𝕄𝕒𝕥𝕣𝕚𝕒
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Patriotas. Soberbias. Incorregibles.
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De esas personas que la ves y te parece fea de cojones. Pero luego la escuchas hablar y te das cuenta de que además es una asquerosa.
DE OREJAS, PATAS DE PALO, MONEDAS Y HÉROES.



Ahora ya no se acuerda nadie. Porque no se lleva y porque no interesa. Pero hubo un tiempo en que nadie se reía de España. Y si a alguno se le ocurría reirse, lo terminaba pagando muy caro. Y aquella vez les toco a los ingleses.

La verdad es que nunca ha habido muy buena sintonía con los hijos de La Pérfida Albión: Que si me separo de la Iglesia católica, que si ayudo a los protestantes en Flandes, que si patrocino a los turcos para que te machaquen en el Mediterráneo, que si apoyo a uno de los bandos en la guerra de sucesión y ya que estoy, te robo descaradamente Gibraltar,... En fin, que lo nuestro con los ingleses no era precisamente idílico.

El caso es que, allá por el año 1738, estaba la cosa tensa con Inglaterra. Como siempre. Y a lo mejor la guerra habría estallado con cualquier otra excusa, porque lo estábamos deseando. Pero saltó nada más y nada menos que por una oreja. Si señor. Resulta que un contrabandista inglés que se llamaba Robert Jenkins se presentó en la Cámara de los Comunes clamando venganza por lo que decía había sido una afrenta de España hacia Inglaterra. El buque de Jenkins había sido apresado por un navío español. Y su capitán, Juan León Fandiño, ni corto ni perezoso, le rebanó la oreja al gentelman, y encima le dijo: "Ve y di a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve". Que tal y como estaban los ánimos, no hacía falta ponerse muy dramático para que Inglaterra nos declarase la guerra, pero Jenkins debía ser un hombre muy sentido, porque se presentó en la cámara con la oreja metida en un frasquito. Así que claro, ante semejante espectáculo la Cámara de los comunes montó en cólera, el pueblo británico montó en cólera, el rey inglés montó en cólera y, aunque no lo veía muy claro, el primer ministro inglés nos declaró la guerra.

Y decidieron tirar la casa por la ventana y mandar a Colombia (que por aquel entonces era española) la mayor flota que habían visto los siglos. De hecho, hasta el tristemente famoso desembarco de Normandía, no se ha visto mayor despliegue marítimo. Nada menos que 195 navíos, 25000 ingleses y 4000 milicianos americanos. Una flota como poco exagerada, sobre todo si tenemos en cuenta que en Cartagena de Indias, que era el punto estratégico que los ingleses querían tomar, las defensas se reducían a 6 navíos. Y la guarnición que la protegía apenas contaba con 3000 españoles y 600 indios flecheros.

Visto así, la verdad es que el panorama era bastante desalentador. Pero claro, los ingleses pasaron por alto que aquellos soldados eran soldados ESPAÑOLES, y que su almirante era nada menos que don Blas de Lezo. El almirante Patapalo o el Mediohombre, llevaba 30 años batallando con un valor y un arrojo que le hicieron ganarse la admiración de su tropa, y que también le habían hecho perder un ojo, una mano y una pierna mientras guerreaba, de ahí el sobrenombre.

Cuando la descomunal flota inglesa llegó a Cartagena de Indias, encontró los buques españoles apostados en la entrada de las dos bahías que servían de acceso a la ciudad. Obviamente aquello no era obstáculo para la armada invencible británica, así que en un santiamén acabaron a cañonazos con las defensas de los barcos y de los fuertes que les apoyaban en tierra.

Edward Vernon, el almirante inglés, estaba que no cabía en sí de contento. Tomar la ciudad sería un mero trámite. Estaba tan convencido de su aplastante victoria que envió una goleta a Inglaterra con la noticia de la derrota española. Y los ingleses lo celebraron por todo lo alto. Hasta acuñaron unas monedas conmemorando "el orgullo español humillado por Vernon", literalmente, en las que aparecía Blas de Lezo arrodillado.

Pero el astuto Patapalo había dado instrucciones de hundir los navíos una vez derrotados, de tal forma que hicieran un tapón a la entrada de Cartagena y a los ingleses les costara entrar. Y como Vernon tenía mucha prisa en terminar de finiquitar el asunto, dio un rodeo atravesando la jungla para atacar por la espalda al fuerte español.
Pero esta no resultó ser muy buena idea, porque por el camino se le quedaron cientos de soldados.

Para más inri, cuando consiguieron llegar hasta el fuerte español y Vernon dio orden de asaltarlo con escalas, se encontraron con que el Mediohombre había mandado cavar un foso al pie de la muralla, de tal manera que las escalas inglesas no alcanzaban el final de los muros.

Pero todavía no había llegado lo peor para los maltrechos ingleses. Cuando los 600 españoles que quedaban en el fuerte salieron a cargar contra sus atacantes, con el Mediohombre en primera fila, faltaría más, los ingleses pensaron que se habían abierto las puertas del infierno.

Era tal la rabia con que los españoles defendían la plaza, que Vernon tuvo que ordenar el repliegue de todas sus tropas. Definitivamente, habían perdido. El inglés bombardeó la ciudad desde el mar, desesperado, con sus 3000 cañones, durante casi un mes. Pero no sirvió para nada. El Mediohombre le había humillado completamente.

Tan vergonzosa fue la derrota que cuando Vernon volvió a Inglaterra no tuvo huevos a decir que había perdido. De hecho, la noticia se conoció mucho tiempo después. Y la falta de valor del almirante británico la compartía su rey, ya que Jorge II prohibió que se publicara nada al respecto. Todo un caballero inglés.

Pero lo peor de todo esto, peor que la actitud chulesca y la poca vergüenza del inglés, peor que la censura de su graciosa majestad, peor que la cara dura del desorejado Jenkins y toda la Cámara de los comunes, es la mala memoria de los españoles. El desprecio por el valor y el heroísmo de los 3000 soldados y medio que se batieron aquellos días de 1741 contra 30000 enemigos de España.

A día de hoy, los restos mortales del avergonzado Vernon descansan en la abadía de Westminster junto a reyes y príncipes, mientras los de Blas de Lezo... bueno, ni siquiera se sabe dónde carajo está enterrado Blas de Lezo. Y ni qué decir tiene que en los colegios españoles nunca se menciona su nombre ni se habla de esta gloriosa batalla. Ni de ninguna otra. No vaya a ser que los españoles nos acordemos de lo que es el orgullo y el valor, dejemos de autocompadecernos y de vivir aborregados, y nos dé por revolvernos contra la chusma que nos gobierna y que hoy se ríe de España.

Ana Pavón
13 de marzo de 1741
La carta del bar que va a abrir Pablo Iglesias en Lavapiés
En el Carrefour de Ripoll trabaja alguien de los nuestros
Esto es demencial.
¿Devolverá ella el sueldo que su marido llevaba a casa, gracias al que ha tenido una vivienda, alimentos, suministros... durante 26 años?

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/vigo/vigo/2024/03/14/otorgan-88000-euros-divorciada-26-anos-trabajo-hogar/0003_202403V14C4992.htm
Forwarded from FACTA🔥
🚗¡Nos vamos a Pamplona! Durante este fin de semana viajaremos a Navarra aprovechando la Javierada, para compartir nuestra experiencia.
Estas charos son el cáncer de la educación. La mentalidad que intentan imponer en los chavales los convierte en papanatas débiles y cobardes. Se asustan ante cualquier reacción contundente o viril. Fabrican corderos para las fauces del invasor. Conozco casos de señoras obsesionadas con que si hijo fuera inofensivo y blandito y con 12 años le pegaban hasta las chicas de su clase.
Como nos enseña la cultura popular, desde pequeños (da igual si niño o niña): SI TE PEGAN, PEGA.
Hoy es el cumple de Francisco Pizarro
EL DÍA QUE 180 ESPAÑOLES RINDIERON UN IMPERIO

Francisco Pizarro y apenas 180 hombres más alcanzaron las murallas de Cajamarca el 16 de noviembre de 1532.
Pizarro había aceptado la sibilina invitación de Atahualpa, el Gran Inca, adorado por sus súbditos como si de un dios se tratara. El pobre Atahualpa no sabía que aquella trampa se volvería contra él. Había infravalorado a los conquistadores.
Así que don Francisco dió orden de esperar a la comitiva real dentro de los edificios que rodeaban la plaza central de Cajamarca. Las fuerzas españolas contaban con 63 jinetes, 93 infantes y ballesteros, 4 artilleros, 2 arcabuceros y 2 trompetas. Sin contar al fraile, los intérpretes y los pocos esclavos que les acompañaban.
El campamento inca establecido en el exterior de la ciudad contaba con 40.000 efectivos. La escolta que accedió al interior de la muralla ascendía a más de 5000 guerreros. La guardia pretoriana de Atahualpa. Delante de la litera de oro que portaba al Gran Inca, un séquito de 1000 personas alfombraba con pétalos de flores el suelo por el que estaba a punto de pasar su líder.
Cuando Atahualpa llegó al centro de la plaza, pensó que los barbudos habían huido. Hasta que vio acercarse a un hombre blanco que llevaba una cruz en una mano y un libro en la otra, al que acompañaba un indio.
Una vez el fraile alcanzó la litera real, el indio que le acompañaba sirvió de traductor en una surrealista conversación acerca de la identidad del verdadero Rey de Reyes. Obviamente Atahualpa mantenía que ese era uno de sus títulos y, claro, esto a los españoles les sentó fatal. Porque en esa época soltar ocurrencias como esa estaba muy mal visto. Y no contento con eso, le pidió la biblia al fraile, porque no había entendido bien eso de que la biblia dice que la fe en Jesús es la fe verdadera, fundamentalmente porque los incas desconocían la escritura. Así que cogió la biblia y se la acercó a los oídos, y la agitó, y como la biblia no le decía nada, pues la tiró al suelo.
¡Para qué queremos más!
Pizarro dio la orden de atacar y al grito de "¡Santiago!"cargaron los 180 españolitos.
Cuando estalló la primera explosión, los indios pensaron que acababan de llevarse el mayor susto de su vida... hasta que cargaron contra ellos los 63 jinetes. Eso sí que los dejó espantados. Habían oído hablar de las bestias que llevaban los barbudos, y algunos no tenían muy claro si jinete y caballo eran dos seres independientes o se trataba de alguna mutación diabólica. Así que echaron todos a correr despavoridos.
Los españoles atacaron con tal ferocidad que, en apenas unos minutos, las pilas de cadáveres formaban barricadas en las entradas de la ciudad. Los incas que aguardaban en el exterior para atacar a los barbudos, se turbaron al ver cómo la muralla temblaba por la intensidad del combate que libraban en Cajamarca; y contemplaron horrorizados la desolación que había dejado la furia española: en la ciudad sólo quedaba miedo y muerte.
En esto, Pizarro ya había alcanzado la litera de Atahualpa, que se había quedado estupefacto con la reacción de aquellos gigantones... ¡sólo por tirar un libro al suelo!
Y para evitar que el Gran Inca muriera a manos de su infantería, gritó:
"¡Nadie hiera al indio so pena de la vida!"
Pero Alonso de Mesa estaba cegado por la ira y cuando reparó en las palabras que acababa de pronunciar su Gobernador, ya había descargado una cuchillada hacia la cabeza de Atahualpa, a quien ya habían despojado de su corona. De no ser por la rapidez de reflejos de Francisco Pizarro, que protegió con su antebrazo al Gran Inca, ese hubiera sido el final de Atahualpa. De manera que, paradójicamente, el único herido en las filas españolas había sido el mismísimo Pizarro, y por proteger a su enemigo.
Muchos tratan hoy de minimizar la gesta de Pizarro y sus hombres. Pero, por muchas vueltas que intenten darle, aquel día, 180 españoles derrotaron al mayor imperio de América del Sur en menos de una hora.
Aunque los indios no llevaran armas de fuego (las pocas que llevaban los españoles no eran, precisamente, armas automáticas), aunque un caballo pueda resultar aterrador para quien nunca ha visto ninguno (sólo eran 63 caballos contra 5000 guerreros), aunque quieran pintarnos a los incas como un pueblo tierno e inocente (ya venían de una cruel guerra civil y habían guerreado y vencido a todas las demás tribus de su territorio), aunque quieran que nos avergoncemos y que olvidemos el combate librado en Cajamarca, su Plaza de Armas todavía tiembla al recordar el nombre de Francisco Pizarro.


Ana Pavón