, experimentar esa corriente de amor que proviene del Padre, que pasó por su Hijo y que está sembrado en nosotros para ayudarnos a amar. Jesús no nos habla de un simple amor humano, espontáneo, sino que nos habla del amor del cielo, amor de Dios que se derrama en corazones humanos imposibilitados para amar como Dios ama. Hay que ser sinceros, no tenemos la fuerza para amar tanto. Pero podemos si nos damos cuenta que el amor no es un mandamiento que obliga desde afuera, sino que es vida que brota desde adentro y que descubre lo más verdadero que tenemos. Jesús nos ayuda a descubrir que podemos amar porque en realidad somos amados por él y por el Padre. Esa es la clave. Podemos amar porque somos amados, podemos amar si «permanecemos» en esto, si reconocemos esta verdad. No se puede amar bien si no se acepta semejante misterio y regalo. No se puede vivir este mandamiento que brota desde adentro si no se reconoce también que amar y ser amados, entregarse y dejar que los otros nos amen, no es una obligación, sino que es una necesidad del alma, del corazón. Necesitamos amar, necesitamos un motivo para vivir, necesitamos experimentar amor de Dios por medio de gestos humanos. Necesitamos darnos cuenta que el amor es cosa seria, que Dios se tomó en serio el amor y por eso nos amó hasta el extremo, para que ese amor nos despertara nuestros deseos de entregarnos.
Si hoy no estás bien, o cuando no estemos pasando buenos momentos en la vida, porque parece que el amor está muy lejos, porque la vida parece un «valle de lágrimas», no te olvides que tenemos otras opciones… buscar ese amor por nosotros mismos. No esperar a que el amor nos venga a buscar, que nos encuentre, porque en realidad ya está adentro nuestro. El amor en realidad está siempre, al alcance de nuestras decisiones, a un paso que a veces parece muy largo, pero posible. El amor aparece muchas veces cuando nos decidimos a darlo a los demás con nuestra presencia, con nuestros gestos, con nuestra escucha.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Si hoy no estás bien, o cuando no estemos pasando buenos momentos en la vida, porque parece que el amor está muy lejos, porque la vida parece un «valle de lágrimas», no te olvides que tenemos otras opciones… buscar ese amor por nosotros mismos. No esperar a que el amor nos venga a buscar, que nos encuentre, porque en realidad ya está adentro nuestro. El amor en realidad está siempre, al alcance de nuestras decisiones, a un paso que a veces parece muy largo, pero posible. El amor aparece muchas veces cuando nos decidimos a darlo a los demás con nuestra presencia, con nuestros gestos, con nuestra escucha.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 20 de mayo + V Viernes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 12-17
Jesús dijo a sus discípulos:
«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros».
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros».
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 12-17
La Palabra de Dios de hoy te resonará a la del domingo, por ahí estarás pensando: «Es el mismo Evangelio», pero no; parece, tiene palabras similares, expresiones parecidas, pero no, no es el mismo. Como dijimos ayer, la Palabra es un organismo vivo y por estar vivo también se desarrolla, tanto si lo pensamos cuando lo escribieron, en el sentido que los evangelistas fueron elaborando los textos, dándole su forma, su contenido y su sentido, por lo tanto, fueron creciendo y desarrollándose, como en su interpretación, ya que la Iglesia y cada uno de nosotros, los que la formamos, los que escuchamos la Palabra, vamos comprendiendo y aceptando también progresiva y lentamente sus enseñanzas. Por lo tanto, la vida de la Palabra de Dios en nuestros corazones va creciendo y desarrollándose.
No quiero aburrirte con estos temas, pero creo que es importante para seguir profundizando, para no ser superficiales al escuchar, para no pensar que ya lo sabemos todo, para no desfallecer en el intento de crecer en nuestra fe. Nunca debemos olvidar que la comprensión y el efectos de esa comprensión en nuestras almas, crecen de a poquito, como lo hace un niño en el vientre de su madre, como lo hicimos vos y yo, y por supuesto sigue creciendo y desarrollándose a lo largo de toda la vida, en sus diferentes etapas, hasta que nos toque estar frente al Señor.
Hoy podríamos decir: «Otra vez el mandamiento del amor, otra vez la palabra amor aparece en Algo del Evangelio, otra vez aparece Jesús nos pide y nos manda amar como él ama». Parece mucho, parece imposible, parece una utopía si no sabemos interpretarla. Siempre recuerdo hace muchos años, cuando se despertó en mí el llamado a ser sacerdote, cuando todavía de algún modo me escapaba un poco de este llamado, un día de semana fui misa y escuché este Evangelio. Como nos pasa muchas veces al ir a misa después de escuchar el Evangelio, o por lo menos me pasaba a mí, me acuerdo que me preparé entusiasmado a esperar con ansias qué iba a decir el sacerdote en el sermón. Siempre quería escuchar a ver qué enseñanza me daba. Eso me pasaba en esa época, hoy por estar del otro lado ya no me pasa tanto, al contrario, pienso que muchos esperan algo grande de nosotros, los sacerdotes, y justamente uno nunca llega a colmar siempre las expectativas de los que escuchan, es muy difícil. Pero bueno, ese es otro tema. Además, no hay que esperar colmado de expectativas, sino que hay que hablar de Jesús, como él quiere que hablemos. Uno prepara, uno reza, uno siembra y dice lo que puede o le sale y después Dios, como siempre, hace su obra. En realidad, los sacerdotes –vuelvo a decir– no deberíamos predicar ni para agradar, ni para ser felicitados, ni para que nos admiren. Predicamos la Palabra de Dios, anunciamos a Jesús, lo que él nos pidió porque él nos eligió y nosotros somos los que debemos hablar de él, nosotros fuimos elegidos por él. Pero bueno, creo que me desvié un poco de tema.
Quería decir que apenas el sacerdote empezó a predicar dijo lo siguiente: «Esto es una utopía, esto es imposible». Me acuerdo que me chocó demasiado, me acuerdo que no pude seguir escuchando, como que me cerré, me bloqueé. Recuerdo que me desilusioné tanto que me pareció que no tenía sentido seguir escuchando. Dije: «Si esto es imposible… ¿cómo es posible que Jesús lo haya dicho? Si esto es una utopía, ¿qué hacemos en la Iglesia?». No me gustó lo que dijo ese sacerdote.
Sin embargo, el tiempo, los estudios, el seminario y el sacerdocio me ayudaron a no juzgar tanto y a saber esperar. Además, me enseñaron a no ser tan lapidario con los sacerdotes, obviamente porque hoy estoy del otro lado y porque en realidad me di cuenta que muchas veces el problema es que no sabemos escuchar. Escuché una parte y seguramente no terminé de escuchar todo el sermón. Muchas veces nos pasa eso a vos y a mí.
La Palabra de Dios de hoy te resonará a la del domingo, por ahí estarás pensando: «Es el mismo Evangelio», pero no; parece, tiene palabras similares, expresiones parecidas, pero no, no es el mismo. Como dijimos ayer, la Palabra es un organismo vivo y por estar vivo también se desarrolla, tanto si lo pensamos cuando lo escribieron, en el sentido que los evangelistas fueron elaborando los textos, dándole su forma, su contenido y su sentido, por lo tanto, fueron creciendo y desarrollándose, como en su interpretación, ya que la Iglesia y cada uno de nosotros, los que la formamos, los que escuchamos la Palabra, vamos comprendiendo y aceptando también progresiva y lentamente sus enseñanzas. Por lo tanto, la vida de la Palabra de Dios en nuestros corazones va creciendo y desarrollándose.
No quiero aburrirte con estos temas, pero creo que es importante para seguir profundizando, para no ser superficiales al escuchar, para no pensar que ya lo sabemos todo, para no desfallecer en el intento de crecer en nuestra fe. Nunca debemos olvidar que la comprensión y el efectos de esa comprensión en nuestras almas, crecen de a poquito, como lo hace un niño en el vientre de su madre, como lo hicimos vos y yo, y por supuesto sigue creciendo y desarrollándose a lo largo de toda la vida, en sus diferentes etapas, hasta que nos toque estar frente al Señor.
Hoy podríamos decir: «Otra vez el mandamiento del amor, otra vez la palabra amor aparece en Algo del Evangelio, otra vez aparece Jesús nos pide y nos manda amar como él ama». Parece mucho, parece imposible, parece una utopía si no sabemos interpretarla. Siempre recuerdo hace muchos años, cuando se despertó en mí el llamado a ser sacerdote, cuando todavía de algún modo me escapaba un poco de este llamado, un día de semana fui misa y escuché este Evangelio. Como nos pasa muchas veces al ir a misa después de escuchar el Evangelio, o por lo menos me pasaba a mí, me acuerdo que me preparé entusiasmado a esperar con ansias qué iba a decir el sacerdote en el sermón. Siempre quería escuchar a ver qué enseñanza me daba. Eso me pasaba en esa época, hoy por estar del otro lado ya no me pasa tanto, al contrario, pienso que muchos esperan algo grande de nosotros, los sacerdotes, y justamente uno nunca llega a colmar siempre las expectativas de los que escuchan, es muy difícil. Pero bueno, ese es otro tema. Además, no hay que esperar colmado de expectativas, sino que hay que hablar de Jesús, como él quiere que hablemos. Uno prepara, uno reza, uno siembra y dice lo que puede o le sale y después Dios, como siempre, hace su obra. En realidad, los sacerdotes –vuelvo a decir– no deberíamos predicar ni para agradar, ni para ser felicitados, ni para que nos admiren. Predicamos la Palabra de Dios, anunciamos a Jesús, lo que él nos pidió porque él nos eligió y nosotros somos los que debemos hablar de él, nosotros fuimos elegidos por él. Pero bueno, creo que me desvié un poco de tema.
Quería decir que apenas el sacerdote empezó a predicar dijo lo siguiente: «Esto es una utopía, esto es imposible». Me acuerdo que me chocó demasiado, me acuerdo que no pude seguir escuchando, como que me cerré, me bloqueé. Recuerdo que me desilusioné tanto que me pareció que no tenía sentido seguir escuchando. Dije: «Si esto es imposible… ¿cómo es posible que Jesús lo haya dicho? Si esto es una utopía, ¿qué hacemos en la Iglesia?». No me gustó lo que dijo ese sacerdote.
Sin embargo, el tiempo, los estudios, el seminario y el sacerdocio me ayudaron a no juzgar tanto y a saber esperar. Además, me enseñaron a no ser tan lapidario con los sacerdotes, obviamente porque hoy estoy del otro lado y porque en realidad me di cuenta que muchas veces el problema es que no sabemos escuchar. Escuché una parte y seguramente no terminé de escuchar todo el sermón. Muchas veces nos pasa eso a vos y a mí.
Escuchamos lo que queremos escuchar, lo que nos gusta y no escuchamos lo que sigue, o sea, eso que nos ayudaría a entender lo que escuchamos al principio; esto tiene que ver con lo que dijimos al comienzo con respecto a que la palabra es un organismo vivo. El corazón es sensible y provoca que los oídos se cierren inmediatamente o, al contrario, se abran increíblemente. A mí ese día se me cerraron por ser prejuicioso. ¿Te pasó alguna vez? Hay que escuchar todo. Te aconsejo esto. Hay que escuchar todo y aprender a sacar lo mejor.
¿Qué es lo que el sacerdote quiso decir ese día? Para mí, tiene que ver con lo de Jesús. Creo que quiso decir lo que Jesús nos dice, pero lo dijo de otra manera. «Ámense porque yo los amo como amigos, aunque ustedes a veces no se comporten como amigos. Ámense porque yo los amé primero. Ámense porque yo les di una dignidad que nadie les podrá dar. Ámense, sí, es verdad, se los mando, pero se los mando habiendo amado en realidad, habiendo dado la vida por ustedes». Esto es imposible y es una utopía, si nos lo hubiese mandado alguien esto que no lo haya vivido antes. Esto sería una locura si pensáramos que amar así puede salir espontáneamente de nuestro corazón. Solo puede amar así quien descubre que hay alguien que siempre lo llamará «amigo» pase lo que pase. Para nuestro Maestro, todos somos sus amigos, hasta los enemigos. Por todos dio la vida, incluso hasta por aquellos que lo despreciaron y desprecian. ¿Entendemos la diferencia? Para Jesús somos sus amigos, aunque no nos comportemos como amigos. Para Jesús no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, o sea, por todos. Nosotros daríamos la vida solo por los que nos consideran amigos, por los que queremos como amigos. Amar con el amor de Jesús es, por empezar, no tratar a nadie como enemigo, aunque los que sean enemigos nos traten como tales, porque él no nos trató como enemigos a los que lo trataron como enemigo, sino que los trató siempre como amigos y los amigos de mi amigo son mis amigos, como se dice. Solo podemos dar frutos en serio en esta vida, frutos que perduren, si reconocemos que para él siempre seremos sus amigos, pase lo que pase, y si al mismo tiempo empezamos a levantar la mirada y dejamos de ver y crear enemigos por todos lados, aunque los haya, aunque existan. Esto es posible, te lo aseguro. No es una utopía. Es cristianismo puro, cristianismo en serio.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
¿Qué es lo que el sacerdote quiso decir ese día? Para mí, tiene que ver con lo de Jesús. Creo que quiso decir lo que Jesús nos dice, pero lo dijo de otra manera. «Ámense porque yo los amo como amigos, aunque ustedes a veces no se comporten como amigos. Ámense porque yo los amé primero. Ámense porque yo les di una dignidad que nadie les podrá dar. Ámense, sí, es verdad, se los mando, pero se los mando habiendo amado en realidad, habiendo dado la vida por ustedes». Esto es imposible y es una utopía, si nos lo hubiese mandado alguien esto que no lo haya vivido antes. Esto sería una locura si pensáramos que amar así puede salir espontáneamente de nuestro corazón. Solo puede amar así quien descubre que hay alguien que siempre lo llamará «amigo» pase lo que pase. Para nuestro Maestro, todos somos sus amigos, hasta los enemigos. Por todos dio la vida, incluso hasta por aquellos que lo despreciaron y desprecian. ¿Entendemos la diferencia? Para Jesús somos sus amigos, aunque no nos comportemos como amigos. Para Jesús no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, o sea, por todos. Nosotros daríamos la vida solo por los que nos consideran amigos, por los que queremos como amigos. Amar con el amor de Jesús es, por empezar, no tratar a nadie como enemigo, aunque los que sean enemigos nos traten como tales, porque él no nos trató como enemigos a los que lo trataron como enemigo, sino que los trató siempre como amigos y los amigos de mi amigo son mis amigos, como se dice. Solo podemos dar frutos en serio en esta vida, frutos que perduren, si reconocemos que para él siempre seremos sus amigos, pase lo que pase, y si al mismo tiempo empezamos a levantar la mirada y dejamos de ver y crear enemigos por todos lados, aunque los haya, aunque existan. Esto es posible, te lo aseguro. No es una utopía. Es cristianismo puro, cristianismo en serio.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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