Gonzalo GY
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Mâran'athâ. Mientras tanto, vamos tirando.
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El presidente eslovaco tiroteado, Robert Fico, lleva meses siendo señalado por la prensa. Denunció las campañas de inoculación, señaló la corrupción de la oms, se opuso al tratado de pandemias, cuestionó el suicidio europeo en ucrania...

TODA la prensa sistémica diciéndole de todo, todos los políticos sistémicos tratándole como un apestado... Qué casualidad que aparezca un "trastornado", ¿verdad?

Y encima sale el doctor a decir que el atentado es un ejemplo del clima sembrado por los enemigos del "progreso".


* Dicho todo esto, no sé del tal Fico más que cuatro noticias genéricas sobre lo comentado. Pero es que la pose del doctor... Tela.
Las monjas cismáticas
Juan Manuel de Prada

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Ha causado general escarnio entre la mayoría de las gentes (y honda consternación entre unas pocas) el caso tremebundo de esas monjas clarisas de Belorado (Burgos), que han anunciado, mediante un comunicado firmado por su abadesa, que abandonan la tutela de su obispo y no reconocen a Francisco como Papa legítimo. Señala la abadesa cismática que desde Roma «han ido llegando en estos años contradicciones, lenguajes dobles y confusos, ambigüedad y lagunas de doctrina» que han golpeado el alma de las monjas, hasta fraguar en ellas «una duda sobre quien dirige la barca de Pedro y sus inmediatos colaboradores» que, con el tiempo, ha terminado haciéndose escándalo, mientras el «caos doctrinal y moral» auspiciado desde Roma, «lejos de amainarse, se ha embravecido hasta extremos inimaginables». Y añade la abadesa de Belorado que, mientras esta situación se agravaba, se mantenía dolorosamente «el pertinaz silencio de los pastores; silencio y aquiescencia, dejando a las ovejas solas, sin protección ni defensa frente a los lobos».

Vemos que las acusaciones de las clarisas son, en algunos aspectos, plausibles (en las dos acepciones de la palabra). Pero es, sin duda, la solución que adoptan lo que llama nuestra atención. Abandonan la Iglesia para ingresar en una secta sedevacantista acaudillada por personajes truhanescos o desaprensivos que, para madrugar los ahorros de sus víctimas, las embaucan con alardes de ortodoxia doctrinal. El caso, de ribetes tan estrafalarios, repite sin embargo el esquema de todos los escándalos conventuales que jalonan nuestra Historia, donde siempre hallamos sedicentes clérigos capciosos (y a veces solicitantes, en la acepción impúdica que ya no recogen los lastimosos diccionarios al uso), cuando no meros timadores que tratan de sacar tajada. Entre los casos más sonados e ilustres de monjas embaucadas se cuenta el de la hija de don Juan de Austria, doña María Ana, monja en Madrigal de las Altas Torres, a quien un fraile maquinador convenció para que se casase con el Pastelero de Madrigal, que pretendía disputar el trono de Portugal a Felipe II, haciéndose pasar por el difunto Rey Sebastián. Aunque acaso ninguno sea tan truculento y de altos vuelos políticos como el de las monjas supuestamente endemoniadas del madrileño convento de San Plácido, en realidad jóvenes milagreras, visionarias o alumbradas, seleccionadas por un fraile lascivo que las sugestionaba para que confundieran los transportes del placer sexual con los arrobos místicos. A la postre, aquellas pobres mujeres acabarían enloquecidas; y empezaron a cultivar comportamientos frenéticos, a la vez que lanzaban profecías, muchas de naturaleza política (pues, además del abuso sexual, el fraile las utilizaba para la intriga palaciega).
Las monjas cismáticas
Juan Manuel de Prada

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En los casos históricos comentados hallamos los mismos elementos que en el caso de las monjas cismáticas de Belorado: mujeres débiles engatusadas por truhanes peritos en manipulación psicológica que las hacen sentir «elegidas» (para un trono en el caso de doña María Ana de Austria, para la experiencia mística en el caso de las monjas endemoniadas de San Plácido, para la ortodoxia doctrinal en el caso de las clarisas de Belorado), como si hubiesen sido elegidas específicamente por Dios para una alta empresa. Pero si estos truhanes logran embaucar a estas mujeres débiles y, con frecuencia, aisladas o abandonadas o desconsoladas es porque antes otros no captaron su debilidad, no advirtieron su aislamiento, no repararon en su abandono, no sanaron su desconsuelo. Las monjas de Belorado se comparan en su comunicado con «ovejas solas» que se han quedado sin pastor, «sin protección ni defensa ante los lobos». Y aquí nos topamos con el corazón de tristeza del caso: pues unas monjas de vida contemplativa requieren atenciones especialísimas, tanto en el escrutinio de su vocación como en la dirección espiritual constante, que debe estar siempre en vilo, atenta a las vicisitudes y heridas del alma, dispuesta a brindar consuelo y con una antena sutilísima para detectar la intromisión de farautes y viborillas que deslizan su veneno. El caso de estas monjas de Belorado nos habla de una comunidad eclesial rutinizada, gangrenada por la burocracia ciega e impersonal, que descuida el discernimiento de las vocaciones, que no vela por su sostenimiento, que no atiende sus necesidades, hasta el extremo de no advertir que unas monjas de clausura están siendo cameladas por unos truhanes. ¿Cómo es posible que los sacerdotes que atienden a esas monjas, con su obispo a la cabeza, y los fieles que las visitan no reparen en el desvalimiento de esas monjas y en la infiltración de elementos maliciosos en el claustro? En el fondo, este caso nos está hablando de una Iglesia sin celo ni amor que ha perdido la perspicacia para corregir y consolar, que deja enfermar a sus miembros más selectos sin advertir su decaimiento, su dolencia íntima, su agonía espiritual.

En contra de lo que solemos pensar, las personas que caen en poder de las sectas no son penosos friquis, ni gentes mermadas, ni despojos desahuciados. Son casi siempre personas insatisfechas espiritualmente, personas abandonadas u ofendidas en sus creencias, tal vez inmaduras o psicológicamente inestables, pero sobre todo personas necesitadas del agua que no da sed (Jn 4, 14). Y, cuando falta esa agua, es inevitable terminar bebiendo los licores más turbios.

https://www.abc.es/opinion/juan-manuel-de-prada-monjas-cismaticas-20240518195051-nt.html
Cuando el arte rezuma a chorros...
Feliz domingo. Feliz día de Pentecostés.

Id a Misa.
La muerte de la literatura
Juan Manuel de Prada

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Siempre me ha provocado una mezcla de perplejidad y desasosiego esa gente que confunde al autor de un libro con sus personajes, considerando que los juicios o los gustos que expresa una criatura de ficción son los mismos que cultiva o profesa su creador. Desde luego, un escritor siempre pone algo de sí mismo en sus ficciones; y, por lo tanto, cualquier personaje suyo tiene cierta 'contaminación' de su propia persona. Pero esa 'contaminación' muy frecuentemente resulta nimia o anecdótica; y, junto a esa leve 'contaminación', conviven en los personajes de ficción muchos ingredientes que nada tienen que ver con su creador: a veces son ingredientes puramente inventados, otras veces tomados de las mil y una personas que el escritor se ha cruzado en su vida; casi siempre muy mezclados, y de procedencias muy diversas.

La identificación del escritor con sus personajes es querencia muy habitual de ciertos lectores un tanto primarios, o bien ansiosos de conocer las intimidades de los escritores que idolatran o detestan (por lo que entienden un poco paranoicamente que toda ficción es una autobiografía encubierta). Mucho más maligna y practicada alevosamente por algunos zoilos de la crítica literaria es la identificación del escritor con el narrador de sus novelas cuando el narrador resulta ser un resentido, un malvado o un criminal. Se trataría, para entendernos, de identificar –pongamos por caso– a Camilo José Cela con Pascual Duarte, a Vladimir Nabokov con Humbert Humbert o a Bret Easton Ellis con Patrick Bateman. Por supuesto, el crítico literario que propone esta identificación lo hace por mala fe, pues conoce perfectamente las leyes de la ficción (como el eunuco, sabe cómo se hace, aunque no pueda hacerlo). Y no se le escapa que, si se suprime la distancia que existe entre el autor y la voz narradora, estamos –simple y llanamente– suprimiendo la razón de ser de la ficción. De esta aberrante confusión se derivan dos consecuencias que hacen el mundo irrespirable, muy lúcidamente avizoradas por Santiago Alba Rico en una reflexión reciente titulada Ficciones y monstruos: la primera es de naturaleza nihilista y consiste en confundir la realidad con la ficción, tratando la realidad como si fuese una fantasía o un entretenimiento (de tal modo que nada nos conmueva ni espante); la segunda fomenta el fanatismo puritano, al confundir la ficción con la realidad, y nos incita a exigir al escritor que también en sus ficciones se contenga y reprima, que su imaginación no se permita ninguna osadía inconveniente o políticamente incorrecta. Ambas aberraciones postulan una abolición de la inteligencia; y son el acta de defunción de la literatura.
Por supuesto, el zoilo que confunde al autor con su voz narrativa no lo hace por incapacidad para comprender la naturaleza de la ficción, sino por mala fe deliberada, porque quiere estigmatizar o demonizar al autor. Identificar abusivamente al narrador resentido, malvado o criminal de una ficción con el autor de la misma sólo se puede hacer por ignorancia crasa o (como suele suceder en el zoilo) por pura maldad. Algo así le ocurrió, tras leer mi primera novela, Las máscaras del héroe, a Francisco Umbral, que hasta entonces había sido mi mentor condescendiente; pero al leer aquella novela sufrió un doloroso ataque de celos (pues, como en cierta ocasión me confesó Camilo José Cela, era la novela que él habría deseado escribir) y encomendó a un sicario suyo hoy olvidado pero entonces muy poderoso, llamado Miguel García Posada (que en paz descansen ambos), la publicación de una reseña destructiva de aquella novela, donde afirmase que el narrador de la historia, el falangista Fernando Navales, cínico y despiadado, era en realidad un trasunto de mi persona. Por fortuna, aquella identificación desquiciada y grosera cayó en saco roto; pues por entonces –más de veinticinco años atrás– casi nadie era tan fanático o nihilista como para incurrir en tales añagazas burdas.
La muerte de la literatura
Juan Manuel de Prada

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Tres décadas más tarde, he rescatado a Fernando Navales en Mil ojos esconde la noche, tan cínico y despiadado como entonces, en otra novela, llevándolo al París de la Segunda Guerra Mundial, ocupado por los alemanes. Y enseguida, ¡oh, sorpresa!, me han surgido los zoilos que prueban a hacer esa misma identificación. Sólo que ahora la maldad de estos zoilos resulta infinitamente más peligrosa, pues cuentan con legiones de zoquetes dispuestos a secundarlos, por nihilismo o fanatismo, en sus calumniosas ideaciones. No lo siento, sin embargo, tanto por mí –acostumbrado, al fin, a todo tipo de difamaciones– como por el oficio al que he dedicado mi vida. Si negamos la posibilidad de dar voz a los resentidos, a los malvados, a los criminales… además de matar al escritor, estamos matando la posibilidad de la literatura.
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Me reenvía Carlos un mensaje de Manolo Morillo sobre la recepción entusiasta a Le Pen en Vox Aventura. Tiene razón en todo, pero yo prefiero sintetizarlo en el vídeo y el recorte adjuntos.
El aberrante Milei
Juan Manuel de Prada

https://www.abc.es/opinion/juan-manuel-de-prada-aberrante-milei-20240520200520-nt.html

Con ese tonito orate y baladrón que lo caracteriza, Milei ha afirmado durante su visita reciente a España que «la idea de la justicia social es de resentidos, envidiosos, algo aberrante, porque implica un trato desigual ante la ley, porque implica violencia, porque para hacer una política redistributiva se lo tienen que robar a otro». Son afirmaciones repugnantes que, al parecer, triunfan entre la derechita valiente. Pero la justicia social es un instrumento necesario para alcanzar el bien común, que es el fin y la razón de ser de la política verdadera. Y el bien común –que no debe confundirse, por supuesto, con el bien de la mayoría, ni con el «interés general»– exige la conservación de la armonía social; exige la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio. Por ello, como señala Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno, es «necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados». Y, por supuesto, cuando se dan circunstancias de injusticia, el Estado tiene la obligación de intervenir allá donde el principio de subsidiariedad no alcance, para asegurar una justa distribución de los recursos que atienda a los méritos y necesidades de cada uno, incluido la recaudación de impuestos, que debe regirse por los criterios de solidaridad, racionalidad y equidad , así como por el rigor e integridad en la administración y en el destino de los mismos (algo que, desde luego, en regímenes políticos inicuos como el que padecemos no está garantizado).

Naturalmente, la justicia social no justifica el intervencionismo enfermo del Estado, que disminuye la iniciativa creadora y, aunque pueda parecer favorable a la masa, es a la postre contrario al bien común, por condenar a la ruina a las generaciones venideras. La justicia social deja de serlo cuando pretende extender la igualdad en aquello que los hombres son naturalmente desiguales; pues, además de desanimar la iniciativa privada, produce una mentalidad mezquina y perezosa entre sus beneficiarios. La justicia social, a la postre, sólo la pueden llevar a cabo gobernantes que dan ejemplo de justicia en todas sus actuaciones; pues de lo contrario se llega a esa situación propia de nuestro inicuo régimen político, en donde todos reclaman justicia sin que nadie tenga la obligación de ser justo (exactamente la situación que favorece a los demagogos).

Nada favorece tanto el ascenso de los demagogos, sin embargo, como estas machadas aberrantes de la derechita valiente. «Estamos incomodando a los rojitos de todo el mundo», ha aseverado petulantemente Milei; no, pobre bocazas, lo que estáis haciendo es fabricarlos en serie, lo mismo que a resentidos y envidiosos, con vuestras machadas.
El sábado 25 convocamos al rezo público del Rosario por la Vida en Sevilla, en desagravio por todas las leyes contrarias a la vida y dignidad humanas, y en rogativa por la total derogación de todas ellas.

Acude y difunde.

Sábado 25, 12 del mediodía.
Plaza del Triunfo.

https://carlismoandaluz.com/2024/05/20/rosario-por-la-vida-el-sabado-25-de-mayo/
Hay pocas cosas más dañinas para nuestros hijos que esa moda estúpida del querer meterle a toda costa en la cabeza la idea esa de "tú puedes ser lo que tú quieras, cualquier cosa" o "si te lo propones, todo es posible".

No, no somos capaces de hacer lo que queramos. No, no valemos para todo. Y negar las limitaciones de tu hijo lo van a convertir en un infeliz incapaz de manejar la frustración que le produce no haber conseguido ser esa cualquier cosa para la que le aseguraron que valía. Y además algún día llegará a la conclusión de que la culpa de su frustración la tiene el imbécil de su padre, que le animó a tomar un camino absurdo. Y así, a su inutilidad añadirá el veneno de cargar su culpa sobre otros.

Cuando escuchéis a un padre decírselo a su hijo, acortadle el camino al niño. Decidle "niño, no hagas caso a tu padre, que es gilipollas"
Rindiendo mi admiración al maestro
Media is too big
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🔴 Sobre la polémica de la vivienda, la propiedad privada y el bien común:

https://www.instagram.com/reel/C7M36EytLsi/?igsh=MTVjMG00dDl3bWNyNQ==