Leer · Borradores del futuro
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—¿Qué haces? —Kirmen, Mare y Zuhaitz llegaron casi a la vez.
—Iri no quería compañía, así que estoy adelantando las tareas.
—Eso es tarea de todes —contestó Kirmen.
—Uxoa solo quiere ayudar —intervino Zuhaitz.
—Pues a mí me parece que quiere quedar le primere y ser quien mejor lo hace.
—¡Basta! —gritó Mare—. ¿Qué tonterías estás diciendo? —Les demás niñes, que iban llegando poco a poco, no se atrevieron a acercarse al grupo, y miraban a sus compañeres con estupor. Les más pequeñes se cogieron de la mano, como cuando tenían que adentrarse en el bosque y aún temían a las distintas vidas que habitaban en él.
—Quieres contarle a Farah que tú llegaste primero. Porque eres le más liste, o eso crees tú… —Kirmen no pudo terminar la frase. Uxoa se abalanzó sobre elle y ambes rodaron por el césped. Zuhaitz sujetó a Kirmen y Mare a Uxoa.
—¡Siempre le defiendes! —gritó Uxoa—. ¡Siempre vosotres dos juntes, como si tuvierais un secreto! ¡Como si fuerais mejores que les demás! —Dos lágrimas calientes rodaron por sus mejillas mientras Mare le abrazaba por la espalda y le susurraba: «Tranquile, Uxoa».
Tala, que había oído el griterío desde el huerto, se acercó corriendo con Lili en brazos.
—¿Qué está pasando? —Les cuatro hablaron al mismo tiempo, Uxoa con la voz entrecortada por las lágrimas, Kirmen y Zuhaitz gritando, y Mare era le únique que hablaba con un tono pausado.
—No entiendo nada. Hablad de une en une, por favor.
—¡Quiero sestear! —gritó Siri.
—¡Quiero comer! —dijo Lalo.
Varies niñes rompieron a llorar.
—¡No podemos sestear! —La voz de Zuhaitz se alzó sobre las demás—. Primero debemos terminar las tareas. El juego…
—¡No quiero jugar más! —protestó Mare. Varies niñes le dieron la razón.
—Eso es porque no se os da bien jugar, por eso no queréis seguir —dijo Kirmen.
—¡Basta! —intervino Tala—. Voy a por Farah ahora mismo, y acabamos con esta historia de una vez por todas. No os mováis hasta que volvamos.
Tala desapareció tras el invernadero, y se hizo el silencio. Después, Zuhaitz, con la piel llena de arañazos y tierra, dijo:
—Hay que seguir con el juego. Tenemos que acabar lo que hemos empezado.
Tenía la mirada ausente, como poseída.
—¿Qué importa el juego? Ya nadie se divierte. Todes queremos sestear, comer, jugar a los juegos de antes —contestó Mare.
—Zuhaitz tiene razón —dijo Uxoa—. Hay que terminar. —Intentó levantarse de la hierba, pero apenas tenía fuerzas; el estómago le rugía y los párpados habían empezado a pesarle.
—¡Os habéis vuelto loques! —chilló Mare.
—¿Qué es «loques»? ¡No te inventes palabras!
—Mare no se está inventando nada. —Farah apareció detrás de les niñes—. Les loques éramos les que habitábamos el viejo mundo. Ya lo habéis entendido, mis potxoles. Hale, vamos todes a preparar la cena.
Con el de hoy concluyen los envíos de la nueva fábula de la colección BORRADORES DEL FUTURO, ¡ojalá hayas disfrutado del cuento de Lucía Baskaran! Esperamos estar pronto de vuelta con una nueva fábula. Agradecemos muchísimo tu interés en este proyecto. Te recordamos que todas las fábulas publicadas hasta el momento están disponibles, de manera gratuita, aquí https://bit.ly/2TXfk3y. Recibe un caluroso abrazo de parte de todo el equipo y aprovechamos para desearte un feliz 2022 😊
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¡Hola! Hoy comienzan los envíos de la nueva fábula de la colección BORRADORES DEL FUTURO. A lo largo de los próximos 10 días recibirás por fragmentos, para que puedas sumergirte en él a tu ritmo, el cuento escrito por Gabriela Damián Miravete, La casa que es el mundo. La historia imagina la libre circulación de las personas como resultado de la acción colectiva de instituciones y comunidades locales que trascienden fronteras. Además del texto de Gabriela, recibirás las ilustraciones creadas por Natalia Albeniz. ¡Esperamos disfrutes de esta nueva fábula!
Yunuen salió de la posada y alzó la cara hacia el cielo para recibir la llovizna. Era un día limpio, iluminado por una luz plateada. Los colores de un arcoíris roto relumbraban por encima de los techos de la ciudad. Sintió un poco de frío, aunque pensó que era cosa de acostumbrarse. No era muy distinto al clima de la sierra chiapaneca en la que había crecido.
El trayecto a pie le pareció muy corto. Quizá todos los trayectos le parecerían cortos ahora, después de haber pasado meses en altamar para cruzar de un continente a otro. Se preguntó cómo habría sido el desconcierto de la gente que viajaba por avión y que, en unas pocas horas, ya estaba inmersa en un paisaje, lengua, vegetación y costumbres distintas. ¿Cómo diablos hacían para acostumbrar su cuerpo tan rápido al cambio de ubicación? Pensó que le preguntaría a alguien que lo hubiera hecho, pero repasando su lista de amistades, concluyó que no tenía a quién. Los vuelos eran escasos y estaban reservados a causas urgentes.
Cuando llegó a la casa común no tuvo que tocar: las puertas estaban abiertas de par en par. De tanta gente que había, el patio central parecía un tianguis (mercadillo era la palabra equivalente en castellano, azoka txiki, en euskera, según indicó el zalet). En la parte soleada, había personas mayores que parecían muy entretenidas jugando con una baraja; en la parte sombreada, un grupo de estudiantes leía libros de papel sobre las mullidas colchonetas y cojines coloridos como si tuvieran el propósito de mostrar las diversas posturas que un cuerpo humano puede adoptar durante la lectura.
Yunuen usó el zalet de nuevo para avisar al comité anfitrión que ya había llegado y se sentó a esperar en un banco, bajo la sombra de un frondoso tilo. La arquitectura conventual de la casa común era tan similar a la que conocía. Podría estar en alguno de los exconventos del otro lado del charco de no ser por las voces en euskera, francés y castellano que reverberaban entre las paredes y el olor de los guisos, a mantequilla y puerro, salido de una cocina que no debía estar muy lejos. Luego reconoció la sonrisa de Alai al verle bajar las escaleras centrales. Se saludaron con la combinación de gestos que caracterizaba a los Territorios Entrelazados: las manos cruzadas sobre el pecho y luego un apretado abrazo.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó Alai, ajustándose los lentes detrás de las orejas.
—¡Ya es un recuerdo! —respondió Yunuen —. ¿Qué tal están ustedes?
—Míralo tú y nos cuentas. Hay un grupo de Desaprendizaje sesionando ahora mismo, ¿te gustaría verlo?
Yunuen asintió. Subieron las viejas escaleras de piedra, cuyos barandales estaban recamados de enredaderas y florecillas que quiso conocer usando el zalet, pero Alai caminaba rápido. Las paredes tenían una gran cantidad de frases y dibujos de la gente que ahí vivía o había vivido, desde la silueta de un perrito trazada con crayolas hasta una cuidada caligrafía con palabrotas en varias lenguas. Yunuen vio subir al elevador de cristal (ascensor, igogailu, le informó el zalet) y rebasarlas para detenerse hasta el cuarto y último piso.
—Nuestros comités no se reunirán hasta la noche, así que, si el tuyo no se nos une, a lo largo del día seremos tú y yo nada más —informó Yunuen a Alai.
—Eso pensé, porque me dará oportunidad de hacerte un montón de preguntas. Me temo que te voy a fastidiar —bromeó Alai.
—Y yo a ti. Es más, de una vez empiezo: ¿la congregación de religiosas cedió este espacio?
—Sí, en el territorio común ocurrió igual que en Latinoamérica y África con la Declaración de Congruencia. Varias hermanas ancianas siguen viviendo aquí. Se lo pasan pipa porque día a día ven los frutos de lo que iniciaron. Ya quedan muy pocas órdenes que no hayan abierto aún sus residencias.
—¿Se han sumado otras instancias? —preguntó Yunuen.
—Sí, instituciones bancarias, sobre todo. Aunque no les supuso mucha pérdida: tenían una sobreabundancia de sucursales en edificios históricos —respondió Alai con escepticismo.
—Allá muchas construcciones coloniales que ya no pertenecían a instituciones religiosas, sino a cadenas de hoteles, tuvieron que cederse como viviendas comunitarias cuando se regularon las adquisiciones bajo los criterios de la Declaración, priorizando la resignificación de esos espacios arquitectónicos al ocuparlos solo con proyectos que revirtieran o subsanaran su intención primaria.
—Es aquí —Alai abrió con cautela una puerta corrediza por la que se filtraba el sonido de las olas.
Después de las pandemias de los dos mil veinte, los gobiernos del norte global se percataron de que quienes sostuvieron a las sociedades durante esos años críticos fueron, precisamente, los sectores en los que más participaba la población migrante: el campo, los servicios de salud, de mensajería y transporte, las labores domésticas y de cuidados. Sin embargo, no hicieron nada por mejorar sus condiciones de vida. Lo que sí hicieron fue regularizar con presteza a las personas migrantes del este que, al igual que las miles de personas que se agolpaban en las oficinas españolas de regularización o en los CIE, llegaron huyendo de conflictos armados, poblaciones enteras desplazadas que necesitaban con urgencia un refugio de la guerra, el hambre y la violencia, pero cuyos ojos azules y piel blanca los hacía ser ese prójimo (láak, «que acompaña», «pariente», en maya; lagun, «una amistad», «acompañante», en euskera) al que sí se debe tender la mano.
Para los años dos mil treinta, la situación migratoria era grave y rebasaba la capacidad de acción de los estados europeos. En Latinoamérica, los migrantes sobrevivían en la ruta hacia Estados Unidos gracias a que la gente estaba acostumbrada a ser ignorada por la clase gobernante y, por ende, a tomar los asuntos de urgente resolución en sus propias manos: brigadas ciudadanas de rescate en zonas de desastre, búsqueda de familiares desaparecidos, detección de criminales para ponerlos en manos de la justicia... Las estructuras, tejidas con el hilo resistente del apoyo mutuo y el afecto, funcionaban y eran replicables en otras geografías, como demostraron las personas que cruzaron el Atlántico para trabajar como mano de obra barata, limpiar las casas, cuidar a las infancias y a las personas mayores de las familias europeas. Estos otros modos de organización, que se habían enraizado incluso en las poblaciones urbanas más ajenas a esas prácticas a partir de los efectos devastadores de la crisis climática, fueron adquiriendo consistencia en el viejo continente, reforzadas por las iniciativas ciudadanas aldeanas, barriales, pequeñas, pero potentes, que habían existido desde siempre.
En la oscuridad de la sala de proyecciones, el mar rugía con su voz de trueno y espuma. Sus matices verdeazulados contrastaban con la arena dorada de la playa. La paz que provocaba la vista del oleaje se interrumpía con la voz del narrador, que terminaba el documental sobre historia de la navegación con una de esas frases épicas bastante trilladas. La grabación se detuvo y las cortinas se abrieron, dejando entrar la luz. Quienes estaban en la sala carraspearon, se frotaron los ojos, se movieron en sus asientos.
—Les doy algunos datos —anunció Laura, la convidadora, al grupo de asistentes al Desaprendizaje—. El documental es de producción local, fue financiado por el estado y se filmó en el 2037. Como saben, ya estaba en vigor la restricción de combustibles fósiles. Los viajes en navío con pasajeros provenientes de todo el globo empezaban a ser más numerosos, aunque las leyes migratorias eran bastante rígidas aún. ¡Suficiente contexto! Ahora, platiquemos.
—Me parece que da mucha información para comprender el paso que dimos hacia la navegación. Además, son muy lindos los paisajes —respondió Itxaso, una jubilada nacida en Irún a la que le gustaba experimentar con las tinturas vegetales para el cabello hechas en el laboratorio infantil—. Pero debo decir que yo me mareo en cualquier embarcación. ¡Me fastidia tener que tomar la txalupa para visitar a mi hermana! Prefiero irme en tren que desplazarme sobre el río. Es que no me acostumbro.
—A mí me impresionó que fuera tan difícil navegar en tiempos remotos —dijo Bikendi, nacido en Álava y trabajador del Hospital Universitario—. Imagínate lo rudos que eran los tíos que aguantaron los primeros viajes trasatlánticos. No en balde los nativos de América los creyeron dioses.
Yunuen y Alai compartieron una mirada cómplice y luego miraron a la convidadora, expectantes.
—¡Ah! Interesante. Pero ¿esa idea apareció en el documental? —Laura hizo la pregunta al grupo, no a Bikendi. Yunuen notó el cuidado con que la convidadora la había formulado, pues es la calidad de las ideas, no de las personas, lo que está a debate en cada Desaprendizaje.
—No —replicó Sedán, que disfrutaba leer historia y había nacido en Senegal—. Y es una idea muy debatida, porque al parecer es un mito. Por ejemplo, los mayas llamaron a los españoles desde el principio «extranjeros».
(Dzules: primero, «extranjeros». Luego, «opresores». Las palabras cambian su significado con el tiempo), dijo Yunuen para sí.
—De hecho, a mí esa parte fue justo la que menos me gustó —dijo Soraya, una estudiante ecuatoriana de mirada curiosa—. Mencionan los viajes de Colón como algo muy guay. Aquí, en este fragmento —dijo, deslizando el dedo sobre el zalet para localizar y reproducir la porción del documental que, por lo visto, iniciaría el Desaprendizaje del día.
La pantalla se encendió de nuevo, sus colores y brillo atenuados por la luz exterior. El locutor, con la voz engolada característica de los documentales de la época, enunció: «A pesar de los cambios producidos por el deshielo a escala global, este es el mismo mar que vio a nuestros ancestros, aventureros sin límites, lanzarse en busca de otros horizontes, de riquezas, fama y gloria». La pantalla enmudeció de nuevo.
—«Lanzarse en busca de otros horizontes» —repitió Soraya, arremedando la voz del locutor—. Es paradójico que digan eso. Si no me equivoco, el 2037 fue el mismo año en que más migrantes murieron en los botes tratando de llegar a tierra firme. No recuerdo la cifra exacta, pero creo que fueron alrededor de seis mil personas en menos de doce meses.
Laura echó un vistazo a Bikendi, calculando su reacción hacia la crítica.
—Pero no entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra —dijo Bikendi—. El arrojo de lanzarse al mar para fundar un nuevo país tiene su mérito, ¿o no?
—Concuerdo con esa idea: migrar es un deseo que no solo se activa en condiciones adversas —dijo Tefan, viudo y cinéfilo empedernido originario de Rumania.
—Me refiero a que es paradójico que, en esa misma época, un documental dijera que es admirable ir en busca de otros horizontes, cuando en la realidad una cantidad brutal de migrantes murieron mientras estaban en esa búsqueda, precisamente —explicó Soraya.
—Y no buscando riquezas ni fama ni gloria, sino solo otros horizontes para sobrevivir —apuntó Dalbi, que había llegado de Perú diecisiete años atrás—. Me llamó la atención cómo mencionaron con tanta ligereza el afán de «riquezas y fama» de los colonizadores, sin el matiz de lo que significó aquello para los pueblos originarios. Esperaría algo así del 2020, pero no del 2037.
—¿Pero por qué tienes que estar en guerra o padecer hambre para desear salir de tu tierra? Pienso que la gente que no tenemos esos problemas también tenemos derecho a movernos. No es justo que paguemos las culpas de la gente que invadió otras tierras hace cinco siglos —reclamó Bikendi.
—¡Pero la gente que no tiene «esos problemas» sí que tiene derecho a moverse! Todas las personas lo tienen, nadie se lo ha quitado —exclamó Soraya.
Mientras observaba la discusión, Yunuen pensó en que el zalet permitía que la gente se comunicara en su propia lengua con la confianza de que sería entendida... pero no siempre sería comprendida. Ahí es donde el papel de las convidadoras revelaba su importancia.
—Sedán, ¿te gustaría comentar alguna cosa? —Laura había detectado sus ganas de responder, pero también sus reservas para tomar la iniciativa. Lo conocía lo suficiente para saber que su intervención sería tajante y clara, pero serena.
—No se trata de «pagar culpas» —tanto Sedán como Soraya usaban las mismas palabras de Bikendi que el zalet había indicado—, sino de tomar responsabilidad por la herencia que te dejaron tus predecesores, tanto la que te enorgullece como la que no. ¡Claro que no es indispensable la desesperación para migrar! Eso sería lo ideal. Pero hay que empezar por reconocer, por ejemplo, que, si eres pobre, tu búsqueda de mejores condiciones es admirable siempre y cuando tu piel no sea morena.
Bikendi se percató de que le tocaba escuchar un poco más. La conversación siguió y, al cabo de un rato, le habló al grupo con tono sincero.
—Gracias, colegas. Me han hecho ver algo importante que no había notado.
Yunuen notó que en este Desaprendizaje habían seguido la fórmula más sencilla: disentir, escuchar, rebatir, escuchar, agradecer. Había otras estructuras, más barrocas, que también funcionaban.
—Parece que hay varias ideas interesantes que comentar. ¿Les parece bien si las separamos e identificamos? —preguntó Laura.
Tefan proyectó sobre la pantalla lo que iba tecleando en su zalet: «Ir en busca de otros horizontes es admirable según quién seas en la jerarquía social». El resto del grupo se vinculó también y sus frases comenzaron a aparecer en la pantalla.
La charla se puso más animada entre las personas del grupo, así que Yunuen aprovechó para preguntar a Alai algo que la intrigaba.
—¿Cómo hicieron para que la gente participara en el Desaprendizaje? Ustedes nos contaron que, en sus inicios, les costaba captar gente.
—Nos descubriste. Hay truco —confesó Alai, sonriendo—. El Desaprendizaje es heredero de la Estrategia Antirrumores en la que la Diputación Foral de Álava comenzó a participar desde antes de los dos mil veintes. Era evidente que sus efectos solo demostrarían ser efectivos a largo plazo. Pero cuando la Diputación renovó el Plan Inmigración con una gestión de recursos orientada a erradicar las discriminaciones a corto plazo, la mejora fue inmediata. Priorizó las estrategias de eliminación de las desigualdades que provocaban el miedo y el rechazo a los migrantes. Se usó parte del presupuesto que antes estaba destinado a campañas mediáticas gigantescas en contra del racismo o la aporofobia, que no profundizaban, y el dinero se convirtió en estímulos o premios para quien participara tanto en el Desaprendizaje como en las nuevas estrategias de acogida: condonaciones de deudas, descuentos en pago de servicios, alimentos, transporte, enseres, medicamentos no incluidos en la gratuidad…
Yunuen se quedó pensando. Se ha comprobado que la humanidad se inclina por crear relaciones contractuales, incluso las personas menos individualistas lo hacen. Una respuesta poco atractiva a «¿y qué beneficio obtengo yo de todo esto?» era la mejor excusa para rechazar las acciones afirmativas.
—Sí, entiendo. Cualquier avance en la vida de las personas desfavorecidas se percibe como una pérdida de privilegios de las que tienen mejores condiciones, aunque no sea así. El beneficio de participar para «ser mejor persona» no es suficiente, me temo —respondió.
—Ahora: algo muy bonito es que la mayoría de la gente entra a los grupos porque le conviene, pero se quedan porque se dan cuenta de lo que realmente pasa cuando participan.
—¿Que socializan, quieres decir? ¿El hecho de sentirse parte de una comunidad? ¿Del mundo?
—Claro. Y que es estimulante tener un lugar donde expresarse e intercambiar ideas. Ustedes nos enseñaron eso. ¿Te apetece echar un ojo a la sala de traducción?
Ante la catástrofe ecológica, surgieron nuevas rutas migratorias, nuevos desplazamientos poblacionales y nuevas causas de muerte: la deshidratación, los golpes de calor y los ahogamientos producidos por las inundaciones. A esto se añadió el caos provocado por las inaplazables restricciones a la industria, la aeronáutica, la industria alimentaria, la minería y la compraventa de combustibles fósiles. Las pérdidas producto de las pandemias ya eran numerosas, pero, con las consecuencias de la crisis climática, la población mundial diezmó considerablemente. Las sociedades europeas se sostuvieron, en buena medida, gracias al relevo generacional traído por las personas migrantes más jóvenes.
Ya en los dos mil cincuenta, surgieron los comités a los que pertenecían Yunuen y Alai. Llevaban años trabajando en conjunto a distancia para implementar, en sus respectivos contextos, estrategias que permitieran mejores condiciones de vida para las personas migrantes. Las comunidades autónomas de Chiapas y el territorio histórico de Álava fueron pioneros en conformar, en el 2049, los Territorios Entrelazados, es decir, zonas geográficas en las que se priorizó la eliminación de las desigualdades estructurales a partir de una movilización ciudadana efectiva, capaz de operar cambios sostenibles al margen de las instituciones. Poco a poco, otras comunidades civiles se unieron: zonas autónomas de Colombia, Honduras, Perú, el Magreb, Senegal, Rumania. La iniciativa popular se fortaleció, y la libre circulación de mercancías y personas entre los Territorios Entrelazados fue posible después de un tiempo. Los recursos destinados a evitar la entrada de personas migrantes se destinaron a organizaciones ciudadanas que los apoyaban a su llegada. Estas les alentaron a gestionar su propia economía para empezar una nueva vida con dignidad. Si no podían obtener papeles, por lo menos contarían con las casas comunes, donativos tanto de la sociedad civil como de las instituciones religiosas, que con la Declaración de Congruencia manifestaron encontrarse en una nueva etapa en la que la práctica contundente y explícita de los valores que predicaban consistía el verdadero testimonio de su fe.
Fuera de la sala de proyecciones, Yunuen comprobó que el zalet estuviera registrando su conversación con Alai, así como recogiendo imágenes del entorno que le parecieran bellas para su archivo personal: las nubes plateadas, las voces múltiples del grafiti en los muros, los diseños alocados para la vestimenta de la gente de la casa común producidos en el taller de reciclaje textil, los instrumentos musicales que nadie diría que fueron hechos a partir de basura.
—El acervo de lenguaje del zalet ha mejorado muchísimo. ¡Están haciendo un gran trabajo!
—Ha sido gracias a los frikis de sistemas y al no menos friki comité de Traducción e Intercambio. Aquí los tienes.
Entraron a través de otra puerta corrediza que, al deslizarse, dejó ver una habitación que parecía más llena de voces que de personas. Cuando reconocieron a Yunuen, a quien habían visto todos los días durante años a través de la pantalla, se levantaron para saludarla con la combinación de gestos con que se saludan los Territorios Entrelazados. En el abrazo, se demoraron.
—Estamos probando una capa nueva en el sistema de reconocimiento de voz. Esta latita es capaz de aislar e identificar las voces de hasta siete personas diferentes en una misma conversación. ¡Háblale!
Yunuen, con un poco de timidez, dijo con voz suave un par de frases en maya. Los zalets de las personas del comité se encendieron, mostrando en la pantalla la traducción en texto de lo dicho, o lo que el sistema entendió que Yunuen dijo. El grupo, al unísono, estalló en una carcajada.
—Tienes razón, Yunuen, debimos recibirte con esa copa de vino alavés que prometimos —respondió Ori, parte del equipo de lingüistas con quien Yunuen trabajaba de cerca.
—También se puede escuchar. Nos ayudó mucho a mejorar la programación para personas ciegas e hipoacúsicas que nos compartieron desde México —aclaró Alai, quien tenía ganas de presumir el buen funcionamiento del sistema y puso el modo audio. La voz de la inteligencia artificial repitió lo que Yunuen había dicho en euskera, francés y español.
—¿Había alguien del equipo en el Desaprendizaje? No me fijé —preguntó Yunuen.
—Sí, está Okewe —afirmó Ori. El acervo del sistema se enriquece muchísimo con los matices de las discusiones. Luego hacemos la labor de corregir minucias o ampliar definiciones, porque si se pierde un tono o malinterpretamos un matiz, una sesión de Desaprendizaje se puede ir al carajo, che.
El comité de traducción estaba compuesto, además de por personas que venían de la lingüística y la traducción, por guardianas de la tradición oral, de la improvisación cómica o de la música popular, como los bertsolaris más sagaces o los jaraneros más ingeniosos de Veracruz. Algo aprendió el algoritmo de agilidad mental, predicción de patrones, ritmo y musicalidad en el lenguaje que potenció la velocidad y precisión de sus propuestas de traducción.
Alai y Yunuen se habrían quedado más tiempo jugando con la latita traductora, pero había mucho que ver y mucho que hablar antes de la Ceremonia del Entrelazamiento que se llevaría a cabo esa noche.
El comité del que Yunuen formaba parte había empezado mucho tiempo antes, cuando era adolescente y en la sierra chiapaneca organizaba clubes de lectura y cine comunitarios que permitían entrenarse en el arte de la conversación y el disenso respetuoso en busca del bien colectivo, útiles, sobre todo, para quienes no conocían los modos de diálogo comunales, propios de las asambleas o los concejos de ciertas comunidades originarias. La iniciativa fue formando un cuerpo de personas capaces de interceder en los conflictos generados por la falta de intérpretes en hospitales y oficinas migratorias. Sabían que la escucha y las lenguas en común, o la traducción, eran herramientas eficaces para la paz y la igualdad.
La premisa de los espacios de Desaprendizaje estaba un tanto implícita: se partía de la idea de que las personas no son buenas o malas, sino que han aprendido conductas e ideas dañinas para el bienestar común que, si se quiere conseguir una sociedad igualitaria, hay que desaprender: la misoginia, el racismo, el clasismo, la aporofobia, el individualismo. Las convidadoras fueron fundamentales para que la gente pudiera sentirse cómoda expresando sus verdaderos puntos de vista; sabiendo que las ideas, no las personas, son las que deben probar si son o no dignas de respeto. Pero, sobre todo, la premisa asumía que, si las personas adquieren el hábito de poner a prueba sus ideas en entornos donde haya buenas dosis de paciencia y empatía, son capaces de cambiar hasta sus creencias más arraigadas.
En estos espacios, las poblaciones urbanas y desindigenizadas aprendieron principios de organización colectiva que les ayudaron a crear mejores estrategias de organización barrial sobre una estructura preexistente, gracias a la obligada respuesta que debían dar, por ejemplo, en caso de temblor, volcán o alertas de inundación o de radiación extrema, pero que tenía un componente nuevo: el del gozo. Organizarse popularmente no solo para la adversidad, sino para celebrar la vida compartida, para tratar de mejorarla.
La circulación de estas dinámicas e ideas, aceleradas gracias a la tecnología, propició que la voluntad popular exigiera la regulación de las personas migrantes de todos los orígenes. Esto, aunado a la expropiación de la vivienda a grandes propietarios (inmobiliarias dueñas de miles de viviendas, muchas de ellas desocupadas debido a los costos estratosféricos que exigían a los inquilinos), construyó un suelo común de bienestar y derechos para la ciudadanía de algunos estados europeos, ciudadanía que ahora incluía a las personas migrantes.
Cuando los modelos del Desaprendizaje se replicaron cruzando el Atlántico, se hizo mucho énfasis en que las personas convidadoras y traductoras propiciaran que no hubiera juicios ni malentendidos en las conversaciones. Esto era producto de un entrenamiento integral que incluía el desarrollo de herramientas emocionales, conocimientos de historia, lenguas diversas, costumbres y protocolos aprendidos a través de intercambios culturales que se hacían entre los Territorios Entrelazados. Los intercambios se llevaban a cabo cada lustro en la Ceremonia del Entrelazamiento, donde una comitiva de personas mudaría su residencia, ya fuera para adquirir la experiencia necesaria como convidadoras o por el simple placer de buscar nuevos horizontes de vida en libertad.
Afuera hacía buen tiempo. Los niveles de radiación eran bajos, la llovizna había cesado y el arcoíris roto que se reflejaba en los miradores blancos, tiñéndolos de rosa o naranja, seguía dando al cielo un carácter de irrealidad que a Yunuen le hacía sentirse con un pie en Chiapas y otro en Álava. Olía a tierra húmeda y vegetación viva, animada, dominada por el espliego.
Las vías pluviales se habían desatado apenas en las últimas décadas, diluyendo las fronteras. Sin importar que los ríos o canales no fueran naturales, había algo que devolvía la sensación primordial de que las divisiones políticas son totalmente arbitrarias y que el mundo abierto es así: agua fluyendo de la montaña a la playa, cruzando las ciudades, creando estanques para deleite de los lirios, la gente y los patos. Yunuen procuró capturar el funcionamiento de las trajineras y txalupas en los canales de agua color turquesa que cruzaban la ciudad. Sabía que a los comités de la Ciudad de México les gustaría ver los cambios que había inspirado su vuelta a la ciudad lacustre de antaño, la resurrección del antiguo fantasma del lago de Texcoco. Qué bello era dejarse afectar por quienes estaban cerca y lejos.
Alai le explicó, cuando pasaron frente al Banco de Tiempo, cómo funcionaba.
—El sistema está automatizado. Desde el zalet, la gente registra su disponibilidad para ofrecer servicios (reparaciones básicas del hogar, acompañamiento, lectura en voz alta, cuidado de mascotas, club de tareas) o bien, para pedirlos, una vez que haya «depositado» créditos suficientes, es decir, que haya dado el mismo tiempo que desea pedir. Fue una iniciativa de los gremios de cuidadoras ecuatorianas y los plomeros marroquíes para dar a conocer los servicios por los que sí cobraban, pero también para apoyarse mutuamente en las tareas para las que ya no tuvieran tiempo o energía. El viejo y efectivo «hoy por ti, mañana por mí».
A Yunuen no le agradaba mucho la metáfora bancaria, pero reconoció que era un maravilloso sistema. Lo comentaría con su comité durante la fiesta.
Llegaron a la Catedral vieja, sede local de las fiestas importantes. El laboratorio infantil de tinturas vegetales, en conjunto con el de reciclaje textil, había decorado el interior para que pareciera un panal de abejas. Hexágonos amarillos, ocres, dorados y anaranjados pendían sobre las cabezas de quienes entraban, que zumbaban tanto con sus zalets traductores que sí parecían abejas. La mesa (larguísima, casi redonda) estaba puesta. El olor de las arepas de maíz se mezclaba con el de sukalki y el del mole con el del maafe y los chipirones en su tinta con el arroz con coco. Había vino alavés, mezcal, pisco, cachaça y una colorida mesa de postres a la que Alai y Soraya acudieron primero.
En las Ceremonias de Entrelazamiento se daba la bienvenida al comité que había llegado del mar y se hacía la despedida de quienes habían decidido irse temporal o definitivamente de Álava. Era una ocasión muy emotiva, llena de palabras multiplicadas en sus diversas equivalencias, afecto y música. También de miedo: aunque la navegación trasatlántica se realizaba en condiciones igualitarias para todos los pasajeros, con rutas monitoreadas y todas las medidas de seguridad posibles, las inclemencias del tiempo no dejaban de poner en riesgo la vida de los tripulantes, tal y como la ponían cuando las personas tenían que transitar en endebles pateras y cayucos, o hacinadas en cajas metálicas, sin ventilación, para cruzar el desierto. La tarea de llevar los cuerpos vivos de un lugar a otro era una responsabilidad muy grande, casi sagrada. Las fiestas, después de los tremendos cambios demográficos, representaban algo distinto: un sentido de la urgencia para celebrar que la gente sigue viva y está unida y en la resistencia (erresistentzia, le informó el zalet a Yunuen).
Las criaturas menores de diez años corrían alrededor de las sillas como cabras locas. Los comités trasatlánticos se entregaron al baile, aprovechando que había orquesta de basura, que tocaba la mejor salsa, cumbia, punk y bachata de la región. Alai no bailaba mucho, pero a cada rato acudía a la mesa de las cuidadoras ecuatorianas para traerse algún manjar. La mesa siempre estuvo llena de cosillas para picar.
Cuando por el micrófono dijeron los nombres de Bikendi, que iría a Senegal; de Sedán, que iría a Perú; y de Yunuen, que se quedaría en Álava, los aplausos, silbidos, lágrimas y bromas la hicieron sentirse ya en otoch, etxea, casa.
En la casa que es el mundo.
Con el de hoy concluyen los envíos de la nueva fábula de la colección BORRADORES DEL FUTURO, ¡ojalá hayas disfrutado del cuento de Gabriela Damián Miravete! Esperamos estar pronto de vuelta con una nueva fábula. Agradecemos muchísimo tu interés en este proyecto. Te recordamos que las 10 fábulas publicadas hasta el momento están disponibles, de manera gratuita, aquí https://bit.ly/2TXfk3y. Recibe un caluroso abrazo de parte de todo el equipo.
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