Miércoles 1 de mayo + V Miércoles de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 1-8:
La palabra de hoy coincide con la del domingo, no sé si te habrás dado cuenta. Si te diste cuenta, quiere decir que estás escuchando con atención, y si no te diste cuenta, te ayudará a escuchar lo que por ahí se te pasó de largo por distraído, por distraída o porque a veces perdemos la memoria. No te preocupes, nos viene bien a todos, nos ayuda a seguir profundizando; de hecho, es lo que intentamos hacer muchas veces, ¿te acordás?: continuar desmenuzando el Evangelio del domingo a lo largo de la semana para que penetre más en nuestros corazones. A nosotros los sacerdotes nos ayuda a no repetir lo mismo que ya dijimos alguna vez, sino a rezar más para descubrir las enseñanzas que el Espíritu quiere dejarnos. A veces pasa esto en la liturgia, los cambios de ciclos, se llaman de años, hacen que se entrecrucen los Evangelios y pueda haber repetidos bastante cercanos.
Pero aprovechemos para continuar con la idea de «permanecer», esa que nos viene ayudando en estos días tan lindos. El permanecer tiene que ver con el estar unidos. La imagen de la vid y los sarmientos junto con la idea de «permanecer» me parece que quiere ayudarnos a comprender que la unión con Jesús, la unidad es algo vital, algo que tiene vida, valga la redundancia; algo que permanece vivo, dinámico y por eso va cambiando, se va desarrollando lentamente a lo largo de nuestra vida. Lo que pasó ya no importa tanto, lo que pasará no lo sabremos. Ahora… lo que sí necesitamos es permanecer unidos a él, pase lo que pase, siempre, porque «sin él nada podremos hacer». ¿A qué se refería Jesús con eso de que «nada podremos hacer», si de hecho hacemos muchas cosas sin él y muchos hacen de todo sin él? ¿Qué cosas son las que no podemos hacer sin él? ¿Por qué necesitamos estar unidos, permanecer en él para dar frutos? Justamente porque Jesús se refiere a eso, a dar frutos, pero frutos que provienen de él, frutos de santidad, no cualquier fruto, no cualquier cosa. El permanecer entonces nos asegura la fecundidad, de la verdadera; esa fecundidad que perdura y que transforma vidas. No es la fecundidad que desaparece rápidamente o se esfuma ante cualquier problema. No es el éxito mundano. Los frutos de los que habla Jesús son los frutos que crecen gracias a la gracia de Dios, y no los que surgen simplemente de nuestras lindas ideas o de nuestras voluntades, por más buenas que sean. Y la gracia de Dios fluye por nuestras vidas, por nuestras inteligencias y corazones, en la medida que estamos unidos, en la medida que permanecemos en él. Las grandes obras que cambian de verdad nuestras vidas y la de los demás no surgen de grandes elucubraciones, de grandes conferencias, de congresos multitudinarios, por más buenos que sean, sino de la fidelidad a las palabras de Jesús, de nuestro amor sincero a él y sus enseñanzas. Las grandes decisiones que nos cambian de verdad no surgen de enojos, de gritos, de ruido de este mundo, sino que aparecen en el corazón cuando estamos con Jesús vivo en el silencio, cuando nos decidimos a estar con él, cara a cara, tanto en la oración como en el amor concreto hacia los demás.
Podemos pasarnos la vida haciendo muchas cosas buenas, pero no las obras de Dios. Podemos pasarnos el día haciendo «de todo un poco», pero no estar haciendo lo que Jesús quiere y no dar frutos. Podemos estar sirviendo en la Iglesia a tiempo completo, consagrar incluso nuestra propia vida, pero no estar unidos vitalmente a Jesús, no permanecer en él, sino incluso estar como «desgajados», quebrados de la vid, sin permitir que su amor pase por nuestro corazón.
¿Cómo permanecer unidos a Jesús?, te estarás preguntando. Desde Algo del Evangelio de hoy es lindo escuchar mucho esto, pero es lógico que nos preguntemos qué significa entonces permanecer en él, estar unidos a él. Antes que nada, es no olvidar que podemos permanecer con él, porque él antes permanece en nosotros. Él es la vid, nosotros solo sarmientos, ramitas. Él es anterior a nosotros, todo se mantiene en él, todo pertenece a él.
La palabra de hoy coincide con la del domingo, no sé si te habrás dado cuenta. Si te diste cuenta, quiere decir que estás escuchando con atención, y si no te diste cuenta, te ayudará a escuchar lo que por ahí se te pasó de largo por distraído, por distraída o porque a veces perdemos la memoria. No te preocupes, nos viene bien a todos, nos ayuda a seguir profundizando; de hecho, es lo que intentamos hacer muchas veces, ¿te acordás?: continuar desmenuzando el Evangelio del domingo a lo largo de la semana para que penetre más en nuestros corazones. A nosotros los sacerdotes nos ayuda a no repetir lo mismo que ya dijimos alguna vez, sino a rezar más para descubrir las enseñanzas que el Espíritu quiere dejarnos. A veces pasa esto en la liturgia, los cambios de ciclos, se llaman de años, hacen que se entrecrucen los Evangelios y pueda haber repetidos bastante cercanos.
Pero aprovechemos para continuar con la idea de «permanecer», esa que nos viene ayudando en estos días tan lindos. El permanecer tiene que ver con el estar unidos. La imagen de la vid y los sarmientos junto con la idea de «permanecer» me parece que quiere ayudarnos a comprender que la unión con Jesús, la unidad es algo vital, algo que tiene vida, valga la redundancia; algo que permanece vivo, dinámico y por eso va cambiando, se va desarrollando lentamente a lo largo de nuestra vida. Lo que pasó ya no importa tanto, lo que pasará no lo sabremos. Ahora… lo que sí necesitamos es permanecer unidos a él, pase lo que pase, siempre, porque «sin él nada podremos hacer». ¿A qué se refería Jesús con eso de que «nada podremos hacer», si de hecho hacemos muchas cosas sin él y muchos hacen de todo sin él? ¿Qué cosas son las que no podemos hacer sin él? ¿Por qué necesitamos estar unidos, permanecer en él para dar frutos? Justamente porque Jesús se refiere a eso, a dar frutos, pero frutos que provienen de él, frutos de santidad, no cualquier fruto, no cualquier cosa. El permanecer entonces nos asegura la fecundidad, de la verdadera; esa fecundidad que perdura y que transforma vidas. No es la fecundidad que desaparece rápidamente o se esfuma ante cualquier problema. No es el éxito mundano. Los frutos de los que habla Jesús son los frutos que crecen gracias a la gracia de Dios, y no los que surgen simplemente de nuestras lindas ideas o de nuestras voluntades, por más buenas que sean. Y la gracia de Dios fluye por nuestras vidas, por nuestras inteligencias y corazones, en la medida que estamos unidos, en la medida que permanecemos en él. Las grandes obras que cambian de verdad nuestras vidas y la de los demás no surgen de grandes elucubraciones, de grandes conferencias, de congresos multitudinarios, por más buenos que sean, sino de la fidelidad a las palabras de Jesús, de nuestro amor sincero a él y sus enseñanzas. Las grandes decisiones que nos cambian de verdad no surgen de enojos, de gritos, de ruido de este mundo, sino que aparecen en el corazón cuando estamos con Jesús vivo en el silencio, cuando nos decidimos a estar con él, cara a cara, tanto en la oración como en el amor concreto hacia los demás.
Podemos pasarnos la vida haciendo muchas cosas buenas, pero no las obras de Dios. Podemos pasarnos el día haciendo «de todo un poco», pero no estar haciendo lo que Jesús quiere y no dar frutos. Podemos estar sirviendo en la Iglesia a tiempo completo, consagrar incluso nuestra propia vida, pero no estar unidos vitalmente a Jesús, no permanecer en él, sino incluso estar como «desgajados», quebrados de la vid, sin permitir que su amor pase por nuestro corazón.
¿Cómo permanecer unidos a Jesús?, te estarás preguntando. Desde Algo del Evangelio de hoy es lindo escuchar mucho esto, pero es lógico que nos preguntemos qué significa entonces permanecer en él, estar unidos a él. Antes que nada, es no olvidar que podemos permanecer con él, porque él antes permanece en nosotros. Él es la vid, nosotros solo sarmientos, ramitas. Él es anterior a nosotros, todo se mantiene en él, todo pertenece a él.
Esa permanencia de Jesús en nuestro corazón es lo que nos mueve a querer estar con él, a desear amarlo.
Permanecer con Jesús es buscarlo cada día, es escucharlo cada día, es amarlo cada día, como podamos, como estemos, pero buscándolo. Estar unidos a Jesús significa no olvidarnos ni siquiera un día de él, no dejar pasar un día sin hablarle, sin oírlo, sin escucharlo. Pensá en la persona que más querés en esta vida y fijate si serías capaz de pasar un día alejada o alejado de él. El amor nos mantiene unidos, el amor es el que nos asegura la permanencia, el estar siempre hasta el final. El estar unidos a Jesús toma diferentes colores según la vida que llevemos, según el lugar donde vivamos, según la etapa de la vida en la que estemos. No te ates a rigideces, no pienses que hacer siempre lo mismo te asegura la permanencia. Escuchá siempre la voz de Dios para darte cuenta qué es lo que te pide cada día, qué es lo que desea de vos. Lo importante es no olvidarse nunca de él, lo fundamental es no olvidarse jamás de que él permanece en nosotros siempre, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Permanecer con Jesús es buscarlo cada día, es escucharlo cada día, es amarlo cada día, como podamos, como estemos, pero buscándolo. Estar unidos a Jesús significa no olvidarnos ni siquiera un día de él, no dejar pasar un día sin hablarle, sin oírlo, sin escucharlo. Pensá en la persona que más querés en esta vida y fijate si serías capaz de pasar un día alejada o alejado de él. El amor nos mantiene unidos, el amor es el que nos asegura la permanencia, el estar siempre hasta el final. El estar unidos a Jesús toma diferentes colores según la vida que llevemos, según el lugar donde vivamos, según la etapa de la vida en la que estemos. No te ates a rigideces, no pienses que hacer siempre lo mismo te asegura la permanencia. Escuchá siempre la voz de Dios para darte cuenta qué es lo que te pide cada día, qué es lo que desea de vos. Lo importante es no olvidarse nunca de él, lo fundamental es no olvidarse jamás de que él permanece en nosotros siempre, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Jueves 2 de mayo + V Jueves de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-11
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Palabra del Señor.
Permanecer a pesar de todo no es fácil. Es verdad, tenemos que reconocerlo. Permanecer implica también coraje, esfuerzo, trabajo, entregarse día a día. Por eso, siempre nuestro modelo de lo que significa permanecer es: Jesús. Es aquel que vino a entregar su vida por nosotros, aquel que también sigue permaneciendo, porque él nos prometió que «estará con nosotros hasta el fin del mundo». Te diría que una de las tareas más difíciles en la fe es permanecer, y por algo Jesús nos dijo, nos decía en el Evangelio del domingo: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes». También podríamos traducirlo así: permanezcan en mí, porque yo permanezco en ustedes. Por eso, la primera actitud, la primera gracia que tenemos que pedir para permanecer en la fe, a pesar de todo, de las tristezas, de los dolores, de las tribulaciones, de las dudas, de las invitaciones a dejar todo de lado; la primera actitud es saber que él permanece en nosotros. Cuando tenemos esa certeza, te diría que la fe permanece firme como en una roca y que los oleajes, los ventarrones, no nos voltean jamás, porque sabemos que él permanece en nosotros y que él es el que nos da la fuerza para seguir adelante, él es el que nos sostiene en la fe, él es el que nos da la savia que necesitamos para vivir. Por eso, no te desanimes si a veces pensás que no estás permaneciendo, no estás siendo tan fiel como deseas. Bueno, lo primero es saber que él es fiel a nosotros, y que esa fidelidad es la que nos tiene que animar cada día a ser fieles. Es una respuesta: yo permanezco, Señor, porque vos estás permaneciendo en mí; yo no quiero dejar, porque vos no me dejas; yo no quiero claudicar, porque vos no lo hiciste; yo no quiero dejar de amar, porque vos me estás amando. Pidámosle hoy esa gracia a Jesús, nos hace muy bien y lo necesitamos.
Y Algo del Evangelio de hoy nos anima también a permanecer en el amor y nos invita a participar del mismo gozo de Dios. Jesús habla del amor, del amor del Padre, de su amor y de cómo tenemos que amarnos entre nosotros. ¿No será que todavía no experimentamos algo del cielo en la tierra porque no sabemos lo que es amar verdaderamente? ¿No será que a veces pretendemos un cielo en la tierra, pero armado en el fondo a nuestra medida, y no en base al amor de Jesús? Amar es cosa seria, pero amar en serio es una lucha de cada día. Para amar en serio, no basta con decir que amamos, no basta con amar a los que nos sale amar, así nomás. Para amar en serio y no de palabra, sino con verdad, no de la boca para afuera, en realidad tenemos que reconocer, revivir y experimentar esa corriente, por decirlo de alguna manera, de amor verdadero y eterno que proviene del Padre, que pasó por su Hijo y que se sembró en nosotros para ayudarnos a amar por medio del Espíritu Santo. Jesús no nos habla de un simple amor humano, espontáneo con los que nos sale amar únicamente, sino que nos habla de amor del cielo, amor de Dios que se derrama en corazones humanos incapaces de amar como Dios ama por las debilidades que nos atormentan. Hay que ser sinceros, no tenemos la fuerza para amar tanto a veces; los que pudieron mucho, es porque se dieron cuenta de este misterio que estoy contando. Pero podemos si nos damos cuenta de que el amor no es un mandamiento que obliga desde afuera, sino que es vida que brota desde adentro y que descubre lo más verdadero que tenemos, nuestro barro y nuestra meta. Jesús nos ayuda a descubrir que podemos amar porque, en realidad, somos amados por él y por el Padre. Esa es la clave. Podemos amar porque somos amados primero, podemos amar si «permanecemos» en esto, si reconocemos esta verdad. No se puede amar bien si no se acepta semejante misterio y regalo que hemos recibido. No se puede vivir este mandamiento que brota desde adentro si no se reconoce también desde adentro que amar y ser amados, entregarse y dejar que los otros nos amen, no es una obligación, sino que es una necesidad del alma, del corazón.
Y Algo del Evangelio de hoy nos anima también a permanecer en el amor y nos invita a participar del mismo gozo de Dios. Jesús habla del amor, del amor del Padre, de su amor y de cómo tenemos que amarnos entre nosotros. ¿No será que todavía no experimentamos algo del cielo en la tierra porque no sabemos lo que es amar verdaderamente? ¿No será que a veces pretendemos un cielo en la tierra, pero armado en el fondo a nuestra medida, y no en base al amor de Jesús? Amar es cosa seria, pero amar en serio es una lucha de cada día. Para amar en serio, no basta con decir que amamos, no basta con amar a los que nos sale amar, así nomás. Para amar en serio y no de palabra, sino con verdad, no de la boca para afuera, en realidad tenemos que reconocer, revivir y experimentar esa corriente, por decirlo de alguna manera, de amor verdadero y eterno que proviene del Padre, que pasó por su Hijo y que se sembró en nosotros para ayudarnos a amar por medio del Espíritu Santo. Jesús no nos habla de un simple amor humano, espontáneo con los que nos sale amar únicamente, sino que nos habla de amor del cielo, amor de Dios que se derrama en corazones humanos incapaces de amar como Dios ama por las debilidades que nos atormentan. Hay que ser sinceros, no tenemos la fuerza para amar tanto a veces; los que pudieron mucho, es porque se dieron cuenta de este misterio que estoy contando. Pero podemos si nos damos cuenta de que el amor no es un mandamiento que obliga desde afuera, sino que es vida que brota desde adentro y que descubre lo más verdadero que tenemos, nuestro barro y nuestra meta. Jesús nos ayuda a descubrir que podemos amar porque, en realidad, somos amados por él y por el Padre. Esa es la clave. Podemos amar porque somos amados primero, podemos amar si «permanecemos» en esto, si reconocemos esta verdad. No se puede amar bien si no se acepta semejante misterio y regalo que hemos recibido. No se puede vivir este mandamiento que brota desde adentro si no se reconoce también desde adentro que amar y ser amados, entregarse y dejar que los otros nos amen, no es una obligación, sino que es una necesidad del alma, del corazón.
Necesitamos amar, necesitamos un motivo para vivir, necesitamos experimentar amor de Dios por medio de gestos humanos. Necesitamos darnos cuenta de que el amor es cosa seria, que Dios se tomó en serio el amor y por eso nos mandó a amar hasta el extremo, como él nos amó, para que ese amor nos despierte también nuestras ganas y nuestros deseos de amar.
Cuando no estés pasando buenos momentos en tu vida porque parece que «el cielo» está muy lejos, porque la vida parece un «valle de lágrimas» –como dice la oración–, tenemos otras opciones. Tenemos que buscarlas nosotros mismos a esas opciones. No esperemos que el cielo nos venga a buscar, que nos encuentre. El cielo, en realidad, está siempre al alcance de nuestras decisiones, a un paso que a veces parece muy largo pero que es posible. El cielo aparece muchas veces cuando nos decidimos traer y llevarle un poco de cielo a los demás con nuestra presencia, con nuestros gestos, con nuestro amor. Imagino que, si vamos comprendiendo lo que es el cielo, tendremos más ganas de amar y de ir al cielo.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Cuando no estés pasando buenos momentos en tu vida porque parece que «el cielo» está muy lejos, porque la vida parece un «valle de lágrimas» –como dice la oración–, tenemos otras opciones. Tenemos que buscarlas nosotros mismos a esas opciones. No esperemos que el cielo nos venga a buscar, que nos encuentre. El cielo, en realidad, está siempre al alcance de nuestras decisiones, a un paso que a veces parece muy largo pero que es posible. El cielo aparece muchas veces cuando nos decidimos traer y llevarle un poco de cielo a los demás con nuestra presencia, con nuestros gestos, con nuestro amor. Imagino que, si vamos comprendiendo lo que es el cielo, tendremos más ganas de amar y de ir al cielo.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 3 de mayo + Fiesta de San Felipe y Santiago + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 6-14
Jesús dijo a Tomás:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»
Palabra del Señor.
Jesús dijo a Tomás:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 14, 6-14:
Es lindo pensar y sentir que nuestra fe no está asentada en fábulas o en cuentitos que nos contaron, sino en una realidad, en algo concreto en la historia de hombres y mujeres que conocieron a Jesús, lo amaron y se dedicaron a transmitir sus enseñanzas. Es por eso que festejamos las fiestas de los apóstoles, porque ellos fueron testigos directos de lo que nosotros nos enorgullece hoy contar. ¿Cómo podríamos seguir y hablar de alguien del cuál no sabemos con certeza que existió? ¿Cómo sería posible que la vida de un hombre como Jesús haya transformado y siga transformando la vida de tantas personas, si no fuese una verdad, si no nos hubiese marcado un camino, si no nos diera vida? Sería imposible. Vos y yo, somos la prueba más cierta de que nuestra fe no es una fábula, de que la fe es algo vivo, de que tener fe hace bien, vale la pena.
Podríamos decir que los hombres, vos y yo, en general, siempre queremos más, siempre buscamos más. Y eso está bueno, menos mal que es así, porque si no, nos moriríamos de mediocridad, de rutina en rutina, incluso a veces de depresión, de un sin sentido. Creo que esto nos pasa porque estamos “hechos para más”. Fuimos creados para Dios, por Dios, y la criatura tarde o temprano busca a su Creador, ¿no?, es lógico, o debería serlo. Como la mascota busca a su dueño, como el amado a su amada.
Por otro lado, ese querer más, también se nos vuelve, por decir así, en contra y hace que sin darnos cuenta nunca nos terminemos de conformar plenamente. Es raro, pero nos pasa con lo de cada día y nos pasa con lo más profundo, eso que no terminamos de explorar y conocer, esas cosas de la vida que las “tocamos” en situaciones límites, como grandes consolaciones y alegrías, así también como grandes dolores y desolaciones. Si hace calor porque hace calor, si hace frío porque hace frío, si tenemos esto porque lo tenemos, si no lo tenemos porque no lo tenemos, y en definitiva podemos andar por la vida quejándonos y no agradeciendo tanto don.
Con la fe nos puede pasar lo mismo. A los discípulos les pasó lo mismo sin darse cuenta. Tenían a Jesús en frente, pero pedían más. Algo del evangelio de hoy, en la fiesta de dos apóstoles Felipe y Santiago nos muestra esto: “Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»” Jesús les acababa de decir que Él era el Camino, la Verdad y la Vida, todo lo que un hombre podría desear, todo con mayúscula y ellos pretendían algo más. ¿Se puede pedir algo más? No, pero sí. Es lo que no terminamos de comprender muchos cristianos. ¿Necesitamos algo más que a Jesús? No, sin embargo, queremos y pedimos más, y muchas veces… cuanta cosa “maravillosa” nos cuentan, cuanta aparición y manifestación anda rondando por ahí, cuanta novena y cadena milagrosa que nos mandan, sin darnos cuenta podemos llegar a considerarla como un fin y no como un medio para llegar a Él. Por eso que lindo es hacer nuestra, propia, esta respuesta de Jesús a Felipe: “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? En el ADN de nuestro ser está el deseo de comunicarnos con nuestro Padre Creador, somos hijos, no mascotitas que se apegan al que le da un poco de cariño. Somos hijos libres que tienen que descubrir que es necesario reconocerse amado y re-enviados a amar.
Es lindo pensar y sentir que nuestra fe no está asentada en fábulas o en cuentitos que nos contaron, sino en una realidad, en algo concreto en la historia de hombres y mujeres que conocieron a Jesús, lo amaron y se dedicaron a transmitir sus enseñanzas. Es por eso que festejamos las fiestas de los apóstoles, porque ellos fueron testigos directos de lo que nosotros nos enorgullece hoy contar. ¿Cómo podríamos seguir y hablar de alguien del cuál no sabemos con certeza que existió? ¿Cómo sería posible que la vida de un hombre como Jesús haya transformado y siga transformando la vida de tantas personas, si no fuese una verdad, si no nos hubiese marcado un camino, si no nos diera vida? Sería imposible. Vos y yo, somos la prueba más cierta de que nuestra fe no es una fábula, de que la fe es algo vivo, de que tener fe hace bien, vale la pena.
Podríamos decir que los hombres, vos y yo, en general, siempre queremos más, siempre buscamos más. Y eso está bueno, menos mal que es así, porque si no, nos moriríamos de mediocridad, de rutina en rutina, incluso a veces de depresión, de un sin sentido. Creo que esto nos pasa porque estamos “hechos para más”. Fuimos creados para Dios, por Dios, y la criatura tarde o temprano busca a su Creador, ¿no?, es lógico, o debería serlo. Como la mascota busca a su dueño, como el amado a su amada.
Por otro lado, ese querer más, también se nos vuelve, por decir así, en contra y hace que sin darnos cuenta nunca nos terminemos de conformar plenamente. Es raro, pero nos pasa con lo de cada día y nos pasa con lo más profundo, eso que no terminamos de explorar y conocer, esas cosas de la vida que las “tocamos” en situaciones límites, como grandes consolaciones y alegrías, así también como grandes dolores y desolaciones. Si hace calor porque hace calor, si hace frío porque hace frío, si tenemos esto porque lo tenemos, si no lo tenemos porque no lo tenemos, y en definitiva podemos andar por la vida quejándonos y no agradeciendo tanto don.
Con la fe nos puede pasar lo mismo. A los discípulos les pasó lo mismo sin darse cuenta. Tenían a Jesús en frente, pero pedían más. Algo del evangelio de hoy, en la fiesta de dos apóstoles Felipe y Santiago nos muestra esto: “Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»” Jesús les acababa de decir que Él era el Camino, la Verdad y la Vida, todo lo que un hombre podría desear, todo con mayúscula y ellos pretendían algo más. ¿Se puede pedir algo más? No, pero sí. Es lo que no terminamos de comprender muchos cristianos. ¿Necesitamos algo más que a Jesús? No, sin embargo, queremos y pedimos más, y muchas veces… cuanta cosa “maravillosa” nos cuentan, cuanta aparición y manifestación anda rondando por ahí, cuanta novena y cadena milagrosa que nos mandan, sin darnos cuenta podemos llegar a considerarla como un fin y no como un medio para llegar a Él. Por eso que lindo es hacer nuestra, propia, esta respuesta de Jesús a Felipe: “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? En el ADN de nuestro ser está el deseo de comunicarnos con nuestro Padre Creador, somos hijos, no mascotitas que se apegan al que le da un poco de cariño. Somos hijos libres que tienen que descubrir que es necesario reconocerse amado y re-enviados a amar.
¿Crees esto? ¿Crees que Jesús es el Camino para llegar al Padre que te creó, la Verdad que marca el sentido de tus pasos para llegar a Él, y la Vida que te da vida y te permite respirar hasta que te abraces eternamente con Él? ¿Crees que si hablás con Jesús en realidad también hablás con tu Padre? ¿Crees que al amar a Jesús no necesitás ninguna cosa “maravillosa” que anda por ahí? ¿Crees que en la Eucaristía está ese Jesús que nos dice: “«Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré»? ¿Te das cuenta como entonces la obra de Dios es que creamos esto? ¿Te das cuenta entonces que el verdadero milagro es tener fe, es creer y aceptar con libertad este misterio, que nos impulsa a amar y a vivir la vida con los pies en esta tierra, pero con el corazón en el cielo?
Es bueno siempre aspirar a más, eso nos ayuda a vivir mejor y a superarnos, pero al mismo tiempo, hace bien aprender a conformarse con lo que ya se nos dio y no terminamos de valorar. El cristiano en serio es el que sabe que ya tiene todo, porque Jesús es todo, pero al mismo tiempo, siempre busca más, busca amar más, busca que los demás descubran cuál es el verdadero Camino, cuál es la verdadera Vida y cuál es la gran Verdad.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Es bueno siempre aspirar a más, eso nos ayuda a vivir mejor y a superarnos, pero al mismo tiempo, hace bien aprender a conformarse con lo que ya se nos dio y no terminamos de valorar. El cristiano en serio es el que sabe que ya tiene todo, porque Jesús es todo, pero al mismo tiempo, siempre busca más, busca amar más, busca que los demás descubran cuál es el verdadero Camino, cuál es la verdadera Vida y cuál es la gran Verdad.
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p. Rodrigo Aguilar
*Sábado 4 de mayo + V Sábado de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 18-21*
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 15, 18-21:
Llegamos al final de otra semana pascual. Otra semana más en la que en este tiempo tan lindo de la Iglesia hasta la Fiesta de Pentecostés seguimos intentando que la Palabra de Dios nos impregne el corazón, dé forma nuestro corazón, lo conforme según el corazón de Jesús resucitado. Por eso es un tiempo para seguir redescubriendo la presencia de Cristo en nuestras vidas. ¿Dónde está Jesús ahora en tu vida y en la mía? ¿Dónde lo estamos encontrando? Nosotros creemos en un Jesús vivo y resucitado que sigue obrando en este mundo, que está sentado a la derecha del Padre, pero que intercede por nosotros. Y por medio de su Espíritu Santo, obra continuamente en los corazones de aquellos que creen, en los corazones de aquellos que Dios quiere que crean, o sea, de aquellos que los está atrayendo hacia él porque nadie puede ir al Padre si no es por medio Jesús.
Tantas historias de conversiones, de personas que se acercan a la Iglesia movidas por la gracia de Dios que sigue obrando oculta y silenciosamente en este mundo rodeado de dolor y de injusticias, de tantas dificultades, de tantos dolores, de tantas personas que sufren y sufren a lo largo de su vida distintas situaciones. Es difícil a veces, es verdad. Pero… no perdamos la esperanza. Jesús está obrando, está resucitado y para eso escuchamos la Palabra de Dios, para darnos cuenta que él está siempre, que somos nosotros los que tenemos que disponernos, que abrir nuestras almas de par en par porque él está siempre golpeando las puertas de nuestros corazones. Él quiere hacer nueva todas las cosas. Quiere hacer nuevo tu corazón y el mío, siempre. Por eso en este sábado aprovechemos para frenar un poco más para mirar para atrás y preguntarnos esto: ¿Estamos descubriendo a Jesús resucitado en nuestra vida cotidiana, en la liturgia, en la oración personal, en una comunidad, en un servicio, en nuestra familia, en nuestro trabajo? ¿Tenemos ganas de estar con él, de ir al cielo? ¿Levantaste la mano diciendo: Yo también quiero ir al cielo, yo también me doy cuenta que esta vida solamente es un camino al cielo y que tenemos que transitarlo en la paz de Jesús, aprendiendo a amar y a hacer lo que él nos enseña? El que puede vivir así ya empieza a vivir el cielo en la tierra y, en definitiva, cuando le toque irse de este mundo será solamente una transición, un paso a algo mucho mejor, a algo para lo cual se vino preparando durante mucho tiempo. Algo del Evangelio de hoy, vemos también, por un lado, como la otra cara, que el mundo nos puede odiar. Sí, es verdad, Jesús está siempre con nosotros, pero el mundo nos puede odiar. Jesús le dijo a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí». ¡Qué misterio!, este del odio hacia Jesús. ¿Por qué el mundo de ese tiempo, por qué tantas personas de ese tiempo odiaron tanto a Jesús? ¿Por qué lo llevaron a la muerte? ¿Por qué buscaron hacerle el mal? ¿Por qué el bien no puede a veces triunfar en este mundo? ¿Por qué hay un rechazo tan radical? ¿Por qué el mundo a vos y a mí a veces nos odian por hacer el bien? ¿Por qué en tu familia, también en la mía a veces no nos comprenden? ¿Por qué el mundo que nos rodea o la mentalidad del mundo que se olvida de Dios le molesta tanto el amor, la verdad, el bien y la belleza? Bueno, es difícil poder responderlo así nomás, medio rápido, pero no podemos olvidar que hay alguien que busca hacer el mal, que hay alguien que busca hacer que los hombres no sigan el camino de Dios. Y ese alguien es aquel que pedimos en cada Padrenuestro que el Señor nos libre: «Líbranos del malo». ¿Sabías que en realidad en la traducción del Padrenuestro debería decir «líbranos del malo»? O sea, hace referencia al mal espíritu, a ese ángel o a ese ejército de ángeles que renegaron del amor del Padre y prefirieron hacer la suya, como decimos. Quiso ser como Dios y no pudo.
Llegamos al final de otra semana pascual. Otra semana más en la que en este tiempo tan lindo de la Iglesia hasta la Fiesta de Pentecostés seguimos intentando que la Palabra de Dios nos impregne el corazón, dé forma nuestro corazón, lo conforme según el corazón de Jesús resucitado. Por eso es un tiempo para seguir redescubriendo la presencia de Cristo en nuestras vidas. ¿Dónde está Jesús ahora en tu vida y en la mía? ¿Dónde lo estamos encontrando? Nosotros creemos en un Jesús vivo y resucitado que sigue obrando en este mundo, que está sentado a la derecha del Padre, pero que intercede por nosotros. Y por medio de su Espíritu Santo, obra continuamente en los corazones de aquellos que creen, en los corazones de aquellos que Dios quiere que crean, o sea, de aquellos que los está atrayendo hacia él porque nadie puede ir al Padre si no es por medio Jesús.
Tantas historias de conversiones, de personas que se acercan a la Iglesia movidas por la gracia de Dios que sigue obrando oculta y silenciosamente en este mundo rodeado de dolor y de injusticias, de tantas dificultades, de tantos dolores, de tantas personas que sufren y sufren a lo largo de su vida distintas situaciones. Es difícil a veces, es verdad. Pero… no perdamos la esperanza. Jesús está obrando, está resucitado y para eso escuchamos la Palabra de Dios, para darnos cuenta que él está siempre, que somos nosotros los que tenemos que disponernos, que abrir nuestras almas de par en par porque él está siempre golpeando las puertas de nuestros corazones. Él quiere hacer nueva todas las cosas. Quiere hacer nuevo tu corazón y el mío, siempre. Por eso en este sábado aprovechemos para frenar un poco más para mirar para atrás y preguntarnos esto: ¿Estamos descubriendo a Jesús resucitado en nuestra vida cotidiana, en la liturgia, en la oración personal, en una comunidad, en un servicio, en nuestra familia, en nuestro trabajo? ¿Tenemos ganas de estar con él, de ir al cielo? ¿Levantaste la mano diciendo: Yo también quiero ir al cielo, yo también me doy cuenta que esta vida solamente es un camino al cielo y que tenemos que transitarlo en la paz de Jesús, aprendiendo a amar y a hacer lo que él nos enseña? El que puede vivir así ya empieza a vivir el cielo en la tierra y, en definitiva, cuando le toque irse de este mundo será solamente una transición, un paso a algo mucho mejor, a algo para lo cual se vino preparando durante mucho tiempo. Algo del Evangelio de hoy, vemos también, por un lado, como la otra cara, que el mundo nos puede odiar. Sí, es verdad, Jesús está siempre con nosotros, pero el mundo nos puede odiar. Jesús le dijo a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí». ¡Qué misterio!, este del odio hacia Jesús. ¿Por qué el mundo de ese tiempo, por qué tantas personas de ese tiempo odiaron tanto a Jesús? ¿Por qué lo llevaron a la muerte? ¿Por qué buscaron hacerle el mal? ¿Por qué el bien no puede a veces triunfar en este mundo? ¿Por qué hay un rechazo tan radical? ¿Por qué el mundo a vos y a mí a veces nos odian por hacer el bien? ¿Por qué en tu familia, también en la mía a veces no nos comprenden? ¿Por qué el mundo que nos rodea o la mentalidad del mundo que se olvida de Dios le molesta tanto el amor, la verdad, el bien y la belleza? Bueno, es difícil poder responderlo así nomás, medio rápido, pero no podemos olvidar que hay alguien que busca hacer el mal, que hay alguien que busca hacer que los hombres no sigan el camino de Dios. Y ese alguien es aquel que pedimos en cada Padrenuestro que el Señor nos libre: «Líbranos del malo». ¿Sabías que en realidad en la traducción del Padrenuestro debería decir «líbranos del malo»? O sea, hace referencia al mal espíritu, a ese ángel o a ese ejército de ángeles que renegaron del amor del Padre y prefirieron hacer la suya, como decimos. Quiso ser como Dios y no pudo.